No se sabe si hará falta vacunarse contra el Covid-19 cada año, aunque las farmacéuticas digan lo contrario
Una nueva etapa de la pandemia comienza, más optimista pero también con nuevas incertidumbres. Cuánto durará la inmunidad contra el coronavirus SARS-CoV-2, ya sea natural o adquirida mediante vacunas, es una de las preguntas que solo el tiempo podrá contestar. Algunas farmacéuticas ya aseguran que harán falta nuevas dosis de recuerdo más pronto que tarde, y que estas podrían incluso convertirse en anuales. Además, investigan cómo actualizar sus sueros frente a las temidas variantes. Separar la ciencia que hay tras estas afirmaciones de la publicidad no es sencillo.
A mediados de abril el consejero delegado de Pfizer, Albert Bourla, aseguró que su vacuna “probablemente” necesitaría una tercera dosis de refuerzo antes de 12 meses. Un par de semanas después, el cofundador de BioNTech y padre del fármaco, Ugur Sahin, concretó que esta nueva inyección debería ponerse entre nueve meses y un año después de la segunda. El culpable sería la pérdida de anticuerpos observada entre los vacunados.
Bourla también dejó caer que quizá sería necesario vacunarse de la COVID-19 de forma anual como se hace con la gripe. Sus palabras fueron similares a las del consejero delegado de Johnson & Johnson, Alex Gorsky, que un par de meses antes había señalado lo mismo.
Estas predicciones no gustaron a la comunidad investigadora, sobre todo porque Pfizer publicó una nota de prensa días antes en la que aseguraba que la efectividad de su vacuna se mantenía alta seis meses después de la segunda dosis. Un estudio anterior aseguró que la respuesta de los linfocitos B —las fábricas de anticuerpos— tras la inmunización era “robusta y persistente”. La vacuna de Moderna, también basada en ARN, mostró en un estudio publicado en NEJM que los anticuerpos persistían tras medio año.
Todo esto sugería una protección duradera, probablemente de como mínimo un año. La hipotética dosis de refuerzo no sería necesaria tan pronto.
“Me parece muy prematuro y comercial decir que vamos a ir a una tercera dosis de recuerdo”, asegura a elDiario.es el investigador de la Universidad de Valladolid Alfredo Corell, que critica que las palabras de los directivos lleguen a los medios sin estar respaldadas por datos publicados ni basadas en ciencia. Considera este tipo de discursos un “juego del miedo” que invita a reforzar “porque sí”, al mismo tiempo que obvia lo importante: “Aumentar los esfuerzos por vacunar a todo el mundo”.
Esto no significa que el inmunólogo descarte posibilidad alguna. “No se puede garantizar nada en este momento, pero igual que no sabemos si la inmunidad durará cinco años tampoco podemos asegurar que se vaya a necesitar una tercera dosis dentro de un año”.
La inevitable incertidumbre tampoco implica que vayamos a ciegas. “Sabemos que tanto la inmunidad natural como la de las vacunas es robusta, más duradera de lo que parecía”, dice Corell.
Que los anticuerpos disminuyan como dice Sahin no implica que la protección desaparezca ni que lo haga de forma inmediata. Una prepublicación reciente encontró anticuerpos contra el SARS-CoV-2 en ocho pacientes un año después de haberse infectado. Otro estudio publicado este mes, llevado a cabo con supervivientes del MERS-CoV, mostró que estos todavía tenían anticuerpos seis años después de la infección.
Además, el sistema inmunitario va mucho más allá de los anticuerpos. “Es muy importante tener en cuenta que aunque empiecen a ceder los anticuerpos con capacidad neutralizante no quiere decir que dejes de estar inmunizado o de tener una respuesta rápida y segura, porque nuestras defensas cuentan con otras piezas que no se están analizando”, aclara Corell. Los linfocitos T, por ejemplo, son eficaces contra las variantes. En pacientes infectados con el SARS-CoV-1 todavía funcionan 17 años después de la epidemia.
Moderna y Pfizer: adelantándose a las variantes
Esta semana Moderna anunciaba, a través de una nota de prensa, que su ensayo clínico con dosis de refuerzo orientada a combatir las variantes había dado resultados positivos. Voluntarios completamente inmunizados recibieron una tercera dosis, bien de la misma vacuna o bien de una versión actualizada para ser más efectiva contra las variantes sudafricana y brasileña.
Los resultados mostraron un aumento en los niveles de anticuerpos contra el coronavirus en ambos casos, sobre todo en quienes recibieron la dosis actualizada.
De forma similar, Pfizer ha iniciado un estudio con 144 voluntarios para probar una tercera dosis idéntica a las anteriores y ya recluta participantes para otro con una versión actualizada contra la variante sudafricana. Este tipo de ensayos son, según Corell, “muy rápidos” y darán resultados pronto.
¿Podría ser suficiente con una vacunación contra la COVID-19? La respuesta a esta pregunta, según Corell, depende de que surja una variante “que escape realmente a la respuesta inmunitaria”, ya sea natural o mediada por vacunas. De momento ninguna de las variantes conocidas ha logrado esto, y virólogos como Miguel Ángel Jiménez consideran que el SARS-CoV-2 lo tiene muy difícil para lograr el escape. Aun así, la precaución es necesaria: por eso se están preparando vacunas de segunda generación.
Corell cree que es positivo que se investiguen dosis de refuerzo, “pero en ningún caso hay que vender a la población antes de tiempo que hay que ponerse la tercera dosis”. Insiste en que, de momento, “no hay necesidad, porque si hubiera una pérdida de inmunidad habría muchísimos más casos en los países que vacunan”. Los datos de Israel, Reino Unido, Estados Unidos e incluso de las residencias de España hablan por sí solos a pesar de la presencia de variantes. Al menos, de momento.
Janssen: la vacuna monodosis que nunca lo fue
Cuando la farmacéutica neerlandesa Janssen anunció que su vacuna contra la COVID-19 requeriría una sola dosis muchos investigadores arrugaron la nariz. Su tecnología se basa en un adenovirus al igual que las de AstraZeneca y Sputnik V, que emplean dos. ¿Acaso iba a ser la excepción?
“Janssen ha sido muy lista porque es la única que ha sacado el estudio en fase III con una sola dosis al mismo tiempo que hacía otro con dos dosis”, explica Corell. De hecho, los españoles que participaron en el estudio recibieron dos dosis, al igual que las voluntarias del estudio con embarazadas.
“En la carrera por inmunizar cuanto antes a la mayor cantidad de gente posible se han posicionado muy bien porque se ha vendido como la única de una dosis, pero todos en el mundo científico sabíamos que a largo plazo sería de dos”, añade Corell. Esto es debido a que dar una primera inyección que inicie la respuesta, seguida de otra tres o cuatro semanas después que la refuerce, “es la mejor estrategia de vacunación”.
No es casualidad que los resultados ofrecidos por la única dosis de Janssen sean muy similares a los de sus competidoras tras la primera inyección. Su eficacia para evitar casos sintomáticos es del 66,9% —frente a más de 80% de sus competidoras—, mientras que la de evitar casos graves y críticos asciende al 85% —frente a casi el 100% de AstraZeneca, Moderna y Pfizer—.
Por eso Corell cree que cuando publiquen los resultados se observará un aumento en la eficacia que se traducirá en una segunda inyección. La Sputnik V, basada en el mismo adenovirus que la de Janssen, ha recorrido el camino inverso: esta semana Rusia anunciaba Sputnik Light, una versión monodosis de su vacuna.
AstraZeneca: ¿mejor inmunidad a largo plazo?
Antes de que los poco frecuentes cuadros de trombos empañaran injustamente su imagen, la vacuna de Oxford/AstraZeneca era la favorita. No solo porque su menor precio y mayor facilidad de conservación la hacen idónea para los países de rentas medias y bajas, sino porque su tecnología promete una duración de la inmunidad mayor.
“Las vacunas de ARN generan una muy buena respuesta de anticuerpos neutralizantes, pero la respuesta de los linfocitos T es menor”, asegura Corell. “En cambio, las de adenovirus y la que prepara el laboratorio de Mariano Esteban generan una respuesta de linfocitos T muy fuerte”. Esto implicaría que vacunas como la de Oxford/AstraZeneca generán una respuesta inmune más duradera que las de ARN de Pfizer y Moderna.
“Yo les auguro una duración menor [a las vacunas de ARN]”, añade Corell. Quizá por eso Pfizer y Moderna ya trabajan en actualizar sus fármacos.
Mientras el tiempo y los ensayos despejan las dudas sobre la duración de la inmunidad y la necesidad —o no— de nuevas dosis conviene recordar las palabras de uno de los investigadores de Moderna a través de su cuenta de Twitter anónima. “Soy un científico, no un consejero delegado. Yo sigo los datos, no el dinero. […] Un CEO no va a determinar cuándo necesitamos dosis de refuerzo”. Tenerlas listas por si acaso, aseguraba, sí es una buena idea.
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