El apagón fue un ensayo del apocalipsis

Pocos minutos después de las 12.30 del medio día se cortó la luz, también internet y las líneas telefónicas. ¿En el barrio? No, en la ciudad, aclaró uno. Los semáforos no funcionan, dijo otro. Un hombre dijo: no quiero imaginar los que estén atrapados en un ascensor; y rápidamente pensó que una de esas personas podía ser su hijo, que a esa hora regresaba de la escuela.
Unos minutos más tarde se supo que se trataba de un apagón regional. España, Portugal y el sur de Francia estaban completamente desconectados de la red eléctrica. A oscuras, aunque fuera de día.
De pronto, cientos de personas deambulaban por las calles, de regreso a sus casas probablemente. Alguien habría dado la orden de que la jornada laboral estaba concluida. Los autos avanzaban a tientas, sin el orden que generan los semáforos. Tampoco había policías que ordenaran el tránsito. De pronto la convivencia social entró en una delicada zona de pruebas. ¿Podíamos ser generosos y precavidos, o imperaría la ansiedad, el miedo y el caos?

Imposible saberlo. Estábamos por primera vez asistiendo a una crisis no retransmitida en directo, segundo a segundo. Los ciudadanos del mundo desarrollado estamos acostumbrados a seguir lo que pasa en otros sitios, desde guerras a catástrofes naturales, y contemplarlo desde la comodidad de nuestras casas. Unos meses atrás, nada más, un madrileño podía ver en vivo cómo un compatriota suyo de Valencia era arrastrado por el agua; o cómo una mujer lloraba en cámara porque en su casa el agua le llegaba hasta las rodillas.
Los ciudadanos del mundo desarrollado estamos acostumbrados a seguir lo que pasa en otros sitios, desde guerras a catástrofes naturales, y contemplarlo desde la comodidad de nuestras casas. Hoy estuvimos, por primera vez, asistiendo a una crisis no retransmitida en directo, segundo a segundo.
Esta vez, sin embargo, no podíamos saber qué pasaba ni en nuestro barrio, ni en la ciudad, ni en la provincia de al lado. Las dudas y la inquietud crecían. ¿A qué se debía el apagón, el hecho inédito de estar totalmente incomunicados? Una mujer en la calle lo atribuyó a un hacker; un hombre a Vladímir Putin.
No había respuestas ciertas. El acceso a los medios no era posible. Tampoco a los asistentes de Inteligencia Artificial. ¿Cómo enterarse, cómo prevenirse o prepararse? No habían pasado ni cuatro horas desde que había recibido el diario impreso, pero las noticias ya eran viejas. Nada podrían decir sobre lo que estaba sucediendo, aunque un pequeño artículo señalaba que las empresas surcoreanas que fabrican celdas de almacenamiento energético podrían expandirse rápidamente ahora que Estados Unidos impuso altos impuestos a las chinas.
Eso es lo que necesito ahora, pensé. Uno de estos dispositivos que almacenan energía. Seguro ya habría varios precavidos que lo habían adquirido en Amazon o Temu. Sin embargo, a los pocos segundos me percaté de que quizás no fuera muy útil. El wifi no andaba, tampoco la comunicación en 4G. ¿De qué iba a servirme la electricidad si no podía conectarme a Internet?
Tal vez fuera más inteligente pensar en comida, agua. Después de todo, hace unas pocas semanas la Unión Europea emitió una recomendación a la ciudadanía: abastecerse de alimentos para un lapso mínimo de cinco días, el tiempo que el Estado puede tardar en socorrer a los ciudadanos en un caso de crisis general.
No fui al supermercado, pero un conserje le preguntó a otro, del edificio de enfrente, si estaba abierto el Mercadona. No estoy seguro, respondió.
¿Cómo? ¿No había pasado ni una hora y ya estaban cerrando los supermercados? Es cierto, ¿cómo cobrar si no funcionan los posnets, las cajas? ¿Qué empresario estaba dispuesto a vender sin controlar su inventario, sin saber cuánto dinero ingresaba? A mi paso vi una farmacia completamente cerrada, y otra a oscuras, pero con las puertas abiertas.
La gente seguía saliendo de los edificios y de las oficinas. Emprendían el camino para reencontrarse con familiares. Pero no era tan fácil. El túnel de la M-30 cerró, le dijo una mujer a un hombre, mejor espera. Otro grupo de mujeres preguntaba a la policía cómo viajar a las afueras de Madrid. El metro no funcionaba, tampoco los trenes.
Es cierto que el sol y el buen tiempo operaron como alicientes. En la capital española siempre impera el buen rollo. Sin embargo, llevábamos cinco o seis días de huelga de los basureros. Montañas de basuras adornaban las calles de la ciudad. Eso y las ambulancias y los patrulleros que, con sus sirenas encendidas, se escabullían entre las largas filas de autos detenidos, conformaban una escena caótica. El sonido de los helicópteros aportaba más suspenso.
Me detuve frente al ministerio de Exteriores con la esperanza de encontrar un wifi abierto, pero no hallé ninguno. Continué algunas cuadras hasta que di con una de un edificio corporativo. El mercado sobrevive al Estado en medio de la emergencia, pensé.

Acceso libre si deja sus datos. Sí, lo justifica. Abrí la portada del diario El País: Un apagón paraliza España. Los hospitales funcionan con servicios mínimos. Trenes y metros suspendidos. Portugal suspende el transporte y evacúa a miles de pasajeros en el aeropuerto de Lisboa. Caos en el centro de Barcelona: “¿Esto es el fin del mundo?”.
Entre a X y leí un titular de una agencia: El gobierno asegura que el servicio será reestablecido en un lapso de entre seis y diez horas. Bien, pensé. Una certeza. No estamos en guerra, ni vamos a morir de sed y hambre en los próximos días. Aunque no sepamos aún la causa del apagón, Internet volverá a funcionar, podremos estar comunicados de vuelta. La salvación…
Volví a mi casa a esperar. Los cafés y restaurantes estaban apenas ocupados. Una señora mayor leía un libro en una mesa, sola, con un gesto de ligero disfrute. Un hombre intentaba sin éxito parar un taxi libre. Los agentes de tránsito habían llegado al menos a la intersección de Juan Bravo y Velázquez, donde la situación se complica incluso con los semáforos en funcionamiento.
No llegó el mensaje pero lo grabo de vuelta por las dudas, dijo un chico que caminaba teléfono en mano, voy a volver a casa, pero es todo un caos. Igual estamos bien. Era verdad, estábamos bien. Habían pasado solo unas pocas horas desde que estábamos sin luz, incomunicados. Muchos no lo sabrían, pero pronto todo volvería a la normalidad. Era una suerte de ensayo, un simple ensayo del apocalipsis.
AF/JJD
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