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Turismo en el espacio

La gran mentira espacial de Jeff Bezos: lo que de verdad nos cuesta la selfie de un millonario en el espacio

El dueño de la compañía 'Blue origin', Jeff Bezos, durante su vuelo suborbital en 2021.

Antonio Martínez Ron

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Cuando vemos las caras entusiasmadas de personajes como Katy Perry o Jesús Calleja mirando la Tierra por la ventanilla de la cápsula espacial de Blue Origin, muchos se preguntan cuál es el precio que pagan estos famosos y millonarios por un vuelo suborbital. Pero lo que se cuestionan muchos expertos en física atmosférica es cuál es el precio ambiental que pagamos entre todos por estos 10 minutos de gloria en el límite del espacio, a 100 km de altitud. Y la respuesta no es la que ofrece la compañía.

La empresa del millonario Jeff Bezos asegura que sus vuelos de turismo espacial no emiten dióxido de carbono (CO2) y los publicita bajo un ambicioso lema: “para el beneficio de la Tierra”. Tras el reciente vuelo suborbital de seis mujeres, Blue Origin volvió a presumir de que su cohete New Shepard es completamente reutilizable y libre de generación de carbono. “Durante el vuelo, el único producto derivado de los motores de combustión de New Shepard es vapor de agua y cero emisiones de carbono”, aseguran. 

Sin embargo, advierten los especialistas, los vuelos de turismo espacial no solo están lejos de ser limpios, sino que constituyen uno de los frentes más preocupantes respecto al futuro de nuestra atmósfera, pues inyectan gases de efecto invernadero a la estratosfera, donde sus efectos son más intensos y duraderos, y producen moléculas secundarias que erosionan a la capa de ozono. Según algunos cálculos, en cada vuelo suborbital un turista espacial deja una huella climática equivalente a la que dejan tres ciudadanos europeos o la de 80 ciudadanos de los países más pobres durante toda su vida.

La ‘trampa’ del carbono

“Es verdad que el cohete New Sephard no emite CO2 directamente a la atmósfera, pero utiliza hidrógeno y oxígeno líquidos, que generan vapor de agua y óxidos de nitrógeno (NOx), que tienen un gran impacto medioambiental”, asegura Guillermo Domínguez Calabuig, investigador de la Universidad Politécnica de Dresde. “Un cohete con oxígeno e hidrógeno emite mucho vapor de agua y la postcombustión del despegue, junto a las altas temperaturas de la reentrada producen grandes cantidades de óxidos de nitrógeno, que contribuyen al calentamiento y destrucción de la capa de ozono”, señala.

“Aproximadamente dos tercios de los gases de escape del propulsor se liberan en la estratosfera (12 km-50 km) y la mesosfera (50 km-85 km), donde pueden persistir durante al menos dos o tres años”, escribe la especialista en química atmosférica Eloise Marais, del University College de Londres (UCL). “Las temperaturas muy altas durante el lanzamiento y el reingreso (cuando se queman los escudos térmicos protectores de las naves que regresan) también convierten el nitrógeno estable en el aire en óxidos de nitrógeno reactivos”.

La estratosfera esta dinámicamente desacoplada de la troposfera, por lo que estas emisiones tienen un impacto ordenes de magnitud mas grande que el CO2

Guillermo Dominguez Calabuig Investigador Universidad Politécnica de Dresde

“Dicen que su cohete no emite dióxido de carbono, pero eso no significa que no sea altamente contaminante”, recalca Jorge Hernández Bernal, astrofísico de la Universidad de la Sorbona especializado en atmósferas planetarias. “Los cohetes a base de hidrógeno emiten vapor de agua en capas altas de la atmósfera, donde produce un fuerte efecto invernadero”.

Estas emisiones de agua en la estratosfera son probablemente uno de los mayores problemas, según Domínguez Calabuig, porque el vapor de agua suele quedarse mucho tiempo allí, durante el que calienta la atmósfera. “La estratosfera está dinámicamente desacoplada de la troposfera, por lo que estas emisiones tienen un impacto en órdenes de magnitud más grande que el CO2”, subraya. “Estudios confirman que el agua suele tener un potencial radiativo de tres órdenes de magnitud mayor que el CO2”. 

Los costes indirectos

A esto debemos sumarle el impacto de la generación del propio hidrógeno, que procede de combustibles fósiles. “La síntesis del hidrógeno con el que alimentan sus cohetes tampoco es limpia. La mayor parte del hidrógeno se produce a partir de combustibles fósiles”, asegura Hernández Bernal. “Incluso en el caso de que provenga de forma verde o incluso blanca, tenemos que tener en cuenta las altas emisiones de escape”, apunta Domínguez Calabuig. “El hidrógeno (H2) es la molécula más pequeña que puede existir de forma estable y sus pérdidas pueden llegar al 100% en el ciclo de vida de misiones espaciales”, asegura. “Y es un gas de efecto invernadero indirecto que puede ser entre 10 y 40 veces más potente que el CO2”.

Por último, indican los especialistas, hay que tener en cuenta el impacto medioambiental del resto de componentes, como la fabricación de los cohetes y la propia cápsula, por muy reutilizables que sean, así como las emisiones por las operaciones de soporte, incluidos los recursos computacionales. “Los componentes utilizan materiales altamente especializados, con aleaciones o materiales compuestos complejos”, asegura Domínguez Calabuig. “Todo esto se traduce en impactos medioambientales, incluyendo el consumo de materiales raros finitos, lo que contribuye también a problemas de seguridad de suministros e injusticias globales”.

Entre tres y 80 vidas

Una vez conocidos los distintos efectos, ¿se podría comparar el impacto que tiene uno de estos vuelos de turismo espacial con la actividad del resto de los humanos? La cifra es difícil de determinar, pero se pueden hacer aproximaciones. En 2021, el Informe Mundial sobre Desigualdad estableció que un vuelo espacial de 11 minutos como el que había protagonizado el propio Jeff Bezos generaría emisiones de al menos 75 toneladas de carbono por pasajero. “Por lo tanto, bastan unos pocos minutos de viaje espacial para emitir al menos tanto carbono como el que emitiría una persona de los mil millones de personas más pobres durante toda su vida”, concluía el informe.

Cálculos más actualizados realizados por expertos como Domínguez Calabuig indican que la cantidad podría ser mayor. En 2022 el especialista realizó un estudio en el que comparaba el impacto del ciclo de vida del turismo espacial de Blue Origin y el de Virgin Galactic. “Ahí veíamos que en términos climáticos, cada pasajero emitía igual que tres ciudadanos europeos durante un año”, recuerda. Pero si tomamos como referencia las cifras de emisiones anuales per cápita de países con rentas bajas, lo que emite un turista espacial equivaldría a las emisiones de alrededor de 80 ciudadanos de los países más pobres. “Y si lo que miramos es el forzamiento radiativo de emisiones estratosféricas de agua, vemos un equivalente de emisiones de casi 400 ciudadanos globales”, añade.

Los lanzamientos de constelaciones de satélites representaron entre el 37 % y el 41 % de las emisiones de partículas de carbono negro, monóxido de carbono y CO2 en 2022

Eloise Marais Especialista en química atmosférica de la University College de Londres (UCL)

Una explosión de misiones espaciales

“Las estimaciones oscilan entre las 10 y las 1.000 toneladas de CO2 equivalente”, confirma Hernández Bernal. Esta variación tan grande entre estimaciones se debe a varios factores: las estimaciones más bajas no tienen en cuenta todos los impactos derivados, la falta de transparencia por parte de las empresas que ofrecen estos viajes, que conscientes de su gran impacto intentan limpiar su imagen, y que todavía hay mucha incertidumbre sobre qué impacto climático tienen algunos tipos de emisiones.

En su defensa, Blue Origin y la industria espacial argumentan que la cantidad de CO2 emitido por las misiones espaciales es mucho menor que la emitida por todos los aviones convencionales, cuyo tráfico diario es masivo. Estos números no tienen en cuenta las posibles consecuencias de los NOx o el vapor de agua en la estratosfera, en un contexto en el que las misiones espaciales se han multiplicado y en el que el resto de agencias utilizan combustibles fósiles que emiten enormes cantidades de CO2 y carbonilla.

Por otro lado, las misiones de megaconstelaciones de satélites están impulsando un rápido crecimiento en los lanzamientos de cohetes y las reentradas antropogénicas, indica Marais en un artículo reciente. Su equipo ha calculado que todos los lanzamientos y objetos asociados con las constelaciones de satélites representaron entre el 37 % y el 41 % de las emisiones de partículas de carbono negro, monóxido de carbono y CO2 en 2022.

Para Hernández Bernal, el turismo espacial es un ejemplo de un autoengaño que nos lleva al desastre. “Blue Origin se presenta como una compañía comprometida con salvaguardar la Tierra y contribuir a un sector espacial sostenible”, argumenta. “Pero estos planteamientos son una huida hacia adelante en la que ya llevamos varias décadas, en las que el uso de energía y las emisiones de carbono no han dejado de crecer”. “Por supuesto que necesitamos viajar al espacio”, concluye. “Pero si no racionalizamos el sector y dejamos que siga creciendo en beneficio únicamente de una minoría, puede acabar convirtiéndose en una parte muy relevante de la crisis ecológica”.

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