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QUÉ ESCUCHAR

Cuaderno de viaje

Escena de "Giro de banda", documental de Daniele Cini sobre el trompetista Cesare Dall’Anna.

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El trompetista duerme. Vive junto a una barrera, en Salento, en el sur de Italia. Las bocinas, la campana que anuncia al tren y el paso del ferrocarril no lo despiertan. Reacciona, recién, al tenue pitido electrónico del despertador. El trompetista se llama Cesare D’Anna. Es un virtuoso de su instrumento, un héroe en su ciudad, y en la fiesta popular de la taranta. Ha hecho jazz (y en alguna medida lo sigue haciendo). Ha homenajeado a Miles Davis, como corresponde, ha tocado con músicos de las más diversas raigambres y dirige un grupo llamado Opa Cupa (debe pronunciarse Opa Tsupa, me dicen) que ronda el folklore salentino y la música de los Balcanes. En Salento hay una nutrida comunidad de inmigrantes albanos y uno de los discos más importantes del grupo lo explicita en su título, Hotel Albania.

Dall’Anna es el protagonista de un documental llamado Giro de banda, que se presentará el próximo 27 de enero en la muestra oficial del Festival de Biarritz. La imagen del despertar del trompetista, y del café preparado en la infaltable Moka (la versión original, inventada por Bialetti, de la Volturno argentina) se alterna con las de una de las presentaciones en vivo del grupo, con saltimbanquis en escena y esa extraña combinación murguera entre caras tristes, sonrisas pintadas y una música festiva que, sin embargo, suena siempre al borde del lamento. El film fue dirigido por el notable Daniele Cini, el mismo que ganó el Globo de Oro con Noi que siamo ancora vive, una coproducción con el Instituto del Cine de la Argentina –antes de la irrupción terrorista de la motosierra– que aquí se conoció como Nosotras que todavía estamos vivas y que cuenta, con pudor y contención extrema, el juicio en Italia a la última dictadura militar argentina por los crímenes cometidos contra la humanidad –y en particular contra descendientes italianos–. (Aquí puede verse el trailer del film sobre Dell’Anna y aquí la versión completa de Nosotras que todavía estamos vivas).

La mezcla italobalcánica de Opa Cupa –y el jazz que emerge por ahí en “Karavia”– en todo caso, además de la propia belleza de piezas como “Stelle Salenti”, no hace más que poner en escena que, como la naturaleza en una de las frases famosas de Jurassic Park, la cultura siempre se abre camino.  La globalización y la inevitabilidad de las redes funcionan, finalmente, como aquellos barcos que surcaban el Mediterráneo y que llevaban con ellos cantos, lenguas e instrumentos. La poesía persa, las cuerdas pulsadas y frotadas de Creta, las escalas hebreas y griegas o los oboes y clarinetes de Babilonia y Fenicia fueron la fuente con la que Europa se inventó a sí misma, a partir del Imperio Romano, y proclamó una cultura occidental que jamás hubiera existido sin lo que allí llamaban Oriente. Hoy, los encuentros y festivales de la WOMAD (World Of Music, Arts & Dance) o las grabaciones festejadas por publicaciones como la revista británica Songlines, son ricas en inseminaciones múltiples y en grupos belgas, franceses o irlandeses que hacen vallenato colombiano invocaciones rituales swahili o, simplemente, en que la kora de Mali (una especie de arpa con resonador de calabaza) acompaña una balada escocesa o el Hardanger, un violín tradicional noruego, toca una segunda voz junto con una cantautora iraní exiliada en París.

La WOMAD traduce a la corrección (World of Music, mundo de la música) lo que el mercado central denomina World Music, es decir una “música del mundo” que pertenece no al mundo sino al otro mundo, al de afuera, al de los márgenes de la industria. Mucho de lo que allí sucede se parece quizá demasiado a la new age y la ambientación dietética: sonidos estáticos, vagas percusiones indias, músicas de película sin películas, melismas aptos para la expresión corporal. Pero, también, encuentros trascendentes como el que propone el álbum Bamako*Chicago Sound  System, donde se unen la flautista Nicole Mitchell, una de las figuras más importantes de la vanguardia del jazz, con Ballaké Sissoko en kora y un grupo de músicos africanos y estadounidenses, y que actualiza el movimiento de re africanización consciente que en el jazz de los 60 y los 70 articularon músicos como Don Cherry, Ornette Coleman, el Art Ensemble of Chicago y Randy Weston.

Muchos de los viajes actuales son virtuales. Sólo viajan las grabaciones que sus creadores e intérpretes se envían de una parte a otra del mundo. Pero también los hay reales, como el de Ross Daly, nacido en Norfolk y descendiente de irlandeses, que se fascinó con la lyra cretense y hace 35 años se instaló en esa isla convirtiéndose, además, en uno de los máximos especialistas en su música.

Ese instrumento, uno de los orígenes de la viola europea, tiene una encarnación más integrada con otras músicas en Vassilis Sinopoulos, que en su último disco para el sello ECM, Metamodal, donde toca en cuarteto junto con Yann Keerim en piano, Dimitris Tsakouras en contrabajo y el percusionista Dimitris Emmanouil, como en la propia Odisea, superpone capas de cultura separadas por siglos de distancia. El tradicional bouzouki, por su parte, dialoga con un piano –un diálogo que nada tiene de tradicional– en Arcs & Rivers, un disco grabado por Joel Lyssarides y Georgios Prokopiou para el sello alemán ACT.

El excelente trío Las Lloronas, afincado en Bruselas y conformado por la estadounidense Sura Solomon, la alemana Marieke Werner y la holando española Amber in ‘t Veld –las tres cantan y tocan varios instrumentos–, bucea en diversos folklores, entre ellos el latinoamericano y, lo más importante, es capaz de crear a partir de ellos.

La mezcla de los bogotanos de La Sonora Mazurén no es étnica sino musical, con una versión semi psicodélica –habitada por el mismo sonido Morricone de los inclasificables Chicha Libre– del vallenato y la cumbia.

Finalmente, pero lejos del último lugar en importancia, se destaca American Railroad, donde sucede el encuentro, en más de un sentido, entre Rhiannon Giddens, una cantante, banjoista y violinista, ganadora del Pulitzer y el Grammy y fundadora de un grupo casi filologista dedicado a la música del Sur profundo de los Estados Unidos, los Carolina Chocolate Drops y el grupo para asiático fundado por el cellista Yo-Yo Ma, el Silkroad Ensemble. El cello de Karen Ouzounian en “Far Down Far” es una verdadera delicia. Y, en todo caso, las tablas indias parecen, aquí, haber nacido para tocar hillbilly. 

Diego Fischerman es autor del blog “El sonido de los sueños”: https://xn--sonidodesueos-skb.com/

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