La nueva canción de Kicillof, el rugido de Milei y “Angry” de los Stones
El peronismo es rico en el uso de las metáforas musicales. El propio Juan Domingo Perón, en el momento más álgido de su disputa con Montoneros y la JP, anuló la rama juvenil del movimiento por su propensión al “bochinche” y amenazó con “hacer tronar el escarmiento” ante la obstinación de los díscolos. Se llevó finalmente en sus oídos la “más maravillosa música” que, dijo, era la palabra del pueblo, y esa palabra cantada, podemos suponer, o canto que antecede a la palabra, albor del lenguaje, quedo, desde entonces como analogía sonora que, días atrás, acaba de tener su módico y fallido intento de reactualización doctrinaria.
Ante los alcances de la ola libertaria que ha dejado pasmado a propios y extraños, el gobernador bonaerense Axel Kicillof puso en duda la capacidad actual del peronismo de entusiasmar a tantos hombres y mujeres desencantados con una “propuesta nostálgica”. Y si bien reconoció que los años de Perón y Evita, así como los de Néstor y Cristina Kirchner fueron “gloriosos”, instó a “componer una nueva canción” y abandonar la inercia de cantar “una que sepamos todos”. Frente al ritual nemotécnico -pareció sugerir-, un nueva construcción social de sentido. Y eso supondría dejar de actuar como las “bandas de rock que tocan grandes viejos éxitos”. Como los Stones, podría pensarse.
La fugaz querella con trasfondo musical resume un estado de la cuestión. Informa sobre problemas políticos que exceden discotecas y afinidades electivas
Máximo Kirchner, recurrente glosador del Indio Solari -¿acaso su horizonte letrado?-, escuchó la proposición como ultraje patrimonial. “Yo no me dedico a la música, soy militante y dirigente”, respondió. “Más allá de los pentagramas, hay que fijarse muy bien en la gestión de Gobierno, eso es lo que importa para que no haya confusiones”. La senadora Juliana Di Tullio salió también en defensa del acervo. “No, no hay que componer ninguna nueva canción”. Hay que insistir con el mismo repertorio. “Yo bailo de alegría con las mismas canciones de siempre”. Mayra Mendoza, la laboriosa intendenta de Quilmes, le cantó la justa al gobernador. “Hay un tema del Indio Solari, en el disco El tesoro de los inocentes, que dice: 'Juegan a primero yo, y después a también yo'”.
La fugaz querella con trasfondo musical resume un estado de la cuestión. Informa sobre problemas políticos que exceden discotecas y afinidades electivas. Estos son iluminados con destreza argumental en un libro reciente. El kirchnerismo desarmado. La larga agonía del cuarto peronismo, de Alejandro Horowicz. La idea de desarme remite al teórico de la guerra Carl von Clausewitz. No se trata de aniquilamiento: es la imposición de una voluntad sobre el oponente. Este entrega algo más que sus pertrechos y se abstiene de proseguir una lucha, aunque sea por otros medios. Renuncia. Para Horowicz, autor de otro ensayo fundamental, Los cuatro peronismos, publicado a mediados de los ochenta, la formación histórico-social que posibilitó en 1945 el armado de esa fuerza telúrica y, después de años de proscripción, el retorno de su líder, en noviembre de 1972, “ya no existe, fue radicalmente transformada en sentido conservador”.
A Horowicz le queda “muy claro” que ninguno de los actores rutilantes del presente se propone revertir el orden de las cosas. “El bloque de clases dominantes tiene al respecto posición tomada: en su seno no se visualiza ninguna pugna y bajo las pancartas de Unión por la Patria, heredero directo del Frente de Todos, no hay una masa rugiente y ansiosa de transformaciones revulsivas. Distintas versiones del cuarto peronismo (el resultante de la muerte del padre fundador), con o sin musica del tercero, pero con la clara letra del cuarto reproducen básicamente el mismo proyecto”.
El libro concluye con una reescritura de un pequeño y brutal ensayo de los noventa: “La democracia de la derrota”, texto que Horowicz habría preferido considerar una pieza argumental superada por los hechos y la experiencia. Lamenta su actualidad porque, a su criterio, no hace más que confirmar que la matriz del 76 y su progenie económica sigue intacta. El ciclo terrible no ha concluido. Cambiaron las formas del expolio: hiperinflación, deuda, fuga, corridas cambiarias, reducción de la masa salarial. “Es probable que en un futuro cercano, tal como sucedió con el Plan Austral, se vuelva a hablar de una nueva moneda,que no es otra cosa que quitarle ceros a la anterior. Y entonces, después de un rato de ficticia estabilidad, volver a empezar”. El kirchnerismo, cree, selló su suerte diferencial en la crisis de 2008. Desde entonces, no dejó de señalar los “estrechos límites” del proyecto.
Quince años más tarde, el “rugido” de Milei
Enojo y melena fake: superficies que seducen a la mitad de los jóvenes de hasta 24 años, según una reciente encuesta. El angriness libertario suena al mismo tiempo que “Angry”, la canción con la cual los octogenarios Rollings Stones vuelven al ruedo para impostar su imposible condición eternas de chicos malos.
“Los Rolling Stones vuelven a empezar”, dijo con indulgencia The New York Times. Estimó que Hackney Diamonds es una “colección ruidosa, cascarrabias e impenitente de nuevas canciones de una banda que se niega a suavizarse con la edad”. Pasemos por alto el disco, que se conocerá por completo el 20 de octubre, y del cual participan Paul McCartney, Elton John, Stevie Wonder y Lady Gaga. ¿Qué escuchamos? Un hombre cabreado. “No te enfades conmigo/ Nunca te causé ningún dolor”, canta Jagger. ¿Ajusta cuentas con una nieta imaginaria? No, una fan. O algo más. Se queja de que hace un mes no hace el amor. Quiere saber las razones. “Sigo tomando las pastillas y me voy a Brasil”. Patético y con autotune. “Angry”, señaló el portal Cult Following, “es lo más mediocre que se puede ser para un grupo de rock cuyo apogeo fue hace décadas y los responsables de las obras monumentales se han ido o se han desinflado, reclinándose en esta melosa gloria posterior a la fama”. La edad no trajo nada más que ademanes. Los Stones “no pueden presentar una nueva alternativa como artistas de la talla de Bob Dylan, John Cale y Nick Cave”.
El video promocional abona ese razonamiento. Su director, François Rousselet, falsificó 40 vallas publicitarias en Sunset Strip sobre las cuales aparecen imágenes de archivo de los Stones. Las versiones “antiguas” de Mick Jagger, Keith Richards y Ron Wood se pliegan a la flamante canción mientras la actriz Sydney Sweeney baila y pasa debajo de ellos en un Mercedes descapotable rojo cereza. Hay sobre las pantallas fragmentos de conciertos de los setenta y ochenta. La inteligencia artificial no ayudó al montaje. Los editores buscaron en el repositorio de otras canciones cuyas palabras o una rítmica aproximada facilitaban la incrustación. No debió ser muy difícil. El repertorio textual y temático de los Stones es acotado.
Hay, además, otro rasgo más que trasnochado. Los cuerpos de los Stones de hoy nunca se ven en el clip. El paseo por Sunset Strip de la blonda Sweeney es el de un parque temático en bucle: pasado repitente. Lo sabido. Simulacro de simulacros coloreados con los reconocibles ataques de la guitarra y una rítmica ajustada.
“Angry” trata de revelarse contra la impermanencia. Es, sin embargo, una canción desarmada. Sin otra voluntad que la perpetuación imposible de la gestualidad de una época. Los Stones no podían volver mejores, su negatividad devino conservadurismo (Jagger no se asusta de la pirueta ideológica). Festejan sus reapariciones como si se tratara de una representación de Fons juventutis. Lucas Cranach el Viejo pintó ese cuadro en 1546. Un grupo de ancianas, podría decirse, de la edad de Jagger y Richards, se acercan a una fuente construida en un valle. Ellas se desnudan antes de entrar. Pisan con dificultad, se nos sugiere. Pero -oh, milagro- cuando sienten el contacto con las aguas y chapotean en dirección al otro margen, se convierten en ninfas otra vez. Las esperan con comida, música (han sido representados un flautista y un tamborilero), bailes y la promesa de un instante de sensualidad.
La renuncia a cualquier novedad del hombre se enmascara de primicias digitales. Entre ellas las de los Rolling, disfrazados de sí mismos, pueden sonar tan irritantes
El lienzo, nos recuerda Dardo Scavino en Las fuentes de la juventud. Genealogía de una devoción moderna, fue creado cuando en Europa circulaba el rumor de que el imperio español buscaba en el Caribe un manantial de una potencia restauradora semejante. Su agudísimo ensayo comienza precisamente con una descripción de esa escena. “La apoteosis de la juventud no es sino el surgimiento del sujeto moderno. Y los modernos no esperaban que, con la juventud, brotaran de nuevo las flores de la primavera precedentes sino que despuntaran otras que nadie había imaginado”. En 2013, cuando terminó la escritura del libro, Scavino intuye al cerrar su ensayo que esa era fenece. Una década más tarde, la renuncia a cualquier novedad del hombre se enmascara de primicias digitales. Entre ellas las de los Rolling, disfrazados de sí mismos, pueden sonar tan irritantes.
“La derrota no deja de ser un texto inconcluso”, escribe Horowicz. “Los derrotados callan porque la derrota impone el atroz silencio del vencedor. ¿Qué vamos a contar? ¿Acaso el resultado varía? ¿Y no se trata de variarlo? Para cambiar la historia, es preciso contarla, cantarla, darle ritmo adecuado para otra versión”. Desde otra perspectiva y otro programa, postula una necesidad balbuceada por Kicillof y cortada con máximo rigor por Kirchner hijo. Es por eso que la descomposición de ese movimiento “afecta la estabilidad del orden político”.
Milei es su emergente y viene con su propia versión de “Angry” para convertirla en una canción que deberán conocer todos. Al fin de cuentas, la letra con sangre entra.
AG
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