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Congreso

Débil en la interna, Villarruel busca congraciarse con Milei y mantiene congelado el sueldo de los senadores

Victoria Villarruel, presidenta del Senado.

María Cafferata

3 de enero de 2025 09:01 h

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Victoria Villarruel vio la tormenta de verano que se le venía encima y reaccionó frenando, por motu proprio, un nuevo incremento de las dietas de los senadores. Este asunto se había convertido en un dolor de cabeza para la vicepresidenta de la Nación, que, abriendo el paraguas, ya había comenzado a agitar públicamente la amenaza del vencimiento del congelamiento salarial apenas el cuerpo expulsó al entrerriano Edgardo Kueider, quien era un aliado clave suyo.

Mientras la artillería de la Casa Rosada le caía de manera implacable por el tema dietas, ella se defendía apuntando las responsabilidades contra los propios senadores, argumentando que solo ellos podían decidir sobre sus ingresos. Hasta que venció el plazo del congelamiento de sueldos y así la presidenta del Senado decidió arrancar 2025 intentando congraciarse con Javier Milei. Un cambio de postura que no tardará en afectar su relación con los senadores de la oposición.  

El Año Nuevo había recibido a los senadores con un regalo: un sueldo neto de $5,4 millones que, sumado al cobro de medio aguinaldo, los había dejado con dos recibos de sueldo por un total de $7,5 millones. Los senadores no tenían aguinaldo hasta ahora: fue una incorporación dispuesta por ellos mismos en el recinto, en abril último, cuando aprobaron un nuevo sistema de dietas. Pero en agosto las dietas y otros ítems de la boleta de sueldo de los senadores, como los gastos de representación y el desarraigo —que cobran todos los senadores que viven a más de 150 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires— habían sido congelados. 

A los senadores no les hacía mucha gracia, pero ninguno quería exponerse al escrache público. Milei aprovechaba para pegarle al “nido de ratas” que considera que es el Congreso tanto como a su excompañera de fórmula, de quien ya empezaba a distanciarse en público. Dos pájaros de un tiro. Frente a la exposición que tuvo el tema dietas en plena recesión, los senadores votaron suspender el incremento del 6,6% —el que correspondía por estar atado a la paritaria de trabajadores legislativos— hasta fin de año. Varios refunfuñaron, denunciaron doble estándar e insistieron en tratar una reforma integral que equiparase los sueldos de los tres poderes del Estado. Pero convalidaron el congelamiento. 

La expulsión de Kueider, sin embargo, cambió el escenario: casi por unanimidad, los senadores acordaron echar al entrerriano detenido por cruzar la frontera con Paraguay con más de US$200.000 sin declarar. Era una derrota doble para la vice. Por un lado, el oficialismo se quedaba sin un aliado, que pasaría a ser reemplazado por una dirigenta de La Cámpora. Pero, además, se había convertido en el chivo expiatorio del fracaso: la Casa Rosada aprovechó la situación para culpabilizarla por no haber evitado la expulsión y abrió, así, el más nuevo y furibundo capítulo de internismo con la vicepresidenta. 

Villarruel, entonces, buscó cambiar el eje de la discusión y empezó a plantear la necesidad de prorrogar el congelamiento de las dietas en el Senado. Empezó con sus aliados cuando vio que votarían con Unión por la Patria, pero no sirvió de nada. Amagó con llevar al tema al recinto durante las últimas semanas de diciembre, para reconciliarse con Milei —que por entonces la cuestionaba públicamente por permitir que los senadores ganaran $9 millones (en bruto)— pero no consiguió el número. 

Lo intentó por última vez la semana pasada, cuando empezaron a llover las notas de los bloques pidiendo sostener el congelamiento. Primero fue La Libertad Avanza y después el PRO, y ahí se fueron sumando la UCR, los misioneros del Frente para la Concordia y el formoseño Francisco Paoltroni (expulsado del bloque libertario luego de cuestionar la candidatura de Ariel Lijo para la Corte Suprema y de cruzarse con el asesor todoterreno Santiago Caputo). Los únicos que se rehusaron, además de los santacruceños, fueron los peronistas de Unión por la Patria.

Villarruel lo llamó a José Mayans, titular de este interbloque, para ver si apoyaría la resolución prorrogando el congelamiento, y el formoseño respondió, irónico: “Si tienen ya la mayoría para armar las comisiones, no nos necesitan a nosotros. Nosotros queremos unificación salarial para todos los poderes del Estado”. 

Era un rechazo, pero también una provocación. Mayans ponía el dedo en la llaga de la debilidad creciente de Villarruel. Esto es: la tambaleante mayoría de 39 senadores —compuesta por todos los senadores excepto los peronistas— que le había permitido conformar las comisiones, juntar el quórum y retener un mínimo control de una cámara que contaba solo 7 senadores oficialistas (6, luego de que echaran a Paoltroni).

Villarruel, sin embargo, ya no podía incluir en esa mayoría de 39 ni a los santacruceños, Natalia Gadano y José Carambia, ni al menos dos radicales díscolos, Martín Lousteau y Pablo Blanco, ni tampoco a Guadalupe Tagliaferri, exlarretista que se mueve de manera autónoma a su bloque (PRO). Y la expulsión de Kueider no había hecho sino aumentar la sangría.

Villarruel explicaba, a quien quisiera oír, que era facultad de los senadores tomar decisiones sobre sus ingresos. Y, sin embargo, luego del intento fallido con UxP y ante el desinterés de los exaliados, decidió actuar sola. Esperó hasta el primer día hábil de 2025 y firmó un decreto congelando las dietas hasta el 31 de marzo.

Las consecuencias

“He firmado el Decreto que ordena el congelamiento de las dietas de los senadores hasta el 31 de marzo de 2025 para que lo traten en sesiones ordinarias. Adhirieron a mi pedido los bloques Frente Renovador de la Concordia Social, LLA, PRO, UCR, Las Provincias Unidas y Libertad, Trabajo y Progreso. Es mi intención que el Senado acompañe al pueblo argentino en el esfuerzo que está haciendo”. El anuncio de Villarruel llegó vía redes sociales y, si bien contaba con el respaldo de las notas que habían enviado la mayoría de los bloques, causó sorpresa entre la mayoría de los senadores. No se lo esperaban.

“No se entiende, está sin rumbo”, masculló un exaliado, y agregó: “Ahora tal vez se lleve alguna sorpresa cuando haya que votar las autoridades”. La advertencia refería a cuando, en febrero, el Senado tenga su sesión preparatoria para definir las autoridades. No son pocos los que cuestionan la reelección de Bartolomé Abdala, cercano a Villarruel pero que quedó golpeado luego de que, en septiembre, admitiera que usaba a sus 20 asesores para hacer campaña en San Luis. El puntano es presidente provisional del Senado, nada menos que la segunda autoridad nacional en la línea de sucesión presidencial, y hace tiempo que circulan varios nombres para reemplazarlo (como el cordobés Luis Juez o el salteño Juan Carlos Romero).

El cambio de postura de Villarruel se debió, explican en su entorno, a que había comenzado el receso de verano (receso que, en realidad, comenzó en diciembre). “No había intención de sesionar hasta el 1 de marzo, por eso salió el decreto”, sostienen en la Presidencia del Senado, en donde destacan que los bloques, al enviar las notas pidiendo el congelamiento, habían avalado así la decisión de Villarruel. 

El mal humor, sin embargo, se extendía en el Senado. “Yo tengo que vivir en mi provincia y en Capital, todos mis gastos se dividen por dos. Los que tenemos dedicación exclusiva, ¿de qué vivimos? No todos podemos hacer como Kueider”, rezongaba, con sorna, un senador de la oposición que observa, como muchos, que la decisión de Villarruel no tardará en volvérsele en contra. Y que, para complacer a Milei, terminará perdiendo el apoyo que le quedaba en el Senado.

MC/JJD

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