“Era un extraño y bochornoso verano, el año en que electrocutaron a los Rosenberg...”. Así reza la frase inicial de la novela de Sylvia Plath La campana de cristal, publicada en 1963, en referencia a la pareja judía estadounidense de Julius y Ethel Rosenberg, que fueron condenados por conspiración para cometer espionaje y enviados a la silla eléctrica hace ahora 68 años. Su ejecución proyecta una sombra morbosa sobre el libro de Plath, al igual que lo hizo sobre Estados Unidos, y es considerada por muchos como el momento álgido de la implicación de Estados Unidos con la Guerra Fría.
Los Rosenberg siguen siendo los únicos estadounidenses condenados a muerte en tiempos de paz por espionaje, y Ethel es la única mujer estadounidense ejecutada por el Gobierno de Estados Unidos por un delito distinto al de asesinato.
Durante el juicio, Ethel fue vilipendiada por supuestamente dar prioridad al comunismo frente a sus hijos, y los abogados de la acusación la presentaron una y otra vez como la parte dominante de la pareja, simplemente porque era tres años mayor que su marido. “Ella fue el cerebro de toda esta conspiración”, afirmó el fiscal adjunto Roy Cohn ante el juez. Sin embargo, en los últimos años ha crecido la duda sobre su culpabilidad y una nueva biografía la presenta bajo una luz diferente.
“Ethel fue ejecutada simplemente por ser la esposa. Fue considerada culpable por apoyar a su marido”, dice Anne Sebba, autora del ensayo Ethel Rosenberg: A Cold War Tragedy (Ethel Rosenberg, una tragedia de la Guerra Fría). Y por eso, la mujer de 37 años, madre de dos niños pequeños, recibió cinco descargas masivas de electricidad a través de su cuerpo. Su muerte fue tan brutal que los testigos presenciales afirmaron que le salía humo de la cabeza.
La ejecución de los Rosenberg fue tan impactante en su momento y tuvo tanta resonancia en un periodo concreto de la historia de Estados Unidos que ha pasado a integrar la cultura popular del país. En la obra teatral de Tony Kushner Ángeles en América, Ethel persigue a Cohn. En el film Crímenes y pecados, de Woody Allen, Clifford (interpretado por Allen) dice sarcásticamente que quiere a otro personaje “como a un hermano: David Greenglass”, en referencia al hermano de Ethel, que testificó contra ella y Julius para salvarse a sí mismo y a su mujer. La reacción cultural más conmovedora a la muerte de los Rosenberg fue la novela que EL Doctorow publicó en 1971, El libro de Daniel, que imagina la dolorosa vida posterior del hijo mayor de los Rosenberg, al que rebautiza como Daniel. En realidad, el hijo mayor de los Rosenberg se llama Michael, y su hermano menor, Robert.
Un lluvioso día de primavera, entrevisté a los hijos de los Rosenberg. Tenían tan sólo tres y siete años cuando sus padres fueron detenidos, y seis y diez cuando los ejecutaron. Ahora son unos abuelos de barba gris y se les conoce como Michael y Robert Meeropol, ya que hace tiempo que utilizan el apellido de la pareja que los adoptó después de que el Gobierno estadounidense los dejara huérfanos.
Cuando sus padres fueron encarcelados, Michael, que siempre fue un niño rebelde (“rebelde es una forma amable de describir mi comportamiento”, dice él), se convirtió en un niño todavía más complicado. Robert se encerró en sí mismo. Esta dinámica prevalece.
“Robert es más reservado y yo tiendo a perder los estribos”, explica Michael, de 78 años, profesor de Economía ya jubilado cuyos ojos brillan con fuego cuando recuerda viejas batallas. El paciente y metódico Robert, de 74 años, abogado también jubilado, sopesa cuidadosamente cada palabra. Estamos hablando por videochat, y cuando le pregunto dónde está Robert, me responde que en su casa de Massachusetts, en un pueblo “a unos 140 kilómetros al oeste de Boston y unos 240 kilómetros al noreste de Nueva York. Para ser más específicos...”. Michael está en su casa del estado de Nueva York, en un pueblo que describe como “justo al sur de la casa de Pete Seeger”, refiriéndose al cantante de folk y héroe de la izquierda.
Las diferencias entre los hermanos son evidentes, pero también su cercanía: Michael llama a Robert “Chando”, un apodo de la infancia, y desde que la esposa de Michael, Ann, murió hace dos años, su hermano menor le llama todos los días.
“Rob y yo tenemos una relación inusual en muchos sentidos. Hemos pasado por muchas dificultades, así que estamos muy unidos”, dice Michael. Le pregunto cómo habría sido si hubiera pasado por todo eso solo. Se echa para atrás, sorprendido por ese pensamiento. “Creo que habría sido muy, muy duro”, dice finalmente.
Tal vez sea igual de importante el hecho de que se hayan apoyado mutuamente como adultos, a medida que han ido saliendo a la luz más pruebas sobre el caso de sus padres, y han tenido que seguir revaluando su propio pasado. “A lo largo de los años 70 y 80, creímos que nuestros padres eran solo comunistas que fueron incriminados ¿Quieres añadir algo, Chando?”, dice Michael. “Sí, yo añadiría: puedes incriminar a personas que no son culpables”, dice Robert.
Los problemas de los hermanos comenzaron el 17 de julio de 1950, cuando su padre, Julius, fue arrestado en el hogar familiar, situado en el barrio del Lower East Side de Nueva York, bajo sospecha de espionaje.
Michael había estado escuchando en la radio un episodio de El Llanero Solitario en el que le tendían una trampa, y ahora el espectáculo parecía estar ocurriendo frente a él. El mes anterior, el hermano menor de Ethel, David Greenglass, había sido detenido por el mismo delito.
Un hecho importante es que acababa de comenzar la guerra de Corea, que era vista por Estados Unidos como una lucha para impedir que el comunismo destruyera el estilo de vida estadounidense. El senador Joseph McCarthy advertía a los estadounidenses sobre los “comunistas nacionales”. Cuando Julius fue detenido, Estados Unidos estaba sumido en un pánico hacia todo lo relacionado con el comunismo.
Un mes después, Ethel fue detenida por el FBI y acusada de espionaje. Llamó a Michael a su casa y le dijo que ella, al igual que su padre, había sido detenida.
“¿Así que no puedes venir a casa?”, preguntó él.
“No”, respondió ella.
El niño de siete años se puso a gritar.
Julius y Ethel Rosenberg, al igual que David Greenglass y su esposa Ruth, eran comunistas. Como muchos judíos, se interesaron por el movimiento en los años 30 cuando les pareció un medio para luchar contra el fascismo. A diferencia de muchos otros, se adhirieron al comunismo después de que la Unión Soviética y Alemania firmaran el pacto de no agresión Molotov-Ribbentrop, que aparentemente, aunque no oficialmente, aliaba a los países.
“Hoy es fácil criticarlos, pero eran personas que crecieron en la pobreza durante la Depresión y vivieron el ascenso del fascismo. Pensaban que estaban haciendo del mundo un lugar mejor”, dice Sebba. Como historiadora, Sebba se ha forjado una reputación por escribir en particular sobre mujeres, como Wallis Simpson. “Me gusta escribir sobre mujeres que han sido incomprendidas”, afirma. Y pocas, según ella, han sido más incomprendidas que Ethel Rosenberg.
Casi siempre se habla de los Rosenberg como pareja, pero como sus hijos se han ido percatando poco a poco, y como Sebba muestra en su libro, sus historias fueron muy diferentes. Mientras que Julius mantenía una estrecha relación con su madre, Sophie, Ethel y su madre, Tessie, tenían una relación difícil. Tessie favorecía a David, el pequeño de la familia, y para Ethel el comunismo era un medio de educarse y separarse de su madre.
David trabajó como maquinista durante 18 meses en el laboratorio de armas nucleares de Los Álamos. Fue detenido cuando se le identificó como parte de una cadena que pasaba secretos sobre la tecnología a los soviéticos. David admitió rápidamente su culpabilidad, y su abogado le aconsejó que lo mejor que podía hacer para atenuar su condena, y para evitar que su mujer pudiera tener problemas, sería delatar a otra persona. Fue así como los Rosenberg fueron detenidos.
El FBI creía que Julius era un cabecilla que reclutaba estadounidenses para que espiaran contra su propio país, y que había utilizado a David para que pasara los secretos de la bomba atómica a los rusos. Las acusaciones iniciales contra Ethel fueron que “tuvo una conversación con Julius Rosenberg y otros en noviembre de 1944”, y que “tuvo una conversación con Julius Rosenberg, David Greenglass y otros en enero de 1945”, es decir, que habló con su marido y su hermano. Era una acusación poco sólida, como sabía el FBI, y, sin embargo, Myles Lane, el fiscal adjunto jefe del Distrito Sur de Nueva York, dijo a la prensa: “Si el crimen del que se la acusa [a Ethel] no hubiera ocurrido, tal vez no tendríamos la situación actual en Corea”.
Inicialmente, David declaró que su hermana no había estado involucrada en ningún tipo de espionaje. Sin embargo, su esposa Ruth dijo que Ethel había mecanografiado la información que David había dado a Julius para que la pasara a los soviéticos. David cambió rápidamente su historia la semana anterior al juicio para corroborar la versión de su esposa, probablemente bajo la presión de Roy Cohn, el ambicioso fiscal adjunto.
Esta era la prueba clave contra Ethel y el fiscal jefe, Irving Saypol, conjuró una imagen para el jurado de Ethel en la máquina de escribir, aporreando las teclas, “golpe a golpe, contra su propio país en interés de los soviéticos”. Pero incluso con eso, Myles Lane, que había culpado públicamente de la guerra de Corea a Ethel, admitió en privado en una reunión a puerta cerrada del Comité Conjunto del Congreso sobre Energía Atómica: “Los argumentos contra la señora Rosenberg no son sólidos. Pero con el fin de actuar como elemento disuasorio, creo que es muy importante que ella también sea condenada y que se le imponga una dura sentencia.” El director del FBI, J. Edgar Hoover, estuvo de acuerdo y escribió que “el procedimiento contra la esposa” serviría “de palanca” para hacer hablar a su marido.
En el juicio, bajo el interrogatorio de Cohn, David testificó que en septiembre de 1945 le dio a Julius un boceto y una descripción de la bomba atómica, y que Ethel participó muy activamente en estas conversaciones. Por haber dado nombres, David fue condenado a 15 años de prisión, y acabó cumpliendo nueve. Ruth quedó libre y pudo regresar a su casa y cuidar de sus hijos. Los Rosenberg, que insistían en su inocencia, fueron declarados culpables.
El juez Irving Kaufman estudió cuidadosamente su sentencia. Hoover, consciente de lo endeble del caso contra Ethel, y de cómo se vería que Estados Unidos ejecutara a una joven madre, se opuso a la sentencia de muerte para ella, pero Cohn argumentó a favor de la ejecución y finalmente su opinión prevaleció.
Michael y Robert no volvieron a ver a los Greenglass después del juicio, y lo único que Michael recuerda de ellos es: “David parecía un idiota anodino y Ruth era muy fría. Pero, ¿es eso cierto, o solo un sobrino que quiere desenmascarar a los que mintieron sobre mis padres?”, se pregunta. Se cuestionan constantemente sus propios recuerdos del pasado. Robert dice que cuando piensa en su familia antes de que sus padres fueran detenidos tiene “la sensación de una época dorada, de una familia maravillosa y cariñosa antes de que fuera destrozada”. “Pero, ¿es solo una fantasía?”, se pregunta.
Durante años, se ha retratado a Ethel como una mujer fría que, como afirmó Kaufman en su sentencia, amaba más al comunismo que a sus hijos. En realidad, como revela Sebba en su libro, era una madre muy entregada, con un interés muy avanzado para la época por la psicología infantil. Antes de su detención, acudía regularmente a una terapeuta infantil, Elizabeth Phillips, para que la ayudara con Michael y para aprender a ser mejor madre.
Durante los tres años que pasó en prisión, mantuvo su suscripción a la revista Parents (Padres). Pero cuando fue detenida, todas las aspiraciones que había albergado para dar a sus hijos el tipo de infancia feliz que se le había negado a ella estallaron en mil pedazos.
Al principio, los niños vivían con su abuela, Tessie, que no ocultaba su resentimiento por la situación. Las cosas empeoraron aún más cuando los internaron en orfanato. Finalmente, la madre de Julius, Sophie, los acogió, pero dos niños pequeños eran demasiado para su frágil abuela. Ninguna de sus tías o tíos quiso acogerlos, bien porque apoyaron la versión de David y Ruth, bien porque tenían miedo. Así que los enviaron a varias familias de acogida.
Todo lo que Ethel podía hacer era escribir cartas a su abogado, Manny Bloch, exponiendo desesperadamente sus teorías sobre la crianza de los hijos con la esperanza de que se cumplieran de alguna manera (“uno no puede comportarse de forma incoherente con los niños”, escribía).
Por el bien de los niños, siempre mantenía una fachada feliz cuando los visitaban. “Siempre lo pasábamos bien en las visitas a la cárcel: cantábamos, hablábamos, nos divertíamos”, recuerda Michael. Incluso solía jugar al ahorcado con su padre, aunque no se dio cuenta de la ironía hasta que fue adulto.
El Gobierno estadounidense garantizó que si Julius les daba los nombres de otros espías, y él y Ethel admitían su culpabilidad, se les perdonaría la vida. Los Rosenberg emitieron una declaración pública: “Al pedirnos que repudiemos la verdad de nuestra inocencia, el Gobierno admite sus propias dudas respecto a nuestra culpabilidad... no seremos coaccionados, ni siquiera bajo pena de muerte, a dar falso testimonio”.
El 16 de junio de 1953, los niños fueron llevados a la prisión de Sing Sing, en el estado de Nueva York, para despedirse de sus padres. Ethel mantuvo su habitual apariencia de valentía, pero en esta ocasión Michael -que tenía 10 años y entendía lo que estaba pasando- se sintió mal por su aparente calma.
Después, Ethel escribió una carta a sus hijos: “Quizá pensaron que no tenía ganas de llorar cuando nos abrazamos y nos despedimos... Queridos, eso habría sido tan fácil, demasiado fácil para mí... pero los quiero más que a mí misma y sabía que necesitaban ese amor mucho más que yo el alivio de llorar”. El 19 de junio, Ethel y Julius escribieron su última carta a sus hijos: “Nos gustaría haber tenido la tremenda alegría y gratificación de vivir nuestra vida con ustedes... Recuerden siempre que éramos inocentes y no podíamos ir en contra de nuestra conciencia. Los abrazamos y los besamos con todas nuestras fuerzas. Con cariño, papá y mamá”.
Poco después de las ocho de la tarde de ese día, los Rosenberg fueron ejecutados. Fueron enterrados en Long Island, en uno de los pocos cementerios judíos que aceptaron sus cuerpos.
Como sus familiares y parientes no quisieron hacerse cargo de ellos (“algunos conocidos exclamaban años más tarde: '¿una familia judía y ningún miembro quiso cuidar de ustedes?'”, recuerda Michael con ironía), los niños fueron finalmente adoptados por Abel y Anne Meeropol, una pareja de izquierdas y que era bastante mayor. Por fin pudieron crecer en el anonimato entre personas cariñosas que les dijeron que sus padres habían sido valientes y admirables.
Abel Meeropol era un compositor cuyo mayor éxito fue Strange Fruit, así que los niños se criaron con los derechos de autor de una de las canciones más famosas de la lucha por los derechos civiles.
“Nunca le di muchas vueltas al hecho de que nuestros tíos no nos acogieran, porque siempre tuve la sensación de que me había tocado la lotería con Abel y Anne”, señala Michael. Pero el recuerdo de sus padres siempre estuvo muy presente. Con los años, Robert cada vez se parecía más físicamente a Ethel. “Me daban ganas de abrazarlo y besarlo constantemente”, dice Michael.
Los chicos disfrutaron de una educación feliz, académica y de izquierdas como Meeropols. No revelaron a casi nadie su verdadera identidad y Robert, que era muy pequeño cuando se llevaron presos a sus padres, nunca se planteó recuperar su verdadero apellido. Para Michael fue más complicado, ya que recordaba haber jugado a la pelota con su padre en su apartamento (“Si entraba en el corralito de Robby, era un home run”).
Pronto no importó, porque en 1973 los medios de comunicación locales revelaron su nueva vida, ignorando sus súplicas de mantener el anonimato. Decidieron aprovechar esta exposición mediática para hacer campaña a favor de sus padres. Escribieron un libro de memorias, We Are Your Sons (Somos vuestros hijos), y demandaron al FBI y a la CIA en virtud de la Ley de Libertad de Información, obteniendo más de 300.000 documentos que antes eran secretos y que, según ellos, demostraban la inocencia de sus padres. Pero la historia no había hecho más que empezar.
En 1995, se desclasificaron los llamados papeles de Venona. Se trataba de mensajes enviados entre agencias de inteligencia soviéticas que habían sido interceptados y descifrados por el contraespionaje estadounidense entre 1943 y 1980. En ellos se nombraba a los Rosenberg.
Julius, según quedaba patente, había estado espiando para los soviéticos, hasta el punto de que se le dio el nombre en clave de “Antena” y más tarde el de “Liberal”. David y Ruth Greenglass también fueron lo suficientemente productivos como espías como para recibir nombres en clave: “Calibre” y “Avispa”. Pero de Ethel había poca información. No tenía nombre en clave. Era, según un telegrama, “una persona dedicada”, es decir, una comunista, pero, según los telegramas, “no trabajaba”, es decir, no era una espía. Pero, al describir el reclutamiento de Ruth, el telegrama decía: “Liberal y su esposa la recomiendan como una chica inteligente y astuta”.
“Al principio, odiaba esa transcripción, porque hacía que Julius pareciera culpable de algo”, dice Robert. “Pero luego me di cuenta de que era lo más parecido a una evidencia que íbamos a conseguir, porque decía que Julius y Ethel no hicieron aquello por lo que fueron asesinados. Ethel no trabajaba y Julius no era un espía que se centrara en la bomba atómica, sino un espía militar-industrial”, dice, refiriéndose al hecho de que aunque Julius pasaba detalles sobre las armas, no pasaba detalles sobre la bomba atómica.
Michael era más escéptico sobre los papeles de Venona que su hermano y se preguntaba si se trataba de “desinformación de la CIA”. Pero en 2008 aceptó su autenticidad cuando Morton Sobell -que había sido condenado por espionaje junto con los Rosenberg y cumplió 18 años en Alcatraz- concedió una entrevista al New York Times. Dijo que él y Julius habían trabajado juntos como espías y confirmó que Julius no había ayudado a los rusos a construir la bomba.
“Lo que les dio no valía nada”, dijo Sobell sobre Julius, probablemente porque no sabía nada de la bomba. Sobre Ethel, Sobell dijo: “Ella sabía lo que hacía su marido, pero ¿de qué era culpable? De ser la esposa de Julius”. Esto corroboró lo que Aleksandr Feklisov, un agente retirado del KGB, dijo en 1997 cuando admitió que había sido el contacto de Julius. Feklisov estaba de acuerdo en que Julius había pasado secretos militares, pero “no entendía nada de la bomba atómica y no podía” ayudar a los rusos. “Ethel no tenía nada que ver con esto, era completamente inocente. Creo que sabía [lo que hacía su marido], pero por eso no se ejecuta a una persona”, dijo.
Michael ha aceptado la revelación de que su padre era un espía. “Como me dijo la hija de Robby, Jenny, es positivo no pensar en nuestra familia como víctimas desventuradas. Queremos ser personas que toman las riendas de nuestras vidas”, dice. Pero él y Robert insisten en que la afirmación de su tío David de que le dio a Julius información sobre bombas atómicas en septiembre de 1945 es muy dudosa. Investigaciones recientes corroboran su argumento: fuentes soviéticas afirman que Julius dejó de trabajar para ellos en febrero de 1945. “[El Gobierno] agarró a un espía de poca monta y lo inculpó como espía de bombas atómicas”, es la opinión de Michael sobre su padre. La historia de Ethel, sin embargo, es muy distinta.
En 1996, David Greenglass concedió una entrevista en la que finalmente admitió que había mentido sobre su hermana: “Les conté la historia y dejé a mi hermana al margen, pero más tarde mi mujer la involucró. ¿Qué podía hacer, llamar mentirosa a mi mujer? Mi mujer es mi mujer. Quiero decir, yo no me acuesto con mi hermana, sabes”. Y añadió: “Sinceramente, creo que fue mi esposa la que mecanografió el documento, pero no lo recuerdo”.
Es posible que Ethel ayudara a reclutar a Ruth y David, pero no fue necesario insistir demasiado. Muchos judíos de su entorno eran comunistas y las cartas de los Greenglass muestran que eran incluso más entusiastas del comunismo que los Rosenberg. Ruth murió en 2008 y David en 2014.
Robert lanzó la campaña para la exoneración de Ethel en 2015; no para un indulto, porque eso sugeriría que había hecho algo malo, sino una exoneración completa. Está “más centrado” en su madre que en su padre. “Quizá mi voluntad de separar a Ethel de Julius sea una señal de que mis sentimientos hacia mi padre y mi madre son distintos”, reconoce.
Le pregunto a qué se refiere. “Me pregunto si hay una vocecita en el fondo de mi cabeza que me dice: 'Julius, no deberías haberlo hecho, porque tenías hijos'”, admite con cierto esfuerzo. Le pregunto cómo se siente al recordar las cartas de su padre desde la cárcel, en las que insistía en que era inocente. “Creo que se esforzaba por darle vueltas a la situación y salir del embrollo: no era un espía que ayudara a construir una bomba atómica, como decían, pero era un espía, así que no contaba toda la verdad. Y creo que pensó que si confesaba lo matarían, así que negarlo todo era la mejor opción. Pero sí, tengo algunas dudas”.
Michael, que tiene recuerdos más claros de sus padres, ve el comportamiento de su padre de forma diferente: “¿Debe un hombre no tener hijos si se va a la guerra? En aquella época no se pensaba así. Para un judío y un comunista, se trataba de sobrevivir”.
La inocencia de Ethel suscita más preguntas que respuestas. En primer lugar, dado que era una verdadera partidaria del comunismo, ¿por qué no se unió a su marido, su hermano y su cuñada en el espionaje?
“Robby y yo pensamos que cuando nuestro padre se involucró en ayudar a los soviéticos, nuestra madre se mantuvo al margen para que, si a él lo detenían, ella pudiera cuidar de nosotros”, dice Michael.
Esto me suena a un hijo que espera que sus padres al menos intenten proteger a sus hijos. Pero Julius y Ethel parecían no comprender el peligro en que ponían a la familia. Después de todo, Greenglass fue arrestado un mes antes que Julius, así que tuvieron mucho tiempo para huir del país, pero no lo hicieron. La teoría de Sebba me parece más probable: “Creo que simplemente Ethel tenía otras preocupaciones: cuidaba de sus hijos y era una madre muy presente. Dejó el activismo cuando nacieron sus hijos. Su principal identidad era la de esposa y madre, y eso era lo que le importaba”, dice.
Entonces, ¿por qué Julius no salvó a Ethel? El FBI tenía razón, había reclutado espías, por lo que podría haber dado nombres fácilmente y haber salvado la vida de su mujer, y muy posiblemente también la suya.
“La falta de voluntad de papá para delatar a sus compañeros no se debía a que quisiera ser un soldado de Stalin”, dice Michael. “Era algo más personal. Eran sus amigos. Mi padre no iba a cooperar con el Gobierno, y por eso detuvieron a mi madre. ¿Así que ahora se va a dar la vuelta y decir: 'Vale, voy a salvar a mi mujer delatando a mis amigos'? No. Tenía la ingenua creencia de que la justicia estadounidense iba a funcionar porque la mitad de la causa contra él era una sarta de mentiras, así que pensó que podía negarlo todo y salvar a los dos”.
Casi hasta el final, Julius creyó que no le llevarían a la silla eléctrica. El Gobierno y el FBI también lo esperaban. Nunca quisieron matar a esta joven madre y a este padre, querían nombres. Después de que Ethel fuera ejecutada, el entonces fiscal general adjunto, William Rogers, dijo: “Ella nos retó a hacerlo”.
Luego está la cuestión que desconcertó a los gobernantes de la época, y que se ha convertido en el gran misterio en torno a ella: ¿por qué Ethel eligió guardar silencio y morir con Julius, en lugar de quedarse con sus hijos? Sabemos que estaba profundamente enamorada de su marido. Las cartas que Ethel le escribía a Julius durante su encarcelamiento están llenas de su anhelo de “acercar” sus labios a los de su marido. Pero también están llenas de ansiedad por los niños. Sin embargo, optó por permanecer callada.
“Ethel no quería separarse de Julius, y sus cartas muestran que pensaba que era ella la que le había hecho daño al presentarle a su espantosa familia”, dice Sebba. “Creo que Ethel pensaba que su vida sin Julius no habría tenido valor porque sus hijos nunca la habrían respetado, porque habría tenido que hacer algún tipo de confesión y dar nombres”.
Si Ethel pensó esto, puede que tuviera razón.
“De niño, podría haber sido más fácil si Julius hubiera cooperado”, dice Robert. “Habría estado en la cárcel y Ethel habría sido liberada para cuidar de nosotros; ése es el trato que el Gobierno hizo con los Greenglass. Pero como adulto, prefiero ser el hijo de Ethel y Julius Rosenberg que el de David y Ruth Greenglass”.
La campaña de Michael y Robert para la exoneración de su madre recibió un duro revés en 2016 con la victoria entonces de Donald Trump, cuyo principal mentor fue nada menos que Roy Cohn.
Al igual que muchos en la izquierda, los Meeropol no se lo esperaban. “No creíamos que se pudiera embaucar a los electores hasta ese punto, pero por supuesto que sí: los juicios por brujería de Salem, el libelo de sangre antisemita, los comunistas escondidos bajo la cama... Solo es necesario recordar toda la basura que la gente ha creído a lo largo de los años”, dice Michael.
Robert dice que se sintió como si Cohn hubiera ganado de nuevo, y sabían que no tenía sentido pedirle a Trump, de entre todos los presidentes, que exonerara a su madre.
Pero los Meeropol tuvieron su revancha: en 2019, la hija de Michael, Ivy, hizo un documental sobre Cohn, en el que aparece Michael interpretando un papel de un personaje llamado Bully Coward Victim (acosador víctima cobarde) y en el que Ivy conectó la ejecución de sus abuelos con Trump. “Soy una persona muy revanchista, pero nunca se trata de machacar a la gente. Me gusta la exposición”, dice sonriendo Michael.
Han reiniciado la campaña para exonerar a Ethel, y los Meeropol se muestran “optimistas” de que el presidente Biden la vea con buenos ojos.
Saben que sus argumentos no van a ocupar grandes titulares y que son difíciles de vender a la opinión pública: Julius era culpable, aunque se exageró su grado de culpabilidad en un intento de asustarlo para que diera nombres; Ethel fue posiblemente cómplice, pero no culpable. “Hay una idea muy binaria del mundo político, en la que las personas son culpables o inocentes, tienen razón o están equivocadas. Pero comprender los matices es esencial para entender cómo funciona la política y cómo funciona la sociedad”, dice Robert.
Les pregunto por qué es tan importante para ellos lo que el público entienda. La vida de sus padres fue destruida por este caso; en lugar de pasar tanto tiempo de sus vidas reviviéndolo, ¿por qué no dejarlo en el pasado? “Es algo personal además de político”, dice Robert, enfatizando ambas palabras. “Que el Gobierno de Estados Unidos se inventara pruebas para conseguir una condena y una ejecución es una amenaza para todas las personas de este país, y no sacarlo a la luz es hacerse cómplice de ello. Lo personal es obvio, pero lo político es igualmente poderoso”.
La mayor pregunta sobre Ethel para mí está relacionada con sus hijos. Después de nuestra entrevista inicial, he hablado con ellos, juntos y por separado, varias veces a lo largo de un mes, sobre todo porque tengo muchas preguntas, pero también porque es un placer hablar con ellos: son tremendamente inteligentes, siempre interesantes, completamente admirables.
¿Cómo pudieron superar una infancia tan traumática? Sebba me cuenta que le preguntó lo mismo a Elizabeth Phillips, la terapeuta infantil a la que Ethel solía acudir, a la que entrevistó antes de su muerte.
“Ella me dijo que se reducía a tres cosas”, indica Sebba. “Me dijo: 'Uno, son extraordinariamente inteligentes. En segundo lugar, tuvieron unos padres adoptivos increíbles. Pero ahora sabemos lo importantes que son esos primeros años de vida, y Ethel debió de dar a esos dos niños tanto en esos años que les duró toda la vida. Ethel debió de ser una madre extraordinaria”.
Traducido por Emma Reverter (elDiario.es)
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