Parque Saavedra y la cultura de “mejor pedir perdón que permiso”
Cuando arranqué Escala Humana, la planteé como una forma de discutir la ciudad a partir de detalles que pudieran escalarse. La pensé así incluso antes de darme cuenta de que el parque del barrio en el que vivo, Saavedra, es ideal para ese tipo de estudios de caso. Compendio del espectro completo de la vida social porteña, es también un buen ejemplo de la tendencia de mejor-pedir-perdón-que-permiso, una cultura de hechos consumados que atraviesa la ciudad a niveles varios, desde la invasión de veredas enteras por parte de restaurantes hasta el desembarco de Uber antes de ser autorizado.
Pasear al perro sin correa. Dejar que el nene golpee a la gente con la pelota. Invadir el espacio de quien está inmediatamente al lado, con música, actividades o cosas. Caminar por donde van las bicis, andar en bici por donde se camina, estacionar el auto en cualquier parte. Llevar al pitbull a ser adiestrado aunque sea una raza peligrosa. Si fuera sensacionalista, titularía esta columna “Etnografía del individualismo”. Pero resisto a la tentación, porque pienso que aún estamos a tiempo de que hablando nos entendamos.
El Parque Saavedra es uno de los primeros parques públicos de la Ciudad, anterior incluso al 3 de Febrero. En su siglo y medio de historia tuvo un lago y un arroyo a cielo abierto, el ya entubado Medrano. De a poco fue sumando vecinos y perros. Hoy concentra el elenco completo de la convivencia porteña: runners, ciclistas y peatones; mateadores solos o en grupo; lectores, picniquistas y yoguis; jugadores de picados, mascoteros, cumpleañeros; habitantes de siempre y recién llegados.
En este parque hay, además, protagonistas propios: asambleístas, miembros de una fracción de la hinchada de Platense, percusionistas. Hay un centro de jubilados, dos puestos policiales, postas de calistenia, un polideportivo con canchas, un jardín de infantes y una primaria. También, entre cuatro y cinco ferias, la más grande con más de 100 puestos y contando. Enfrente tiene cafés, restaurantes, y bares hasta tarde, nutridos del crecimiento demográfico y las nuevas oficinas.
Con la pandemia y la crisis, el parque acumula cada vez más lonas: las de instructores de gimnasia y las de gente que reemplaza el consumo en un bar por un mate sobre el verde. Hace unos años también incorporó sillas plegables, que presta la pizzería de enfrente para que aquí coman porciones sus clientes.
Paula (53), mi profe de pilates, nació y creció en el barrio. Pero desde la pandemia no quiere pisar el parque. La mixtura de usos la altera, más aún la comercial. Bueno, no dijo eso. Dijo: “Llegan todos con su música a dar clases de cualquier cosa. No se puede tener ni un minuto de paz. Yo no vuelvo porque me deprimo”. En un mismo lugar, la subsistencia y la recreación. En un mismo parque, la privatización informal del espacio público y la necesidad imperiosa de verde.
“El parque es la muestra de la supervivencia de la clase media desde la pandemia. Todo el mundo va a buscar un beneficio en un lugar en el que no le cobren gastos ni tenga que calcular –analiza el arquitecto, urbanista y vecino del barrio Mauricio Corbalán–. Esto está llevando a que los parques sean cada vez más demandados”.
En ese panorama, “no podés decir que no, porque es una forma de subsistencia. Hay que articular a la gente expulsada de la imposibilidad de alquilar un espacio de trabajo. Todo es parte del mismo factor: las ciudades se están encareciendo como hace décadas pasa en Europa. El que no puede vivir en un lugar se tiene que ir. Y empieza así”, observa el urbanista.
Un gran parque conlleva una gran responsabilidad
Antaño, era común escuchar a los padres y madres retando a sus hijos por golpear a los vecinos con la pelota, cual Joan Manuel Serrat. Hoy el malestar en la cultura cedió paso a la libertad sin trabas de crianza. No es la anarquía del capítulo de Los Simpson en el que todos dicen “Yo no fui” ante una falta. Aquí ni siquiera se enuncia una excusa, aunque sea falsa. En ese panorama, la pandemia y la vida digitalizada pueden ayudar a explicar el ensimismamiento, pero no lo agotan ni lo validan.
Ya que estamos con estudios de caso, propongo el de la tenencia de perros, un acto a primera vista generoso pero que en el parque puede priorizar el individuo sobre el colectivo. Recuerdo un mapa porteño que se hizo viral en Twitter, según el cual en Saavedra y Núñez “hay más perros que personas”. Algo de eso es cierto, y el parque expresa ese estereotipo.
Sin ningún canil disponible, buena parte de las decenas de perros que simultáneamente andan por el parque lo hacen sin correa, aunque la ley porteña 4.078 lo prohíba si se trata de ejemplares de razas peligrosas o que pesen más de 20 kilos. En muchos casos, invaden picnics, chocan gente, ladran y hasta muerden sin que su humano responsable actúe para frenarlo. Esa actitud pasiva puede tornarse agresiva si la víctima reta al can. “A mi perro no le grites, descerebrada”, es lo más leve que he escuchado.
Además de estas postales habituales, puede haber casos extremos, como el ocurrido hace dos semanas, cuando un vecino llevó al parque a su pitbull para que fuera adiestrado, acto ilegal que terminó con la mascota muerta sobre el pasto. Según el hombre, el animal “se puso agresivo”. La Fiscalía de Flagrancia Norte notificó la causa por “presunto maltrato animal”.
El dinamismo actual del parque tiene sin dudas algo positivo: más vida es más socialización, más sentido de pertenencia, más seguridad. “¿Sabés lo que era atravesar este parque en invierno en bici a las siete de la mañana cuando iba a gimnasia en la secundaria? No perdí órganos de pedo”, me confiesa mi amigo Alejandro (40), nacido y criado en Saavedra.
Pero, cuanta más gente y más grupos, hay más chances de conflicto y también de desapropiación de un espacio que debería ser compartido. A medida que se apilan usos, hacen falta nuevos consensos para un aprovechamiento flexible y a la vez equitativo. Me pregunto si eso aún es posible en tiempos de ensimismamiento. Quizás sea cuestión de debatir y mirar a los otros, más allá de códigos y normas. Mucho se habla hoy de libertad, poco de qué pasa si se ejerce de modo irrestricto.
KN/DTC
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