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Bianca Abella

18 de abril de 2025 23:59 h

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“Trabajé toda mi vida y cobro la mínima, vengo a reclamar lo que es justo”, dice una de las jubiladas que cada miércoles se da cita en torno al Congreso. No importan las declaraciones del gobierno, las versiones periodísticas ni intimidación de la fuerza de seguridad porque tienen una realidad urgente: haberes de miseria. Hoy una jubilación mínima no llega a 300 mil pesos. El bono de 70 mil que debía mejorar la situación de los adultos mayores está congelado en 70 mil pesos hace un año. “Con lo que cobro de jubilación como una vez al día, ¿cómo no voy a venir? Vengo por una jubilación digna”, dice otra. 

Desde que finalizó la moratoria previsional a fines de marzo, miles de mujeres quedaron directamente excluidas del derecho a jubilarse. Según datos oficiales, siete de cada diez mujeres no llegan a los 30 años de aportes exigidos por el sistema, y para muchas la única vía para acceder a una jubilación era justamente esa política pública ahora suspendida. Sin una nueva ley, el escenario que se abre es de exclusión masiva, especialmente para mujeres que trabajaron toda su vida en la informalidad, como cuidadoras, empleadas domésticas, trabajadoras comunitarias o rurales.

Se conocen. Se saludan a medida que se van viendo en torno al Congreso. Algunas llegan con bastón, otras con casco, máscaras caseras y medidas de protección desde que el gas pimienta y los gases lacrimógenos se volvieron habituales en las manifestaciones, incluso cuando se respeta estrictamente el protocolo antipiquetes que reclama mantenerse en la vereda. “No somos violentas, somos jubiladas defendiendo lo que nos ganamos con años de trabajo. La violencia viene de ellos”, afirma una. La violencia, en este caso, también se traduce en represión: está fresca la imagen del fotógrafo Pablo Grillo, que fue agredido en la cabeza mientras documentaba la manifestación.

La violencia y el miedo no terminaron con las convocatorias: “Seguiremos marchando y haciendo nuestras rondas, como cada miércoles”, aseguran. “no les tengo miedo”, dice otra. Algunas, vanidosas no quieren decir su edad. Otras cuentan 60, 70 y hasta 80 años. Reclamando para poder cumplir con las necesidades más mínimas. “Estoy acá porque no tengo nada que perder”, dice una mujer indefensa ante la lógica del “no hay plata”. 

No se trata solo de números, sino de trayectorias de vida. Sin moratoria, sin un nuevo régimen que contemple las desigualdades estructurales del mercado laboral, miles de mujeres no podrán jubilarse nunca. 

BA / MA

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