De Caracas a Ottawa y de Lima a Pekín, el 2025 empieza el 20 de enero
2025 empezó recalculando. A las pocas horas de acontecidas el primer día del año, dos balaceras y explosiones ricas en víctimas ya habían sido reclasificadas con sobriedad en Estados Unidos. Sólo el 1° de enero fueron el atacante de Nueva Orleans y el de Las Vegas; dos actos terroristas coordinados entre sí desde el extranjero. Dos pioneros en un feroz y veloz tsunami de atentados noticia-en-desarrollo.
Los dos primeros en golpear y matar en territorio de EEUU después del 11-S de 2001. Un día después no eran menos compadecidas por autoridades y policías las personas muertas y lastimadas y sus familias en duelo y en shock. Pero los dos ataques ya no eran denunciados ni investigados como presunto fruto de un plan meditado por una red mundial de crimen jihadista islámico organizado. La degradación del status de peligrosidad de cada causante de tanto sufrimiento había entrado en caída libre.
El 2 de enero, el atacante de Luisiana ya había sido apartado del rebaño (que no encontraban) y recalculado como “lobo solitario” (acaso demente) y el atacante de Nevada un suicida (ídem). Y no surfeaban la misma ola, aunque los dos eran veteranos del Ejército; los hechos de sangre lucían semejantes pero eran inconexos. Y al poco rato ya ni siquiera cuadraba como atentado el auto eléctrico que explotó en Las Vegas.
La explosión era un subproducto del suicidio del conductor, que ya se había descerrajado un tiro cuando el Tesla se prendió fuego frente a un edificio Trump en la ciudad capital del juego, y estalló. En menos de una semana pudo verse, acelerada, resumida, y circunstanciada, la banalización de profecías, apocalipsis y aun meros partes policiales: un proceso de cotización a la baja que en la larga duración de meses y meses había sido característico de 2024.
2024, el año de los cuatro mil millones de votos
En 2024, más personas que nunca antes en la historia humana tuvieron la oportunidad de votar en elecciones democráticas. Un electorado mundial de 4 mil millones de votantes fue convocado a elegir, ratificar o renovar sus representantes o gobernantes nacionales o subnacionales en un total de 76 países. Más de la mitad de la población de la tierra.
La mayoría de los resultados fueron los anticipados. Pero en muchos de ellos, las peores predicciones se vieron morigeradas o quedaron descartadas porque ni ganadores ni perdedores vencieron o fueron vencidos del modo o con los números que habían sido previstos. En otros casos, el curso de las decisiones adoptado con determinación por líderes o colectivos políticos una vez conocidos los resultados electorales –más o menos favorables para ellos– difirió hasta lo inverosímil de un consenso profético escéptico o pesimista.
En la mayoría de los casos, si nos parece que al fin de cuentas en determinados continentes (como América), en determinadas regiones (como el Mercosur), en determinados países (como México) el año pasado fue mejor de los que nos parecía, esta magia modesta se debe más a percibir, al precisar foco y enfoque, cuán paradójica puede ser en ocasiones la historia política, y menos o nada al conformismo de bajar la vara. Nuestras esperanzas fueron desairadas, pero muchas expectativas estaban equivocadas.
El infierno puede esperar
Algunas noticias temidas faltaron sin aviso a la cita. Ni la derecha ganó en México, ni la India ni Sudáfrica se volvieron autocracias, ni estalló la violencia civil en EEUU después de las presidenciales. Otros hechos políticos, del continente americano, y de los restantes, fueron malhadados, de una gravedad jamás desdeñable, pero diferente y al fin de cuentas menor que el fin de los tiempos advenido y la pecaminosidad consumada.
Ni hubo fraude en las elecciones mexicanas en junio, ni Claudia Sheinbaum fue elegida presidente con un margen estrecho que estorbara a la gobernabilidad, ni su antecesor Andrés Manual López Obrador –el presidente con récord mundial de popularidad al fin de su período– se quedó en la capital mexicana violando su promesa de retirarse a su estado natal, el tropical Tabasco. Tampoco hay signos de que, como se previó también, sea él la autoridad secreta que desde allí mueve por control remoto las acciones de la mandataria (por más que la oposición de derechas insista en que sí, en que es lo que está ocurriendo, sólo que lo hacen tan bien en su maldad, con modos tan perfectos en su sigilo, que hasta ahora no se han podido hallar las pruebas fehacientes de ese comando en las sombras a todas luces efectivo).
Las águilas del cielo y el destino manifiesto
Es paradójico, pero no ambiguo. Resulta muy extraño admitirlo y más todavía decirlo. Pero si el expresidente y candidato presidencial republicano Donald Trump, según había convenido a lo largo del año un sordo consenso demoscópico sin inconstancias o contestación relevantes, estaba predestinado a imponerse en noviembre y a retornar a la Casa Blanca en enero, ese regreso habría cargado sobre sí amenazadoras tragedias nacionales y violencias ciudadanas lacerantes de no haber sido su victoria tan secante e irrefutable como los números proclamaron que fue.
El margen del triunfo republicano fue visible y suficiente desde el primer conteo rápido del Election Day. En la elección general del primer martes del penúltimo mes del año, Trump obtuvo una mayoría nítida en el colegio electoral (suma total de los electores ganados estado por estado en números diferentes en cada uno de los 50, en razón de las diferencias censitarias de población). Por encima del umbral mínimo necesario para ganar la presidencia en una república federal donde la elección del Ejecutivo es indirecta: la ciudadanía no elige, elige a quienes eligen por ella.
Pero también, avasallador como ningún otro presidente electo desde la elección de su correligionario Ronald Reagan en el siglo pasado, Trump obtuvo una mayoría personal en el voto popular (suma de todos los votos válidos emitidos). En la misma elección, las candidaturas republicanas conquistaron la mayoría de las bancas del Legislativo.
Aunque la superioridad oficialista sobre la oposición demócrata sea la más exigua de la historia del Capitolio, el nuevo oficialismo de Washington contará a su favor por dos años con la trifecta asegurada por el buen éxito electoral: la triple fortuna de un presidente que puede gobernar con mayorías partidarias propias en las dos cámaras del Congreso.
La trifecta inaugura la nueva serie anual de temores modelo 2025 (desde la promesa de deportación en masa de inmigrantes sin papeles hasta el aumento universal de los aranceles pasando por el futuro de la salud, educación, y administración públicas) y fantasías de grandeza megalómana y expansión territorial (desde la persecución militar de los carteles narcos en suelo mexicano, el convertir a Canadá en la estrella n°51 de la bandera estadounidense o la reposesión del Canal de Panamá hasta la compra de Groenlandia, la isla más grande del mundo, protectorado del reino de Dinamarca en las aguas del Atlántico Norte y el Mar Glacial Ártico, con alguna oferta que la Monarquía danesa ‘no podría rechazar’).
No todos estos nuevos pronósticos producen parejo pavor, y en todos mitiga el miedo la experiencia del anterior inquilinato republicano de avenida Pennsylvania al 1600: a Joe Biden sucederá su predecesor. El período 2016-2020 predispone a una visión más modesta en rango y eficacia del futuro flamígero de los cuatro años que empiezan el 20 de enero de 2025, a disminuir del volumen de cada sadismo compensatorio por venir cuotas de hipérbole retórica y exageración personal irreprensibles en Trump.
Lo que se ha esfumado por entero del horizonte es el pánico, que en vez de disminuir sólo había crecido y proliferado en el último semestre de 2024, indetenible porque era muy razonable, que provocaba el espectáculo imaginado de las muy reales tempestades y batallas que habría desencadenado un empate catastrófico del candidato republicano con su rival oficialista derrotada, la demócrata Kamala Harris. El país vivía las vísperas de una guerra civil que no fue, y que por cuatro años no será. Las próximas elecciones presidenciales significarán el fin del encierro político de EEUU en el laberinto de la gerontocracia y un recambio generacional en el poder de Washington.
La República Oriental del Urugay, o la Bélgica de Sudamérica
El regreso al poder del Frente Amplio (FA) en las elecciones del Uruguay y del laborismo en Gran Bretaña a nadie sorprendió. Era previsible, pero no inevitable. Ayudaba al acierto del augurio el que en los últimos quince años y en especial después de la pandemia la lógica de la impaciencia de los electorados con los oficialismos se ha vuelto casi instrumento confiable de predictibilidad sobre quién ganará (la oposición) y quién perderá (el gobierno de turno) en una elección general.
En su primera postulación a la presidencia le fue más difícil a Yamandú Orsi conseguir cada voto necesario para resultar electo en el balotaje de noviembre de lo que le había costado a sir Keir Starmer obtener la mayoría para en julio entrar como primer ministro al N°10 de la londinense Downing Street. El frenteamplista era el candidato presidencial de una amplia coalición electoral de la que no era el jefe político: ni siquiera era jefe del espacio de Pepe Mujica que lo había promovido como su precandidato en las internas. Nadie dio por sentado en la Banda Oriental que el FA sería el ganador de la elección presidencial, nadie dudaba en el Reino Unido de que los perdedores de las parlamentarias serian el Partido Conservador y su cúpula extravagante, teatral y multimillonaria.
Volvían a votar y a girar hacia la centro-izquierda, como si el movimiento fuera común y concertado, países unidos por un lazo político genealógico. Al Foreign Office, a la cancillería de Su Majestad, a la diplomacia de Lord Ponsonby, deben su formación y nacimiento gemelares, dos siglos atrás, el estado tapón (buffer State) que en el Atlántico Sur es la portuaria República Oriental y el estado tapón que en el Atlántico Norte es el portuario Reino de Bélgica. Hay simetrías estructurales entre esas dos jóvenes naciones fruto de la lograda obstetricia previctoriana. Analogías de parto y de cuna: diplomáticas, financieras, comerciales, cosmopolitas, marítimas y librecambistas. Dos naciones trilingües. Lenguas oficiales de Bélgica son el francés, el neerlandés y el alemán. Del Uruguay, el castellano, el portugués y el guaraní. Los tres idiomas del Mercosur, el bloque regional sudamericano del cual Montevideo es la sede. Así como Bruselas es sede de la Unión Europea (UE).
La cintura cósmica del Sur global, del bloque Mercosur al club BRICS
En diciembre, después de un cuarto de siglo de marchas y contramarchas, firmaron los dos bloques un acuerdo comercial de libre comercio que básicamente significa que la UE será un mercado para el agro americano y el Mercosur para la industria y los servicios europeos. Desde Bruselas viajó Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, para firmar en Montevideo el acuerdo con los presidentes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Era uno de los objetivos que se había fijado para su mandato esta alemana democristiana, pero la llegada a puerto debe su buen éxito, en medida determinante, a a la diligencia sin desfallecimientos de Itamaraty, el Foreign Office de Brasilia.
No menos activo ha sido el largo compromiso y combatividad personales de Luiz Inácio Lula da Silva. En 2025, a sus 79 años, será el decano de los gobernantes de América, una vez que el 20 de enero se consume la transición en EEUU y su amigo y correligionario, el octogenario Joe Biden haya traspasado en Washington cargo y poder a Trump. Exdirigente sindical, el primer presidente obrero de Brasil fue desde su primer mandato en 2003 abanderado de la causa de abrir los mercados europeos al gran Mercado do Sul. Aun en contra de la reluctancia o intransigencia que en el pasado, y aún el presente, era patente o latente alternativamente en algunas administraciones de los otros tres socios. Al bloque regional se ha sumado ahora Bolivia.
En el Estado Plurinacional compiten, por la razón o por la fuerza, para ganar la candidatura del MAS o la representación de sus votantes tradicionales para las elecciones de 2025, año del Bicentenario de la Independencia boliviana, el expresidente Evo Morales y su exministro de Economía y actual presidente Lucho Arce, que este año concluye su quinquenio en La Paz. Los extremos de violencia y protesta que se auguraban al conflicto entre evistas y arcistas, sin embargo tan vivo, no se han producido aún. La economía enfrenta dificultades y la convertibilidad del peso boliviano con el dólar ha quedado atrás y el dólar billete es difícil de encontrar en el Altiplano (menos difícil en Santa Cruz). El nivel de vida no se ha desbarrancado tanto desde los 3600 msnm de la sede de gobierno plurinacional. Un solo ejemplo: en la UMSA, la universidad pública paceña, un cargo de profesor titular con dedicación exclusiva y máximo de antigüedad se paga unos 1500 dólares más que la posición académica equivalente en la argentina UBA.
Votos con clase de votantes clasistas
Junto con Cuba, Venezuela, y otros países –como la pluri-insular Indonesia, la nación islámica más poblada del mundo– Bolivia ha ingresado este año en esa ahora ensanchada alianza informal que son los BRICS (Brasil Rusia India China Sudáfrica). Lucho fue apadrinado por Lula. La única institución que formalmente liga a los países del “Sur global” es el Banco de Desarrollo del BRICS, con sede en Shanghai, cuya dirección ocupa, en un segundo mandato consecutivo, la expresidenta petista Dilma Rousseff.
Dos de las elecciones más importantes de 2024 fueron en dos socios fundadores del BRICS. En las dos perdieron sus mayorías propias dos partidos identitarios. Contra toda expectativa, el hinduista BJP en la India retrocedió y su líder perpetuo Narendra Mori no se volvió el autócrata que se preveía en el que hoy es el país más poblado del mundo. También en Sudáfrica tendrá que gobernar en coalición el AFNC de Nelson Mandela, que gobernaba desde el fin del apartheid en 1994.
Votantes negros votaron a partidos de liderazgo blanco y votantes hinduistas a candidatos laicos: el reclamo contra la inflación y la recuperación del poder adquisitivo y esperanza de movilidad ascendente por la vía de la creación de empleo, unido a la protesta por el medio ambiente y las infraestructuras deterioradas, pesó más que la adhesión a identidades étnicas, culturales, religiosas, nacionales. El proceso es paralelo al que ratificó el voto por Trump, que en 2024 creció en cualquier recorte de grupos que haga la sociología electoral, salvo entre los condados más ricos. E hizo avances notables en el voto hispano y afroamericano. La clase social y el status profesional vuelven a ser los predictores del voto.
De los Andes a los Uralaes y de los llanos venezolanos a la estepa rusa: las reverencias del vicio a la virtud
Ni como imprevista o imprevisible, sino como directamente imposible antes que totalmente improbable había sido tenida la eventualidad de que la Justicia electoral de la Federación Rusa o de la República Bolivariana de Venezuela se enlutara y comunicara al pueblo nación una derrota de sus invictos líderes aliados Vladimir Putin y Nicolás Maduro. Contadas las voluntades expresadas entre el 15 y el 17 de marzo y el 28 de julio, uno y otro fueron declarados candidatos triunfantes y presidentes reelectos, ambos por tercera vez consecutiva. A uno y otro declararon las correspondientes autoridades judiciales candidatos triunfantes y presidentes electos.
Si todo ha invitado a creer que las presidenciales venezolanas habrían resultado viciadas a posteriori por un grosero y mal escondido fraude en el escrutinio de los votos, las rusas no eran, a priori, elecciones libres y plurales porque la oposición competitiva habría chocado contra obstáculos insalvables a la hora de inscribir sus candidaturas. Es significativo, sin embargo, que en Moscú y en Caracas se organicen elecciones y se argumenten la existencia comprobable del sufragio universal, la libertad de cada votante para escoger, de cada espacio político para postular candidaturas, la efectiva pureza del sufragio efectivo, el imperturbado desarrollo de la jornada de votación y la neutralidad del recuento por agencias independientes dentro del Estado para legitimar el ejercicio del poder porque quienes son al fin declarados vencedores oficiales.
Nicolás Maduro, socialista del siglo XXI, delfín y heredero del comandante Hugo Chávez –exgolpista frustrado y exitoso presidente elegido y reelegido con regularidad según un calendario electoral al que sólo la muerte dio fin–, y Vladimir Putin, exagente de inteligencia que en 2025 cumplirá un cuarto de siglo en el poder, nostálgico de una Unión Soviética que sabe más allá de cualquier resurrección o karaoke viables, se consideran y declaran democráticos.
La fidelidad de las FFAA es una condición sine-qua-non para la perpetuidad en el Palacio de Miraflores y en el Kremlin, y las exportaciones de petróleo y gas extraídos y explotados por PDVSA o Gazprom, monumentales empresas hidrocarburíferas del Estado, son la fuente de los recursos destinados a políticas sociales y el secreto a voces de la fidelidad de los estamentos y sectores de la población que son fielmente favorecidos por ellas. En los gobiernos de Maduro, el mal funcionamiento de PDVSA, debido entre varios motivos –en el contexto de los embargos comerciales sucesivos y crecientes y de otras sanciones económicas y financieras impuestas desde Washington– al nombramiento en posiciones directivas a personal de confianza de la administración pero inepto para el cumplimiento de las funciones técnicas de su cargo, redundó en la reducción de la producción, del margen exportable, y en la caída drástica de los ingresos del Tesoro y en el consiguiente deterioro del gasto social y el derrumbe de la economía, el empleo, la salud y el mantenimiento de las infraestructuras.
Martes en Washington (y Ottawa) y viernes en Caracas (y Nueva York), o cinco gobernantes que van y vienen
Maduro fue proclamado por la autoridad electoral venezolana como presidente reelecto por segunda vez consecutivo en la votación del último domingo de julio. El heredero del comandante Chávez se dispone a asumir en Caracas el 10 de enero e iniciar así su tercer mandato.
El mismo viernes, el segundo de enero, en Nueva York, Donald Trump debe apersonarse en los tribunales de Manhattan ante la Justicia criminal para un trámite indelegable y final en su juicio penal. Ya ha sido declarado culpable por un Gran Jurado compuesto de residentes del estado. Debe oír al juez de primera instancia que leerá la sentencia y la condena que tocará al único presidente de la historia de EEUU declarado culpable en un proceso penal.
País hiper federal, en EEUU la legislación penal no es homogénea: las diferencias entre cada uno de los estados y los 49 restantes no se limitan a la forma, al rito, al proceso (como entre las provincias argentinas) sino que pueden ser sustantivas, de fondo: lo que es delito de un lado de una ruta puede ya no serlo del otro lado, en el estado vecino. El delito del que Trump fue hallado culpable es de derecho penal electoral del estado de Nueva York. En 2016, en su primera campaña como candidato presidencial republicano, todas las historias de su pasado aumentaban su cotización. La estrella porno profesional Stormy Daniels buscaba comprador para el relato de una noche que habría pasado ella con el millonario, entonces especulador inmobiliario neoyorquino y estrella brillante de la pantalla chica, diez años antes. El propio Trump ganó la subasta y pagó más que nadie por los derechos de la historia, que así sólo el podía publicar. Hasta aquí, todo legal.
Aconsejado por su abogado, Trump tuvo la mala idea de esconder el pago como un asiento en los libros que llevaban la contabilidad pública de los gastos de la campaña republicana. Y el dinero había ido al peculio de Stormy, no a la campaña de Donald. Desviar así los fondos o asentar así travestidos decenas de miles de dólares en una contabilidad partidaria donde jamás figuraron de otro modo más que por esta mentira es delito penal en el severo estado de Nueva York.
Al contrincante opositor y perdedor oficial de las presidenciales del 28 de julio en Venezuela le faltó el reconocimiento de las muy oficialistas instituciones técnicas bolivarianas. Pero el exdiplomático Edmundo González Urrutia es reconocido como ganador oficioso y único vencedor legítimo en Bruselas y en Washington, en Montevideo y en Buenos Aires, donde fue recibido en la Casa Rosada por el presidente Javier Milei y donde había sido embajador. El 10 de enero estará también en Caracas. El 6 de enero, un día gélido donde las escuelas y las oficinas del gobierno federal estaban cerradas en Washington bajo una tormenta de nieve, el septuagenario venezolano estuvo reunido por el espacio de 20 minutos con Joe Biden en la Casa Blanca.
Más al norte, donde el clima es más frío, el premier canadiense Justin Trudeau, anunciaba en la capital Ottawa su renuncia sorpresiva a la jefatura de gobierno y a la conducción del Partido Liberal. El bipartidismo de Canadá es el Partido de centro izquierda opuesto al Partido Conservador. La vida política del país que Trump llamó “estado número 51 de EEUU” ingresó en una incerteza encaminada al desorden y aún el caos. Un efecto ya del pasado cuya causa se encuentra en el futuro: la jura de Trump como presidente número 47 de EEUU el lunes 20 de enero.
Ese mismo martes de la visita a la Casa Blanca del venezolano que no es presidente en el Palacio de Miraflores y de la dimisión del canadiense que después de una década ya no será premier en Ottawa, en la capital norteamericana las dos Cámaras del Congreso, reunidas en solemne Asamblea Legislativa, concluyeron el escrutinio último de los votos electorales y con su aval definitivo consagraron la victoria irrebatible de Donald Trump el 5 de noviembre.
Vencedor y vencida
A diferencia del miércoles 6 de enero de 2021, cuando bandas trumpistas irrumpieron en el Capitolio tomado por asalto protestar contra el triunfo del candidato demócrata, nada interrumpió la solemnidad de un acto sin más contenido que su formalidad. Nadie perturbó un ritual presidido por la vicepresidenta del país y presidenta del Honorable Senado de la Nación.
Conducir esta ceremonia era el último deber en la función pública de Kamala Harris. El cometido estuvo cumplido tan pronto como la excandidata presidencial oficialista proclamó que ella había sido vencida en las elecciones y que el 20 de enero el presidente Biden, el candidato demócrata que al final no fue, traspasará el poder de Washington a la manos del vencedor Donald John Trump.
AGB/MC
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