Biopsia del error de Alberto y otros demonios
En el atardecer del miércoles, tras el fraseo de Alberto Fernández sobre selvas y barcos que fulminó las bondades de la visita de Pedro Sánchez, la atmósfera de Casa Rosada es de plomo líquido. Todo es desazón. Ningún error es inocuo, pero algunos dañan más por el timming. Ocurrió en medio de la semana en que parecen diluirse las mugres del expediente Pfizer, entró en velocidad crucero la vacunación –el miércoles, solo en PBA, se aplicaron 130.930 dosis- y, a 50 días del cierre de listas, Juntos por el Cambio (JxC), hace una exhibición de sus miserias, deporte olímpico de los años impares que en otro tiempo el macrismo solía maquillar.
Hay una queja recurrente, dentro y fuera de la burbuja Fernández. Sobre la improvisación patológica del presidente en sus apariciones públicas, el efecto tóxico de esa deriva en el ecosistema oficial y la repetición. “Todas las semanas esperando que nos peguemos un tiro en el pie”, lamenta un dirigente que orbita en torno a Cristina Kirchner.
Una frase desafortunada, con insuficiente explicación, es carne tibia en el banquete de los memes y la furia política. Podría ser un dato menor, un equívoco lateral en la foto grande de la pandemia, pero preocupa tanto el episodio como las instancias que rodean el episodio: la recurrente locuacidad de Fernández y su casi nulo apego a seguir un libreto como si no asumiera la dimensión de sus palabras. Detrás del “todo pasa”, ese mandamiento grondonista que se invoca para minimizar el error, se habló de una mala noche presidencial por un malestar de salud, una dolencia hepática, que le aportó una dosis extra a su habitual agotamiento. El desorden de los factores altera el producto.
Siempre Massa
Fernández amontonó, antes y después, otros tropiezos. El lunes hizo deslizar que Diputados votaría contra reloj la ley de Emergencia Covid-19 que le evitaría firmar un nuevo DNU. Sorprendió la versión porque en esas horas no había matemática legislativa que validará que fuese posible. El presidente confió, a ciegas, en lo que el domingo le trasmitió Sergio Massa en Olivos. O entendió mal o el jefe de los Diputados le contó una película de ciencia ficción.
Con el tigrense hubo otra carpeta sensible. Carla Vizzotti alertó que el llamado a los laboratorios a exponer en el Congreso, bajo apercibimiento y bastante de show, podía alterar las negociaciones en curso para la compra de vacunas. Si bien se sistematizó la llegada de dosis y se abre la ventana para más contratos, el margen de error está ahí. La ministra lo sabe de primera mano: ese fin de semana fue notificada que un embarque de AstraZeneca que llegaría el lunes pasado desde EE. UU., se demoraba por un control de calidad al pie del avión. Son más de 900 mil dosis que llegarán este lunes.
De Pedro recibió a José Mayans por la ley de Biocombustibles que avanzó en Diputados en desmedro del proyecto que aprobó el Senado. "Es una ley petrolera", se quejan en el centro y el norte, y tendrá un efecto electoral en provincias como Santa Fe.
Vizzotti espera, en tanto, que le regresen el contrato de Cansino que está a la firma en China. Y que se ejecute el envío de 2 millones de dosis, sobre un paquete de 6, de Sinopharm, el laboratorio chino que allá por febrero ralentizó las conversaciones con planteos parecidos a los de Pfizer sobre la ley de vacunas. Lo subsanó la política, una destreza que ponen en la cuenta de Sabino Vaca Narvaja.
Pero hay, desde lo simbólico, otro contrato para seguir con detenimiento. Es el de Johnson & Johnson por la vacuna que desarrolló Janssen, un laboratorio subsidiario, y cuya fase 3 se hizo parcialmente en Argentina. J&J, firma de EE. UU., por ahora no habría expuesto objeciones sobre el término negligencia que observó Pfizer según admitió Nicolás Vaquer, el representante de esa firma en Argentina. Si avanza el acuerdo con J&J, puede caer el último dique argumental de Pfizer aunque queda, como contó elDiarioAR, la variable de una “ley especial” para que el laboratorio venda lo que no tiene, hasta acá, ningún otro: vacunas que estén aprobadas para aplicarse a menores de 18 años.
Mario Negri empujó el llamado a los laboratorios con la certeza de que Pfizer negaría las imputaciones de sus socios del PRO y luego consintió, con su presencia una ceremonia que fue ganancia pura para la Casa Rosada.
La juntada en Diputados con laboratorios pudo naufragar, pero hubo un pedido expreso a Vaquer y un llamado a Marcelo Figueiras, presidente del laboratorio Richmond. El eje era Pfizer, las denuncias de retorno que hizo Patricia Bullrich y la novela sobre dosis ofrecidas y negociaciones frustradas. En ese baile, casi desapercibido, Mario Negri, jefe del interbloque de JxC, desplegó una coreografía que puede computar como auxilio al gobierno. Empujó, primero, el llamado a los laboratorios con la certeza de que Pfizer negaría las imputaciones emitidas por sus socios del PRO y luego consintió, con su presencia, e inevitables críticas de jefe opositor –que lo convirtieron en #TT en Twitter, esa selva de la que debería salir la política– la ceremonia que fue ganancia pura para la Casa Rosada.
Negri hizo, a las horas, lo que su naturaleza y necesidad le indica: rechazar la ley Covid y decir que se trata de “superpoderes”, mensaje que debe leerse en cordobés. En Diputados, el oficialismo es schiarettidependiente. Un Sudoku que incluye términos como reforma judicial, institucionalismo o superpoderes, y fuerza el rechazo sistemático de Juan Schiaretti a todo lo que tenga olor a kirchnerismo mientras trata de ordenar la prematura batalla por su sucesión y ensaya una identidad para sobrevivir a la polarización entre JxC y el FdT. Negri, que quiere ser el próximo gobernador de Córdoba, no se la hace fácil.
Eduardo “Wado” De Pedro es el encargado de ordenar a los peronismos amigables de Córdoba, un puzzle que excede el casting de candidatos donde rankea Carlos Caserio. El martes, el ministro recibió en su despacho a José Mayans, jefe del bloque de Senadores del FdT, que le trasmitió la inquietud de varios de sus pares sobre la ley de Biocombustibles que avanzó en Diputados, en desmedro del proyecto que aprobó el Senado. “Es una ley petrolera”, se quejan en el centro y el norte del país, y alertan que tendrá un efecto electoral nocivo, quizá determinante, en provincias como Santa Fe.
Cristina, de nuevo
Son detalles que no parecen figurar en las conversaciones que, otra vez presenciales, retomaron los Fernández, Alberto y Cristina en Olivos. El regreso de la vice a la quinta coincide con un repliegue de Máximo Kirchner que interrumpió, o de mínima espació, sus encuentros mano a mano con el presidente. Sin la cotidianeidad Fernández-Máximo, De Pedro gana protagonismo y millaje. Hace dos domingos, el presidente lo llamó para que anticipe en TV que la Copa América no se jugaría en Argentina. No solo tomó por sorpresa al ministro. Durante viernes y sábado, Fernández había hecho una ronda de consultas, asambleísmo donde se impuso la negativa a hacer la competencia, y se había resuelto que el lunes, con libreto sanitario, Alberto haría el anuncio. Pero le pidió a “Wado” que lo cuente y precipitó el tuit con que la Conmebol confirmó que la Copa no se jugaría en Argentina.
El presidente resigna de su propia cuenta de escasa buenas noticias en beneficio del tigrense. Se entrevé en ese gesto, una admisión incómoda: en el FdT está Massa pero falta massismo.
Fernández se esfuerza por administrar roles y oficios. Ante la contrariedad que desliza Máximo, que archivó el traje de último albertista, se potencia De Pedro y se magnifica la intervención de Axel Kicillof, anfitrión de la mesa de los lunes en La Plata, instancia de agenda política y electoral, y plataforma para ordenar piezas y contener patrullas perdidas. Ahí se sientan Kicillof, Massa, Máximo, De Pedro y el ministro Gabriel Katopodis, al que Fernández anota en la ruleta de nombres para encabezar la boleta bonaerense. A la juntada platense se sumó hace dos semanas Santiago Cafiero, que pivotea con la mesa de campaña -a la que volvió el campañista Juan Courel-, y sin butaca fija, según climas y temas, participan Martín Insaurralde, Fernando Espinoza y Jorge Ferraresi.
En un mecanismo de compensaciones, frente al despliegue bilardista que hace el scrum K al ocupar todos los espacios a través de Kicillof -visitante cada vez más frecuente a la quinta de Olivos-, De Pedro o Kirchner, Fernández intenta revitalizar a Massa, no por simpatía sino por necesidad. Por eso, le cedió esta semana la marquesina para que, como ocurrió con la reforma del impuesto a las Ganancias, se convierta en el vocero de la enmienda a la ley de Monotributo, procedimiento de idas y vueltas sobre el que Máximo filtró su contrariedad.
El presidente resigna de su propia cuenta de escasa buenas noticias en beneficio del tigrense. Se entrevé en ese gesto, una admisión incómoda: en el FdT está Massa pero falta massismo, entendido como ismo que expresa al centro-centroderecha, votante periurbano con agenda de inseguridad y bolsillo flaco, el que quiere pasar el invierno que, esa vez, significa también pasar la pandemia.
PI
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