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Perdón que interrumpa
Opinión

La interna ya es desgobierno y nadie sabe quién tiene el poder

Perdón que interrumpa, por Martín Rodríguez

Martín Rodríguez

3 de julio de 2022 00:38 h

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“Acabo de salir de la cancha. Estaba viendo Tigre y no vi nada. Recién salgo y me enteré de la noticia”, respondió Sergio Massa por guasap a los que lo atosigaron cuando renunció Guzmán. Me recordó a un delegado al que le dijeron que hubo un recorte de sueldos y dijo: “A mí también me recortaron”.

La cosa viene demasiado vertiginosa: primero llegó Juan Manzur al gabinete en nombre de “los gobernadores y su volumen”, después llegó Scioli como ministro de Desarrollo Productivo y ahora se habla de Massa (que viene empujando el aterrizaje hace meses) dentro de una terna de nombres con vetos y apoyos cruzados. “Ojo que habrá más renuncias”. Los ministros que no clavan renuncias, clavan el visto. El Frente de Todos no resuelve su interna pero arma un embutido roto: tener todo adentro, que eso no solucione nada y empezar a pudrirse. ¿Qué hará Alberto? A la corrida cambiaria le sigue esta corrida política: el problema todavía es que no se sabe quién tiene el poder. Y eso “desordena”. 

La interna del Frente de Todos hasta acá fue sintomática de algo más que la interna de un gobierno: lo fue del estado del poder. En Argentina hace rato que hay más poder al costado del poder que adentro mismo. Estar en el poder se parece a no poder hacer nada. Y estar al costado, en la oposición, en la interna (en la “disidencia” con goce de sueldo), te da capacidad de bloqueo, te da ese plus: la libertad de oponerte con recursos públicos.

Cristina viene hablando cada quince días y en esa “gira” se viene cargando de a una las columnas que sostenían a Alberto. Después de Tecnópolis renunció Kulfas, hace dos semanas zamarreó el árbol de los movimientos sociales (abrazando un proyecto de “ingreso universal” como ideal para barrer las intermediaciones), y ahora -en medio del discurso- se va Guzmán. Es el ritmo de un gobierno absolutamente insólito. El portazo de Guzmán que dejó a Cristina hablando de otra cosa mientras todos los que la oían pensaban en eso que acababa de ocurrir mostró la rapidez de lo que pasa. En segundos, lo que tenía para decir Cristina ya no importaba. Guzmán tuvo ese timing. Entramos a ver un discurso por televisión con un ministro de Economía y salimos en bolas.

Se sabe que el gabinete espera los discursos de CFK más o menos como los participantes de Gran Hermano esperaban los días de nominación. En medio del debate interno y su objeto (el fetiche de la lapicera), Guzmán se hizo molesto casi por las razones contrarias a las que se expone la debilidad del albertismo: por haber tenido algo de poder. Construyó poder y esperó respaldo presidencial. Su carta lo dice: sin coalición no se puede gobernar. El problema con Guzmán no sólo era una discusión lógica sobre el para qué de su gestión, sino sobre el cómo. Si la última versión de Cristina es que “habla con todos” (desde Carlos Melconian hasta Héctor Daer) pareciera ser no tanto si cabe o no cierto pragmatismo, o si propone un giro a la sensatez macroeconómica (o como se lo quiera llamar), sino la lucha por quién puede o no ostentar poder (para después “hacer”). El Frente de Todos y su debate revela esa perdición: un debate fanático sobre el poder interno, cerrado en sí mismo, encapsulado. Cristina está organizada por esa interna, por ese desgaste en el que cada vez que le pide a Alberto que ejerza el poder más se lo quita. Ella, la líder más fuerte de la ¿coalición?, organiza sus discursos sobre la “racionalidad” de la interna y su pedagogía coloca al presidente justamente en un lugar fatal y paradójico: “¡te ordeno que seas poderoso!”. El único poder a mano que le queda al presidente así es uno que ejerza contra ella, pero Alberto Fernández parece creer en una sola cosa: estirar todo hasta el infinito. Un estilo que deprime a casi todos. Y a la vez la escena guarda otra paradoja: todos discutiendo poder mientras nadie controla nada. Al menos el dólar y la inflación, que es el principio del orden social mínimo. ¿Hay algo más sintomático? Del fantasma de emerger en Pandemia como un Estado poderoso y regulador de actividades, un emisor compulsivo que confina comunidades en cuarentenas, que cierra escuelas y es la pesadilla de Agamben, pasamos a este estado del Estado que es una asamblea universitaria donde se esperan “tiros por elevación”, se abren debates infinitos y se escriben cartas de renuncia mientras “la realidad” se transforma sola. La interna no es una dinámica, es el desgobierno. Cristina por acción, Alberto por omisión.

Tan así que ese matete en el seno del poder tiene pequeños gags que merecen no pasar tan rápido al olvido. El zigzag sobre el acto de Alberto en la CGT del viernes se resolvió el miércoles a la noche con una invitación protocolar de Presidencia a los secretarios generales para un acto en la CGT. Los de ceremonial se ponían en contacto con usted con el fin de enviarle una invitación del señor Presidente de la Nación para participar del Acto en Conmemoración del 48º Aniversario del Fallecimiento del Teniente General Juan Domingo Perón. El mismo se llevará a cabo el 01 de Julio a las 17:30 horas en la Sede Central de la CGT. Era un gran “te invito a tu cumpleaños en tu casa”. Las horas corrieron porque Alberto, que abrió el juego del viernes con su frase sobre la lapicera y el convencimiento (podría haber usado una gran palabra de Perón, la “persuasión”), se sabe que de mínima termina más recostado en sindicatos y movimientos sociales que en cualquier otra estructura. El porteño más federal, como se autopercibió en los albores de la presidencia, oscilará entre ver el poder de “los gobernadores” como esa retórica de la que el análisis político hace gala desde los años noventa y el archipiélago real de una constelación incapaz de proyectar un caudillo. Lo dicho mil veces: una nación que empieza y termina en el AMBA.

En una interna cruda y a las escondidas, en un internismo en cuotas, Guzmán corrió el riesgo de mantener un rumbo y pagó ese precio. No tuvo los resultados deseados, sí tuvo, al menos, agallas en un tiempo en que no abundan. Sin embargo el lunes es dentro de cinco minutos y la única intriga real es a cuánto se disparará el dólar. Mientras, la grieta hoy ya parece la comodidad de la política. Porque Cristina se puede sentar a hablar con Melconian (que habrá que ver qué les dice a los empresarios “los días de corridas”), pero el problema de cada coalición no es la otra coalición, sino su interna. Los que no se pueden sentar a hablar son Cristina y Alberto. ¿Y entonces? ¿Qué es este espectáculo frenético? ¿Qué se puede esperar? Es una interna peronista que políticamente lo “ocupa todo” pero que parece achicarse en la sociedad. Como una desproporción entre su intensidad de círculo rojo y la distancia con la vida de una sociedad angustiada que necesita soluciones.

Un primero de julio murió Perón y fue recordado en dos actos por el mismo gobierno. “¿Quién de ustedes ha visto un dólar?”, dijo el viejo líder. Fue un 21 agosto de 1948, frente a los obreros ladrilleros: Dicen algunos traficantes que existen dentro del país que no tenemos dólares. Yo les pregunto a ustedes, ¿han visto alguna vez un dólar? La historia de los dólares es, simplemente, la presión externa para que nosotros no aseguremos nuestra independencia económica. Esa pregunta está diferida. Una unidad para un dólar argentino. Todos los discursos de homenaje de estos días podrían ser pasados al revés y se escucharía: “El 2022 nos encontró unidos, General, aunque esa unidad no sirvió de nada. Y nos encontró buscando dólares hasta en el agua del inodoro.”

MR

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