Atención flotante es el correo mensual de nuestra columnista Alexandra Kohan que se propone formular preguntas donde solo había respuestas.
“Son lecturas posibles a partir de cosas, nimiedades que están dando vueltas en el aire y que en apariencia no tienen ninguna importancia. Detenerse y subrayar algo que no había advertido antes. Formular preguntas donde sólo hay respuestas. No tengo todo pensado”, advierte la autora.
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La autora Alexandra Kohan reflexiona sobre el tiempo.
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Esa escuela de zozobra que se llama tiempo.
Alan Pauls
Porque es sólo en esa dimensión sin tiempo que puede quedar inventada una eternidad.
Martín Kohan
I. Mientras escribía el texto del Newsletter anterior -Notas sobre el amor-, me iba topando con subrayados que sabía que configuraban otro asunto: el tiempo. Es que estaba escribiendo sobre la novela Amor, de Juan José Becerra y el tiempo atraviesa muchas de sus ficciones, si no todas -El espectáculo del tiempo, una novela total-. Sabía que me estaba metiendo en problemas, que el asuntito del tiempo es inabarcable -como el tiempo mismo-, pero, a la vez, no podía olvidarme. Intenté dejarlo, pensar en otra cosa, pero el asunto volvió en sueños y en un lapsus. Y es que sí, cuanto más queremos olvidar voluntariamente, menos margen hay para hacernos los distraídos. La cosa vuelve, insiste, acecha: mejor hacerle lugar. Escribir estas notas sobre el tiempo, entonces, como forma de escandirlo. Escribir estas notas sobre el tiempo para puntuar un poco, aunque sea de manera provisoria, ese texto por venir que, como dice Juan Ritvo, “es el único texto de que disponemos”.
II. No nos alcanzaría la vida para leer todo lo que se escribió sobre el tiempo. El enigma de los enigmas, el enigma absoluto. Como dice el astrónomo Camille Flammarion -citado por Olivier Marchon en 30 de febrero, editado por Godot-: “el tiempo es el elemento más misterioso, el más difícil de concebir para el espíritu humano. Es imposible dar una definición de él. Es el reloj marchando en soledad”.
III. Gracias a Emilio Volpe llegué a la conferencia de Borges llamada El tiempo, incluida en Borges Oral, de Bruguera. Dice Borges: “el tiempo es un problema esencial (...). Si se hubiera resuelto ese problema, se habría resuelto todo. Felizmente, yo creo que no hay ningún peligro en que se resuelva: es decir, seguiremos siempre ansiosos. Siempre podremos decir, como San Agustín: ¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro (...) Yo diría que siempre sentimos esa antigua perplejidad, esa que sintió mortalmente Heráclito en aquel ejemplo al que vuelvo siempre: nadie baja dos veces al mismo río”. Pero con el detalle, agrega Borges, de que nosotros también somos un río fluctuante.
IV. Pero también es cierto que no se escribe ni se piensa el tiempo siempre igual, aislado de los signos de una época. Hoy el tiempo viene siendo un bien escaso. Se escucha “no tengo tiempo” desde las agendas atiborradas, desde las múltiples tareas que realizamos día a día. La precariedad -laboral y subjetiva- de estos tiempos. Juan di Loreto se ocupa de la subjetividad atada a la velocidad, tan de ahora, en este texto. Y me hizo acordar a esa idea de Lewis Mumford a la que llegué gracias a Ingrid Sarchman: “El reloj, no la máquina de vapor, es la máquina clave de la moderna edad industrial”. Dice Marchon: “la lista de aquellos que han querido controlar la medición del tiempo es extensa Y eso porque el tiempo, tanto o más que el espacio, es un objeto político: hay que ocuparlo, poseerlo, para controlar mejor los espíritus”.
V. Una vez alguien me preguntó cómo hacía para trabajar tanto y tener tiempo para leer y escribir. Contesté que me tomaba tiempo para perder. Nada de lo que hago lo hago sin perder tiempo. Me resisto, en la medida de lo posible, a ese imperativo productivista de “no hay tiempo que perder”, como si el tiempo pudiera no perderse. “Es mejor asumir que hay cosas que hacemos por puro gusto, sin provecho ni rendimiento”, dijo una vez Martín Kohan. Y es que uno de los signos de esta época, o al menos lo que se hace ver constantemente, es la dificultad de perder algo, de perderse de algo, de perderse del mundo un rato. Las formulaciones “perder tiempo”, “ganar tiempo”, optimizarlo, aprovecharlo, no son sino ilusiones, entre neuróticas y empresariales. Todavía creemos que podemos hacer algo para no perder tiempo. Nada más ineluctable que la pérdida de tiempo. El tiempo acaso sea la nota más cercana que podemos experimentar de lo que es sólo pérdida. Pasa el tiempo -y eso es tan irreversible como la muerte misma-, lo queramos o no. Y esa es su fatalidad. La fatalidad de las fatalidades. Pero queda la memoria que, como sabemos por Borges y por Freud, es una memoria hecha de olvidos. “Pero es un olvido que retiene, esa es la paradoja, la paradoja que inventó el psicoanálisis. Es un olvido que retiene porque lo olvidado permanece de alguna manera, deformado por supuesto pero permanece”, agrega Ritvo.
Y entonces nos inventamos paliativos como la negación, los recuerdos, el olvido, el amor. Y el humor, sobre todo el humor (como el chiste que cuenta Freud del condenado a muerte que, caminando hacia el cadalso un lunes, dice “linda manera de empezar la semana”). Y con esas ortopedias creemos poder interrumpir, por un rato, el paso del tiempo.
VI. Claro que tampoco es suficiente. Porque basta que aparezca el amor, por ejemplo, para que el reloj se acelere y el enamorado le implore, entonces, que no marque más las horas, tal como cantan, por ejemplo, José José, Los panchos o Los pasteles verdes. Me gusta lo que dice Barthes de la temporalidad del amor: “el tiempo amoroso está agujereado. Es un tiempo hecho de migajas: esperanzas, desesperaciones, contingencias, travesías, futilidades, historias, encuentros, ausencias, contratiempos, etc. El sujeto enamorado cree que recibe las migajas del tiempo amado. Salpicaduras de tiempo: tiempo descentrador, orientado, en completa contradicción con el tiempo orgánico (imagen progresiva) del principio”.
VII. El inconsciente es fuera de tiempo, no se rige por la cronología, ni se rige por la sucesión lineal y progresiva. Dice Freud: “Los procesos del sistema inconsciente se hallan fuera del tiempo, esto es, no aparecen ordenados cronológicamente, no sufren modificación ninguna por el transcurso del tiempo. Carecen de toda relación con esta categoría. La relación temporal se halla ligada a la labor del sistema consciente”. A veces nos abruman los recuerdos, brotan, asedian. Como en esa obra de Beckett -el genio de la poética y de la erótica del tiempo- That time en la que el personaje “Él” escucha tres voces distintas -A, B, C-, de tres momentos de su vida. En ocasiones esas voces se superponen, se yuxtaponen, se enciman, se interrumpen. Rompen con la linealidad del recuerdo. Es casi insoportable. Es un texto en bruto, contínuo, sin puntuación. Y cada tanto pregunta “when was that?”.
VIII.
El tiempo para el psicoanálisis no es el cronológico, es un tiempo hecho de desplazamientos, condensaciones, fijaciones, regresiones, retornos, proyecciones, repeticiones, discontinuidades, saltos, cortes, etc. Todos ellos resignificados a la luz del análisis, es decir, a la luz de un lector sin el cual dichas cuestiones no se actualizan -y actualizar no es sino ponerse en acto-. Ese acto suspende las coordenadas habituales espacio-temporales o, al menos, las resiste. Por otra parte, la noción del tiempo en el análisis cobra especial valor, dado que es una de las cuestiones por las que se producirá la expulsión de Lacan de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Es a la fijeza y al estándar de los cincuenta minutos de sesión a lo que Lacan se opone, subrayando que el tiempo de una sesión no puede estipularse de manera anticipada, ni estandarizada. Lacan cuestiona la técnica de los post-freudianos e insiste en que el tiempo de la sesión no podría nunca guiarse por parámetros cronológicos, ya que el inconsciente es atemporal y su lógica es la del acontecimiento. Lacan toma prestado el término escansión de la poética y, a partir de ahí, quedará definida del lado de la interpretación analítica. “El arte del analista debe ser el de suspender las certidumbres del sujeto, hasta que se consuman sus últimos espejismos. Y es en el discurso donde debe escandirse su resolución”, dice.
IX.
The time is out of joint -el tiempo está fuera de quicio- es una de mis frases preferidas de Hamlet -y ahí va Hamlet, intentando infructuosamente ordenar el zafarrancho-. Y pienso en el duelo, en el fuera de tiempo que implica. Y en esa estupidez de aplastarlo con la cronología. Como si el duelo fuera un trabajo -ya Allouch cuestionó muy atinadamente la noción de trabajo de duelo- en el que el tiempo cronológico cuenta. ¿Cuánto es mucho tiempo? ¿Y poco? Nada más desatinado que el tiempo cronológico para “evaluar” un duelo, para cercenarlo y para meterlo en la maquinaria psicologizante y estupidizante de las “etapas”. No hay etapas para un duelo. Se trata de otra cosa. Tiene más que ver con el acto, con el acontecimiento, con el hallazgo, que con un trabajo por etapas. No hay superación del dolor. No es eso. Y el tiempo no es lo que cura. En todo caso, el tiempo propicia que haya algo del olvido que pueda empezar a escribirse. Un olvido posible que, lejos de ser superador, es lo que puede suscitar una escritura, la marca de una ausencia, un pequeño ungüento que alivie la carne viva de lo imposible de olvidar.
X.
La sorpresa del corte -sorpresa también para el analista- suspende la linealidad del tiempo, suspende lo cronológico e ilumina esa “parte” del discurso que rompe con cualquier pretensión de lo esperado. La escansión hace de lo que pasa, algo inesperado. Me gusta la noción de kairos. Bárbara Cassin la trabaja en su relación con la escansión y el tiempo en el discurso. También se detiene en el instante: “lo instantáneo del buen momento: así es el tiempo del análisis tanto para el final de la maniobra como para el corte de sesión y la escansión de la interpretación”. Es un tiempo no espacializable y la autora nos remite a un rasgo propio de la sofística: el kairos: “una de las palabras griegas más intraducibles, es ciertamente [...] una característica de la temporalidad sofístico-analítica”. Se trata del “poros, el «pasaje»”. Jean Allouch, por su parte, se refiere al kairos en su dimensión temporal, sobre la cual el analista no tiene dominio. Es por eso que se refiere a la fragilidad del análisis. Porque se trata de lo singular: la diversidad y, justamente, “la experiencia del relámpago da acceso a lo diverso”. El kairos es ese instante de la “oportunidad de pescar al vuelo”. Instante, acto, precipitación y pasaje quedan relacionados en lo que al kairos, el relámpago, se refiere y no pueden sino hacer resonar la lectura como acto singular (y frágil). Se trata del tiempo definido por Bachelard así: “una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas (...) ya el instante es soledad”. Pero se trata de una soledad creadora, como la de la lectura. Un instante en el que se suspende lo ya-sabido, un instante en el que se puede empezar a leer de otra manera, un instante en el que se puede pasar, por fin, a otra cosa.
Un análisis: “nada cambia tanto como el pasado”, como le gusta decir a Florencia Angilletta.
AK
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Atención flotante es el correo mensual de nuestra columnista Alexandra Kohan que se propone formular preguntas donde solo había respuestas.
“Son lecturas posibles a partir de cosas, nimiedades que están dando vueltas en el aire y que en apariencia no tienen ninguna importancia. Detenerse y subrayar algo que no había advertido antes. Formular preguntas donde sólo hay respuestas. No tengo todo pensado”, advierte la autora.
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