La necesidad, y el riesgo, de compartir
Proteger la privacidad de los niños poniendo un límite a lo que sus padres pueden compartir en las redes sociales es la propuesta que plantea un diputado francés. Detrás de la iniciativa, está la preocupación de que muchas veces los adultos no miden hasta dónde pueden llegar las fotos de sus hijos, que circulan y se propagan sin su consentimiento. Luego tienen vida propia, son muy difíciles de retirar de circulación. El fenómeno incluso tiene un nombre en inglés “sharenting”, la combinación entre criar y compartir. En Argentina también preocupa el uso de las imágenes de los niños.
Pero ¿por qué lo hacemos? Si sabemos que las fotos de los chicos pueden difundirse más allá de nuestro conocimiento y cada vez hay más conciencia sobre los peligros de internet, ¿qué lleva a los padres, que aman a sus hijos, a compartir sus imágenes?
Es posible que en algunos casos los adultos no piensen en la inmensidad de la red al postear las fotos de sus hijos sino simplemente en que las vean su familia y amigos. En muchos casos es probable que la necesidad de compartir pese más que los riesgos. Porque la necesidad de compartir es fuerte.
Y uno de los problemas es que en las redes sociales se mezclan muchos otros aspectos. En algunos casos estamos simplemente compartiendo, mientras que en otros estamos también construyendo una imagen de nosotros mismos y de nuestra familia, haciendo una curaduría de los contenidos que subimos para presentarle una cierta faceta nuestra al mundo. Y si en el momento que estamos viviendo, en lugar de compartirlo con quienes están ahí, estamos calculando el mejor ángulo para sacar la foto que luego subimos a las redes, la forma de compartir la experiencia cambia radicalmente.
Esto lo demostró un grupo de investigadores con un estudio en el que le pedían a distintas personas que documentaran su navidad con fotos. Pero mientras a un grupo le dijeron que sacara fotos para que pudiesen tenerlas después para ellos mismos, al otro le dijeron que las sacaran para compartirlas en redes sociales. Cuando los distintos grupos evaluaron cuán placenteros fueron sus festejos navideños, el grupo que estaba pendiente de sacar fotos para luego compartirlas declaraba que los disfrutó menos.
Y no solo eso, el mirar lo que otros hacen en redes sociales también puede intensificar otra tendencia que tenemos: la de compararnos. El hecho de compararnos con otros para ver cómo estamos es habitual, necesitamos tener puntos de referencia para saber si vamos bien, si lo que hacemos es mucho o poco o si la forma en la que pensamos es común o no.
Pero cuando entramos en el mundo de las redes, en el que de pronto pasamos de compararnos con un grupo de decenas de personas que tenemos cerca, a miles de conocidos lejanos o desconocidos, la ecuación puede cambiar. Porque nuestra satisfacción con la vida tiende a variar según con quién nos comparemos.
Un área donde esto se ha estudiado bastante es la de los ingresos: con quién nos comparamos a la hora de evaluar cuánto ganamos importa mucho. Incluso hay algunas investigaciones que muestran que la comparación de ingresos puede modificar profundamente nuestros niveles de satisfacción.
Con el mismo sueldo, las personas que viven en barrios más ricos, rodeados de personas que ganan más -que se van de vacaciones y cambian el auto más seguido- se declaran menos satisfechas que quienes viven en barrios más modestos. Y el efecto va más allá de que las cosas pueden ser más caras en un barrio más rico: incluso teniendo en cuenta eso, los investigadores concluyeron que la comparación juega un rol, el hecho de ver todo el tiempo a quienes ganan más que nosotros nos deja más descontentos con nuestros ingresos. Y aunque la evidencia no es concluyente del todo, si pareciera que las comparaciones pueden pensar más de lo que solemos pensar.
Si sumamos las cosas, usuarios que hacen una curaduría de sus contenidos para mostrarse en la mejor luz posible, la comparación permanente que hacemos y cómo esto se potencia en redes sociales, pareciera ser una receta para generarnos descontento. Y por supuesto hay muchos aspectos positivos de las redes y del compartir, pero vale la pena pensar en los problemas.
Cuando compartimos las imágenes de nuestra familia y sobre todo de los chicos, es importante pensar no sólo dónde pueden terminar las fotos y qué pasa con la privacidad de los chicos, sino también en cómo el hecho de vivir los momentos pensando en compartirlos luego en las redes puede afectarnos y cómo ver los de otros puede generar efectos de comparación de los que no siempre estamos tan conscientes.
OS
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