El momento en que cambié para siempre
Han pasado diez días desde el momento que cambié para siempre.
Hoy todo es distinto porque hace diez días les tuve que explicar a mis hijos que los terroristas de Hamas no sólo quieren matarnos con misiles sino que buscan degollarnos, violarnos, quemarnos vivos, torturarnos y, en el mejor de los casos, secuestrarnos.
De eso no se vuelve, de la pérdida de inocencia. Y esto les pasó a ellos, a todos los israelíes y a algunos en el mundo; porque son muchos los que no han aprendido a condenar el horror real ya que viven embadurnados de esa pátina de lo políticamente correcto que les impide ser libres de empatizar.
El espanto de las imágenes me perturba cada día. Tengo arranques de angustia que me empeño en controlar para no quebrarme ante los míos pero no es fácil.
La sensibilidad extrema con la que vivo desde el sábado 7 de octubre me ha convertido en un ser irascible y sentimental.
Se me exacerbó la impaciencia y como nada volvió a ser normal, creo estar fluyendo en esa confusión colectiva mezcla de estupor con incertidumbre.
Para los israelíes, yo incluido con 20 años de residencia en Tel Aviv -salvo un intervalo de cuatro en Buenos Aires, sufrir ese proto Holocausto en el suelo nacional es un trauma.
Y si a eso se le suma que hay que por lo menos 250 secuestrados en manos de los criminales más brutales de los últimos años, la desesperación es el ingrediente que faltaba para la desmoralización general.
Como hijo de una superviviente de la Shoá nacida en los bosques de Ucrania en un campamento de partisanos judíos que luchaban por su vida contra los alemanes, sus colaboracionistas y el silencio del mundo, no puedo afrontar una charla si mi interlocutor no condena la carnicería que perpetraron los asesinos de Hamas.
Varias veces al día me pregunto -incluso entre sirena y sirena de las decenas de misiles lanzados de Gaza- si matar bebés y niños frente a sus padres, violar mujeres y dejarlas sin que puedan volver a cerrar las piernas, quemar vivas a familias enteras, decapitar civiles de cualquier edad y secuestrar desde casi recién nacidos no es suficiente para horrorizarse.
¿Más de un millar de personas masacradas en un día no alcanza?
Ese silencio me enloquece al mismo nivel que los hechos más aberrantes que puede cometer el ser humano.
Siempre costó levantarme a la mañana.
El sábado 7 de octubre, a las 6.30 AM, una sirena me arrancó de la cama con una capacidad de reacción casi felina, con todos los sentidos puestos en alertar a mi mujer y dos hijos adolescentes de lo que luego supimos: el horror real.
Es un eufemismo hablar de costumbre pero sí es cierto que cuanto está por comenzar una ronda de “hostilidades” entre alguna facción terrorista e Israel siempre suele haber señales.
Declaraciones, amenazas y escarceos crean una atmósfera que nos permite a los que vivimos en Israel estar atentos a, básicamente, el lanzamiento de cohetes desde la Franja de Gaza o el sur del Líbano.
Esta vez fue distinto.
La tormenta de cohetes disparados por Hamas desde Gaza fue apenas una pantalla mortal para llevar a cabo un genocidio programado en comunidades del sur de Israel.
Hoy todo es distinto porque hace diez días les tuve que explicar a mis hijos que los terroristas de Hamas no sólo quieren matarnos con misiles sino que buscan degollarnos, violarnos, quemarnos vivos, torturarnos y, en el mejor de los casos, secuestrarnos.
No llegué a reaccionar del ataque cuando comenzaron a llegarme datos de lo que estaba pasando. Era el vivo recuerdo del Holocausto, tatuado en pieles y almas de judíos de todo el mundo.
Nunca pude acostumbrarme a la sangre ni a la deshumanización. Y mucho menos al poder de las imágenes que retratan la degradación de los hombres.
A pesar de todo el caos, la sociedad está dando una muestra de resiliencia y acción para cubrir dos frentes: asistir a las víctimas, contener a los familiares de los rehenes, reunir todo lo que haga falta y más para las tropas y contarle al mundo lo que ocurrió ese día fatal que acaba de grabarse a fuego en el calendario de un pueblo versado en el sufrimiento de tragedias e intentos de exterminio.
Han pasado once días desde el momento en que Israel cambió para siempre.
La latente pesadilla de que terroristas podrían llegar a las puertas de las casas y asesinar se hizo real.
El país, millones de los que vivimos aquí, siente un dolor inédito con eco nazi. Pero, ¿quién soy yo para hablar de dolor cuando sólo tuve que correr por un par de sirenas que nos advertían del posible impacto de cohetes?
Mis sentimientos rotos están siendo protagonistas de un punto de inflexión y gracias a todos los que preguntaron, se solidarizaron y consultaron detalles pueden volver a soldar no sin cicatrices.
El apoyo de familiares, amigos, conocidos y colegas, pero también de los que comprenden lo que pasó, nos da fuerza para que sostener a los dolientes y a aquellos que esperan de vuelta a sus familiares capturados y que hace once noche que están presos en el infierno.
Israel, la última frontera occidental contra el fundamentalismo islámico, está a horas de entrar a la Franja de Gaza y eso, además de inevitable, es particularmente dramático porque siento que habrá muchos soldados que morirán en la lucha casa por casa, que la organización terrorista Hezbollah desplegada en el sur del Líbano (frontera norte de Israel) se va a involucrar y porque el apoyo internacional comenzará a desdibujarse mientras avance la acción.
Mientras tanto, los asesinos de judíos -porque ya no se trata de una tierra- celebran la sangre que regaron.
Nunca imaginé que a 70 kilómetros de mi casa podría ver a bestias infames festejan bailando sobre los cuerpos de las víctimas que acababan de asesinar.
Tengo muy claro, y me encargo cada día de demostrarlo, que lo que ocurrió el 7 de octubre, no ayuda en nada a la dramática causa palestina, no tiene nada que ver con un reclamo y fue una matanza contra cientos de inocentes.
Por más que quiera, me es imposible alejarme de la escena de esta guerra 2.0 que nadie quiere perderse al ritmo de la identificación de más cuerpos.
Muchos eligen irse, otros tanto mudarse, la mayoría quedarse. Es un caos en el sur y norte de Israel y también en la Franja de Gaza.
Es muy difícil para mí terminar de entender o descubrir quién apoya la causa de la independencia palestina, quién se regocija con nuestros muertos y quién niega el derecho del Estado de Israel a existir.
¿Es posible, coherente, justificar a la dictadura genocida de Hamas financiada por Irán? ¿Tan difícil es enterarse que en Gaza y en Teherán las mujeres viven limitadas, los homosexuales son castigados, y los opositores ejecutados o encarcelados?
¿No se enteró el mundo que Hamas dijo que iba a comenzar a ejecutar a rehenes y que iba a transmitir la “ceremonia” como represalia a los bombardeos de la Franja? ¿No resuenan ya los métodos de ISIS?
Estas son horas críticas en las que aún no me despierto de la tragedia mientras sé que la guerra va a escalar en tres frentes: la Franja, Cisjordania y el Líbano.
¿Y quién tiene la culpa de los que nos pasó?
Un capítulo aparte es saber cómo fue posible. Un gobierno entero debe ser juzgado y el establishment militar tiene que asumir las responsabilidad de este episodio, uno de los más negros de la historia moderna por su brutalidad.
Eso también me golpea. Porque la confianza perdida hiere como una bala o un cuchillo afilado.
El gobierno quedó paralizado días y los familiares de los secuestrados no recibían un contacto oficial. Un shock colectivo que los responsables de que esto pasara alimentaron con la falta de señales y gestos.
Un terrorista capturado confesó que el resultado de la acción terrorista de Hamas fue mayor del esperado, que se prepararon un año para llevarlo a cabo y que fueron las seguidas y multitudinarias marchas contra el Gobierno antes del ataque de Hamas y contra el proyecto de ley que impulsa una reforma judicial, las que animaron a estas bestias a realizar el ataque un sábado, un día festivo (Sucot y Simjat Torá) y durante horas tempranas.
Me di cuenta de que el principal culpable es el Gobierno pero también es responsabilidad de oposición y los medios que durante un año nos enfermaron la razón con desinversiones, presupuestos orientados a espacios equivocados y la amenaza de limitar la independencia de la Corte Suprema.
Políticos, medios y repetidores sociales -desde los más recalcitrantes derechistas a los estúpidos progresistas millonarios- utilizaron con exasperante liviandad el concepto de dictadura y abrieron una brecha en la sociedad que sólo debilitó la moral, tolerancia y esperanzas de un país oxidado y adormecido por la estabilidad económica.
En dos décadas, Israel empeoró su calidad política, militar y social. Las divisiones y desigualdades no hicieron más que allanar el camino para que Hamas cumpla el objetivo porque el que existe: matar a los judíos de la forma más brutal.
Creo que la Justicia, si es que permanece independiente, tendrá mucho que hacer para poner esto en orden.
¿Y la Franja de Gaza? ¿Y sus muertos no valen? Claro que sí. ¿O acaso mi abuela es más valiosa que una palestina? Pero parece que no, que si Israel mata es culpable y si lo matan también.
Como argentino me duele que ninguna agrupación argentina de derechos humanos creadas por víctimas y familiares de la dictadura militar de 1976-1983, haya condenado la matanza y los secuestros. Y siento que no sé si sería un lindo lugar al que volver a vivir algún día.
Y también siento que ver a mi mujer la furia y el dolor funcionan aquí con una emulsión de unidad para los días inciertos que vienen.
Días atrás entré a mi casa luego de hablar con un medio y el aroma de una jalá -pan judaico- recién horneada me acarició los sentidos.
Me dejé guiar por el aroma hipnótico como en los dibujitos animados cuando un pícaro se acerca a un pastel que se enfría en la ventana. Es una fragancia única.
Avancé vi a mi compañera recortando corazones de cartulina a los que les escribía la frase “Con gran amor” en hebreo.
Eran para acompañar a los muchos panes que había horneado y que alguien les iba a hacer llegar a los soldados que están listos para la acción.
Me quebré.
Israel, el país que elegí para vivir y tener hijos, entró a la guerra partido en dos. Tiene la obligación de salir de la guerra unido y más fuerte que nunca y para eso nos espera mucho trabajo, paciencia y tolerancia.
Que haya paz pero antes devuelvan a los rehenes. Shalom. Salam Aleikum.
MM/MG
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