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Opinión

El papa para quienes no les gustan los papas

Fieles en la Plaza de San Pedro tras la muerte del Papa Francisco, Ciudad del Vaticano, el 21 de abril de 2025. EFE/EPA/ANGELO CARCONI
23 de abril de 2025 10:14 h

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Parece que Jorge Bergoglio ha sido el papa perfecto para quienes no les gustan los papas. No digo ahora en su muerte, sino durante sus doce años de papado: gentes de izquierda, laicos, agnósticos, ateos e incluso anticlericales, han aplaudido cada gesto y cada palabra de Bergoglio con un entusiasmo que no dejó de asombrarme. Era visto como un papa poco papa, un papa menos papa, un papa que no parecía papa, y por eso gustaba a los no papistas y antipapistas, incluidos aquellos cristianos de base que recelan de la jerarquía católica.

No sé, me suena un poco a cuando dicen que el bacalao es el pescado para quienes no les gusta el pescado, o una cerveza se anuncia como la que gustará a los que no beben cerveza. O como cuando Cortázar escribía que “el uniforme de los bomberos es el menos hijo de puta de todos los uniformes”. También tuvimos un presidente norteamericano para quienes no gustamos de los presidentes norteamericanos: Obama. Y entre nosotros en España, durante décadas conocimos un rey que enamoraba a los no monárquicos, republicanos incluidos, que decían eso de “yo no soy monárquico, soy juancarlista”. Como ahora: “yo no soy papista, soy de Francisco”.

Claro. Lo que pasa es que al final acabas comiendo pescado y bebiendo cerveza aunque le camuflen el sabor. Los presidentes norteamericanos guays acaban haciendo cosas poco guays en política exterior, incluido Obama (en su caso, multiplicando los ataques con drones en otros países). Los reyes campechanos siguen siendo reyes, con su pack monárquico completo. Y si además son Borbones, acaban borboneando como es tradición.

Después de Wojtyla y Ratzinger, era fácil pasar por papa progre con poco que te esfuerces, de la misma forma que Obama brillaba más por contraste con su predecesor Bush, y el rey Juan Carlos parecía demócrata y honesto en un país recién salido de una dictadura. Si además encabezas una institución históricamente reaccionaria como la iglesia católica, y lo haces en un momento de auge ultraderechista en medio planeta, es más comprensible que algunos simpatizasen con Bergoglio. Sus enemigos declarados también contribuyeron a hacérnoslo más simpático: si lo odian Milei, Abascal, Salvini, Le Pen, Jiménez Losantos y los curas ultramontanos, no puede ser malo. Es más: tiene que ser de los nuestros. Un aliado.

Lo del pescado o la cerveza que parecen otra cosa suelen ser frases publicitarias. Hay que reconocer que Bergoglio era un gran comunicador, ningún papa antes había dado tantas entrevistas, y se manejaba bien en este tiempo de mensajes rápidos y fáciles que causen impacto, además de su campechanía en el trato personal y su apuesta por la austeridad en un Vaticano siempre tan mayestático.

Y aunque en su balance pesen más las palabras que los hechos, hay que reconocerle y aplaudirle que hablase con tanta claridad de justicia social, desigualdad capitalista, la matanza de Gaza, la crisis climática y la defensa de los desfavorecidos, migrantes incluidos. Bien por Bergoglio, incluso muy bien. Y seguramente echaremos de menos sus palabras en caso de que el próximo papa se alinee con la ola reaccionaria mundial.

Pero a la hora de la verdad, el papa sigue siendo un papa aunque tenga un sabor diferente, y la iglesia de Roma sigue siendo la iglesia de Roma. El papa “reformista” concretó pocas reformas en su iglesia (precisamente en aquellos asuntos por los que hoy se le recuerda pero que quedaron en discurso: el papel de la mujer, las parejas homosexuales, los abusos de curas o el celibato). Y el papa “revolucionario” no hizo ninguna revolución en una institución que se mueve a velocidad geológica, y que tras el papado de Bergoglio sigue siendo conservadora, patriarcal, antiabortista y homófoba.

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