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Opinión

La era de la precariedad

La era de la precariedad

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El último orejón del tarro nacionalista es regodearse con que al resto del mundo las cosas le salgan igual o peor que a nosotros. Las nuevas cuarentenas europeas, el infarto del canal de Suez o la “paradoja chilena” de tener récords simultáneos de vacunación y contagios, fueron algunos de los hitos recientes de esa Schadenfreude nacional. Hasta que el frente interno nos tocó el hombro: 42% de pobreza y un PBI no mucho mayor al de 1974 pero a distribuir entre el doble de población. 

La precariedad del mundo y el estancamiento argentino son dos historias paralelas que creo poder anudar. Les pido 7.286 caracteres de paciencia.

Argentina y el capitalismo, un problema de software

Imaginemos que Argentina es un dispositivo y el capitalismo es un software con diferentes versiones. Así, hubo un capitalismo 1.0, la versión manchesteriana del siglo XIX totalmente compatible con el hardware argentino: exportación de materias primas, alta adaptabilidad gracias a su baja densidad demográfica y al poco peso institucional colonial y precolombino, y términos de intercambio favorables aún con patrón oro (el rígido sistema de divisas anterior al dólar) y a pesar de una gestión monetaria interna tan irresponsable como las actuales.

El capitalismo 2.0 serían el fordismo y el Estado de Bienestar del siglo XX, aunque sus primeros síntomas son anteriores a la Primera Guerra Mundial: masificación del mercado, concentración del capital, creciente peso del Estado y los sindicatos en la distribución de la renta. Este también se instaló bien en Argentina, que lideró la industrialización latinoamericana desde 1925 y llegó a tener lo más parecido a un welfare state en la región. Pero cada tanto había que resetearlo debido a los recurrentes cuellos de botella del mercado interno y el stop and go que describió Marcelo Diamand.

El capitalismo 3.0 es lo que comúnmente llamamos “neoliberalismo”. Aquí es pertinente una aclaración. Ya es un clisé de cancherismo intelectual decir que “el neoliberalismo no existe” por los usos y abusos que sufrió el concepto y porque la realidad es mucho más compleja. Respecto a lo primero, es innegable que el término se usa mal pero eso no atenta contra su existencia: más abuso hubo del concepto “dictadura” y no me atrevería a decir que en 2021 no haya ninguna. Respecto a lo segundo, no es evidente que la complejidad niegue la existencia de algo. Todo lo contrario, le da más espesor: nadie diría que un rinoceronte no existe porque es anatómicamente más complejo que una garrapata.

De manera que el neoliberalismo sí existe pero Argentina nunca logró instalarlo del todo. No sólo porque desde 1975 no pudo mantener un modelo económico por más de 10 años, sino porque ninguno de esos experimentos dio resultado: el país se estancó e incluso aquello que funcionó relativamente bien (la “convertibilidad”, la “matriz diversificada con inclusión social”), terminó definitivamente mal. Y, más allá de la poca simpatía que el neoliberalismo despierte en los lectores, sería un acto de pereza intelectual achacarle todos nuestros males: de los 46 años que nos separan del Rodrigazo, solo 21 tuvieron políticas neoliberales (los 5 de Martínez de Hoz, los 12 del menem-delarruísmo y, con una mirada piadosa, los 4 de Macri). Pese a tantos afiches trotskistas, ni el alfonsinismo ni el kirchnerismo fueron neoliberales, sino más bien un híbrido de voluntarismo, adaptación y suerte (mala para el primero, buena para el segundo).

Mañana nunca se sabe

Con el colapso global de 2020 pareciera consolidarse un capitalismo 4.0 que venía gestándose desde la crisis de 2008 o quizás antes. Intentar describirlo puede ser frustrante. Está tan cerca que no lo vemos, miles de árboles coyunturales nos tapan el bosque de su estructura.

Aún así, propongo pensar al capitalismo 4.0 a partir de dos rasgos. Uno es el sistema ciberfísico. Ya hablé del tema en esta columna: es el paradigma tecnológico que permite integrar personas y objetos a la web mediante la interacción en plataformas y minar los datos de esa interacción mediante algoritmos. Detrás de este loop están todos los conceptos que intentan describir nuestra época: desde la marketinera “industria 4.0” al más crítico y ya remanido “capitalismo de vigilancia”, entre otros.

El segundo rasgo es la crisis climática como dato estructural. Varios cientistas sociales y algunos periodistas ilustrados lo llaman “Antropoceno”, un concepto con un vago sonido geológico que supuestamente describe a una era planetaria marcada por la acción humana pero significa más bien lo contrario: la irrupción de fuerzas planetarias naturales y artificiales en el medio de la rutina humana. Calentamiento global, pandemias sintetizadas por el tráfico global, humedales sepultados que inundan ciudades.

Las relaciones entre el Antropoceno y el sistema ciberfísico son complejas. En primer lugar, la digitalidad participa de la crisis planetaria: consume energía, emplea tierras raras, desecha millones de dispositivos por año. El finlandés Jussi Parikka estudia esa materialidad de las redes en Una geología de los medios (Caja Negra, 2021). En segundo lugar, el nuevo paradigma tecnológico nos provee de herramientas y recursos para sanear al clima: desde la geoingenería a la distribución de energías renovables mediante Inteligencia Artificial.

En tercer lugar, y de mayor interés para este texto, los dos rasgos del capitalismo 4.0 confluyen en la precariedad. El sistema ciberfisico aplicado a la empresa, la jibariza en startup, acorta el ciclo de negocios, saltea intermediaciones, destruye más empleos de los que genera y desalariza a sus nuevos trabajadores. Es la famosa “disrupción”, que más allá de su evidente sesgo ideológico, describe a una dinámica de inestabilidad y precarización que la pandemia sólo aceleró. Por otro lado, el Antropoceno precariza la existencia humana, resquebraja el soporte material de nuestra civilización y nuestras vidas: una nueva inundación o incendio forestal nos obliga desplazarnos, una nueva variación de virus nos encierra otra vez, y al final del túnel solo se ve el brillo oscuro de la incertidumbre o el temor de que todo empeore. Es la “posnormalidad” de la que hablaron hace 30 años Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz.

El mundo de 2021 se parece demasiado a esa imagen prejuiciosa y clasista que tienen ciertos opinadores del conurbano bonaerense: un lugar precario e imprevisible, con gente sin ocupación clara merodeando entre basura y charcos de mierda con un celular barato en la mano. En 2021 todos vivimos en el conurbano. Pero no es tiempo de llorar, este planeta suburbano ya encontró sus sujetos: el cartonero, el redditer que juega a la Bolsa, el transa, el bitcoinero, el inmigrante que reparte para una app, el tiktoker que espera pegarla. Los humanos del capitalismo 4.0 entendieron que mañana nunca se sabe, mejor hacer algo con poco y ver qué pasa. En la precariedad, emprendedorismo rima con supervivencia.

¿Qué lugar ocupa Argentina en este planeta suburbano? Lejos del Ecuador, con reservas de agua y litio, mucha tierra y poca población quizás pueda capear por unos años la crisis. Pero para eso necesita una capacidad de gestión que no tienen ni sus dirigencias ni buena parte de su ciudadanía, intoxicadas por la polarización y mancadas por la precariedad de sus instituciones, la escasez de recursos tecnológicos y financieros, y la amenaza constante de colapso socioeconómico.

Pero precariedad, escasez y colapso son justamente los rasgos distintivos del capitalismo 4.0, el Covid lo está demostrando. Nuestra experiencia local nos preparó para afrontar la posnormalidad global. Que no se confunda esta conclusión con otra celebración chauvinista y provinciana de nuestros defectos: no le ganamos a nadie. Todo lo contrario. Pero con inteligencia, humildad y un poco de sentido global quizás podamos capitalizar el fracaso del último medio siglo para surfear el mundo precario que nos espera.

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