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La mejor banda del mundo, cuentas pendientes y una espina

Apple TV+ acaba de estrenar el documental The Velvet Underground
22 de octubre de 2021 07:19 h

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“Esto de traducir nunca paga bien, pero me río”. Tu sonrisa inolvidable, Fito Páez.

“Todo poder que se precie hace del uso hábil del silencio su arma básica. Quienes están en la cúspide de cualquier pirámide, sea la más alta o la más enana, piensan que solo el silencio crea la distancia y el enigma necesarios para que actúe la fuerza hipnótica de la jerarquía y para que el poder logre imitar la elocuencia muda de la belleza, como si portara una marca innata de superioridad”. 

Volví por estas horas a esa cita de El traductor, de Salvador Benesdra –una de mis novelas preferidas de la literatura argentina– y a pensar un poco en las traducciones. Fue después de mirar el regreso de la serie Succession, en un episodio colosal en el que hay muchísimos silencios, jerarquías que en este caso se desvanecen, personajes poderosos que empiezan a caer en desgracia y también algo de esa imitación de la belleza que es un imperio a punto de extinguirse, el minuto antes de que el esplendor se vuelva ruina.

Los protagonistas, en mayor o menor medida, en algún momento se callan y toman distancia –aunque sea en la cabina minúscula de un helicóptero, mirando a través de una ventana o encerrados en un baño– para plantarse desde sus rincones como traductores mudos de los movimientos ajenos. Intérpretes y solitarios, cruzan miradas en jets privados, en salones y autos de lujo y también en habitaciones de hotel y camionetas poco sofisticadas. A veces disparan pocas palabras que, más allá de sonar seguras en su intención, parecieran venir siempre acompañadas de luces intermitentes; la señal de alerta que anuncia alguna maniobra calculada.

Me gustó mucho esa coreografía que de alguna manera va zurciendo las escenas y los conflictos de Succession: los gestos de todos, un poco desfasados, un poco atolondrados en su firmeza impostada; las caras de un silencio que es pura elucubración, el monólogo en los ojos, el intento por una traducción de lo que se escucha y de lo que no se podría decir jamás. Eso que queda suspendido, que hace fuerza adentro y tracciona cualquier desvarío: el periplo íntimo que lleva a revisar las mil posibilidades de lo que parece que es, de lo que podría ser, de lo que podría haber sido o de lo que ya no será. La cuenta pendiente que pincha, la herida de una espina interior.

Hace unos días íbamos en auto con un grupo de amigos (con mi querida Cynthia Edul al volante, y, como todo tiene que ver con todo, aprovecho para decirles que no dejen de leer su novela La sucesión, de la que hablamos por acá hace un tiempito; como en Succession hay una historia familiar, escenas de muchísima tensión, un padre indeleble y también ese abismo que implica siempre una sucesión). 

La charla nos fue llevando de una cosa a la otra, hasta que empezamos a recorrer el barrio de siempre, que es el de las canciones (para retomar y deformar la pregunta de Nick Hornby que mencionamos acá: ¿qué fue primero: la música o la amistad?). Nos dimos cuenta de que por motivos diversos, todos volvíamos seguido a los temas de Abre, de Fito Páez. Esa obra luminosa y potente de 1999 que, como alguna vez le escuché decir a Martín Rodríguez (de paso: lo leen siempre acá), carga en sí misma la paradoja de que, más allá de su nombre –o quizá por ese peso–, se trata de un disco maravilloso y brutal de clausura. Un cierre de estilo, de década, de siglo, de época.

Repasando las canciones, nos quedamos un buen rato con la letra de Tu sonrisa inolvidable –con ese brillo particular, además, de Fito Páez cuando va al fondo del sonido y se pone folclórico–, que es preciosa y se parece bastante a un diálogo interior. En este caso, el de un enamorado que, después de “un beso de papel” (¿un desliz durante una noche de alcohol y confusión?; “me veo tan zonzo, me veo tan tonto”, admite), asume que quedó una puerta abierta que lo atrae, al mismo tiempo que lo descoloca por inalcanzable (“algo quedó pendiente aquella vez, algo que no se explica con palabras”). 

Entonces le propone a la chica de la sonrisa inolvidable (esa que encarna “la elocuencia muda de la belleza”, para volver al principio, para volver a Benesdra y El traductor) un paseo por Madrid. Pero en todo momento queda claro que se trata mas bien de una invitación en su cabeza, una conversación para adentro (“estoy hablando solo como antes”, confiesa), una cavilación, el repaso de todo lo que le gustaría contarle y preguntarle a ella, la intención noble y a la vez quimérica de ponerle palabras a eso “que no se explica con palabras”. La traducción imposible de un recuerdo hermoso

Con mis amigos llegamos a la línea que encabeza este envío –“eso de traducir nunca paga bien, pero me río”– y la elegimos como una de nuestras preferidas.  

Los dejo con una nueva edición de Mil lianas, que intenta siempre ser una charla en silencio, una invitación sigilosa, un desvarío más y de a muchos. Para los que nos empeñamos en traducir –sin éxito, pero con alguna risa en el horizonte– la espina que cada uno lleva clavada en su memoria.

1. Animales, de Santiago Craig. Pongamos que para hablar de un cuentista no haya nada mejor que otro cuentista. O que me pasó que a medida que iba leyendo los cuentos que integran Animales (Factotum Ediciones, 2021), el último y fascinante libro de relatos de Santiago Craig, me venía a la cabeza a cada rato algo que rescata el escritor Hanif Kureishi en la introducción a la edición de los cuentos completos de John Cheever que tengo en mi casa.

Kureishi recuerda una entrevista que dio Cheever al Paris Review en la que asegura: “La ficción es experimentación, cuando deja de ser eso, deja de ser ficción. Uno nunca lanza una oración sin la sensación de que jamás fue puesta de esa manera antes y que tal vez la sustancia de esa oración no haya sido sentida nunca. Cada oración es una novedad”.

Pongamos, también, que para hablar de un novelista (Santiago Craig también es autor de la novela Castillos, de la que hablamos por acá), no haya nada mejor que otro novelista. Y vayamos al comienzo de Levels of Life, de Julian Barnes, del que ya hablamos por acá: “Juntás dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante”. 

“Yo quería escribir acerca de algunas cuestiones básicas, elementales, humanas, que insisten en mí y que se le imponen a mi escritura como necesarias. Siempre, en lo que escribí, en lo que escribo, elijo un hueco, un agujero, algo que no sé, que no puedo manejar del todo. Necesito eso para ser sincero. Nunca escribo sabiendo absolutamente todo lo que quiero decir. Del mismo modo en el que nunca hago nada sabiendo absolutamente qué estoy haciendo. Y, en este caso, muchos de esos agujeros, de esos espacios que sirven para sacar al cuento de una certeza artificial que no me representaría, son esos animales”, dijo el escritor hace poquito en una entrevista con la agencia Télam.

Como él mismo dice, los relatos de su nuevo libro esta vez tienen a animales muy diversos, a veces como protagonistas, a veces un poco al costado, pero siempre en el horizonte desde ese agujero incierto que menciona, y que en cada historia trae algo fantástico, pero también muy cotidiano.

Entonces, una vez más, y con una prosa llena de escenas potentes, de descripciones que combinan elementos de todos los días con la magia de lo epifánico, Craig produce un efecto único en cada cuento, la sensación hermosa de que se está ante un terreno nuevo, único para cada lector, cercano y extraño a la vez: el material volátil del que están hechos los sueños. Esa satisfacción de la que habla Cheever de recorrer una oración que nunca fue puesta de esa manera; de ser testigos, como dice Barnes, de la unión de cosas que nunca antes se habían juntado y que cambian el mundo para siempre.

Animales, de Santiago Craig, acaba de salir por Factotum Ediciones.

2. The Velvet Underground, de Todd Haynes. Tal como habíamos anunciado, se estrenó por fin el documental The Velvet Underground con dirección de Todd Haynes, que no solamente recorre la trayectoria de la banda liderada por Lou Reed y John Cale sino que, por la acumulación de un material de archivo impactante, también parece un homenaje a la escena experimental del cine y las artes en general en la Nueva York de los años ‘60.

Como era de esperar con Haynes al mando, el largometraje no encaja para nada en los parámetros del documental tradicional. Por supuesto que están los testimonios, los recitales, las voces de los músicos, el relato de algunos hitos de una de las mejores bandas musicales de la historia. Pero lo interesante es que el documental no se detiene en eso, sino que propone un relato muy emotivo, lleno de texturas, de fotos, de pantallas partidas, de cortos superpuestos, muchos de ellos rescatados de la época que tenía a Andy Warhol y a numerosos cineastas experimentales como protagonistas.

Confieso que The Velvet Underground me dejó una sensación ambivalente. Por un lado, por el encanto de viajar por dos horas a un mundo lleno de talento, de creación, de un ambiente irrepetible. Por el otro, eso mismo: la confirmación de que algo así ya no podrá volver a existir con ese vigor y ese vuelo.

El documental The Velvet Underground está disponible en Apple TV+

3. Filba 2021. Otro año más, esta vez con la posibilidad de asistir a actividades presenciales y también con la comodidad que ofrecen las virtuales (que, dicho sea de paso, llegaron para quedarse, según anticiparon los organizadores). El Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba) es, muchas veces, una buena excusa para conocer escritoras y escritores que por ahí no tenemos en el radar, para aproximarse a los procesos creativos de varios autores que se animan a contar en qué andan y para disfrutar de conversaciones siempre muy estimulantes

Hasta el domingo 24 de octubre, la edición 2021 del Filba ofrece de todo. Yo por ahora me dediqué a las conferencias virtuales y, de lo que pude ver hasta el momento, y que además ya está colgado en la cuenta de YouTube del festival, me gustó muchísimo el discurso inaugural de la poeta uruguaya Ida Vitale (un personaje increíble, por otra parte). Ahí hace un repaso por su vida y brinda algunas observaciones alrededor de la poesía y sus límites.

También disfruté mucho de la conversación entre la escritora Rachel Cusk (aprovechen que mucho de su obra está disponible en español en ediciones de Libros del Asteroide) y María Sonia Cristoff. El tono de Cusk –graciosa sin pasarse de irónica, reflexiva sin ponerse solemne– ayuda a analizar algunos de los problemas que ella misma se encuentra a la hora de pensar qué es una novela en este siglo.

Ya que arrancamos hablando de la traducción, también me gustó mucho algo que Cusk dijo sobre el trabajo de los traductores, para ella seres fundamentales en ese “viaje intergaláctico” que es siempre esa tarea

“Hay algo que leí sobre los traductores como figuras en la cultura, que dice que son como una extremidad prostética o un trasplante de corazón”, dijo y también contó que ella misma los admira cada vez más, desde que se mudó a París y empezó a pasar sus días en una lengua nueva.

Toda la programación de Filba se puede ver por acá. Para revisar algunas actividades, en elDiarioAR publicamos una especie de resumen con lo más destacado.

¡Hasta la próxima!

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