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Arquitectura y memoria: cómo será volver a tomar un café en la Confitería del Molino.
Hay una fatalidad que envuelve a la arquitectura. Ella está sometida a la voluntad de su época; pero es testigo del paso de los tiempos ulteriores de las sociedades que la habitan y la identifican. Digamos que las personas pasan, y la arquitectura queda (y ve cómo nosotros pasamos por ella). Los edificios históricos, sin querer, hacen las veces de máquinas del tiempo: un artefacto en el que nos introducimos para habitar el pasado. Mientras las personas nacemos, crecemos y morimos (esa es nuestra fatalidad); los edificios se construyen, se habitan y se demuelen o se olvidan. De esta analogía, se desprende que los edificios históricos no sucumben sólo ante una demolición, sino también y quizás principalmente ante el olvido.
No me gusta pensar que un edificio es histórico por ser un abanderado pródigo de la Historia con mayúscula, pero sí por ser partícipe necesario de historias con minúscula, que merecen ser contadas y no olvidarse. Si reemplazamos a “la Historia” por “las historias”, entonces dejaremos de pensar en el tiempo como una línea recta para empezar a interpretarlo como una red, donde cada historia es una cuerda que se teje con otras, que son paralelas, o se cruzan, pero que entre todas construyen la memoria de la sociedad. Algunas cuerdas son más gruesas; otras, más finitas; algunas están sujetadas firmemente; otras, deshilachadas. Pero la memoria es esta red multidimensional y multidireccional que entreteje las historias de un edificio y de las sociedades que lo habitaron, y es lo que lo mantiene vivo además de su conservación material.
El Salón Principal de la Confitería del Molino fue totalmente restaurado. En sus pisos de madera encerada, mesas y sillas apoyaban sus patas y recreaban el pasado con botellas de la época. En vitrinas aledañas estaban exhibidos hallazgos arqueológicos. En algunas paredes, recortes de diarios o publicidades. La confitería fue recuperada: tanto desde su arquitectura (patrimonio material) como desde su gastronomía (patrimonio inmaterial). Y claro, ¿qué cosa es más característica de una confitería si no es su gastronomía?: “Este es un ámbito de saberes que estamos reconstruyendo a través de los recetarios que tenía el maestro pastelero que guardaba su secreto y le iba diciendo a sus aprendices cómo mezclar los ingredientes.” -aporta Mónica Capano, especialista asesora de la Comisión Bicameral Administradora del inmueble. “De este lugar germinaron muchas pastelerías, porque muchos de los que trabajaban acá terminaban luego su jornada laboral en confiterías como la del Progreso que hoy sigue haciendo las maravillas que se comían acá. Estamos trabajando en las recetas que serán adaptadas, porque claramente hoy en día nadie resistiría los huevos que llevaban esas recetas.”
Si la historia se escribe, entonces la memoria es un palimpsesto: diversas escrituras superpuestas unas a otras. La crónica de esta tarde de viernes 08 de julio de 2022 me encontró en Av. Rivadavia 1815, en el ingreso de los acreditados a la prensa, presto para iniciar la recorrida por la reapertura del Edificio del Molino. El común denominador del público general que atravesaba la puerta de ingreso al Salón Principal era una sonrisa en el rostro, que muchas veces las noticias de los diarios no pueden sacarnos. Cada una de esas gesticulaciones ya estaba contando una historia propia.
De entre una marea de gente, una mujer llamada Beatriz se acercó a mí con un teléfono en la mano. Cuando la Confitería se cerró, los teléfonos eran de tubo, y tenían un largo cable que se enchufaba a la pared para poder establecer una comunicación. En la actualidad, la inmensa mayoría son celulares móviles. Además, ahora sus funciones están fusionadas con las de la cámara fotográfica. Me pidió que le tomara una foto, pero yo no sabía lo importante que era esa foto para ella. A cambio de ese favor, le pedí unas palabras:
“No es la primera vez que vengo. He venido a todas las aperturas que se hicieron para mostrar los avances -por ejemplo, para La Noche de los Museos-. Le vengo haciendo un seguimiento. Está impecable”.
“Viví un tiempo en el cuarto piso B. Tenía la entrada por Rivadavia. Conozco mucho este edificio. Ahora veo esto y me emociona. Ya en aquella época estaba deteriorado, pero ahora es impresionante cómo está quedando.” Las primeras lágrimas humedecieron sus ojos. Las siguientes, empañaron sus anteojos: “Me trae muchos recuerdos. Al haber fallecido mi mamá, fui criada por una hermana de mi papá. Veníamos siempre. Nos sentábamos en ese mismo lugar (señala la mesa junto a la cual le saqué la foto). Ella no está, obviamente, y todo esto me lleva a esos recuerdos. Me emociona totalmente.”
En esa imagen estaba la Beatriz de ahora con el Molino de antes. ¿El de ahora es el mismo?: “Yo quisiera que fuera la Confitería Del Molino que fue siempre. Nosotras éramos las del café: veníamos a tomar un café o un té con unas masas. Espero que pueda volver a tomar otro café como antes.”
Más historias se entrecruzan con la de Beatriz. Dos hermanas, Marta y Nora, alimentan la memoria de la Confitería con su testimonio: “Hemos bailado en estos salones. Hemos asistido a fiestas infinidad de veces, y la confitería propiamente dicha la hemos recorrido porque nuestros padres eran habitués. Sobre todo nuestro padre que era funcionario de Casa Rosada.”
Volviendo al concepto de máquina de tiempo, el lugar les desbloquea, con nostalgia, sentimientos atados a recuerdos, que quizás no sabían que volverían a experimentarlos jamás: “Nos enteramos por Internet de la convocatoria, y seguimos la restauración por las redes. Pero hoy regresamos aquí después de mucho tiempo: empiezan los recuerdos de épocas de la infancia que una ha transitado; de los padres, que siempre están presentes también. Pero regresar acá te remueve interiormente. Muchos momentos de vida, infancia y adolescencia” -me cuenta una de ellas. Agrega su hermana: “Adolescencia ante todo. Acá vinimos a muchísimas fiestas: cumpleaños de 15 y casamientos. Siempre modernas y arregladas. Nos cosía nuestra madre 48 horas antes de cada fiesta. La orquesta, allá arriba, con temas de los años 60 y 70, el twist… Cada época tiene su encanto.”
Les pregunté sobre cómo va a convivir un edificio del siglo XX con una sociedad adentrada en el siglo XXI. “Va a haber una modernización, una actualización, un aggiornamento lógico, pero manteniendo, creemos, la tradición de lo que marcó la época. Nosotras nos adaptamos a lo que venga. Creemos que van a mantener una parte tradicional porque a lo mejor hay gente grande que quiere volver a la época. Esto no es un atraso; es mantener el espíritu de la época.”
Beatriz no conoce a Marta ni a Nora. Pero ellas tres, como tantísimos otros testigos de época, volverán al solemne salón que recuerdan y se sentarán a tomar un café. Sus historias se entretejerán. Y de hoy en adelante se escribirán nuevas historias en ese palimpsesto que es la memoria, y mantendrán viva a la Confitería del Congreso. Porque el edificio fue restaurado, y sus historias se seguirán contando.
AB
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