La sangre del pescador es dulce
“No le debo nada a nadie”, dice Herminio. Lo dice en un momento. Navegamos por la ría de Bahía Blanca. En boca de Herminio esa gran oración que no tiene plural. “Yo” y “nadie”. Y nadie es el Estado, la política, los políticos, los sindicatos, los empresarios; todos los que tienen las manijas. Para algunos hay dos clases de hombres: los que trabajan y los que hacen que trabajan. Todo el mundo no puede decir que no le debe nada a nadie. ¿Qué es deber, qué deuda? La dicen los últimos mohicanos y verdaderos diezmados, prédica en el desierto. Herminio es pescador. Muchos años. El primero de mayo del año pasado en estas líneas homenajeamos a los trabajadores en la vida de Herminio. Lo que disparó el homenaje fue una frase: “Alguien tiene que contarla”. El contexto es tajante: la dijo el día que se resignó a morir. Mano a mano con la muerte, en el mar. Estaba en el agua de la ría, el barco se dio vuelta, el barco ya estaba hundido, su papá también, y él venía agarrado del cuñado y sintió que no podía más y que hasta podía hundirlo al cuñado. En las frases hechas cabe la gota absoluta. Herminio Onorato la dijo en el momento exacto. Fue en febrero de 1989.
-Vos dormiste en el mar.
-Sí, toda la vida.
-¿Pero en esos barcos tan chiquitos dónde duermen?
-Hay lugar abajo. Hay siete cuchetas, ocho. Y después hay algunos que duermen en la cabina, donde se cocina y todo.
Herminio tiene varias historias de naufragios, de idas a pique, de milagros. Su hermano Claudio, sus tres sobrinos, su hijo y dos pescadores más hace unos años pasaron por una. “Pero quiero que te la cuenten ellos”, dice. Les escribe por guasap. “Deben estar en Bahía o embarcados.” La historia es repetida: otra lancha de pescadores que se dio vuelta. Mano a mano con el agua. Hay detalles que no se le pierden.
“Te cuento en base a lo que me contaron ellos”, me dice Herminio. Ellos, los pescadores, todos jóvenes, habían cargado el barco y no aguantó la presión. “Y se fue a lo hondo, ¿viste?” Estas son sus palabras: “Alcanzaron justito a llamar una lancha y esa lancha estaba lejos, tardó en venir. Pero decí que el día estaba bueno, porque habían tocado unos temporales terribles. Y bueno, se van a pique, y al irse a pique alcanzaron a dar la alarma. Se les dio vuelta en campana el barco y quedó mirando para arriba, la parte de la quilla, o sea, la parte de abajo quedó mirando para arriba. Y alguno caminó por arriba hasta que se hundía, porque el bote se iba para abajo y absorbía, hacía sopapa.”
-¿Cuántos eran en el barco al final?
-Creo que eran ocho. Y estaban lejos. Como a doce horas de camino. Y se fueron a lo hondo y empezaron a flotar. Algunos saben estar a flote, pero hay que estar eh, porque el agua ya te enfría el cuerpo y vos enseguidita agarrás y sufrís hipotermia, no importa la fecha que sea ni el clima. Bueno, hasta que llegaron a rescatarlos estaban mantenidos a flote por un milagro: abajo del agua empezaron a asomar, primero asomaron las libretas de embarque que las tenían todas en un folio, todas selladas y cerradas herméticamente, y después asomaron los elementos de seguridad, que fue porque San Silverio quiso, ellos son muy devotos, y aparecieron las bengalas, las latas de humo rojo. Asomó eso y la alcanzaron a prender, porque vos tirás una espoleta y se prenden solas en el agua, y quedó prendida, e hizo la humareda para que te vean desde lejos. Así los pudieron ver. Y había un chico de los que estaba ahí que decía “mamá, mamá”. Hacía unos días se le había muerto la madre, y decía “mamá, mamá no me quiero ir con vos, quiero vivir, dejame vivir”. Claudio, mi hermano, nadaba llevando bidones, garrafas, cualquier cosa que pudiera mantener a todos a flote.
Pasó un año desde el último encuentro con Herminio. Y volvemos a estar en la ría. La Argentina tiene un barco abandonado y hacia ahí vamos. Al Usurbil. El “Usurbil” era de la empresa pesquera Vasco Gallega que faenaba en los mares del sur de África y después, en busca de mejores destinos a fines de los años setenta, vinieron a buscar caladeros al mar argentino. Pretendían armar una empresa mixta, que el buque también tuviera bandera argentina y que los mandos jerárquicos fuesen también argentinos. Pero llegó la marea 23. Una marea histórica no exactamente por la cantidad de pescado sacado al mar, sino al revés: 28 días de “misión” sin una sola merluza. El barco zarpó del puerto de Ingeniero White en plena guerra de Malvinas. No salió solo, navegaban en conjunto el célebre “Narwal” y el “María Luisa”, pero estuvieron en navegación conjunta hasta el día 30 de abril, cuando el segundo regresa a puerto y el primero se dirigió hacia las Malvinas, mientras el “Ursubil” enfiló hacia el norte, en dirección a la isla Ascensión, a mitad del Atlántico. Este barco pesquero lo usó la Armada para una operación de espionaje en el mar, pero quedó como una “chatarra perdida”, encallado. Fue parte de la guerra, y ahí está. El Usurbil está en el canal cabeza de Buey a la altura de la boya 31 del canal principal de la ría de Bahía Blanca. Llegamos. Pusimos la mano. Aún se lee en el óxido: Usurbil.
La familia Onorato es de las pocas familias de ponceses que siguen pescando hasta hoy en White. El carácter “menor” de la pesca artesanal en el puerto se contrapone al peso “mayor” con que impregnaron el pueblo: White tiene un polo petroquímico y cree en San Silverio, el santo de los pescadores. “El puerto (nacido como puerto de exportación) se vuelve petroquímico en los años setenta, aunque sigue siendo de cargas generales, de enorme carga agroexportadora”, dice Lucía Bianco, directora del Museo del Puerto. “Esa mano de obra inmigrante que llegó al puerto trasplantó de Italia una práctica y un tipo de relación con el mar que no estaba para nada en los planes del Estado-nación argentino y que a través de vínculos familiares incluso sigue hasta hoy.”
Herminio viene de esas últimas familias italianas que llegaron al puerto de Ingeniero White a fines de los años cincuenta. Tan a fondo en la tradición familiar de la pesca que su hermano Claudio encaró muchas de las peleas reivindicativas de los pescadores, un luchador conocido. Son hijos de los últimos barcos de la ola migratoria que en los censos fue marcando el paso del siglo: de la inmigración europea a una mayoría de migrantes de países limítrofes. Hasta los años ochenta las ciudades argentinas tenían una división del trabajo en su hormigón: bares de gallegos, tintorerías de japoneses, negocios de tela de judíos, los bazares de los turcos, los tanos pescadores y los tanos en todos lados. “Había una vez un país” se puede decir por las calles vacías de Ingeniero White. Lo que supo ser un pueblo, flor de puerto con cantinas, ferias, burdeles, orquestas de tango, fiestas patronales, un enjambre de abejas cosmopolitas. Un archivo de la patria. Y Herminio, un vigía.
-¿Fuiste pescador en el Usurbil?
-Sí. Yo trabajaba en Pesqueras del Atlántico, que era la compañía que tenía el Usurbil, y estuve seis o siete años en ese barco. Con intervalos porque hacía dos o tres viajes, me bajaba otros dos, me iba a pescar acá a la lancha, después volvía.
-¿Dónde es lo más lejos que fuiste?
-Malvinas. Llegué cerca. Aunque donde vas a pescar no te dejan arrimarte tanto tampoco.
-La tuya es de las últimas familias italianas que vinieron a White, vos ya naciste acá, ¿de qué año sos?
-Del sesenta y tres.
-¿Sos de ir a Bahía?
-Voy al bingo nomás. Y a comprar algo en algún negocio, pero no me llama la atención. Estaban hablando “no, porque hay que hacerlo en Bahía y que los bahienses, que esto que lo otro”, ¿de qué me hablan? Bahía sin White no existe.
-¿Te sentías un poco italiano de chico?
-Italia es algo inalcanzable, más ahora como está el dólar. Pero no, siempre me sentí argentino. Italianas son mis raíces, pero siempre me sentí argentino. Mis papás eran italianos, uno agarra y dice “¿cómo no voy a ser italiano yo?”, pero soy argentino. Sí tengo algunas costumbres italianas, como la pastasciutta y hablar algunas cosas italianas. En casa hablaban italiano entre ellos, mis abuelos.
-¿Y esos abuelos cómo veían a la Argentina? ¿Extrañaban Italia?
-Y en ese entonces era un tiempo de amor y paz. Imaginate que hace más de cuarenta años que murieron los dos. Mi viejo hace treinta y seis, y mis abuelos hace cincuenta. Teníamos quince años, me acuerdo porque los festejé en el hospital con mi abuelo en la cama.
-¿Y cuándo sentiste orgullo de ser argentino?
-No sé. Siento orgullo de ser argentino, nada más. Pero no me llama… es decir, como te dije y te digo siempre: a mí la política no me gusta porque es lo mismo, es más de lo mismo. Si vos no laburás nadie te va a dar nada, nadie, porque nadie te va a dar nada.
-¿Y te ofrecieron alguna vez “entrá en política y tenés esto, aquello”?
-Me dijeron dos o tres veces, sí. Te llevan por un lado y para otro, y te dicen que, si te metés en política, capaz que ganás mejor plata, más fácil. Pero ya no sé, tengo dos o tres amistades que están en política y les cambió la vida un montón, pero solo ellos, ¿me entendés? Ese es el tema, si vos me agarrás y me decís que le vas a cambiar toda la vida a un pueblo, está todo bien. Pero no, acá es la ley de Fraga, el que caga, caga. Acá quien se salva, se salva.
-Sobre La tierra tiembla, de Visconti, hablamos hace dos años porque justo ahí se veía el conflicto de los pescadores en el sur de Italia, en la posguerra, tan parecido a lo que pasaba con los pescadores italianos de este puerto argentino. White transcribía los conflictos de la película: de Sicilia al sur bonaerense. Estaban los palanqueros y los marchantes que le ponían precio a la pesca. Cuando viste esos pedacitos que te pasé, ¿qué sentiste?
-Que es todo lo mismo, la pesca con los compradores de acá, como yo la vi cuando empecé, y no cambió nada. Porque el intermediario es el que más gana, il sangue del pescatore è dolce. La sangre del pescador es dulce y ellos son unos chupasangres.
-El dueño de las lanchas hoy sería el intermediario.
-Sí. Y yo a veces prefiero ser foráneo, estar en una lancha, ir a pescar, ganarme lo mío e irme a la mierda, y llevarme un poco de pescado para casa. Llevar de a puchito, entonces me lo laboro yo y siempre tengo el freezer cargado. Cuándo viene alguien “¿no sabes quién vende pescado?”, y le digo: “¡yo!”.
-Porque ustedes eran todos hijos de italianos, pero los chicos que van a pescar ahora, los que tienen la edad de tus sobrinos, son de todos lados
-De cualquier lado. La mayoría son de White, del Boulevard. Hay muchos pibes que vinieron y se afincaron acá en White, que son del otro lado del mundo, ponele de Buenos Aires, de Necochea. Les gustó cómo era la pesca acá, le encontraron la pata al asunto y se quedaron laburando acá.
-¿Nunca tuviste ganas de irte a la mierda?
-No, a mi me sacan con los pies para delante de acá. White es mi White, es mi lugar de estar. Cuando estoy al pedo ando con la bicicleta por todos lados, arranco y… me voy al Museo del puerto a hablar con Lucía [Lucía Bianco es la directora del Museo], o tengo dos o tres mujeres amigas, son mujeres ya grandes, sesenta y pico de años, y voy a la casa a tomar mate, tenemos unos grupos que hicimos en el Boulevard, en el Hospitalito. Yo soy muy… ¿cómo te podría decir? Me levanto, voy al Hospitalito, ahí me conocen todos, enfermeras, doctores, cualquiera.
-¿Desde qué edad trabajas?
-De chico, ya te dije que nosotros nos íbamos a dormir a bordo… Cuando mi viejo salía a pescar que paraba la maquina en la zona de pesca, salíamos nosotros de abajo y se volvía loco, porque no íbamos ni a la escuela.
-¿Hasta dónde llegaste con los estudios?
-Secundaria hasta primer año, hice primer año y no lo termine.
-¿Por qué? Te fuiste a…
-No, no. Empecé a trabajar, empecé a trabajar en la construcción. No solo en la pesca, eh.
-Tus viejos no te dijeron “no, terminá los estudios”
-Lo que hacían antes era si no querés estudiar “a comer barro” te decía mi vieja.
-¿Y eso?
-A pescar. Y yo no aprendí con mi viejo, cosa que cuando me tocó el momento de estar con mi viejo ya estaba formado.
-¿Era muy exigente tu viejo?
-Mi viejo era… ¿cómo te podría decir? Era gritón como todo tano pero muy buena persona. Sabía lo que hacía, vos lo mandabas a él solo con una canoa en un temporal y te largaba las redes ¡solo! Y vos decías “ahh, esto va a estar todo embrollado”, y yo iba en la otra canoa. También salían embrolladas que íbamos a remo a toda máquina, a mí me salían embrolladas y a él le salían a la pelusa.
-¿Y cómo se llamaba tu viejo…?
-Silverio, como el santo de los pescadores.
…
“Color de cobre viejo que los océanos dejan en la piel”, dice Stevenson sobre el capitán, viejo lobo de mar, en “La isla del tesoro”. El de la vieja canción marina (“Quince hombres en el cuello del muerto, jajaja, y una botella de ron…”). Adónde buscar sino en el mar. Los que no siempre hacen la historia, la sostienen. Gracias, Herminio, por el tesoro. Alguien tiene que contarla. Ésta es la última entrega de las columnas “Perdón que interrumpa”. Fin de estas interrupciones. Compatriotas, contra el destino nadie la talla.
MR
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