Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El presidente Maduro y la geopolítica asimétrica de su República Bolivariana

Nicolás Maduro ondea una bandera nacional venezolana frente a una concentración ante el Palacio de Miraflores en Caracas.
11 de enero de 2025 16:09 h

0

Tal como a priori luce natural, el pluralismo democrático de opinión es mayor entre los gobiernos que rehusan legitimidad a la tercera victoria electoral del presidente venezolano Nicolás Maduro que entre aquellos cegados a ilegitimidad ninguna. Diez naciones a la vez denuncian la ilegitimidad de Maduro y reconocen como presidente legítimo de la República Bolivariana al opositor Edmundo González. Otras más no reconocen ni vencedores ni vencidos porque consideran cuesionables y no dirimentes las elecciones del 28 de julio. Como no parece menos natural, los gobiernos que reconocen a Maduro presidente legítimo de Venezuelan avalan la pureza de las elecciones que le diero una victoria que no discuten.

Las formas del NO

A la fecha de la ceremonia del viernes 10 que oficialmente colocaba en sus manos la guía de poder Ejecutivo de Venezuela hasta 2031, diez países proclamaban ilegítimo al oficialista Nicolás Maduro para asumir por tercera vez el cargo presidencial que juró en Caracas y declaraban único presidente legítimo al opositor Edmundo González exiliado desde septiembre en España. Los gobiernos de la Argentina, Canadá, Costa Rica, Ecuador, Italia, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay, y tanto el presidente saliente como el presidente electo de EEUU, desconocen que la oposición haya sido vencida en las presidenciales del 28 de julio y la reconocen evidente vencedora de unas elecciones que juzgan irreparablemente viciadas por el fraude.

En una posición más cautelosa, otros gobiernos no dan por demostradas ni la victoria de Maduro ni la de González, pero exigen mayor transparencia en la divulgación de los resultados del recuento de los votos. A pesar de su visible moderación, en la práctica esta orientación donde se alinean Alemania, Australia, Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, España, Francia, Gran Bretaña, Guatemala, Haití, Jamaica, México, Noruega, Portugal, , República Dominicana, Surinam, Ucrania y el Vaticano no opera en una dirección favorable a Maduro. 

La lista del SÍ

Unas dos decenas de gobiernos ya habían hecho pública su convicción legitimista al saludar a Maduro por su reelección tan pronto como la Comisión Nacional Electoral venezolana informó que el presidente candidato, con los votos escrutados, era el ganador sin retorno del 28 de julio. Desde Damasco habían gritado uno de los primeros hurras por la segunda reelección del oficialista bolivariano. Pero ese gobierno sirio no puso sumar su voz al coro de las felicitaciones por la asunción. Después de un cuarto de siglo, el oficialista Bashar al Assad había sido derrocado y sólo podía postear su reconocimiento desde Moscú, donde estaba exiliado. Maduro había denunciado la conjura antidemocrática que había derribado a su antiguo aliado y casi amigo personal.

Entre las naciones americanas que reconocen a Maduro sin vacilar, el país más grande y el único sudamericano es el Estado Plurinacional de Bolivia. El gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) perpetúa la lealtad a la República Bolivariana en homenaje a Hugo Chávez, que supo apoyar a Evo Morales en encrucijadas clave; lo hace en un consorcio de circunstancias por entero cambiado, en cada uno de sus rasgos, al de dos décadas atrás. Obra por detrás un desafío ideológico, en este 2025 electoral en Bolivia. El ex presidente Evo Morales y su ex ministro de Economía y actual presidente Lucho Arce aspiran respectivamente a ganar su cuarta y su segunda reelección. Y uno y otro buscan presentarse como candidatos de una izquierda sin retaceos: cualquier reparo anti-venezolano de Lucho sería capitalizado de inmediato electoralmente entre las bases masistas por Evo.

De las dos naciones centroamericanas que reconocen a Maduro, el reconocimiento de una es antiguo y el de la otra nuevo, y sin embargo una y otra han recibido un mismo y común estímulo muy reciente. Además de los vínculos perpetuos del ex sandinista y presidente nicaragüense cinco veces reelecto Daniel Ortega con el chavismo, las actuales administraciones de estos dos países han roto sus lazos diplomáticos con Taiwan para reconocer como único gobierno chino a la República Popular.

En la América insular y el Caribe, el país de mayor superficie que reconoce a Maduro es Cuba. De hecho, los únicos jefes de Estado presentes en la jura, realizada en un salón de menores proporciones de la Asamblea Nacional, en una Caracas blindada por el despliegue preventivo de tropas armadas en las callas, y cerrada por el día la frontera con Colombia, fueron el presidente cubano Miguel Díaz-Canel y el nicaragüense Ortega. A Cuba se suman en su posición estados insulares de exigua superficie, ex colonias británicas con población multiétnica, anglófona y ex esclava: Dominica, Antigua y Barbuda, San Vicente y las Granadinas. Con Cuba, comparten un agradecimiento fósil a la Venezuela chavista: el suministro subsidiado de petróleo, que las protegía de crisis energéticas como las que actualmente acosa al gobierno de La Habana, sin medios para asegurar luz a la isla que vivió un semestre de apagones. Sin embargo, esta crisis y esa oscuridad ha dejado de singularizar, en esos mismos meses, al país del partido único y comunista. Puerto Rico, estado libre asociado de EEUU, ha conocido la recurrencia de los apagones totales en la isla. Y otro tanto ha ocurrido en uno de los países más aguerridos en su desconocimiento de Maduro, Ecuador. El joven presidente liberal Daniel Noboa, que busca un segundo mandato el 9 de febrero, ha militarizado el país como Maduro en su cruzada contra el crimen (que ha resultado en la desaparición forzada seguida de muerte de cuatro niños estas Navidades por efectivos de la Aeronáutica) y ha sufrido apagones como Díaz-Canel, siendo Ecuador país rico en hidrocarburos y dotado de infraestructura hidroeléctrica.

La lista de los países extra-continentales que reconocen a Maduro está encabezada por las mayores potencias militares y económicas del llamado Sur Global: China, Rusia, Irán, Turquía –la gran vencedora en el conflicto medioriental que hizo caer al gobierno alawita en Siria–, Qatar. Siguen países aliados de los anteriores. Dos europeos, Bielorrusia y Serbia –abanderada del paneslavismo, descontenta con las perióodicas postergaciones de la UE a sus solicitudes de adhesión, y novísima gran aliada balcánica de China–. Otro caucásico, Azerbaiyán. Otro asiático, Paquistán. Dos africanos, al este y al oeste del continente, sobre el Océano Atlántico y sobre el Índico, Guinea Bissau y Madagascar.

Sancionados del mundo uníos

Todas las potencias que integran la cohorte de sostén tienen en Venezuela intereses solidarios entre sí y una comunidad de destino en buena medida moldeada por compartir la hostilidad de EEUU. Les interesa el petróleo y el gas venezolanos: Rusia es el primer productor mundial de hidrocarburos y China el primer consumidor. Les interesa geopolíticamente hacer pie en el continente del presidente demócrata Biden que los castiga con más sanciones económicas y del futuro presidente republicano Trump que anuncia más y más terribles sanciones comerciales y una guerra de aranceles y derechos de aduanas.

El viernes 10 de enero la administración saliente en Washington respondió a la salidaque había aumentado en 10 millones la recompensa que la administración anterior había fijado en 15 por la captura de Maduro, acusado de delitos vinculados al narco, y que había aumentado a 2 mil el número de funcionarios venezolanos sancionados económicamente y privados de visa, el propio presidente Biden anunció también nuevas y más severas sanciones contra funcionarios rusos, que esperaba que esta vez sí resultaran fatalmente lesivas para ellos al punto de ser determinantes en el curso de la guerra que desde febrero de 2022 se libra en suelo ucraniano sin pausa ni tregua, ni mengua en las bajas que ya superan el millón de muertes. Ineficaces para la disuasión perseguida, las sanciones persuaden a los países sancionados de la conveniencia de asociarse o aproximarse.

La impotencia del juego de acrecentar o relajar las sanciones para afectar la realidad de manera satisfactoria para el sancionador revela la limitación de las políticas disponibles para Washington. En 2023, en el contexto post pandemia y de guerra en Ucrania, pero también de una estruendosa apertura al mercado difundida como su decisión actual sin retorno por el gobierno de Caracas, las sanciones de la era Trump se suspendieron o suavizaron, y empresas como Chevron acordaron (en encuentros casi cara a cara) con Maduro cómo explorar y explotar los hidrocarburos. Las compañías de EEUU decían sentirse a sus anchas en una República con un Estado que se mostraba tan poco inquisitorial y controlador en los rubros de militancia ecológica y defensa del medio ambiente. Después de las elecciones del 28 de julio y del dudoso triunfo del oficialismo bolivariano, la administración demócrata restauró en su vigor las sanciones trumpistas. Pero ya no tocó las licencias petroleras. ¿Las cancelará Trump?

De la Democracia como raíz cuadrada del Orden público

Todas las potencias y países que reconocen a Maduro coinciden con Trump en su respeto por la estabilidad y la paz interior. De su capacidad para generarlas y conservarlas, sin importar en definitiva el precio alto de métodos eficaces, derivan la legitimidad de gobiernos y gobernantes. Sea la deportación masiva de migrantes sin papeles hasta la compra extorsiva a Dinamarca de Groenlandia -la isla más grande del mundo-, o la reocupación unilateral de la Zona del Canal en Panamá, todos los grandes espectáculos en cinemascope y los violentos despliegues de super-acción de la voluntad de dominio de un fantasioso presidencialismo dictatorial son legítimos para Trump porque todos restauran, defienden, fortalecen, afianzan un orden nacional e internacional. El arte del buen gobierno consiste en restablecer a EEUU en un equilibrio y bienestar hostigados, amenazados, y en peligro. A grandes males, grandes remedios.

Al jurar el viernes 10 de enero en Caracas, Nicolás Maduro prometió que su tercer sexenio será recordado como un período donde gobierne “la paz”. Donald Trump jurará el lunes 20 de enero en Washington, pero ya había anunciado que al fin de los cuatro años de su mandato reinará la paz. Al punto de que ya no serían necesarias nuevas elecciones presidenciales. Porque el fin de la renovación de autoridades es procurar esos residuos de orden y estabilidad que el gobierno saliente dejó como cabos sueltos, y él no los dejará: Trump exagera, y sabe que se jacta.

Un experimento mental del presidente electo Donald John Trump

Entre las hipérboles retóricas tan sobreabundantes en la campaña electoral de Trump, una, muy recordada, involucraba a Venezuela. En octubre, aseguró que él se sentiría más seguro y tranquilo yendo a cenar en suelo venezolano que en estadounidense. La tasa anual de homicidios en Venezuela es tres veces mayor que la de EEUU, le respondieron de inmediato desde la campaña demócrata. Es difícil pensar que Trump lo ignorara, y más difícil todavía que estuviera convencido de la superior seguridad del país de Maduro. Tampoco desconocen Trump, ni los demócratas, que la tasa de homicidios de EEUU es diez veces más alta que en Alemania o en España.

Lo que en la comparación de Trump empezó por ser implícito, y después el candidato republicano explicitó, es que prefería cenar en un país donde la tasa de homicidio bajaba (como es el caso de Venezuela) que en uno donde subía (como es el caso de EEUU). Por más que bajando una y subiendo la otra, falten años para que se hallen en un mismo nivel, conservándose inalterados los actuales ritmos de crecimiento y decrecimiento. Pero es esperanzador que decrezca el crimen, y desesperante que aumente. Y más aún, como añadía y añade Trump, cuando el gobierno hace fraude en colusión con el FBI y comunica números falsos sobre los homicidios en las grandes ciudades (y en efecto algunos cambios en los métodos estadísticos y las normas clasificatorias, adoptados en la presidencia de Biden, sin que sean mentiras, escamotean y maquillan para bien los porcentajes securitarios posteriores).

Sólo en este experimento mental prefiere Trump cenar en el país de Maduro y no en el de Biden. Que, sin embargo, no es poco de lo que dice sobre el gobernante que espera saludar con un ‘La casa está en orden’ cuando abandone para siempre la Casa Blanca el 20 de enero de 2029.

AGB

Etiquetas
stats