Las mujeres de la villa más visitada por Francisco honran su legado: “Abrazó a nuestros hijos como si fueran suyos”

La túnica negra, larga, con el crucifijo brillante a la altura de pecho. El balde con agua y jabón a su lado. La primera vez que Celia González, de 72 años, vio al entonces arzobispo de Buenos Aires en la villa 21-24 de Barracas fue un jueves santo de 2008 en la Parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé. Bergoglio ─como lo conocían por entonces─ había llegado para dar una misa y lavarles los pies a jóvenes con problemas de adicciones. “Les besaba los pies mientras se los lavaba”, recuerda Celia. Esa imagen ─un cura que llega desde el centro porteño a la villa más grande de la ciudad para lavarles los pies a los jóvenes del barrio─ le recordó a Celia su propia historia: la de una mujer que se asentó en la villa para, como decía Francisco, estar más cerca de los que más sufren.
El 19 de abril de 1972, Celia ─de 19 años por entonces ─, llegó a Capital Federal desde Misiones, su provincia natal. Una oferta de trabajo para cuidar a una anciana que vivía en Uriburu y Santa Fe, pleno barrio de Recoleta, fue la excusa para llegar a la gran ciudad. Pronto, Celia, también dejaría esa vida. “Trabaja y militaba en una organización que hacía tareas comunitarias en la villa 21-24. No sabía en aquel tiempo que Buenos Aires tenía villas, así que iba y ayudaba en todo lo que se necesitaba”, recuerda ella.
Dos años después, en 1974, con el comienzo del terrorismo de Estado, Celia ya estaba mudada en el barrio. “Por ese entonces había un cura que mandaban los milicos, nada más”, precisa. La dictadura dejó un saldo de cuatro vecinos desaparecidos que, como ella, luchaban por la urbanización del barrio. “Fue la época más oscura que vivimos en el barrio”, apunta Celia. Con el tiempo, la vecina se volvió una de las mujeres referentes del asentamiento. Fue mamá, fundó 13 comedores comunitarios, ayudó a levantar la Parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé y, junto a los curas del barrio, cuidó a los jóvenes que caían en las adicciones. Pero fue con Francisco que Celia sintió una verdadera conexión especial con “Dios”.

Su hijo, Julio Baez, de 49 años, quien falleció en 2020, conoció muy bien a Francisco. Trabajaba en la parroquia del barrio y, junto a Bergoglio, participó de la comitiva religiosa que en 2007 fue a Paraguay a buscar la virgen Caacupé. “Mi hijo me contaba sobre Francisco, pero no le daba importancia. Hasta que lo vi primero limpiar los pies de los jóvenes con adicciones en la capilla y después llegar de Paraguay con la virgen en alza. Tenía como un aura propia”, narra Celia.
La virgen que trajo Francisco desde Asunción, hoy descansa en la parroquia junto a un retrato suyo. “Las mujeres del barrio le debemos mucho porque él siempre nos incluía en sus misas y cuidaba a nuestros hijos”, sostiene la vecina. En noviembre de 2010, el cardenal Bergoglio destacó durante una homilía pronunciada en la parroquia Virgen del Carmen las virtudes de la mujer paraguaya al inspirarse en la imagen de la Virgen de Caacupé.
“Ustedes saben que en toda América la mujer paraguaya es la mujer más gloriosa”, comentó Francisco en esa oportunidad. “Porque esa mujer, la mujer del Paraguay, supo asumir un país derrotado por la injusticia y los intereses internacionales. Y ante esa derrota, llevó adelante la patria, la lengua y la fe. Por eso es doblemente gloriosa esta imagen, por ser la madre de Dios y por ser paraguaya”, subrayó Bergoglio.
El viaje en colectivo de Francisco a Paraguay para traer la virgen se celebró en todo el barrio. Menos en la casa de Gregoria Cáceres, de 76 años y, junto con Celia, una de las referentes sociales más importantes de la villa 21-24. “Estaba anotada para ir en la comitiva, pero por problemas con mi documento paraguayo no pude viajar”, explica Gregoria.

Durante los días siguientes se dedicó a llorar y lamentar su viaje fraguado. Hasta que, la noche anterior a la llegada de la comitiva al barrio, lo soñó a Francisco. “Vi que bajaba del micro con la virgen, pero vestido de Papa”, cuenta la vecina. “Fue una premonición”. Para la referente social, la muerte de Bergoglio deja un legado en las mujeres del barrio: “Cuidó de nosotras y a nuestros hijos, sin conocernos. Ese amor es que tenemos que predicar todos los días”.
Las villeras de Francisco
El Padre Lorenzo “Toto” de Vedia tiene dos cámaras apuntando a su rostro en la parroquia de la Caacupé. El zoom es tan nítido que pueden verse los hilos deshilachados de su camiseta de la selección argentina. Es un miércoles por la tarde y, desde el lunes, tras conocerse la noticia de la muerte del Papa, el barrio está inundado de periodistas de todas partes del mundo que buscan la misma historia: el cura villero que llegó al Vaticano.
“Acá pegó positivamente las expresiones que él tuvo sobre la mujer paraguaya y su lucha en la guerra de triple alianza”, le dice el padre Toto al elDiarioAR, mientras se desabrocha un corbatero. “Él valoraba mucho a la mujer. La promovió dentro del Vaticano y en los barrios valoraba a las madres y mujeres que trabajaban en los comedores”, apunta el padre.

Sobre las críticas del feminismo a Francisco por no apoyar la lucha por la legalización del aborto, de Vedia es tajante: “No creo que la discusión sea pañuelo celeste o verde”, explica. “Los curas villeros, en la época de la discusión por el aborto, sin estar a favor, abrimos igualmente hogares de abrazo maternal en los cuales atendemos a embarazos no buscados, acompañando en todo momento a la madre”, detalla Toto. “El progresismo, si no va acompañando de ciertas tradiciones, es tan malo como el conservadurismo”, aclara el referente religioso de la 21-24.
El teléfono sonó en las dos de la madrugada de un martes. Era una noche fría del 2006. Ramona Peralta, de 70 años, recuerda bien ese llamado. Su hijo, Juan Francisco Peralta, de 26 años, acababa de ser asesinado, tras ser atropellado por un auto que escapaba de una persecución policial. Al día siguiente, Bergoglio la llamó a su casa para consolarla. Su hijo lo conocía de la capilla del barrio, cuando el Papa llegaba para dar alguna misa, pero ella jamás había hablado con él. “Me llamó toda esa semana para darme ánimos”, recuerda Ramona, quien llegó al barrio desde Paraguay en 1986. “Realmente él quería todos nuestros hijos como suyos y a nosotras, las paraguayas, nos respetaba mucho”, cuenta la vecina, que trabajó durante años en los comedores de la 21-24. “Por esos gestos nunca lo vamos a olvidar”, dice Ramona.

Son las 11 de la mañana. Gregoria, vestida con una remera del Papa, se encuentra con Celia en la Casa de la Memoria, un sitio que le rinde homenaje a los cuatro desaparecidos del barrio. Las mujeres que más vieron el trabajo territorial de Francisco se abrazan fuerte. “Soñé que nos visitaba, Celia”, le dice Gregoria al oído. Nadie puede decir lo contrario.
El colectivo de la línea 70 para dentro de la villa. Arriba viaja Lucas Flores, cargando una virgen enorme. “Es la virgen que va a todas las marchas”, dice Lucas. Viaja hasta Parque Lezama por una movilización de cartoneros y organizaciones sociales. El padre Toto también llegará a la plaza. “Cuando el Papa murió la llevé a la catedral”, cuenta Lucas. En Caccupé o en el colectivo, los homenajes a Francisco aún perduran.
FLD/JJD
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