Fuimos reyes: una historia de amor, locura y muerte al ritmo de Los Redondos
Ahora los españoles reaccionan a “Ji ji ji” en Youtube y el Indio Solari tiene una cuenta de Instagram, pero la fascinación, basada en el misterio, que generaba la existencia de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota hasta principios de los 2000, es -más allá incluso de la música- una de las mejores sensaciones que deparó el rock argentino. En Fuimos reyes (Planeta), Mariano del Mazo y Pablo Perantuono se sumergieron en ese misterio.
El libro fue publicado en 2015, tuvo varias ediciones y ahora se reedita con el agregado de algunos testimonios y un prólogo de Mariana Enríquez. Cercana por el recuerdo de algunos recitales legendarios, lejana por cierta indiferencia posterior, la perspectiva de Enríquez es equidistante y por eso mismo gambetea los lugares comunes: entre otras ideas, sostiene que Los Redondos eran “una banda totalmente heterosexual, no machista” y que “uno no iba a divertirse a un show de Los Redondos” sino a “encontrarse con el peligro y con una especie intensa de fiesta, con euforia pero sin sonrisas”.
“El Indio Solari, por ejemplo, ¡me tiene las pelotas llenas!” escribió el mismo Solari a los autores, para negarse, amable y sardónicamente, a dar su testimonio. La ausencia, por un lado, le otorga más protagonismo a Skay y Poli, que sí hablaron, y, por otro, no se nota tanto, ya que la mirada de Solari sobre mucho de lo que se cuenta, incluida la separación, ya se podía reponer en 2015 de las entrevistas que fue ofreciendo a lo largo del tiempo. Recuerdos que mienten un poco, autobiografía conversada del Indio junto a Marcelo Figueras, publicada en 2019, podría pensarse como respuesta o contraparte de Fuimos reyes, aunque las contradicciones entre los dos libros son mucho menores que las que se podrían esperar.
Un punto fuerte es la recreación pormenorizada de una coyuntura cultural que Los Redondos no comparten con ningún otro artista del rock local. En su historia caben el paso del Indio Solari por el Siloísmo, los intentos de vida en comunidad de Skay y Poli y la experimentación con drogas como puente hacia el misticismo. De hecho, “neurosis mística” es el diagnóstico que un médico, amigo del padre de Skay, hizo de su conducta cuando vivía con Poli en Pigüé y la pareja curtía el hippismo en un ambiente rural absorto. El padre de Skay era Aaron Beilinson, un ingeniero reconocido en La Plata, secuestrado por el ERP.
También, dispersas, se encuentran imágenes impensadas: el Indio y Skay creando demos con el Delay-Sampler Boss RSD10 de Zeta Bosio (en la casa de Gonzo Palacios), o Marta Minujín bautizando “Skay” al guitarrista, por el color de sus ojos. A diferencia de Skay, que entabló vínculos con La Cofradía de la Flor Solar y Edelmiro Molinari, es evidente el rechazo temprano de Solari a entrar en contacto con el mundillo del rock. Los entretelones de los primeros recitales de la banda, en 1977, hacen pensar en una marginalidad elegida que, como una burbuja, los protegía del contexto.
Solari, siempre irónico, declaró que su “colaboración con Los Redondos estuvo restringida a bautizar a la banda, y a componer todas las melodías y las letras de cada una de las canciones de la discografía”. Esto es algo usual después de las separaciones, sin ir más lejos Gustavo Cerati dijo lo mismo. Pero a diferencia de Soda Stereo, donde se sabía que la usina creativa fuerte era Cerati, en Los Redondos, hasta ese momento, se pensaba que la participación de Skay, a nivel musical, no era tan menor En todo caso, si Skay no compuso las melodías, por lo menos su guitarra inventó una parte significativa del estilo de Los Redondos, esas pinceladas arábicas en medio de rocanroles para estadios de futbol.
De la experiencia colectiva a la independencia imposible
El libro objeta la idea de que la banda era, por hablar en términos maradonianos, “Solari y 2 más”. En Fuimos reyes Los Redondos son una experiencia colectiva: Mufercho y Enrique Symns, Rocambole y Sergio Dawi. En uno de los testimonios, Willy Crook recuerda a Skay con un silbato, para marcar las distintas partes de los temas en los ensayos. La imagen contrasta con la masterización neoyorquina de Momo sampler, último disco del grupo, en el 2000 y con Solari llevando el rumbo artístico de manera unilateral, lo que en su caso lo atribuye a cierto estancamiento de Skay, mientras el guitarrista supo señalar una apropiación desmedida: “Lamentablemente, el Indio, en algún momento, se creyó Patricio Rey”.
En el medio, el libro tiene un intermezzo, la historia de la muerte de Walter Bulacio. Como efecto de lectura genera un anticlímax que luego se entiende como premeditado, ya que el hecho significa el “the dream is over”, el fin de la inocencia del proyecto artístico.
Después de Oktubre, Tito Fargo, el Piojo Ávalos y Willy Crook se fueron de la banda por no tener la participación que pretendían. Como en otros casos, la historia de la conformación del núcleo de la banda se asemeja al de una purga gradual, que avanza a medida que pasan los años: se alejan los monologuistas, las bailarinas, algunos músicos. El último de estos desacuerdos fue el más obvio e inesperado: la pelea entre el Indio y sus amigos de toda la vida, Skay y Poli. A veces se puede advertir, en los indirectos o explícitos mensajes que se mandan cada tanto en las entrevistas, la continuidad por otros medios de esa amistad.
Algunos de los puntos de vista del libro contradicen preconceptos sacralizados sobre la banda, como por ejemplo la idea de que efectuaron su camino absolutamente por fuera de los medios: “Los Redonditos surgieron como una banda mediática en el más puro sentido de la palabra; fueron algunos medios porteños los que a través de periodistas puntuales los posicionaron en un atalaya de prestigio en la primera mitad de los 80”. En todo caso, Fuimos reyes señala que más que un rechazo hacia los medios, hubo una elección, muy inteligente, sobre en qué medios aparecer. Así la cronología de la banda se liga a la de revistas emblemáticas como Expreso imaginario y Cerdos y peces.
Tenemos, entonces, una manifestación cultural inclasificable que arranca a fines de los 70, con recitales que se fusionaban con un espectáculo parecido a un happening, que termina, en la década del 90, como tema de debate en la mesa de Mariano Grondona. Hablar de Los Redondos ya era un poco como hablar del país y la banda se despide con dos discos que marcaban un nuevo rumbo, más tecno-industrial, en plan Prodigy o en la senda del Bowie de Earthling. Nunca se sabrá del todo si fue primero la distancia musical o la personal, pero era evidente que el Indio quería ir por un camino determinado. No se puede asegurar que Skay quisiera ir por otro, lo que sí que no estaba muy de acuerdo con el del Indio. Sin embargo, su primer disco solista, A través del mar de los sargazos, comienza con una programación electrónica y un tema que podría haber estado en Último bondi a Finisterre.
Cada uno de los hitos que hizo que la banda fuera mutando, hasta desaparecer, es abordado por los autores: tocar en Obras, la reacción al caso Bulacio, grabar en Estados Unidos, la entrada de Hernán Aramberri, los problemas con la policía en los recitales, la discográfica Luzbola, la crisis del 2001, y, finalmente, la custodia del material artístico. En Recuerdos que mienten un poco Solari señala como quiebres fundamentales su mudanza a Parque Leloir y la llegada de su hijo.
El relato de Fuimos reyes indica que en la última etapa de Los Redondos, el crecimiento de la banda ya tornaba imposible cumplir todas sus premisas de independencia. Con la policía, o con alguna empresa, o con un medio: el fenómeno sociológico era imposible de contener sólo con implacable rock and roll, se necesitaba el respaldo de estructuras que hasta hace poco estaban en las antípodas ideológicas. Después de todo, a la distancia, para que el legado de Los Redondos siguiera vivo, tal vez lo único que podía pasar es que se separaran.
MGF
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