Fue sodero, es trabajador sexual y quiere dedicarse al porno: “Juzgar es gratis”
Todo se terminó cuando no fue la clienta sino el marido quien lo esperó, preparado para lo peor, en la vereda de la casa. Hasta esa mañana, Leandro Ezequiel -así se hace llamar y así lo nombraremos- cumplía con el recorrido habitual de reparto de soda. Tenía 22 años y el cuerpo fresco como fruta de verano. Apenas despuntaba el día, Leandro ponía en marcha el camión y bajaba soda y bidones por General Rodríguez, por Francisco Álvarez, por Morón. Timbre a las siete, timbre a las ocho y a veces no hacía falta: hubo clientas que lo esperaban afuera, en calzas o en escote, con el cajón de sifones listo para el retorno.
Pero: aquella clienta. Al borde de los 40, dos hijos, dueña -junto al marido- de una casona imponente en un barrio del Oeste de Buenos Aires. Un día la mujer le pidió que por favor le cambiara el bidón del dispenser. Era razonable: 20 litros, pesado. Leandro entró en la cocina y dio vuelta el bidón cargado con agua. A la semana siguiente, la clienta le abrió la puerta y le pidió que revisara el dispenser. Que estaba roto, rogaba; que el marido volvía tarde, que si no, se quedaba sin agua. Era temprano. La mujer ofreció disculpas al sodero, que llegó justo después de que cerrara el grifo de la ducha. La ropa interior asomaba por debajo de la bata de seda.
“Imaginate, yo me ratoneaba por tres millones. Cada vez que me pedía que entrara en la casa por algo, salía loco. Era un trabajito de hormiga. Ella me buscaba mientras yo buscaba el punto de quiebre. Era un juego todas las semanas. El día del dispenser roto, ella se inclinaba y me decía ‘¿ves? acá’, pero yo no podía ver nada más que a ella de espaldas, agachada. Me di cuenta de que estaba buscando que la agarrara de atrás y avancé y me sacó la camisa y fue un quilombo. Esa fue la primera vez y no paramos más. Yo le tocaba el timbre y ya sabíamos…”.
Habla Leandro, hoy trabajador sexual y, claro, ex repartidor de soda. Los encuentros con la clienta empezaron a ser parte del recorrido obligado con el camión. También hubo hijas de clientas, hubo madres de hijas clientas, hubo tías de clientas. Cuando era chico, si a Leandro le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, él respondía: “Cura o actor porno”. Aun con el abismo que hay en el medio entre un oficio y otro, hizo la catequesis, fue a misa y llegó a tomar la confirmación. Pero nunca vistió sotana. De aquella época de sifón en mano, Leandro recuerda: “Me subía al camión con el único objetivo de garcharme a la clienta que fuera”. El marido de la mujer de la bata y el dispenser le cambiaron los planes. Cuando Leandro lo vio parapetado frente a la reja, siguió de largo. Nunca más tocó el timbre en esa casa.
Pero a las mujeres no les cobraba. El sexo a cambio de dinero durante el reparto de soda empezó con los varones. Con ella y con ellos funcionaba el mismo hechizo. El uniforme claro y de una tela liviana y fina, ajustado al cuerpo entrenado; “el bulto” -así lo llama- acomodado de costado, porque “para abajo” le molestaba. “Es que es grande”, avisa Leandro, que ahora tiene 28 años y habla de ese tiempo en esta charla por videollamada. La pantalla del teléfono devuelve la imagen de un hombre ocupado en el detalle. Ahí están las marcas del paso del peine, ahí está el dibujo del afeite, ahí están los ojos chinos, que sabe cómo y cuándo poner. Arma un pucho Leandro y queda envuelto en su voluta. Se acomoda el cuello de la camisa, se arremanga un poco. Un muñeco de barrio.
“Cuando empecé a trabajar de esto, todo iba en contra de mis principios, de mis gustos”
La presentación es así, sin comas: “Hétero activo sin besos no mamo”. Las condiciones las cuenta Leandro: “De acá para acá (en un gesto de manos indica que es de las clavículas para abajo), ellos pueden chuparme todo lo que quieran. Pero no pueden meterme el dedo en el culo ni un objeto. Tampoco me gusta que me toquen el cuello ni que me toquen la cara ni que me metan los dedos en la boca, eso no se puede. El pago se hace apenas entro en el domicilio. El servicio es por una hora. Llego y miro el reloj: si son las 12.30, una hora después estoy afuera. No importa qué lleguemos a hacer en ese tiempo. Está todo súper aclarado. Son mis condiciones. Yo trabajo así. Y la gente, garantizado, disfruta igual porque vuelven a llamarme”.
Primero fueron extranjeros, varones que esperaban que el sodero llegara y después de intercambiar vacíos por llenos, le ofrecían dinero para hacerle sexo oral o tocarlo. Leandro aceptaba, dejaba el camión en marcha, entraba, cerraba la puerta. La cuestión duraba lo que un suspiro. Dejó de distribuir soda porque con los encuentros casuales duplicaba el sueldo como repartidor. Pero Leandro, que impone condiciones, tuvo que hacer concesiones: a él, varón cis hétero, no lo excitan los varones. Sucede que la paga es buena y quienes solicitan sus servicios como trabajador sexual son, en su mayoría, hombres.
Empezó a hacer encuentros cuando todavía vivía con su familia. Mentía. Pedía prestado el auto y les decía que le había salido una buena changa, camarero para un servicio de cátering de lujo. Leandro volvía con un dinero que era imposible para ese tipo de trabajos. Tuvo que blanquear: “Pero nunca dije que me vendía por sexo. Fui más por el lado profesional. Porque yo soy muy profesional en lo que hago”, dice. Cuando pudo alquiló un departamento en Palermo. Atendía entre tres y cuatro personas por día, y solo descansaba los domingos. Era 2020 y un día su cuerpo no pudo más. Y su cabeza, dice, tampoco.
“A la hora de tener sexo soy muy de lo físico. Cuando yo tengo sexo con una persona x, no conecto mentalmente, espiritualmente…”
Entonces si tu manera de vincularte con el sexo es tan física, es decir, no hay compromiso emocional…
Salvo que sea una mujer y esté buena. Le hago lo que nadie le hizo, eso seguro.
Okey, vuelvo: entonces si a la hora de laburar tu manera de vincularte con el sexo es tan física, es decir, no hay compromiso emocional, ¿Cómo haces con los varones, que no te gustan?
Hay todo un trabajo mental. Uso mucho la pornografía. O sea: miro porno y lo atiendo a él también.
¿Y qué mirás?
Porno hétero, lesbianismo… Me calienta muchísimo el squirt (N. de la R.: la salida de un fluido a través de la uretra durante el orgasmo femenino). Busco algo que me ponga más fuego para poder darle el mejor servicio al cliente, que está pagando por el encuentro.
¿Cómo te sentiste cuando empezaste a cobrar?
En ciertos servicios me sentí incómodo. Es algo que puede pasar porque te toca de todo. No siempre es una mina linda o un chabón que vos decís “mirá que fachero”... De hecho hay un caudal importante de gente grande que paga por sexo y tenés que estar ahí, eh. Cuando empecé a trabajar de esto, todo iba en contra de mis principios, en contra de mis gustos. Soy heterosexual, a mí me gustan las mujeres. Después de los primeros encuentros, me quedaba una sensación extraña, onda “qué hice, por qué lo hice”. Pero lo fui trabajando y hoy no me cuesta nada. También es una oportunidad para conocer gente nueva. Incluso hay clientes con los que entablamos una especie de amistad, salimos a tomar algo, nos juntamos a charlar. Y se te abren un millón de puertas.
Soy heterosexual, a mí me gustan las mujeres. Después de los primeros encuentros, me quedaba una sensación extraña, onda 'qué hice, por qué lo hice'.
¿Cómo cuáles?
Gente importante.
¿Cuán importante?
Muchos famosos. Famosas. Conocí mujeres increíbles. La farándula es hermosa. Y no, no quiero ser parte de la farándula.
¿Alguna vez, durante un encuentro, llegaste a decir “esto está buenísimo y además me van a pagar”?
Sí, con una pareja. Hace poco. Me preguntaron si estaba disponible, yo había terminado de almorzar y estaba listo para empezar a trabajar. Quedamos a la una, un servicio de dos horas. Tocan timbre, súper puntual, les bajo a abrir y veo a un tipo, normal, y a ella… Ella era una hermosura. Era algo divino. Divino. Yo no lo podía creer. Era una bomba, era inolvidable.
¿Qué te habían propuesto?
Él pagó para que yo tenga relaciones con su mujer. Una belleza.
¿Y él qué hacía?
Se desnudó, se sentó en un sillón a mirar. O iba y venía dando indicaciones: ponela así, ponela acá, hacele esto. Le decía: “Mi amor, quiero que la pases bien…”. En ningún momento él se acercó a mí. Increíble. Te dije que me pagaron por dos horas, de una a tres de la tarde. Bueno, se terminaron yendo a las siete y media. Fue delicioso. Mirá, te estoy contando y me caliento.
¿Cómo es atender entre tres y cuatro personas por día?
Fue una época muy heavy. Arranqué con todas mis fuerzas y en el último mes la pasé bastante mal. Me sentía mal psicológicamente, no tenía tiempo de pensar. Me abrumó muchísimo la cantidad de clientes por día. En un momento no tenía ganas de tener sexo con nadie. Era sexo por plata, sin disfrute. Y sentí que me estaba descuidando. Además el promedio eran 20 tipos contra cuatro minas por semana. Lo hacía porque soy un profesional, pero iba muy en contra de mis gustos.
Para sostener…
Enviagrado. Nunca googleé “qué pasa si tomo un viagra por día…”. Me daba miedo. Pero si tenía que penetrar a un varón, tomaba medio y podía coger seis horas mirando porno.
¿Hay tarifa diferencial para varones y para mujeres?
Sí, claro. Hoy sería más, pero si la tarifa era $5 mil completo para una chica, un completo para un hombre, eran $8mil. Si querés, flaco, ponela. A las chicas no, las mujeres me encantan. Y si me caés bien, el próximo es free.
¿Por qué sobre las mujeres que se dedican al trabajo sexual hay una mirada distinta que sobre los varones que hacen lo mismo?
Es cierto que sobre nosotros hay otra mirada. Las mujeres son, en general, estigmatizadas. Me cuesta entenderlo porque en ellas me veo a mí, son personas que aprovechan su cuerpo y hacen plata. Creo vivimos un tiempo y somos parte de una sociedad donde hablar es gratis y juzgar también. Hay personas que lo hacen por necesidad. Pero también hay muchas otras personas, como yo, que lo hacen porque lo disfrutan. Coger es la experiencia más hermosa que tenemos. Está en el top tres, antes de comer y de dormir. No hay nada igual. La verdad es que si no estás de este lado, no podés hablar.
Fue la cantidad, pero también fue la pandemia. Hoy Leandro hace menos encuentros que antes porque está dedicado a generar contenido para Onlyfans, Loverfans y su canal de Telegram, que es privado y pago. Se autogestiona: filma, edita, publica y publicita sus videos y fotos. Sabe que vende muchísimo el material pensado, es decir, rodado en un set, con guión y varias cámaras, y con modelos. Pero él prefiere el contenido amateur, espontáneo y casero. A veces pregunta a sus clientes o clientas si puede filmar el encuentro, les asegura que no habrá manera de que los identifiquen. No le interesa que el montaje sea de calidad, pero sí que lleven una marca de agua porque suelen “robar” sus imágenes.
Aquel chico que fue, el que esperaba que lo dejen solo en su casa para ir a buscar esas dos revistas porno que alguien había escondido, es el tipo que arma otro pucho y desea: “Yo siempre quise ser actor porno. Ya hice mi primera experiencia, una película que se va a estrenar en marzo. Me encantó. En los servicios hay que improvisar: el gemido, la carita, el ah, oh, uh… Acá llegué, me dijeron lo que tenía que hacer y me pagaron la actuación en el rodaje. Ese es el primer paso. Lo que sigue es ser el dueño de una productora de porno que rompa todos los esquemas en Argentina”. Y Leandro se acomoda el cuellito de la camisa, achina lo ojos, fuma.
VDM/SH
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