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QUÉ ESCUCHAR

Polvo de estrellas

Art Tatum

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La leyenda es falsa. Explica, como casi siempre, una verdad. El propio Art Tatum se ocupó de desmentir lo que muchas de sus biografías afirman. Que aprendió a tocar escuchando grabaciones en rollos de pianola realizadas por un dúo de pianistas y pensando que se trataba de un solo intérprete. “Además, no soy ciego”, le dijo a la revista Down Beat en octubre de 1935. “Mi vista no es tan buena, pero puedo ver lo suficiente como para leer y escribir”.

Art Tatum era ciego. Sufría de cataratas desde el nacimiento y a los 9 años perdió totalmente la visión de un ojo y parcialmente la del otro. Y tocaba como si se tratara de dos pianistas. O más. Algunos dijeron que no se trataba de un auténtico músico de jazz. Que lo suyo era puro exhibicionismo. Otros opinaron lo contrario. Charlie Parker aseguró que quería tocar el saxo como él tocaba el piano. Fats Waller, que era su ídolo, dijo una vez en público, antes de invitarlo al escenario: “Yo sólo toco el piano, pero esta noche Dios está aquí”. Oscar Peterson, Dave Brubeck y, en la Argentina, el Mono Villegas, lo consideraron el más grande. Y músicos de otros géneros, como el compositor y concertista Sergei Rachmaninov, que lo escuchó en vivo mientras vivió en los Estados Unidos, afirmó que era “el pianista más importante de todos los tiempos y de cualquier género”.  

Lo suyo era exhibicionista, es cierto, pero lo que resultaba era de una complejidad rítmica que trascendía en mucho el mero pavoneo técnico. De hecho, dos de los compositores más importantes del siglo XX, el extraño y genial Conlon Nancarrow, que escribió su música sobre rollos de pianola porque era imposible de tocar por humanos, y György Ligeti, quien descubrió esas grabaciones en una disquería de viejo y de allí partió para sus seminales Estudios para piano, se consideraron sus herederos. Ligeti decía que sus fuentes eran las micropolifonías de la música del centro africano, las perspectivas inquietantes del pintor y artista gráfico Maurits Escher, los laberintos y espejos de Jorge Luis Borges, los fractales –la forma en que los matemáticos se refieren a las muñecas rusas incluyéndose a sí mismas, cada vez más pequeñas, hasta el infinito– y, claro, la rítmica imposible de Art Tatum.  

Había nacido en Toledo, Ohio, en 1909 y murió con 47 años recién cumplidos, en 1956. Grabó para varios sellos, a solas, en trío y, en el final de su carrera, en grupos junto a grandes estrellas como el saxofonista Ben Webster. Apenas se han conservado registros fílmicos: una versión –exhibicionista, por supuesto– de “Yesterdays”, registrada en 1954, y una actuación de siete años antes junto con la banda de Tommy Dorsey –parte del film The Fabulous Dorseys, dedicado a Tommy, el trombonista y director del grupo, y a su hermano, el clarinetista Jimmy–.

Tatum también tuvo sus fuentes, Vladimir Horowitz y, desde ya, los primeros maestros del estilo stride: Waller y James P. Johnson, un músico extraordinario y hoy casi olvidado por cualquiera que no sea un experto.

Su primera grabación fue realizada en 1932, “Tiger Rag”. La segunda, del año siguiente, se convirtió en un clásico, “Tea for Two”.

Toda la trayectoria de Tatum es asombrosa y la edición con todas sus grabaciones para Capitol, entre 1949 y 1952, ocupa un lugar de privilegio.

Pero la buena noticia es que han aparecido grabaciones inéditas hasta el momento, de actuaciones en vivo en el Blue Note de Chicago en 1953, junto con su trío –que completaban Everett Barksdale en guitarra eléctrica y Slam Stewart en contrabajo–, con excelente sonido y en una cuidadosísima edición del sello Resonance Records. El álbum de tres Cds, se llama Jewels in the Treasure Box (joyas en el cofre del tesoro) y los registros fueron transferidos desde las cintas abiertas originales y masterizadas por el ingeniero Matthew Lutthans (que ya había realizado para el mismo sello la edición de Hittin’ the Ramp, consagrada a las grabaciones tempranas de Nat Cole, y nominada al Grammy en 2019). El pianista está en su punto más alto y el grupo hace gala de una interacción fantástica. Y, por supuesto, están allí todos sus clásicos y en versiones sumamente diferentes de las más conocidas. Otra leyenda afirma que cuando estas actuaciones tuvieron lugar Tatum acababa de enterarse de que estaba fatalmente enfermo y que sus riñones, más tarde o más temprano, fallarían. Poco importa saber si es cierto. En todo caso, aquí, como en todo el arte, se trata de lo que no podría morir.

Incidentalmente, aquí hay una versión bellísima de uno de los temas preferidos de Tatum, “Star Dust” (a veces escrito como “Stardust”), compuesto en 1927 por Hoagy Carmichael. La enciclopedia de Tom Lord contabiliza 1707 versiones solo en el ámbito del jazz –también grabaron la canción músicos como Bob Dylan, Ringo Starr y Caetano Veloso–. Tatum la había registrado por primera vez en 1934. Y aquí va, como bonus track, una playlist –excesiva, para escuchar de a poco, eventualmente–, con 50 versiones, incluyendo la primera de Carmichael –instrumental– y la primera de Tatum, y las que a mi juicio son las mejores, llegando hasta las muy recientes de dos grandes figuras nuevas del jazz vocal, Samara Joy y Sarah McFarlane y pasando por los grandes clásicos: John Coltrane, Django Reinhardt con Stéphane Grappelli, Art Pepper, Sarah Vaughan, Ella Fitzgerald, Jimmy Smith, Gerry Mulligan y muchos más.

Diego Fischerman es autor del blog “El sonido de los sueños”: https://xn--sonidodesueos-skb.com/

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