Ayer soñé con Beatriz Sarlo
Voy a contarles un sueño que tuve. Está Beatriz Sarlo en el estudio de un programa de televisión. El programa es 678 ¿se acuerdan? Un programa que parecía anclado en los 70, que siempre era retro. En mi sueño va a haber una contienda intelectual entre Sarlo –que representa al gorilaje- y los panelistas de 678 –que representan al kirchnerismo. Incluso han traído como suplente a Ricardo Foster, por si la cosa se pone peluda con Sarlo y ésta les mete un par de goles. Digamos que Sarlo juega de visitante. Pero, increíble, cuando le toca hablar a Beatriz, en vez de hacerlo de política, habla de Saer. De Juan José Saer. Un escritor secreto y genial del que la audiencia que está encendida conoce poco y casi nada. Me entusiasmo. Sarlo está utilizando un medio de mierda –la televisión- para colar una obra imposible.
Todos sabemos que lo único libre en este mundo es el mercado. La obra de Juan José Saer se debate en esta contradicción y me parece casi un ready made que Sarlo esté hablando de Saer en este programa, que se corra de lo que se esperaba de ella entonces… me despierto.
Hace muchos años leí la Interpretación de los sueños, de Freud. Un libro que me resultó muy potente. Freud siempre me pareció un poeta fuerte. Es decir, ese tipo de personas que dicen, antes de mí esto no era poesía y ahora –por que lo digo yo y lo instalo- lo es. Al comienzo del libro –estoy recordando, no lo tengo a mano- Freud hablaba de sueños a los que catalogaba como infantiles: me duermo con hambre y sueño que me como una manzana. Y otros más complejos.
El sueño que acabo de tener con Sarlo tiene un origen diurno bastante elemental. Estuve leyendo en estos días un libro suyo que Siglo XXI publicó hace tiempo y que se llama Escritos sobre literatura argentina. Lo que me llamó la atención mientras lo leía era el lugar que ocupa Beatriz Sarlo en la cultura argentina. Es una ensayista literaria notable. Este libro lo demuestra a la perfección. Sin embargo, cuando se habla de Sarlo, se la elige más por su asistencia permanente en los medios, para hablar “de política”. Algo que la ensayista parece disfrutar, ya que nadie la obliga a ir para que la entreviste, por ejemplo, Alejandro Fantino: “¿Pará, pará pará, vos me estás diciendo en serio Beatriz que Saer narra conociendo la imposiblidad de la narración clásica?”.
Lo que me llamó la atención mientras lo leía era el lugar que ocupa Beatriz Sarlo en la cultura argentina. Es una ensayista literaria notable.
¿En qué momento el Gran Hermano la vio a Sarlo medible para la contienda virtual? Mientras leía el libro casi secreto de Sarlo, los medios expandían el “affaire de la vacuna bajo la mesa”, una polémica, seamos sinceros, que sólo le interesa a la gente que tiene asegurada casa, comida y Netflix.
Sarlo forma parte de un grupo de intelectuales que –a carta abierta o carta cerrada- creen que tienen el deber de expresarse para, como faros, marcar el camino. Pero ¿qué inestable es la noción de intelectual?, ¿No? A veces pienso que es un concepto que sólo sirve para crear solicitadas. Una vez Ricardo Zelarayán me contó que en un curso de marxismo alguien llevó a un obrero. “Fue increíble”, me decía el Zela, “algunos hasta lo tocaban”. Es decir, lo habían reificado.
Me gusta más pensar que uno escribe y piensa en medio de la comunidad, no por encima ni contra ella. No se escribe para las minorías sino con ellas, ante ellas. De ahí que –como decía Deleuze- se termina deviniendo en otra cosa que no es intelectual ni escritor. Ser- siempre - otra – cosa es una emancipación.
Y en el libro que motivó mi sueño, Sarlo se ocupa de defender de una manera magistral a una obra condenada a ser una minoría perpetua en el gusto popular a pesar de estar a la altura de cualquier obra maestra universal. En Escritos sobre literatura argentina están recopilados todos los ensayos que Beatriz Sarlo escribió para sostener y hacer visible a la obra de Saer. Son minuciosos y extraordinarios. Son emotivos y lúcidos. Sarlo pone la lupa en esa manera saeriana de expandir los movimientos y las elipsis que la mayoría de los escritores convencionales eligen no narrar. Para Saer, una novela de aventuras puede tener varias páginas dedicadas solamente a cómo alguien corta un salamín y lo degusta: sentimos en sus novelas lo táctil, la luz del mes irreal, febrero –que aunque produce días de gran calor, ya tiene en la luz cierto tono otoñal, lo que lo vuelve extraño.
En el libro Sarlo no sólo habla de Saer sino que también le dedica varios ensayos igual de buenos a Jorge Luis Borges. Hay uno particularmente que me gusta mucho donde la ensayista analiza cómo Borges –en la etapa de Sur- era poco entendido por sus camaradas de la revista y como consideraban a sus ensayos meras notas al pie. Hoy sabemos que Borges estaba escribiendo en una lengua nueva con temas nuevos y que por eso eran “invisibles” aún para los letrados más cercanos. Sarlo muestra cómo Borges tenía una posición similar a la de los formalistas rusos, sin conocerlos (Borges no los conoce, pero Sarlo sí porque a diferencia de Borges tiene formación universitaria) y lo productiva que era esa visión para la literatura que Borges trataba de hacer cuando se preguntaba: ¿Cómo hay que escribir en Argentina, el culo del mundo?
FC
0