Amores en el andén, la serie del año

Uno. La tele –o eso que elijo llamar así: somos nuestros anacronismos– nos regaló la semana pasada una de las escenas románticas más conmovedoras y maravillosas de los últimos tiempos. Fue en el capítulo nueve de la serie Severance y la protagonizaron John Turturro (de pie) y Christopher Walken (de pie otra vez). Como en la ficción más efervescente, importa muy poco la trama, pero para quienes no estén al tanto o quieran saber, va un escuetísimo resumen: la serie sigue las vidas de los trabajadores de Lumon Industries, una misteriosa empresa tecnológica que sometió a una parte de sus empleados a un procedimiento quirúrgico que divide sus recuerdos entre su vida laboral y la personal. Adentro trabajan y no recuerdan quiénes son o cómo es su vida, digamos, privada; afuera, una vez que termina el horario laboral y vuelven a sus casas, tampoco saben qué hicieron ni de qué se trata su trabajo. Irving (Turturro) y Burt (Walken) se conocen mientras deambulan por la empresa. El flechazo, aunque se trata de dos tipos timidones y hasta atolondrados (quién no, en cualquier circunstancia de flirteo) es casi inmediato. Pero eso que los atrae del otro, los atrae ahí, en esos pasillos pasmosamente blancos de Lumon. Una vez afuera, no pueden recordarlo. En esta segunda temporada, una circunstancia que prefiero no revelar los hará cruzarse afuera del trabajo y también tener algún conocimiento de esa chispa que los unió adentro de la empresa, aunque no tengan en su memoria un recuerdo concreto. Lo que conjeturan, lo que sienten, lo que creen saber del otro: en ese terreno siempre resbaladizo de la elucubración romántica intentan moverse o encontrar señales, como cualquier enamorado. En paralelo, Burt en su vida civil está en pareja con otro hombre. Además, algo de su pasado podría complicar a Irving, quien a su vez empieza a tener sospechas cada vez más firmes sobre los manejos turbios de Lumon. Si las historias de amor suponen siempre algún tipo de vaivén, de complicación, de imprevisto que tiende a demorar el encuentro de los amantes –no hay amor sin desvío o, mejor, hay amor porque hay desvío–, en este caso el romance toma la forma de una fuga. Para seguir, alguno tiene que huir. Y es Burt el que facilita la partida porque siente que él es el único que puede salvar a Irving –no hay amor sin hipérbole o, mejor, hay amor porque hay hipérbole–. Entonces lo lleva hasta una estación de trenes de larga distancia (otro anacronismo, en este caso, con columnas de mármol, inspectores de camisa y chaleco, bancos de madera impactantes y la nieve que suma una atmósfera lúgubre), le compra un boleto y se lo entrega. Y ahí llega la escena más preciosa, la de una charla de despedida casi en el andén.

Dos. Primer desvío. Recordé otro amor, otro andén y otra despedida célebre en la pantalla: el flashback de Rick e Ilsa, en Casablanca al son de As Time Goes By. Mucho antes del presente que cuenta la película, los enamoradísimos protagonistas Humphrey Bogart (de pie) e Ingrid Bergman (otra vez de pie) hablan de encontrarse al día siguiente para tomar juntos el tren que los va a sacar de una París convulsionada y llevar a Marsella (esa misma noche Ilsa le pide que Rick la bese “como si fuera la última vez” y también dice la famosa frase del mundo que se desmorona mientras ellos se enamoran. Aunque hay que apuntar que en el original es un poco más puntilloso, ella dice “elegimos este tiempo para enamorarnos”). Pero al otro día no se encuentran. Mejor dicho: ella no va. Tal vez porque también crea que en ese gesto de retirarse de la escena puede salvarlo a él. Para seguir, alguno tiene que huir. Entonces Ilsa le deja una esquela que dice algo así: “Richard, no puedo ir con vos ni volver a verte, no preguntes por qué. Simplemente sabé que te amo”. Y le da una bendición. Un adiós mudo, escrito, fatalmente romántico. Rick solo puede quedarse en el andén mirando a su alrededor por si todo es una confusión, un desencuentro, un error. Cae una lluvia que lo arrasa, que borra del papel las palabras de Ilsa. Hasta que suena el silbato final, el tren empieza a moverse, Rick finalmente se sube y tira la carta a las vías.

Tres. Un desvío más, otro andén, otra despedida, otro romance cinematográfico inolvidable: Jesse y Celine en Antes del amanecer. Richard Linklater decide abrir la película con una sucesión de imágenes de vías. Los protagonistas Ethan Hawke (el chiste se hace solo) y Julie Delpy (lo mismo) se ven por primera vez arriba de un tren que une ciudades europeas (más anacronismos: hablan del Eurail pass que les permite subir y bajar en distintos puntos con un mismo abono). Un arrebato lo lleva a Jesse a invitarla a Celine a bajar con él en Viena, a desviarse un rato, quizá también porque intuye que de esa manera podía salvarla de algo como la rutina o las obligaciones. Ella acepta. Pasan lo que queda del día y la noche deambulando. Al día siguiente, Jesse la lleva hasta el andén donde está el tren que devuelve a Celine a su casa. Para seguir, alguno tiene que huir. Entonces llegan la promesa del reencuentro seis meses más tarde, la despedida llena de palabras pero sin precisiones, algún beso. Otro campanazo, otro tren que se mueve, otra historia de amor que pasa a ser recuerdo.

Cuatro. Vuelta a Severance. “Nunca me habían amado antes, no realmente”, dice Irving frente a un Burt que lo mira incólume. “Bueno, ahora sí”, confirma Burt. En esa estación que aparenta helada, cruzan confesiones y confidencias (“mi parte inocente se enamoró de vos”, dispara Burt con dulzura). Pero Irving no se conforma con esas palabras. O, mejor dicho, lamenta que por el procedimiento al que se sometió en el trabajo no puede recordar ese amor, esa sensación de ser amado, los encuentros furtivos con Burt en medio de las jornadas laborales. Los cuerpos, sin embargo, se van acercando cada vez más. Hasta que Irving se abisma y apoya su frente en la de Burt. Un hombre sin pasado, o con esa memoria escindida, no tiene cómo saberlo: alguna vez había tenido un gesto exactamente igual con su amado adentro de la empresa. Aunque ni siquiera lo puedan recordar, como Jesse y Celine con Viena, como Ilsa y Rick con París, Irving y Burt siempre tendrán Lumon. Tal vez porque no hay amor sin destiempo. O, mejor, hay amor porque hay destiempo.
Empieza una nueva entrega de Mil lianas. Con muchísimos desvíos y anacronismos, como podrán apreciar por acá.

1. Kuitca en el Malba. “Se ve que lo mío es volver. Porque cuando volví acá en el 2003 la pregunta era ‘qué se siente volver’. Y ahora también. Esta es una segunda vuelta, así que se ve que volver es un destino”. Con esas palabras definió el artista plástico argentino Guillermo Kuitca, uno de los más importantes del arte contemporáneo latinoamericano, su muestra Kuitca ‘86, que se inauguró hace unos días en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Una exhibición que plantea, de hecho, varios regresos. Por un lado, de una serie de obras que no se encontraban expuestas en el país y que el público local podrá contemplar en el museo porteño. Por otro, del propio artista, quien realizó, junto a las curadoras Sonia Becce y Nancy Rojas, un trabajo de investigación para repasar piezas que en varios casos el pintor creó hace más de 40 años y no volvió a tener enfrente hasta ahora.
Kuitca ‘86. De Nadie olvida nada a Siete últimas canciones propone un enfoque curioso para exponer un conjunto de cuadros del artista al cumplirse cinco décadas de su primera exposición individual –la realizó en 1974, con apenas 13 años– y a 22 años de que una parte de su obra se presentara por primera vez en el Malba. Dispuesta en varios espacios del museo, la muestra está compuesta por cuadros que integraron series célebres como Nadie olvida nada, comenzada en 1982; El mar dulce, iniciada en 1983; y Siete últimas canciones, presentada en 1986, mientras que también se puede ver una selección de dibujos, fotografías, cartas, afiches y otros documentos personales–en su mayoría de los años efervescentes del regreso de la democracia en Argentina–, además de una obra con la forma de una maqueta colorida que recrea casi paródicamente el lugar de trabajo de un artista y que Kuitca realizó en 2024. En total, son 77 piezas.
Recorrí la muestra hace unos días y armé esta nota donde pueden conocer más sobre ella y sobre lo que dijo Kuitca de su trabajo. Estará disponible en el museo hasta mediados de junio.

La exposición Kuitca ‘86. De Nadie olvida nada a Siete últimas canciones se podrá visitar hasta el 16 de junio en el Malba (Figueroa Alcorta 3415, CABA). Más información, en este enlace.
2. Stephen Graham. La semana pasada comentamos en este espacio que se venía un estreno muy especial de Netflix con la miniserie Adolescencia y no exageramos. Se trata, sin dudas, de una producción extraordinaria, esas maravillas que, cada tanto, titilan en el panorama cada vez menos sorprendente de las plataformas de streaming. Una serie con riesgo, con ambigüedad, con una proeza técnica y actoral al servicio de la historia y no por puro canchereo. La serie del año. Hablamos también de su protagonista y co-autor, el actor Stephen Graham (suspiramos, además).
Si después de Adolescencia se quedaron con ganas de ver más de él, Disney+ estrenó el mes pasado la serie Mil golpes. Creada por Steven Knight –el mismo de otro clásico británico como Peaky Blinders– trae una historia ubicada en 1880 en el East End de Londres en un submundo que combina redes criminales y boxeo. Dato para quienes vieron Adolescencia: además de Graham, una de las protagonistas es la actriz Erin Doherty, la misma que interpreta a la psicóloga que atiende en el tercer capítulo al adolescente detenido.
Otro material interesante disponible en Argentina donde también se luce Graham es la serie Time de 2021. Ahí interpreta a un carcelero –y otra vez un padre en problemas– de manera descomunal. Está disponible en Max. Por último, Netflix mantiene en su menú El irlandés, la película de 2019 de Martin Scorsese, donde el británico vuelve a destacarse.

3. Good American Family. Basada en una historia real muy popular en los Estados Unidos –uno de esos casos que acaparan sobre todo los medios sensacionalistas y que tal vez es mejor no googlear si prefieren ir sorprendiéndose a medida que se van estrenando los capítulos– esta miniserie tiene en el centro a esa familia estadounidense de buenas intenciones, digamos, que propone el título. Los Barnett componen, en efecto, un esquema bastante tradicional: mamá, papá, tres hijos. El mayor, inteligentísimo y en el espectro autista, es seguido de cerca especialmente por su madre Kristine, quien se dedica a trabajar con niños y niñas neurodivergentes.
Después de una experiencia que los dejó con un sabor amargo, un día los llaman de una agencia bastante extraña para comentarles que había una niña de siete años en adopción. De orígenes ucranianos y con un tipo de enanismo que no terminan de detallar, Natalia Grace podría ser enviada a una institución en poco tiempo si los Barnett no acuden a rescatarla. Pero los Barnett van y de inmediato la llevan a vivir con ellos. Desde las primeras escenas, hay incomodidad, hay algo que no termina de fluir en el vínculo y en algunos gestos de la niña que por momentos es muy agresiva. En especial entre Natalia Grace y su madre adoptiva, encarnada por la actriz Ellen Pompeo (seguramente más de uno la recuerde por su rol en Grey’s Anatomy). A medida que pasan los días, esa tensión se irá incrementando y los Barnett empezarán a tener sospechas sobre el pasado de Natalia Grace y sobre su edad.
Disney+ estrenó recientemente los primeros dos capítulos y de ahora en adelante irán subiendo a la plataforma uno nuevo cada miércoles. En los episodios que ya están disponibles para ver, la historia se narra desde la visión de los Barnett, pero a medida que avance la serie el punto de vista irá cambiando. Según anunciaron desde la plataforma, esto es “un medio para explorar cuestiones de perspectiva, prejuicios y trauma”. Por ahora inquietante y enigmática, con un terror subterráneo que se sostiene, el resto de los personajes son interpretados por Mark Duplass, Imogen Reid, Dulé Hill, Christina Hendricks, Sarayu Blue y Jenny O’Hara. Para quienes quieran saber más del caso real, la plataforma Max tiene disponible una suerte de docu-reality show que en tres temporadas cuenta esta historia, que además tiene varios vaivenes judiciales y sorpresas. Se llama El curioso caso de Natalia Grace.
Good American Family está disponible en Disney+. En este enlace, otros estrenos de series y películas destacadas para ver en streaming.
Banda sonora. Mencionamos arriba Antes del amanecer y se me impuso –de una manera extrañísima, casi que viajé en el tiempo– volver a escuchar el disco que sacó Julie Delpy en 2003. Una selección de esas canciones, arrancando por la dulcísima A Waltz For a Night, se suma entonces esta semana a nuestra banda sonora. La escuchan, como todos los viernes, por acá.
Bonus track. Se aproxima un nuevo 24 de marzo (especialísimo esta vez, mientras se siguen multiplicando los despidos en la Secretaría de Derechos Humanos y los espacios por la memoria son víctimas de vaciamientos y el desprecio por las autoridades actuales). Además de participar de las marchas que se harán en todo el país, ese día también puede ser un buen momento para mirar algunos documentales que abordan con lucidez algunos episodios y personajes de la última dictadura. Es el caso del retrato familiar que ofrece Albertina Carri en Los rubios, y de El mensajero, de Jayson McNamara, donde se reconstruye el valiente rol del diario porteño The Buenos Aires Herald en aquellos años y de su director Robert Cox.
Los dos están disponibles para ver gratis y online desde Argentina en la plataforma Lumiton. Más, por acá y por acá.
Bonus track II. Gracias a quienes me escribieron por la edición anterior del newsletter. En especial a Agus H que, como habíamos hablado de fantasmas, me hizo conocer la obra de la artista @paulaerre_. Pueden ver su precioso trabajo por acá.
Posdata. Voy cerrando esta edición y me doy cuenta de que esta vez no hablamos de libros. Un aviso, por si se les pasó: en este enlace encuentran detalles sobre algunos de los lanzamientos editoriales de marzo. Por mi parte, estoy leyendo con mucho entusiasmo Terminal 2020, de Osvaldo Baigorria, que salió recientemente por Seix Barral. Ya les contaré más. Aprovecho para recordarles que por acá pueden leer Yo, libertario, las columnas de Baigorria en elDiarioAR.

¡Hasta la próxima!
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