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Desigualdad creciente

Vivió dos años en la calle y ahora ayuda a los ‘sin techo’ de Buenos Aires: “Sus historias son las de cualquiera”

Gabriel Martínez, vivió en la calle y una simple pregunta –¿necesitan algo?– le cambió la vida. Ahora ayuda a otras personas que pasaron lo mismo que él.

Facundo Lo Duca

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Fueron dos cumpleaños seguidos que los pasó sin saludos, ni torta, ni los abrazos de Amelí y Benjamín –sus dos hijos–, y a la espera de quedarse dormido en la avenida Alem del centro porteño. Fue la luz blanca de un McDonald que lo alumbró por las noches y lo hizo sentirse menos solo. Fue una lluvia que lo encontró volviendo de una iglesia del barrio Constitución: una vianda de comida en una mano, su mochila con ropa en la otra, empapado, con un frío que lo estremeció como nunca. Fueros algunos intentos de robo a esa mochila: su única pertenencia. Fue una pelea que presenció en un parador del Gobierno de la Ciudad y huyó despavorido. Un subsidio habitacional que pidió y nunca llegó. Una “ranchada” que integró algunos días.  Fue un grupo de personas vestidas con una pechera blanca que una noche de 2020, en plena pandemia, bajaron de un auto en la esquina de las avenidas Alem y Corrientes, se le acercaron y le preguntaron qué necesitaba. Gabriel Martínez, de 37 años por entonces, no supo qué responderles. Tampoco que esa simple pregunta le cambiaría la vida.

“¿Necesitan algo?”, pregunta hoy, un viernes de septiembre por la noche, Gabriel Martínez, a tres personas que descansan sobre un colchón mullido en la calle Tacuarí del centro porteño. Gabriel está junto a cuatro voluntarios más de ‘Amigos en la Calle’, una fundación que desde el 2017 reparte viandas de alimentos y ropa a las personas que pasan la noche a la intemperie en la ciudad.

Cursé hasta un segundo año de Ingeniería en alimentos en la Universidad Tecnología Nacional, pero dejé por el laburo

“¿No te sobra una campera, corazón?”, le pregunta una de las mujeres desde el colchón. Tiene el pelo negro por la cintura y viste una remera verde que dice ‘Love Me’. Gabriel y el grupo revisan una bolsa con ropa que llevan para estas ocasiones. Pero no hay ninguna campera. “La próxima te traemos”, le dice Gabriel. La escena se repetirá unas diez veces en diferentes esquinas y calles aledaña a la Avenida 9 Julio. “Cada vez vemos más personas en la calle”, dice Gabriel. Camina pausado, mientras lleva una conservadora azul repleta de viandas. “Por suerte ya pasó un poco el frío”, señala. Un frío que alguna vez no lo dejó dormir.

Un largo camino de vuelta a casa

Gabriel, 41 años, empleado en una distribuidora de golosinas, nació en el barrio de Paternal. Su papá murió cuando tenía cuatro años y fue criado por su madre, una trabajadora del rubro transporte. Con cuatro hermanos, Gabriel no sufrió carencias, pero tampoco vivió grandes lujos. “Empecé a trabajar ni bien terminé el colegio”, cuenta, sentado en un café de Avenida de Mayo. Viste una campera gris finita y habla pausado, “Cursé hasta un segundo año de Ingeniería en alimentos en la Universidad Tecnología Nacional, pero dejé por el laburo”, dice.

Sus primeros empleos lo encontraron como cadete en diferentes empresas del microcentro. Desde una torre vidriada del Grupo Techint, en donde los hacían leer diarios como ‘El Cronista Comercial’ para saber el tipo de cambio y mantenerse informado de la actividad económica local, hasta compañías más pequeñas. En ese tiempo, con 21 o 22 años, empezó a consumir cocaína. Al principio no parecía un problema, admite, pero “luego se le fue de las manos”. En 2010 fue padre por primera vez de Benjamín. Tres años después, llegaría su hija Amelí. En 2016, con 33 años y haciendo trabajos informales, se separó de su mujer. “Ahí empecé a consumir más cantidad”, cuenta. “Y arrancó una especie de debacle. Dejé de ver a mis hijos y a mi familia. Todo se desmadro”.

A fines del 2018, Gabriel pedía dinero en los subtes de la ciudad y ya pasaba algunas noches durmiendo en la calle. “Si juntaba algo, lo usaba para pagarme alguna pieza o para consumo”, recuerda. En esa época, cuenta, sintió un punto de no retorno a su vida anterior. Para el 2020, en plena pandemia, las calles del centro de la Capital ya eran su refugio habitual. Las escalinatas del Centro Cultural Kirchner, el suelo frío de la terminal de ómnibus de Retiro o la recova de la Avenida Alem. Todo servía para pasar la noche. Todo menos los paradores del Gobierno de la Ciudad. “Fui una sola vez y me escapé cuando vi cómo se peleaban adentro. No me sentí cómodo”, cuenta. También pidió un subsidio habitacional al estado porteño, pero nunca le salió. 

Una noche de 2020, sin embargo, en medio de una ciudad vacía por las restricciones sanitarias, un grupo de voluntarios de ‘Amigos en la Calle’ lo encontró durmiendo solo. Le dieron unas viandas y ropa. Fue en ese momento que a Gabriel se “le activó algo”. “Su calidez en el trato me caló hondo”, dice. “En plena pandemia, un grupo salía a ayudar a los demás. Me pareció espectacular”, cuenta. Desde ese día, todos los viernes, Gabriel esperaba con ansias la llegada del grupo. Pero hubo una noche que no vinieron. Los contactó por redes sociales a través de un celular y el WiFi un Mc Donald. Tenía hambre y no había conseguido nada para comer. Al rato, una mujer apareció con unas milanesas caseras. “Fueron las mejores que comí en vida”, dice. Pero hubo otro mensaje que Gabriel le envió al grupo un tiempo después. Un mensaje que lo cambió todo.

“Yo estaba sentada en el balcón de mi casa y veo un mensaje de Gabi”, cuenta Silvina Iglesias, fundadora de ‘Amigos en la Calle’. “Y cuando lo leo, me ponga a llorar”, recuerda Silvina. El mensaje, enviado en 2021, decía así: “Soy Gabriel, el pibe que asisten en Corrientes y Alem. Les quería contar que conseguí trabajo y salí de la calle. Me gustaría sumarme como voluntario”.

“Imaginate la cantidad de personas que asistimos. Recibir algo así confirma que nuestra tarea sirve. Y mucho”, señala la fundadora. Gabriel había empezado a trabajar para una aplicación de delivery, tras conseguir una bicicleta prestada. A su vez, acudía a un centro de tratamiento por su adicción. Para el 2022, Gabriel volvió a dormir bajo un techo y había empezado a vincularse nuevamente con su familia. Todos los viernes por la noche, desde entonces, sale con el grupo a asistir a los que estuvieron en su lugar. Como un espejo que le rebota su propia historia, impidiéndole mirar hacia otro lado.

‘Terrorista’ sin techo

“La calle no sale de uno. Yo me acostumbré a dormir con un ojo abierto. Son cosas que te quedan”, dice Gabriel, de nuevo en un recorrido nocturno con ‘Amigos en la calle’. Es un viernes y acaba de publicarse el nuevo índice oficial de pobreza: un 52,9% del país está al borde la indigencia. Los resultados de la recesión económica pueden verse a metros del Obelisco.  

La calle no sale de uno. Yo me acostumbré a dormir con un ojo abierto. Son cosas que te quedan

Desde la nueva gestión de Jorge Macri en la Ciudad, y en continuidad con la administración de Horacio Rodriguez Larrea, el abordaje hacia la problemática de las personas que duermen a la intemperie es controversial. Desde publicidades oficiales “desapareciendo” a indigentes en supuestos operativos de limpieza de veredas hasta los dichos del secretario de seguridad, Diego Kravetz. “Si le das comida a una persona que vive en la calle, la acomodás en la pobreza”, dijo Kravetz.

“Ellos quieren que nosotros dejemos de ayudar, pero no hacen nada para que eso suceda”, señala Silvina Iglesias. “Nos piden también que a las personas les recomendemos que vayan a paradores a los que no conocemos cómo funcionan ¿Por qué tengo que recomendar un lugar al que nunca fui?”, se pregunta la fundadora del grupo. 

En abril del 2024, el Gobierno porteño informó que habían 3.560 de personas ‘sin techo’ en la Ciudad, de las cuales 2.235 se encontraban en un Centro de Inclusión Social (CIS) y 1.325 dormían afuera. Distintas organizaciones, sin embargo, cuestionan la metodología con que el Gobierno realiza esa medición, asegurando que el número es mucho mayor. De acuerdo con el último Relevamiento Nacional de Personas en Situación de Calle (ReNaCalle) en diciembre del 2023 había 8.028 de ciudadanos que pasaban la noche a la intemperie.

“Creo que el individualismo nos va a arruinar”, retoma Gabriel. En las recorridas que hace a veces lo acompaña su hijo, Benjamín, de 15 años. “Me gusta que venga y generarle conciencia. Ya sabe que su papá estuvo en esa situación. Al principio fue difícil explicarle, pero ahora le gusta venir”, cuenta. “Hay que escaparle a lo individual”. Si uno acompaña al grupo puede notarse la llegada que Gabriel tiene con las personas que asiste. Su forma de desenvolverse y de hablar lo diferencian del resto. “Por su historia, Gabi tiene una sensibilidad singular”, apunta Silvina. “Empatiza desde otro lugar”.  

Una noche del 2023, Gabriel y el grupo se encontraron en la esquina de Mitre y Carlos Pellegrini a una persona que les pidió ayuda casi desesperadamente. Luis Alberto de la Vega, de 41 años, les contó de su problema de adicción y de que no tenía para comer. Gabriel conectó de inmediato con su historia. “Me vi reflejado en él”, dice. Se ocupó personalmente de ayudarlo con los trámites para entrar a un programa de rehabilitación. Por un tiempo todo anduvo bien. Hasta que el miércoles 12 de junio de este año, mientras Luis Alberto buscaba comida en unos tachos de Avenida de Mayo, la Policía de la Ciudad lo detuvo en el marco de las protestas por la Ley Bases. Fue acusado, junto a otras 32 personas, de “incitar una a la violencia colectiva contra las instituciones” y apresado en una alcaldía de Parque Patricios. Luis Alberto, según el Gobierno nacional, era un “terrorista” sin techo.

“Al primero que llamó fue a mí”, dice Gabriel, quien lo visitó mientras estuvo detenido. “Me angustió mucho porque él ni siquiera había participado de la manifestación. Estaba buscando comida”, señala. Uno de los requisitos que la justicia exigía para liberar a Luis Alberto era que tenga un domicilio fijo para que la justicia pueda contactarlo. Fue entonces que el abogado Emiliano Villar y la organización Proyecto 7, conformada por personas que velan por los derechos de las personas en situación de calle, ayudaron a que salga. “La sobreseyeron, pero la pasó mal. Casi lo mandan al penal de Ezeiza”, detalla Gabriel

Luego de pasar por una mala experiencia en un parador del barrio de La Boca, Luis Alberto volvió a estar en la calle. Gabriel intenta ayudarlo ahora con el subsidio habitacional. Llegó al punto de encuentro donde ‘Amigos en la calle’ se reúne para dividir las viandas. “No sé qué hubiera hecho sin Gabi”, dice Luis Alberto. “Le debo mucho. A él y a todo el grupo. Nunca me dejaron solo”.

Gabriel y su ‘amigo en el camino’ charlan ahora a la par del grupo. Tienen casi la misma edad y es posible que se hayan cruzado por las mismas calles cuando Gabriel dormía a la intemperie. El recorrido empieza. Los dos se despiden. “La próxima viene a repartir con nosotros”, dice Gabriel, mientras sostiene la conservadora de viandas y encara a la primera parada de la noche.

FLD/MG

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