400 metros hasta Siria: transportan los cuerpos de los refugiados muertos en el terremoto en Turquía
En la frontera de Turquía y Siria, la muerte se ha convertido en un pasajero más de los taxis y ambulancias que transitan la zona. Bolsas negras para cadáveres, apiladas unas sobre otras, contienen los cuerpos de aquellos refugiados sirios que no lograron sobrevivir al devastador terremoto que sacudió la región el 6 de febrero. Allí, en la parte turca del paso fronterizo de Bab Al-Hawa, la vida y la muerte se entrelazan. Entre familiares y amigos, los cuerpos son transferidos de un vehículo a otro, cargándolos en la parte trasera de una camioneta destartalada.
400 metros. Esa es la distancia que separa Turquía de Siria en este puesto de control. 400 metros es la distancia que recorre durante todo el día, la única camioneta que transporta las bolsas negras de un país al otro.
Tras el terremoto, el presidente sirio, Bashar al-Asad, abrió dos pasos fronterizos más, Bab al-Salaam y Al-Rae, para permitir la entrada de ayuda humanitaria, pero a cuentagotas, durante los próximos tres meses. En Bab al-Hawa, puerta de entrada a las zonas rebeldes del noroeste del país, los civiles sirios también pueden cruzar la frontera, tanto para llevar a sus familiares fallecidos de vuelta a Siria como para regresar a su país.
En las regiones afectadas por el terremoto, en el sur de Turquía vivían alrededor de dos millones de refugiados sirios. “Debido a esta situación de precariedad, algunas de las casas construidas en los barrios más humildes están hechas con materiales de muy mala calidad. Muchas de estas familias ya vivían en condiciones de vulnerabilidad antes de que ocurrieran los terremotos”, explica Lucía Villamayor, coordinadora del equipo de emergencias de Acción contra el Hambre para el terremoto de Turquía.
Garip lleva 10 años en Turquía. “Hasta que Al-Asad no muera, yo no vuelvo”, dice. Este miércoles por la noche, llegó a la frontera acompañando el cuerpo de su primo fallecido durante el terremoto. Lo transportaban en la parte trasera de un coche que los traía desde Karanmanmarash, una de las ciudades más afectadas por el temblor, a tres horas en coche. Después de cruzar la frontera, lo recogió uno de los cinco vehículos que esperan en Siria. Un coche por cada cadáver que transportaría en esa ronda la camioneta destartalada que, durante todo el día, se dedica a cruzar los 400 metros del puesto de control.
Para poder pasar el cadáver, Garip tuvo que acompañarlo no solo para despedirse de él, sino también para presentar los permisos especiales que permiten la repatriación de los cuerpos. El fallecido irá a la ciudad de Idlib, donde su familia lo recogerá para poder enterrarlo. Como Garip, decenas de sirios cada día acompañan los cuerpos de sus familiares con los permisos correspondientes para poder ser enterrados en casa.
Según los datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), entre el 3% y el 6% de la población turca es de origen sirio, lo que equivale a unos 3,5 millones de personas, aunque muchas de ellas no están registradas oficialmente. Desde que comenzó la guerra en Siria, Turquía se ha convertido en el principal destino de refugio y huida para los sirios.
Pero a través de esta frontera no solo pasan los muertos. “Vamos a intentar pasar por esta puerta y luego buscar un coche, si lo encontramos. Pero el verdadero problema es este cruce”, comenta Ramis (nombre ficticio para proteger su identidad). Hace solo un año que llegó a Turquía y ha obtenido un permiso de protección temporal que le permite acceder a la sanidad, educación pública y al mercado laboral. Junto con sus dos amigos, Ramis, de 37 años, lleva esperando un día entero para intentar cruzar la frontera y llegar a Idlib, donde se encuentran su esposa y sus cuatro hijos. “En Idlib, mi ciudad, solo hay escombros y la gente duerme en la calle”, cuenta. Ramis se pregunta por qué solo permiten libremente el paso de los muertos y se cuestiona qué deben hacer los vivos.
Sin embargo, Turquía ha dado un permiso de tres meses para cruzar a Siria, el cual afecta a los refugiados que llegaron al país hace años y que ya han conseguido la ciudadanía. Pese a que la inflación superó el 80% en noviembre del año pasado, muchos de ellos retornarán cuando se acabe el plazo, tal como acontece con Ali. Este, de 30 años, es ingeniero y su casa colapsó durante el terremoto en Karanmanmarash. “Estaba durmiendo cuando la tierra tembló y tuve que salir corriendo a la calle. Fue como si se tratara del día del juicio final”, relata. Si bien su familia está a salvo, muchos de sus amigos han muerto en la guerra o por el terremoto. Por ello retorna, para darles el último adiós.
Aunque el mundo ha volcado su atención en Turquía, la ayuda humanitaria llega con cuentagotas a Siria debido al aislamiento del régimen de al-Assad. “Se trata de un entorno altamente politizado y esto ha retrasado la llegada de la ayuda en comparación con otras zonas”, dice Jean-Raphael Poitou, responsable de Incidencia para Oriente Medio de Acción contra el Hambre. “Estamos trabajando a nivel local para coordinarnos con las autoridades sirias, así como con las Naciones Unidas, para poder acceder directamente a las víctimas, y a nivel internacional, para asegurarnos de que las sanciones no obstaculicen la llegada de la ayuda humanitaria en tiempo y forma”, añade.
Al menos 1.795 sirios de las 10 provincias turcas más afectadas por los terremotos de la semana pasada han regresado a Siria a través del cruce de Bab al-Hawa, según el portavoz del punto fronterizo.
Lo que parecía impensable ha ocurrido: Siria se ha convertido en la mejor opción para muchos refugiados que huyeron de la guerra, como Imam, Emel y Fathma. Imam ha vivido en Turquía durante más de ocho años y dos de sus cuatro hijos son de nacionalidad turca. Durante el terremoto, su casa se derrumbó y solo pudieron salir con la ropa puesta. Esta noche dormirán a las puertas de la frontera turco-siria para poder cruzar mañana. Allí estarán por un tiempo con su familia mientras resuelven los trámites para reunirse con su esposo en Alemania, donde reside desde hace tiempo: “Todos mis vecinos del barrio han muerto, no queda nadie con vida. Si todavía tuviera a alguien en Turquía, no me iría a Siria, pero ya no tengo ni casa”.
La camioneta, esa misma que ya ha cruzado los cuatrocientos metros varias veces, se detiene por un instante. En ese momento, una ambulancia llega sin hacer ruido desde Gaziantep, transportando cuatro cuerpos más que reposan en su interior. Ramis se ha ido hacía Karamanmarash y un nuevo grupo de hombres se agolpa en la parte trasera de la camioneta destartalada que transportará las bolsas negras a Siria, su país, en apenas unos minutos.
Los vivos tendrán que esperar hasta mañana. Esta noche el paso estará cerrado para ellos y la mayoría de los más de 50 sirios que esperan tendrán que dormir al raso, aunque las temperaturas no superarán el grado esta noche. Imam dormirá con sus cuatro hijos, junto a los de Emmel y los de Fathma, pero todavía no. A pesar de que son las once de la noche, siguen corriendo por la entrada de la frontera como si estuvieran en un campo de fútbol.
No saben si algún día volverán, pero eso ya lo pensaron cuando salieron de Siria. Por el momento, están a pocas horas de volver a su tierra natal.
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