Secuestrada por más de dos décadas por su ex pareja
Relatos desde el horror: el testimonio de la mujer que pasó 23 años cautiva en una casa de Rosario
La metió de prepo desde la calle porque se sentía descompuesto. Se apuró para entrar al baño. Ella miró los candados y se le aceleró el corazón. En el apuro él los había dejado sin llave. Ella se acercó a la puerta del baño y escuchó que el hombre se había levantado del inodoro. Sintió que encendía la ducha. El se iba a afeitar la cabeza y la barba como todos los días. Tendría unos minutos para recoger sus cosas. Ella agarró una carta de su papá, las fotos de su hijo, un teléfono sin crédito y 600 pesos. Sacó los candados, abrió la puerta y corrió. Dice que miraba para todos lados, que no quería que un vecino la viera y se lo contara a su captor. Se puso detrás de un volquete hasta que pasó un taxi y se lo tomó. Sabía que ese sería su último día de encierro y no tenía felicidad sino miedo. Después de 23 años no volvería a esa casa en la que había estado encadenada y en la que sufrió violaciones y castigos espantosos.
M.E.G. tiene 44 años y se escapó el 8 de mayo de 2019 y llevó a juicio a su ex novio, Oscar Alberto Racco (59), por privación ilegítima de la libertad agravada, reducción a la servidumbre y por haberla violado todos esos años. El proceso se está realizando en este momento en Rosario y la fiscal pidió que al acusado le dieran 18 años de prisión por esos delitos.
La relación entre Racco y M.E.G comenzó un año después de que ella se separara de su ex marido y padre de su hijo. Desde el comienzo fue un vínculo tormentoso. “Pensé que era demasiado cariñoso pero luego él fue celándome todo el tiempo. Él era más grande, tenía 36 y yo 19. Me fue alejando de mis amigos, después de mi familia”, explica la mujer. Ella ya no quería verlo más pero él no la dejaba. Tuvo una crisis y un intento de suicidio. Hasta que el 6 de mayo de 1996, él la cruzó en la calle y la llevó a los golpes hasta la casa de su familia luego de golpearla. “Estaban mi mamá, mi tía, sobrinos y mi hijo, que tenía dos años. Les gritaba que los iba a matar a todos”, dijo la víctima al canal C5N. La familia llamó a la Policía e hizo la denuncia, los agentes que llegaron lo conocían y se llevaron detenidos a Racco y a M.E.G. “En la seccional, le dijeron: ‘Llevate a la piba que en cuanto levanten la denuncia está todo arreglado'. Ahí sentí que si yo accedía a quedarme con él mi familia iba a estar a salvo. Pensé que me iría por un tiempo”, relata.
Según cuenta, los primeros meses Racco estaba obsesionado con que la familia levantara esa denuncia. “Me obligaba a llamar a mi casa para decirles que levantaran la denuncia. Escribía en un papel lo que les tenía que decir. Pero cuando mi mamá o mi papá querían hablarme y nos poníamos a llorar, él cortaba la llamada”.
Los relatos en el expediente y en el juicio están plagados de detalles de abuso psicológico y palizas feroces. Allí aparece el relato de lo que sucedió una noche. El comenzó a insultarla y a pegarle. Hacía frío y la llevó debajo de la canilla de un tanque. Abrió el agua, la empapó y la arrastró a un cuarto en la terraza. Allí le cortó el pelo, le dio una gorra. “Así parecés un hombre y nadie te va a reconocer”.
M.E.G explicó en el proceso que él la encerró en ese cuarto y que empapeló las ventanas, puso un cartón en el taparrollos de la persiana, para que no pudiera mirar hacia afuera. “Una vez dijo que yo había intentado espiar y vino con una cadena y un candado. Me dijo que para no golpearme de nuevo tenía que hacer eso”. Ella estuvo encadenada a la cama cerca de dos años.
Mientras todo esto sucedía en la casa, los padres de ella seguían adelante con la causa judicial, pero siempre se encontraban con algún problema por el cual la causa no avanzaba. Hasta que su propio abogado les dijo que había sufrido denuncias y que no los iba a representar más. Su papá le escribió decenas de cartas que dejó en la puerta de la casa y que nunca le entregaron a su hija. Su madre fue a tocar un par de veces la puerta y la pudo ver, pero dice que M.E.G estaba silenciada por la presencia de Racco. “Una vez mi mamá fue hasta allí para decirle por qué no regresaba a ver a la familia. Estaban en el living. El tenía un repasador y un arma debajo. Él hablaba y mi hermana solo callaba”, le contó a la fiscal la hermana de la víctima.
“Para sobrevivir hice todo lo que él quería, me duchaba si él se duchaba, iba al baño si él lo hacía. Era como un perrito adiestrado. Pensé que era el costo que tenía que pagar para que no le pasara nada a mi familia. Él tenía siempre información de qué hacían mis familiares. Me decía el recorrido del reparto de mi papá, dónde estaba mi hermana, que mi hijo estaba yendo a una escuela a tres cuadras. Lo hacía para demoler psicológicamente, para que sienta que él tenía el control de todo”, relata M.E.G.
En todos esos años, la víctima tuvo dos embarazos perdidos, tres intentos de fuga. Llegó a tirarse de un techo y a lastimarse. “Otra de las veces, cuando llegó una citación porque mi ex marido me pedía el divorcio, fuimos a los tribunales. A él los policías no lo dejaron pasar a la sala de audiencias. Así que le dije a la abogada de mi marido lo que estaba pasando. Hablamos con el juez y escapé por la puerta de atrás. Al poco tiempo él volvió a aparecer amenazándome con mi hijo. Yo estaba muy sometida, le tenía terror, y tenía miedo de que cumpliera su promesa. Volví cuando me dijo que si no lo mataría. Es difícil de entender pero yo sentía que no podía confiar en nadie, que nadie me iba a defender de él. El decía que era amigo de los jueces y yo sabía que era amigo de muchos policías”.
“La familia de él sabía lo que sucedía y nunca hizo nada. Su madre me venía a soltar cuando yo quería ir al baño. Golpeaba con un palo para que me escuchara. Me llevaba, se quedaba en la puerta y después me volvía a encadenar”. La madre murió y en sus últimos meses estaba postrada y M.E.G la cuidaba. No era la única tarea que le hacían hacer. Limpiaba los autos que Racco vendía, barría la vereda, cocinaba, limpiaba, cosía y confeccionaba ropa, todo siempre bajo la vigilancia de él. En el escrito de acusación declaran al menos ocho vecinos que cuentan que siempre que la veían él estaba a su lado. Que si iban al supermercado él se quedaba en la puerta y que ella estaba en silencio. “Me presentaba a los vecinos como Lucía Puccio. Como la familia de secuestradores, repetía”, cuenta la víctima, que tuvo sólo una visita al médico en esos 23 años.
El día que escapó, ella llegó a una estación de servicio y pidió que le dieran una guía de teléfonos. La mayoría de los que iba llamando habían muerto o se habían mudado. Habían cambiado muchas cosas en todo ese tiempo. Su papá había muerto, su mamá y su hermana habían decidido mudarse. M.E.G. ahora vive con ellas en otra provincia que no quiere mencionar por miedo a que él pueda hacerles algo.
“Cada día que soy libre lo agradezco. Pude recuperar a mi hijo. Poco a poco me iré recuperando pero me llena de tristeza lo que les pasó a mis viejos. El se murió después de una fuerte depresión por lo que me pasaba a mí y mi mamá también tuvo un linfoma”. En estos días asiste de manera presencial a las audiencias en los tribunales de Rosario. La próxima semana debería haber sentencia. “Pidieron 18 años para él, quisiera que al menos le hubieran pedido 23 para que equipare el tiempo en el que me hizo pasar ese infierno”, concluyó,
AM
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