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PURA ESPUMA

La Libertad Sacada

Javier Milei
30 de marzo de 2025 00:33 h

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Cualquiera sabe que las ansias de libertad actúan contra la experiencia de opresión. Ni siquiera hace falta describirlas: se expresan como una necesidad del cuerpo. Si la opresión sucede en la familia, se la llamará probablemente castración; si sucede en la sociedad se la llamará esclavitud. Padre o Amo, da lo mismo quien ejerza el sometimiento. En cada caso, quien intente romper a su manera las cadenas que lo atan, le dejará algo a la humanidad a la escala de su talento.

Franz Kafka, por ejemplo, nos dejó su literatura kafkiana, una maravilla que se mueve en zonas donde el padre predador del hijo no estuvo. En el otro extremo del reparto universal de dones, el Presidente Javier Milei nos está dejando un gobierno de incesto “blanco” todavía en curso, que se desliza hacia el abismo en una cápsula llena de argentinos.

La obra maestra de Milei se despliega en el escenario equivocado. Deseando ser una celebridad para mirar a su padre desde el dron de la venganza, se encontró con la Presidencia de la Nación, un accidente inesperado en la rueda de la vida que lo lleva a considerarse una celebridad y no un presidente.

La situación es confusa porque deja vacante la función presidencial, reemplazada por espasmos de diversa índole: el coheterío loco de Patricia Bullrich limpiando las calles; la bicicleta tragamonedas de Luis Caputo; los streamers dreamers pálidos patrullando el pueblito sin servicio de recolección de residuos llamado X; el viejo “periodismo” reptante llevado a humillaciones infrahumanas; y el espionaje bajo supervisión de Santiago Caputo, el Monje Fluorescente.

Todo parecía ir a -aun a los tumbos- más o menos hacia adelante en ese convoy fantasmático apoyado por millones de argentinos, incluyendo muchos damnificados. Hasta que la relación entre el Milei celebridad y el Milei gobernante se quebró con el Caso $Libra, en el que ridículo, ese viaje de ida, tuvo un tamaño mayor que el de la estafa.

Analizando el triunfalismo libertario como un fósil en plena formación, se alcanza a ver -ya en el irreversible pasado- cómo se apagan las luces de la celebridad de Milei, después de descollar con cameos y ataques de importancia en los escenarios en los que se consolida la plutocracia mundial, ¿Cuál fue la misión “personal” de nuestro Presidente? Aportar su idolatría y su servilismo a la revolución de los millonarios.

En 1984, durante una de sus conversaciones con Osvaldo Ferrari grabadas en Radio Municipal, cuya edición definitiva de 800 páginas repetitivas e inolvidables publicó Seix Barral en 2023, Jorge Luis Borges recordó un comentario de Bernard Shaw, en el que Shaw decía que el capitalismo generaba dos males. Uno, es el que todos conocemos: la miseria de los pobres. Pero el otro, el desapercibido por casi todo el mundo (pero no por Shaw, ni por el recuerdo que dejó en Borges), era el tedio de los ricos, menos fácil de aguantar que la miseria. “De modo que los ricos harían la revolución. Cosa que por el momento no parece probable, ¿no?”, dice Borges.

En 1984, no, pero ahora parece que sí, y el Presidente Milei apoya en cuerpo y alma esa revolución como si fuera de él. Todo muy bonito visto desde su cabeza. El problema es que una de sus dos ofrendas a esa revolución, lo que llamamos República Argentina (la otra es su emoción de paje), se empieza a escurrir de la jaula de oro en la que la colocó su imaginación.

Esa pérdida resbaladiza que ya empezó a operar, lo saca. Está sacado. Ya lo estaba en la buena y, ahora, más aún. Y en contra de lo que sus círculos de influencia deben recomendarle al sacado -que se calme-, lo que está ocurriendo es una transmisión de sentido contrario: está sacando a quienes deberían calmarlo. Por qué este párrafo, que parecía estar hablando de política, suena a la descripción de un pabellón psiquiátrico fuera de control, es obra de la naturaleza de los hechos que se están desarrollando en el poder, y no un capricho del autor (hubiera sido preferible asociar este gobierno con otras cosas, pero no es tan fácil: su locura es una presencia).

Repasemos a vuelo de pájaro el elenco libertario en varios de sus niveles de representación. Martín Menem, el capitán libertario en un Congreso que se empieza a amotinar: sacado. Lilia Lemoine, aun cuando encante con su perfil tan sexy de ángel punk: siempre sacada, y triste (pero sacada). Marcela Pagano: sacada con propaladora. El Monje Fluorescente Santiago Caputo: sacadísimo, imitando la rudeza andrógina de Cillian Murphy ante el neurocirujano Facundo Manes, que habrá pensado, como el profesional que es: “¿le hago o no le hago un trasplante de cerebro a este fumador de cine? ¿Y si la ofrezco un 2 x 1 y lo meto en la bolsa a Fran Fijap?”.

El blanqueador de barbaridades presidenciales, Guillermo Francos: con su moderación legendaria, pero también sacado hablando con la prensa. Patricia Bullrich: no solo sacada, sino haciendo sacar a gendarmes con lanza gases. Manuel Adorni, balbuceante, o sea: criptosacado. Luis Caputo: muy sacado, corriendo mentalmente alrededor de palabras que no encuentra o no tiene en su cabeza. Luis Juez: nació sacado, vive sacado y morirá sacado envuelto en alguna de las veinte banderas que izó en su vida. Nicolás Márquez: sacado in crescendo, como una ópera humana, y siempre en su placar con vista al poster de Alfredo Astiz.

Y, en párrafo aparte, el más grande de todos, el niño prodigio tardío y referente argentino en la Universidad de Navarra, cucha de los pichichos del Opus Dei cuyas piedras inmaculadas destilan el sudor sagrado de Escrivá de Balaguer, el “Chiqui” Agustín Laje: arengando a las fuerzas armadas muy pero muy sacadito, eléctrico, inquieto, con la sintaxis tropezando con la espuma densa de su boca, irritado, inestable, violentito, tipo caniche poseído por el rottweiler de La Profecía (Richard Donner, 1976), cuando no por Demian.

¿En nombre de qué urgencia vinculada al bien común despliegan esa desesperación incontenible? ¿Cuál es el apuro por imponerse? Quizás porque intuyen en sus corazones que la ejecución de lo planeado empieza a dislocarse de la unidad de tiempo que requiere. Está fallando el ritmo del proceso. Hay pausas, huecos, pozos, en el cumplimiento de los sueños de destrucción.

La “batalla cultural”, esa boludez que plantea una lucha entre fantasmas borrachos, se va desangrando porque ¿en qué cabeza cabe que una cultura, cualquiera, incluso la peor del mundo, es el resultado de una batalla entre dos bloques de los que queda uno? En una cabeza fascista; en la realidad, no. Para no hablar del programa financiero, que aparenta desplegarse sin economía, es decir desdeñando la escala humana al modo de la pintura abstracta.   

Por algún resquicio se filtró la presencia desplazada de esa escala olvidada, y las deidades libertarias advierten que se olvidaron la leche en el fuego y corren en estampida a impedir el desastre, del que sólo creen que puede salvarlos la velocidad. Una velocidad que ya no tienen. El Presidente Milei ya no parece estar protagonizando los hechos (sí de los de su show languideciente; los de “su” gobierno, no). Está colgado, en el sentido de sostenido por el clavo del poder que, además del martillo, también tiene la tenaza.

JJB/MF

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