Inglaterra juega bien
El legendario ensayista deportivo Mihir Bose recuerda que cuando Inglaterra ganó el Mundial en 1966 los corresponsales de deportes de los principales periódicos tenían unas 250 palabras para contar el triunfo. Esa fue la última vez que Inglaterra ganó un título internacional importante y/o llegó a disputar una final (la mayor masculina; la selección femenina perdió contra Alemania en el 2009). A horas de la final de la Eurocopa entre Inglaterra e Italia, el panorama mediático había cambiado y casi no había caracteres hablando de otra cosa, en ningún medio, hace ya varios días.
“Inglaterra Vuelve A Casa” era el lema que se repitía por doquier, basado en una canción compuesta en 1996 por dos cómicos y un integrante de la banda The Lightning Seeds para celebrar la Eurocopa que se jugó en el país. La cantaban jóvenes en bares del Soho y jugaban con el slogan lores en el Parlamento y tenistas australianos en Wimbledon.
No pudo ser. La Eurocopa quedó finalmente en manos de Italia.
Pero el plantel actual de Inglaterra y su cuasi perfecto DT Gareth Southgate (cuyo penal mal pateado en 1996 dejó a Inglaterra fuera de la Copa) se ganaron el corazón del pueblo. En el marco de un clima socio-político más dividido y hostil que nunca, en el que las batallas culturales que dominan gran parte del discurso mundial han sido declaradas guerras por el gobierno de turno, el mensaje cultural de Southgate es directo y al grano: se explayó en una carta abierta al inicio de la Copa y lo reiteró en rueda de prensa este fin de semana: inclusión, tolerancia, tratar al prójimo con respeto, y tener conciencia de responsabilidad social.
Desde el inicio del torneo, cuando parlamentarios de la derecha en el poder decretaron que ‘tomar la rodilla’ (el gesto universal anti-racista de arrodillarse sobre una pierna iniciado por la estrella del fútbol americano Colin Kaepernick en tiempos trumpianos, y adoptado mundialmente luego del asesinato de George Floyd) es un acto divisorio, marxista, comunista, incluso ‘repelente’, en los estadios, donde ahora hay público a pesar de la pandemia, se oyen a veces silbidos y gritos de “buuu” desde las tribunas cuando los jugadores se arrodillan. Nuevo debate nacional; algunos acusan de racistas a los hinchas que silban el gesto; otros defienden la libertad de expresión; y miles de fans piden que la política no entre en el fútbol.
Pero este plantel de jugadores consiste de individuos sumamente politizados y comprometidos con temas sociales. Rajeem Sterling (quizás el mejor jugador de la Copa) fue pionero en destacar la viciada cobertura mediática cuando hablan de jugadores negros versus jugadores blancos (hace unos años se festejaba en primera plana la generosidad de un blanco que le compró una casa a su madre, al tiempo que el mismo periódico condenaba a Sterling por ‘derrochar millones’ en una casa para su madre); Harry Kane porta un brazalete de capitán con los colores del Arco Iris; Marcus Rashford se montó al gobierno que quiso suspender los comedores escolares al principio de la pandemia con una campaña de concientización social que efectuó verdaderos cambios – no solo en cuanto a su impacto político (el gobierno tuvo que recular no una sino dos veces) sino también, quizás más importante, demostrando lo que se puede lograr con el buen uso de una plataforma famosa.
En abril del 2020 el secretario de Salud arremetió contra los futbolistas declarando que deberían ceder parte de sus altísimos salarios para contribuir con el sacrificio nacional – hoy, ese mismo secretario de Salud ha tenido que renunciar en una nube de desprestigio que lo involucra en escándalos de contratos billonarios para sus amigos y familiares, al tiempo que el plantel de la selección consideraba donar el premio, si ganaban la Copa, al servicio nacional de salud.
La conversación desencadenada por este grupo humano deleita; hemos visto debates entre jóvenes negros de derecha y músicos populares, blancos y cincuentones, exponentes de un socialismo de antaño. Hemos visto al legendario John Barnes proclamar estupor ante la idea de que este es el primer plantel integracionista de la historia (Barnes nació en Jamaica, pero representó a Inglaterra con honra en el Mundial 86: sin ir más lejos, fue mencionado por los integrantes de la selección argentina entre los jugadores a temer en la previa del partido por los cuartos de final; ESE partido).
También sobre el campo de juego se vislumbra el significado de una sociedad internacionalista y multi-cultural. El periodista francés Philipe Auclair resalta las influencias de técnicos como Klopp y Guardiola; Jonathan Liew en The Guardian traza el efecto Bielsa. En velocidad, toma de decisiones, lectura de espacios, el futbol inglés realmente se está tornando en un exponente de los mejores estilos y tradiciones de todas partes. Tratan bien a la pelota.
Pequeños indicios aparecieron en el Mundial 2018. Cuando Inglaterra llegó insólitamente a la semifinal, los jugadores entraban al campo de juego con un mate y un termo, y el mate se tornó fetiche de los medios. Con la creación de la Premier League en 1992 el fútbol inglés devino destino soñado para profesionales de todos lados, por las sumas millonarias y la calidad de competencia, pero si bien se logró que el mejor fútbol del mundo se juegue en Inglaterra, el fútbol inglés sufrió los efectos de la separación de la Liga y la asociación de fútbol (La Premier es independiente para administrar y gerenciar su presupuesto) con el abandono de las canteras y todo lo pertinente a desarrollo infanto-juvenil a nivel federativo. Hasta que Gareth Southgate tomó las riendas, empezando como técnico del sub-21 en el 2013 y armó un proyecto que buscaba aprender del mundo. En el 2018 esas semillas comenzaron a brotar, pero una conspiración de suerte y vaya uno a saber qué hicieron que les vaya bastante bien a pesar de su desempeño en la cancha y no gracias a él. O, como dijo más precisamente en su momento un verdadero experto: “¿de veras creen que juegan bien?”
Hoy, ese brote va dando fruto. Inglaterra juega bien. Y esta llegada a las puertas de la gloria es reconocida como merecida, a pesar del penal no cobrado. Incluso en eso se están asemejando a naciones más acostumbradas a aceptar resultados según la justicia informal; los relatores ingleses diciendo argentinismos como “no fue penal pero el balance del partido justifica que se cobre”.
La cruz de San Jorge es solo una parte de la bandera del Reino Unido, que comprende también a Gales, Irlanda del Norte y Escocia; naciones que a su vez atraviesan resurgimientos separatistas particularmente fuertes en estos días pero que de todos modos tienen sus propias selecciones de fútbol, históricamente archirrivales ingleses al punto de portar camisetas de Maradona cuando juega Inglaterra. Ese banderín con una cruz roja que hoy revoleaba por todo el país es también, históricamente, un símbolo divisorio. Una muestra de nacionalismo contra-unitario que muchos odian querer.
Muchos se ven entonces hoy con el eterno conflicto entre el amor por el fútbol y las ansias de distanciarse de los símbolos xenófobos que representan una realidad política muy afianzada. ¿Cómo cuadrar el éxtasis de que gane el equipo sin que ese triunfo sea usurpado por el gobierno, por la ultra-derecha, por los violentos esporádicos que siguen a las trompadas con los portadores de camisetas danesas, por los borrachos que ‘vuelven a casa’ a pegarle a sus mujeres cuando el resultado los frustra?
Este grupo de futbolistas ingleses nos ha dado un espacio para airear cándidamente todos estos temas. Y encima con partidazos. Si es que puede existir tal cosa, están esbozando una suerte de patriotismo progresista. Una narrativa social que más allá del resultado nos recuerda la capacidad eterna de los humanos de expresarse a través del arte y el atletismo, de lograr un poquito de mundo mejor a partir de la cooperación y la solidaridad, y el buen manejo del balón. Incluso más allá de las derrotas deportivas.
MMA/WC
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