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Crónica

Cristina, otra vez en el centro de todo

Cristina Fernández en el plenario de la CTA en Avellaneda, junio de 2022

Alejandro Seselovsky

22 de junio de 2022 08:10 h

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YEGUA, PUTA Y MONTONERA, una remera que dice. Son las cuatro de la tarde de este lunes feriado y en un borde de Avellaneda, sobre la avenida Güemes, conurbano inmediato, con mayúsculas rojas sobre un fondo negro, colgada de los hombros con dos palitos de la ropa en una soga de ferretería, a 1500 pesitos cada una, una remera, el cuadrado breve y tremendo de una remera, se deja leer (se deja escuchar) en el comienzo de la jornada, y de algún modo la planta.

En dos horas, Cristina Fernández de Kirchner va a estar a unos metros de donde este mantero está vendiendo sus cosas, hablándole a los delegados de la CTA, pero en realidad va a estar hablándole a todo el mundo: gobierno, oposición, medios, cuerpo social argentino. YEGUA, PUTA Y MONTONERA son las palabras que le llenan a la remera el pecho. Es la injuria dada vuelta, la granada que regresa a la trinchera de donde salió y regresa tal cual salió, convirtiendo en fuego propio el fuego enemigo. Está al lado de otra remera, una con la cara de Eva Perón. Hay 208 días entre la muerte de Eva Duarte y el nacimiento de Cristina Fernández. El próximo 26 de julio se van a cumplir 70 años de la desaparición física de una y el pasado 19 de febrero se cumplieron 69 de la aparición física de la otra. Simetrías, continuidades. O no. Doscientos ocho días entre ambas es un dato que puede significar algo o puede significar nada. YEGUAS, PUTAS Y MONTONERAS. Quien quiera leer que lea.

El cuerpo político de Eva Perón, el cuerpo físico, su cadáver. El cuerpo político de Cristina, su centralidad. Cuerpos de mujeres peronistas instruyendo la Historia de este país, te guste o no. El experimento de esta tarde será acercarme a Cristina Fernández todo lo que sea posible. Llegarle. No a su cuerpo simbólico, sino a ella. Va a estar aquí, va a producir presencia material. En otros momentos, sus ausencias y sus silencios fueron también su cuerpo.

El galpón con techo a dos aguas donde ocurre el plenario de la Central de Trabajadores de la Argentina tendrá un fondo de 200 metros, ponele. Por 50 de ancho. Filas de 15 sillas plásticas, blancas, de jardín, dejando un pasillo en el medio que se llena de gente, más dos pasillos laterales que se llenan de gente. El comunicado de la CTA avisaba 1800 delegados. Acá hay más de 1800 personas. Sensiblemente.

Me paro en el fondo de todas ellas, detrás del último. Tengo a Cristina Fernández 200 metros allá adelante, sentada en el centro de la mesa, ocupando el centro de la cosas. Sin embargo es un punto en el espacio que no entrega relieve porque la distancia la llenan personas, sus brazos en alto con los celulares encendidos y las muchas banderas. Sé que está ahí porque escucho su voz en los parlantes y puedo verla en las varias pantallas que la replican. Pero verla en pantalla no es verla, no hoy.

Los primeros veinte metros no son un problema. Corrés las sillas con facilidad, hay luz entre las personas, vas pasando. La tengo a 150 metros y entro a pedir permiso. La tengo a 120 y con el permiso no alcanza, hay que pechar. Perdón. Disculpe. Disculpe. Perdón. A ver. Por favor. La Tengo a 100 y no consigo verla. ¿Hacia quién estoy avanzando? ¿Hacia qué? Ocupar el centro es, antes que nada, producir periferia. El volumen de la periferia es inversamente proporcional a la concentración del centro. Más concentrado el núcleo, más anchura la de sus alrededores.

Y en el centro del devenir argentino está el espectáculo de la política. Consumimos política de una manera desaforada. Consumimos política todo el día todos los días, maravillosa, estúpidamente. Consumimos política amando y odiando lo que consumimos. Tal vez consumamos política para amar y para odiar. ¿Hacia qué camino cuando camino hacia Cristina Fernández de Kirchner? Hacia el centro mismo de la política nacional, hacia su núcleo constitutivo, hacia una médula del país. Está allí ubicada, esa mujer, desde hace muchos años, pero lo está especialmente desde la muerte de su esposo, en octubre de 2010. ¿Cómo se vive en la permanencia geométrica del punto, sobre el justo cruce de la esquizofrenia argentina, en la encrucijada perpetua de los dos países, el que país que te ama y el que te odia, la vida vivida sobre el accidente de una intersección: cómo? 

La tengo a 80 metros y ya no podré dar un paso más. Solo veo espaldas, nucas, reversos de personas. Yo mismo soy la espalda, la nuca, el reverso de alguien para la última persona a la que me pude adelantar. La yema del sistema político que le da montaje a nuestra democracia representativa está ahí, pero yo hasta acá llegué.

Me agacho levemente, cintureo, le busco un ojo de cerradura al tiro de la mirada, me armo un pasaje entre un codo, un antebrazo, un Samsung con el vidrio partido y por unos segundos, los segundos que dura ese pasaje, ahí está o creo que ahí está. No sé. 

Hace unos veinte minutos que Cristina está hablando. Podría retirarme de este ejercicio de aproximación, pero elijo el hacinamiento. El peronismo es un sujeto de masas que ha sabido establecer la diferencia entre bienestar y confort. En el caso del bienestar, juega el Estado. En el caso del confort, no hay confort. No es acolchado, el ejercicio del peronismo. No entrega esponjosidad. Todo esto es un bodrio incomodísimo y todos parecen estar disfrutándolo.

Pero de golpe Cristina hace dos veces con la manito para abajo y todos los brazos bajan, y con los brazos bajan los celulares. Y las banderas se corren. Y el espacio se despeja. Dos veces con la manito así, hizo. Como diciendo: sentados. Y todos se sentaron. Y entonces ahora sí. Ahora sí.

Show Politik 

El primer Gran Cuñado, la parodia de la política que Marcelo Tinelli estableció para su programa, fue en el año 2001. El último, en el 2016. Su techo de popularidad y tráfico lo alcanzó en el 2009 cuando “alica, alicate” y Francisco de Narváez y todo aquello. En ese momento, significó la consolidación de una idea: la política buscaba acercarse al espectáculo. Hoy, Milei y Maslatón son Wanda y la China Suárez sellando a la política argentina como nuestro nuevo espectáculo de masas. La rosca que armaron entre ambos después de desencontrarse en El Porvenir es la actualización de nuestro entretenimiento mediático, escandológico, una oleaginosa de diversión trágica, dramática; un triglicérido social que obtura las arterias del debate y de la conversación real, pero que nos mantiene consumiendo los capítulos de su devenir, uno tras otro, unidos y fascinados, frente a las pantallas en dispersión de la televisión atomizada que son las redes y nuestros teléfonos.

La política se acercó al espectáculo hasta que la política se volvió el espectáculo.

Por eso es más difícil de atrapar esta tarde en Avellaneda. Porque vine a ver el show en vivo de la centralidad, y me encontré con la centralidad, no con su show, no con su puesta. Para espectáculo, en todo caso, el peronismo. Pero eso ocurre con más fuerza puertas afuera, donde venden las remeras que dicen cosas.

No importa si son brillantes o miserables, suelo guardar tuits de gente que firma con nombre y apellido sus capitulaciones: nada más honesto que el irremediable tuit que se te escapa cuando hacés cumbre en la íntima colina de la tirria. El 10 de diciembre de 2019, Alberto Fernández y Cristina Fernández asumían como Presidente y Vicepresidenta de la Nación y previsiblemente llenaban la Plaza de Mayo con militancia festejante. Había mujeres de los barrios refrescándose los culos en la fuente, las calzas tenaces, los remerones haciéndoles bomba de vacío sobre las panzas, hijos en Crocs que no eran Crocs y un grupo de cumbia nacido en Dock Sud y llamado Sudor Marika. Fue demasiado para un director de La Nación Revista -entiendo que su nombre es Javier- que escribió ese mismo día en su cuenta: “En el sorprendente caso de que algún día superemos la grieta ética, siempre nos quedará la insalvable grieta estética”. Todos hemos escrito idioteces en nuestras redes, así que no hay por qué caerle a este pobre hombre. Especialmente, porque el punto no es él o lo que él haya sentido frente al regreso del peronismo kirchnerista -que no iba a volver más y de golpe había vuelto y había vuelto sin balotaje. El punto es que proponer la grieta estética implica necrosar la conversación pública, habilitar un cantón de ofuscación pura y desbloquear abiertamente un nuevo nivel de subjetividad lacerante. Y así es como comienza lo que termina en el esplendor estampado de una remera que dice: YEGUA, PUTA Y MONTONERA.

El punto es que proponer la grieta estética implica necrosar la conversación pública, habilitar un cantón de ofuscación pura y desbloquear abiertamente un nuevo nivel de subjetividad lacerante.

Salgo del plenario. Me llevo una Cristina hecha con 80 metros de distancia personal. Bueno. Afuera, frente a un escenario a cielo abierto montado sobre la explanada norte de este Parque de la Estación, está la militancia que no es delegada esperando que Cristina venga a hablarles. Se canta como se cantó también adentro: Ole, olé / Olé, olá-a / cuánto les falta para entender / que no fue magia nos conduce una mujer.

Una mujer negra del Virreinato del río de La Plata que llevó en vida pastelitos en la cabeza reencarna súbitamente en una joven de calzas y cangurito que lleva un agrupamiento tectónico de milanesas haciendo equilibrio sobre la coronilla. Entra y sale del humo que sueltan los medios tanques al paso. Es desalentadora la ausencia de vino y la sobre oferta de cerveza. El espectáculo del chorizo crudo en ristra permanece incólume.

¿Cómo habrá sido ir a una plaza de Eva? No sé, sé cómo es venir al plenario de Cristina. Puedo imaginar (o no sé si imaginar, pero al menos no me interroga) qué hacen con el caudal de amor militante que ambas han recibido en sus trayectos políticos. Me cuesta más imaginar, y por lo tanto me causa más curiosidad, saber cómo tramitan los formidables tonelajes de odio que, como sujetos de escala histórica que ellas son, han sabido despertar. 

¿Quién de las dos se ha hecho odiar más es lo mismo que preguntar quién de las dos se ha hecho odiar mejor? Probablemente.

¿Cuál es el “viva el cáncer” de Cristina? ¿Tiene uno?

Entro al gentío. Avanzo culebreando por dentro hasta que una valla en blanco despintado me para en seco. Quedé cerca del escenario pero veo menos que antes. Esta gente está acá desde las tres de la tarde. Y son las siete. Me entero que Cristina Fernández de Kirchner finalmente sale al escenario por el sismo que me arrastra de un lado al otro. Alcanzo a ver un fotograma de ella en la compulsión del deslizamiento. Habla poco. Saluda rápido. Y se va.

Vuelvo al de las remeras. YEGUA, PUTA Y MONTONERA la tiene también en letras negras con fondo verde, pero no pega igual, no es lo mismo que la gloriosa combinación rojinegra. Le hago la prueba del precio. Si está igual que al comienzo del día es que vendió las que esperaba vender.

-1500, pa.

Epa, igual. 

Mañana, el iPhone de Cristina será un tema de resonancia masiva, otro calambre en la discusión permanente de su figura. Mañana la Corte Suprema le rechazará argumentos en el juicio por la obra pública. Mañana, Cristina será tapa. Pasado mañana también. Y así. Pero hoy, acá, ahora, un textil ha vivido la experiencia de la reactivación del consumo en el mercado interno. Vendió la remeras que quería y bancó el precio de la oferta. Vamos que salimos.

AS

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