El efecto diario del lunes: todos sabíamos lo que iba a pasar, una vez que pasó
Siempre hay un amigo, un conocido, que se las sabe todas, y cuando pasa algo te dice, “y claro, era obvio”. ¿Que Milei iba a ser el candidato más votado en las primarias? ¡Era cantado! ¿Qué Masa iba a salir primero en la general? ¡Se veía venir! No importa lo qué pase, nada lo sorprende. Aunque esa es la versión exagerada, todos podemos ser ese amigo a veces. Porque una vez que sabemos cuál fue el resultado, cómo se dieron las cosas, es difícil acordarnos de lo lejos que estábamos de predecirlas antes.
Es el sesgo de retrospectiva o el efecto “yo siempre lo supe”, un fenómeno que se ha estudiado mucho. Cuando miramos para atrás tenemos la sensación de que siempre supimos lo que iba a pasar, incluso cuando era imposible. Muchas de las investigaciones que se hicieron sobre el tema fueron justamente sobre el mundo político, por ejemplo con las predicciones de los resultados electorales. En distintos estudios, lo que hicieron fue pedirle a las personas que anoten cuál creían que sería el resultado y unas semanas después pedirles que recordaran cuál había sido su predicción. Los resultados son claros: la mayoría recuerda que estuvo más cerca de acertar de lo que realmente estuvo.
No te pido que mires ahora para atrás a tus predicciones de hace una semana, quizás estamos todavía muy cerca, pero si querés hacer tu propio experimento anotá cuál crees que va a ser el resultado del balotaje, qué porcentaje va a sacar cada candidato, y guardalo. Hacia mediados de diciembre, anotá en otro papel cuál recordás que fue tu predicción y comparala. Puede ser que no cambie quien pensaste que iba a ganar, pero fijate si los porcentajes son parecidos.
Este efecto tiende a pasar con los resultados políticos, pero está lejos de ser el único ámbito en el que ocurre. En medicina, por ejemplo, hay varios estudios que identificaron cómo los médicos una vez que saben cuál es el diagnóstico correcto, tienden a sobrestimar lo simple que era acertar. Mientras los exámenes están en curso y hay múltiples diagnósticos posibles, es difícil saber cuál es el correcto. Con la respuesta en mano, toda la información previa parece apuntar directamente a la causa y se pueden desechar fácilmente las señales que confunden. Una vez que se sabe cuál era, es difícil pensar como el doctor que aún no tenía esa información.
Nos gustaría pensar que podemos anticiparnos a lo que viene y, a veces, es más fácil cambiar nuestro recuerdo de lo que pensábamos, que aceptar que no teníamos idea de lo que iba a pasar
Y es que nos cuesta mucho sacarnos de la cabeza lo que ya sabemos y evaluar las cosas como si no tuviésemos esa información. Pasa incluso con pequeñas cosas en el día a día. En un experimento, le pidieron a dos personas que se sentasen frente a frente y a una de ellas que pensara en una canción popular, muy conocida, y empezara a marcar ese ritmo con el dedo sobre la mesa. La idea era que quien estaba al frente pudiese adivinar de qué canción se trataba. Cuando les pidieron a los que estaban marcando el ritmo que predijeran cuántos iban a adivinar la canción supusieron que serían alrededor del 50%. ¿Cuántos realmente fueron capaces de hacerlo? Menos del 3%. Es muy difícil deducir qué canción está siguiendo el otro solo en base a los golpecitos de la mesa. Pero el que tiene la canción en la cabeza no puede entender cómo el otro no se da cuenta si es taaaaaan obvio.
Aunque sabemos que el otro no tiene la misma información que nosotros, nos cuesta ponernos en ese lugar y desaprender lo que sabemos. Y lo mismo nos pasa con nuestro yo del pasado, que no tenía la información que tenemos ahora. Pero en ese caso, además se nos juega otra cosa: es muy difícil aceptar que no teníamos idea de lo que iba a ocurrir. Porque vamos por la vida tratando de adivinar cómo siguen las cosas pero muy seguido le pifiamos. Muchas veces nos gustaría pensar que todo es más predecible y que podemos anticiparnos a lo que viene y, a veces, es más fácil cambiar nuestro recuerdo de lo que pensábamos, que aceptar que no teníamos idea de lo que iba a pasar. El problema con eso, es que como olvidamos lo poco que sabíamos tendemos a sentirnos más infalibles de lo que somos.
Una forma de contrarrestar esa sensación, de que siempre supimos lo que iba a pasar, es explorar por qué podría haber sido distinto, cómo podríamos justificar el resultado que no fue. Si hubiese ganado otro candidato, ¿qué estaríamos diciendo ahora? “El descontento social era claro” o “la gente siempre busca seguridad”, cualquiera de las dos puede funcionar según lo que queramos explicar y con el diario del lunes, desechamos la que no encaja con el resultado. Pero cuando nos volvemos a poner en esa situación, en la que cualquier opción es posible, podemos romper un poco esa tendencia a pensar que siempre lo supimos. Porque, ser conscientes de que no sabíamos, nos puede ayudar más que suponer que en el fondo siempre lo supimos.
OS
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