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Análisis

Seis años más de Nicolás Maduro, el presidente más abucheado del continente

El presidente venezolano, Nicolás Maduro baila con su esposa Cilia Flores frente a una concentración con motivo de la juramentación para su tercer mandato, en el Palacio de Miraflores, en Caracas, Venezuela, el 10 de enero de 2025.
11 de enero de 2025 15:32 h

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Nada de la pompa y circunstancia de una jura presidencial faltó a Nicolás Maduro el viernes 10 de enero en Caracas. Un rito ceremonioso y acorde al rango de las instituciones y personas involucradas que la República Bolivariana celebrada una vez sola vez cada seis años. Maduro juró en tiempo y forma y por tercera vez en su biografía política como titular del poder Ejecutivo venezolano. Sólo en México y Venezuela gobierna durante seis años un presidente. Para proteger a la democracia, la ley mexicana le veda la reelección posterior, mientras que la ley venezolana no frustra el derecho ciudadano a la postulación indefinida de su candidatura presidencial.

La longitud excepcional de los mandatos y la eventualidad de la reelección para un mandato consecutivo del candidato oficialista dotan de una significación más única que rara a elecciones y asunciones. Estas cualidades constitucionales contribuyeron a enfatizar el rasgo definitorio del acontecimiento de ayer: la ilegitimidad extrema e irreparable atribuida a lo actuado que, derivada de la ilegalidad de las elecciones del 28 de julio atribuyen a lo actuado una mayoría audible de líderes americanos occidentales. Empezando por EEEU, a cuyas decisiones y políticas futuras esos liderazgos atenderán en primer término una vez consumada la  jura presidencial más relevante del cuarto de siglo, la del republicano Donald Trump en Washington el 20 de enero.

El nadir de una legitimidad nunca indiscutida

Nunca había sido tan generalizado, presente y audible el desconocimiento de la legitimidad del gobierno venezolano. Quienes desconocen el resultado de las presidenciales del 28 de julio sólo varían en el grado de su rechazo. El repudio más extremo, denunciar un fraude electoral abierto y contundente de la Justicia electoral (condonado después por una Corte Suprema cómplices) en el recuento de los votos y los números oficiales que dieron la victoria de más del 50% al presidente y candidato presidencial Maduro y reconocer como presidente electo al opositor hoy exiliado, el opositor Edmundo González Urrutia, septuagenario diplomático que pronunció desde el exterior su propio discurso de asunción el mismo viernes. Más moderado, pero dentro de la denegación de legitimidad, el reclamo de auditar actas electorales que la Justicia Electoral venezolana incumplió en publicar, según ordena la propia legislación nacional. Según el recuento de fiscales opositores, la victoria de González habría sido de más de un 65% de los votos válidos según el testimonio de las actas de un 80% de las mesas.

La lista de líderes internacionales que deniegan legitimidad a Maduro concilia al presidente demócrata Joe Biden con su antecesor, rival y sucesor Donald Trump, a los presidentes ‘comunistas’ chileno y colombiano Gabriel Boric y Gustavo Petro con el argentino libertario Javier Milei que es quien llama así a estos pares sudamericanos y el blanco uruguayo Luis Lacalle Pou. Cruzado su pecho por la banda con los colores de la bandera nacional, Maduro, de 62 años, antiguo colectivero y gremialista del transporte, juró “por la historia” y “por su vida” que su tercer sexenio brillará en los rubros “paz”, “prosperidad”, “igualdad” y “nueva democracia”. El protocolo y el ceremonial siguieron los ritos establecidos o aconsejados por la prolija Constitución chavista de 1999, la más larga del mundo.

Entre prójimos muy litigiosos y amigos venidos de muy lejos

El presidente Vladimir Putin había designado a Vyacheslav Volodin, jefe de bancada de la Duma, el Parlamento ruso, como su representante. China, Irán y Turquía también habían seleccionado sus enviados especiales. Salvo las previsibles asistencias de Cuba o Nicaragua y la imprevisible o fantasmática de El Salvador, los presidentes americanos brillaron por su ausencia. De México y Brasil, cuyas diplomacias eligieron el camino más moderado en su reacción a las elecciones venezolanas, sólo había representantes diplomáticos presenciando la ceremonia. Boric, que después de las elecciones había degradado el estatus de las relaciones de Santiago con Caracas, esta semana llamó “dictador” a Maduro.

El jueves 9 anterior a la asunción, Donald Trump se refirió a María Corina Machado y a los líderes clave de la oposición con la fórmula clásica de apoyo a la militancia contra freedom fighters que posteó en sus redes sociales. Le advitió a Maduro que no toleraría abusos contra ellos. Tambíén se refirió al candidato opositor Edmundo González –en España desde septiembre– como su par y auténtico presidente electo bolivariano. Inmediatamente después de la jura, la administración saliente demócrata en la Casa Blanca acrecentó el precio de la recompensa por la captura de Maduro. Subió en 10 millones el precio de los 15 millones de dólares fijados por Trump hasta 25 millones. Joe Biden anunció también nuevas y más severa sanciones financieras, bancarias y económicas y restricciones de visas para funcionarios del gobierno venezolano. También Canadá, la Unión Europea y Gran Bretaña expandieron el viernes en número y alcance sanciones en la forma de las ya vigentes contra la administración venezolana.

Lo ideal, débil enemigo ante las tentaciones de lo posible

En 2023 la administración de Biden aligeró la carga de las sanciones impuestas por su predecesor Trump. Dejó de dar a Juan Guaidó el trato de autoproclamado presidente venezolano Juan Guaidó, líder de la oposición en la Asamblea nacional, como único mandatario legítimo de la República Boliviariana. La voluntad de acercarse al mayor país americano de la OPEP y mayor depósito subterráneo de gas del mundo, impulsaban esta política, en el contexto de la guerra en Ucrania, y en nombre de una cruzada en pro de la mayor pureza del sufragio posible en las elecciones presidenciales de 2024. Cuando después del 28 de julio, Washington devolvió su vigencia a las sanciones interrumpidas, no afectó sin embargo los tratos que habían concluido en licencias para Chevron y para otra compañías petroleras que aun hoy tienen autorización de Caracas para operar en el suelo, subsuelo y mar venezolanos.

Las nuevas sanciones anunciadas el viernes por Biden revelan cuán limitadas son las opciones disponibles para EEUU. El mismo viernes, el equipo de Trump no respondió preguntas sobre cuál será su línea con Maduro. Las opiniones de los analistas están muy divididas. Más bien, resultan antagónicas. Para unos, regresará a la línea más dura, la que propone en su gabinete Marco Rubio, presunto secretario de Estado futuro y senador republicano por Florida. Para otros, se impondrá en un presidente empresario y mulitimillonario que no desdeña alardear de su excelencia en este arte, la veta negociadora. Trump tomará a Maduro como un fenómeno de la realidad y en lugar de buscar su cancelación buscará sacar ventajas para reducir la migración y el narcotráfico y expandir la expansión de las licencias petroleras para empresas de EEUU.

El ideal democrático pesa menos para Trump –como ha sido el caso con Biden– que las bendiciones que le ven a un gobierno estable. De todos los presidentes republicanos de la historia de EEUU, el n° 45 y 47 es el menos predispuesto de todos a ver en el uso de la intervención de las FFAA de su país una solución para los conflictos. La apertura capitalista de Maduro, que el levantamiento de sanciones de 2023 apoyó –y cuando EEUU levanta sanciones, Europa y Canadá lo consideran también-, fue un instrumento eficaz para revertir la pobreza. Con menos pobreza, el estímulo que llevó en 12 años a 8 millones de personas a migrar sería menos acuciante 

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