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Opinión

Lanata

Jorge Lanata en Detrás de las noticias

Reynaldo Sietecase

30 de diciembre de 2024 22:14 h

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Lo conocí en 1990, cuando en una noche de locura rosarina me invitó, junto a Pablo Feldman y Horacio Vargas, a crear un diario para enfrentar periodísticamente a La Capital, el Decano de la Prensa Argentina. Él dirigía, hacía menos de tres años, Página/12 y a sus veintipico ya había revolucionado al periodismo gráfico con su lucidez y desenfado. Había convocado a las mejores plumas del país, nunca hubo tanto talento en una redacción. Nosotros lo admirábamos desde lejos y habíamos ido esa noche a ver cómo entrevistaba al Negro Fontanarrosa para su programa de radio Hora 25. Nos conocía hacía una hora cuando dijo, en el bar de la esquina: «hagamos un diario». Así nació Rosario/12. Jorge se instaló durante meses en la ciudad para lanzarlo. Éramos cuatro gatos en un departamento alquilado, con tres máquinas de escribir Olivetti y un fax. Nos hicimos amigos en esas noches rosarinas. Durmió en mi casa, alguna vez, y yo paré muchas veces en la suya. Nos unía, además, la pasión por la literatura.

En la década del menemismo, Lanata también revolucionó la forma de hacer periodismo en televisión. Hasta entonces el modelo era el de Neustadt y Grondona: una mesa, una planta, y una mentirosa neutralidad que siempre terminaba con guiños a los poderosos. Contra eso creó Día D, demostrando que se podía informar y entretener, haciendo un programa inteligente y popular. En octubre de 1998 me convocó para ser editor en la Revista XXI. Dejé tres trabajos y me tiré a la pileta por su impulso. A pesar de los costos personales y familiares, agradezco esa decisión. Fue como hacer una maestría en Harvard. Esa redacción estaba integrada por varios titanes del periodismo. De pronto, tuve compañeros y maestros al mismo tiempo. Algunos se volvieron mis amigos. Desde entonces trabajo en Buenos Aires.

Su talento era desbordante. Lo acompañé en muchas de sus aventuras periodísticas en radio y televisión. En una entrevista en 2012 me preguntaron cómo era trabajar con Lanata, recuerdo que mi respuesta no le gustó: «es como ser músico de Charly García, un día hace un acorde genial y al siguiente se tira de un noveno piso».

Era un distinto. Genial y contradictorio. Osado, valiente y autodestructivo. Mostró ante las cámaras el mapa de medios de la argentina y denunció la concentración como una de los grandes desafíos para la democracia. A los pocos años comenzó a trabajar en el Grupo Clarín.

Nos fuimos alejando. Fue un proceso doloroso. Incluso tuvimos una polémica pública en una ceremonia de los premios Martín Fierro. Él había sido crítico de Menem, de la Alianza y de los Kirchner, yo no lograba entender cómo no tenía la misma actitud con Macri. Las diferencias no empañaron mi respeto y admiración, pero dejamos de hablar. Ninguno de los dos era el mismo.

Lanata nunca dejó de innovar y, en la última década, motorizó algunas de las investigaciones más resonantes del periodismo televisivo. No paraba de asombrar, hasta cuando entraba al barro.

Lanata era Messi, aún cuando jugaba para el Real Madrid. Su ausencia será indisimulable.

Esta nota fue publicada originalmente en www.periodismo.com

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