La protesta pacífica que sorprendió a todos y que el Gobierno quería reprimir otra vez, con un Congreso blindado

“Al principio decían que éramos la punta de lanza, pero no, somos el polo de resistencia por el que se articula una lucha que es transversal,” dice Nancy, docente jubilada. Viene de un control médico porque después de los gases que recibió la semana pasada sus vasos sanguíneos quedaron dañados.
Son las 2 de la tarde y mientras hay incertidumbre entre los mercados, sube el dólar y el riesgo país por una posible devaluación, dentro del Parlamento se viven momentos de máxima tensión por lo que más tarde será la aprobación de un nuevo acuerdo con el FMI del que se desconoce el monto, las condiciones y el plazo.
“Es una locura lo que están votando, no se sabe para qué va a ser la plata, capaz que es para que Milei la ponga en una nueva criptoestafa”, dice muy enojado Eduardo Beliboni, del Polo Obrero.
La atmósfera se torna más tranquila afuera del Congreso, blindado completamente por vallas que separan por 100 metros a la redonda a los jubilados, organizaciones sociales, gremiales, estudiantes y otros sectores de la sociedad que se sumaron tras la brutal represión del miércoles pasado. No se registraron hinchadas de clubes de fútbol.
Sobre la calle Rivadavia, una mujer de 78 años se agacha dificultosamente para mostrar sus piernas picadas por balas de goma. Un señor de casi 80 se levanta la remera y en su abdomen arrugado hay lastimaduras y moretones. Entre las personas de la tercera edad, los hay baleados desde los pies hasta una señora con la mandíbula perforada.
Todos ellos son jubilados que ganan la mínima: $350.000 al mes mientras que para afrontar los gastos básicos se precisan $1.200.523, según la Defensoría de la Tercera Edad. También se manifiestan porque el domingo vence la moratoria, razón por la cual cada año dejarán de jubilarse alrededor de 200.000 argentinos y argentinas, el 70% mujeres.
Al costado de este grupo, se observa un anciano de baja estatura que renguea porque se esguinzó el tobillo tras ser empujado con un escudo policial. “Todavía estamos reponiéndonos, aún tratando de sanar”, lamiéndose las heridas dice el hombre del tobillo hinchado.
“Un compañero que no pudo venir tiene un dolor intenso en el pecho porque recibió una granada parecida a la que le tiraron a Pablo Grillo, no sabemos si tiene lesiones internas”, avisa Alicia, jubilada. “Grillo nos acompañó desde siempre, todos los miércoles, registrando nuestras luchas. Bullrich tiene que renunciar ya, porque Pablo fue fusilado.”
Pablo Grillo es el fotoperiodista alcanzado por un cartucho de gas lacrimógeno que el cabo primero Guerrero disparó en forma horizontal, y que impactó en su cabeza provocándole pérdida de masa encefálica. Si bien sigue en estado crítico, su familia adelantó que se encuentra “esperanzada” porque esta mañana realizó movimientos “en manos y piernas”.
El caso de Grillo y Beatriz Blanco fueron los más resonantes. Ésta última es la jubilada de 87 años que fue gaseada y empujada por un agente de la policía. Recibió una herida craneoencefálica. La ministra de Seguridad la llamó “señora patotera” al mismo tiempo que denunció a la jueza Karina Andrada por haber liberado a los más de 114 detenidos tras la represión (entre los que estuvieron dos menores de 12 y 14 años).
Según los datos de la Posta de Salud y Cuidados y de la Comisión por la Memoria, en la jornada del miércoles pasado hubo 989 heridos, incluyendo traumatismos de cráneo (con y sin pérdida de conocimiento), traumatismos de tórax, síncopes, lipotimias, heridas abiertas en el rostro, hemorragias, esguinces, luxaciones y dificultad respiratoria aguda.
“Está mucho más tranquilo que la semana pasada, eso es porque cortaron las calles y todas éstas vallas que pusieron,” dice Malena, una estudiante de enfermería que integra la Posta de Salud (integrada por la Asociación de licenciados de Enfermería y profesionales del Garrahan) presente en las distintas marchas desde la Ley Bases. Ellos también recibieron balas de goma y gases lacrimógenos.
A diferencia de la semana pasada, cuando las fuerzas de seguridad, envalentonadas durante días por su ministra, reprimieron indiscriminadamente, el Gobierno ahora orquestó, desde el despacho de Santiago Caputo junto a Patricia Bullrich y la cúpula de la SIDE, un megaoperativo que consistió en infundir miedo a través de frases en pantallas y altoparlantes en las estaciones de trenes que advertían que “la policía va a reprimir todo atentado contra la República”.
“No tengo miedo un carajo, ¿vos conocés a Norma Plá, pibe? tengo 80 años, cuántos años más tengo de vida, sacá la cuenta, prefiero que me pase algo acá a morirme arrodillado por estos chantas estafadores”, dice un jubilado alto y encorvado, con un bigote blanco prolijamente cortado.
Las fuerzas de seguridad también revisaron en las cabeceras del transporte público a los pasajeros para determinar que no lleguen con “elementos sospechosos”; y apostaron a la delación entre ciudadanos, ofreciendo sumas millonarias a aquellos que “brinden datos” de los “autores de promover disturbios”.
Desde las 9 de la mañana, la zona del Congreso, es decir, las 15 manzanas que van desde las calles Sarandí, Adolfo Alsina, Sáez Peña y Bartolomé Mitre estuvieron cortadas. Hubo un despliegue de al menos 1500 efectivos entre Federales, Gendarmería, Prefectura Naval y Policía de Seguridad Aeroportuaria, y 900 agentes de la Ciudad.
“Luchamos por los viejos que están deprimidos en sus casas, por los que no pueden llegar porque tienen problemas físicos,” dice un hombre mayor ubicado afuera del cine Gaumont.
En los alrededores de la Plaza del Congreso, a las 14.30 de la tarde, hay personas que están por fuera de todo reclamo, durmiendo en la vereda. A lo lejos está la prensa con sus cámaras y cascos colgando. Pasan dos señoras en silla de ruedas, una con un caniche en sus piernas y un vendedor ambulante quiere venderle un banderín de Argentina.
“Espero que todos agarren los banderines así esta marcha es pacífica, además a mí me ayuda,” dice. “Los buenos somos los de la celeste y blanca, no los de azul.” A unos metros dos vendedores de sánguches lo miran con cierta burla.
“No es bueno el curro de vender banderas, quien quiere una bandera ahora si capaz en un rato la gente agarre piedras”, dice el joven mientras prepara uno de salame y queso a 7 mil pesos y el otro grita “baratita la bandera argentina a mil pesos”. Se van sumando los que ofrecen garrapiñadas, bebidas, helados y chipa.
Sobre la sombra que se genera en la calle Rivadavia, dos hombres cargan una virgen, un grupo se aproxima con remeras de la frase maradoniana y en los árboles la gente se echa y escucha desde un parlante “La marcha de la bronca”. Aparecen jóvenes con puños gigantes de plástico, representando “la mano de Dios”. “Es la mano que vamos a meterle a este gobierno”, dice el que reparte.
En la corta era libertaria, hubo multitudinarias marchas como la Universitaria y la Antifascita, pero en ninguna represión, ¿por qué hay ensañamiento con los jubilados? “Tal vez porque somos la memoria histórica, el nexo entre los 50 años de dictadura, muchos de los que están acá fueron protagonistas en el Rodrigazo, se enfrentaron a la Triple A,” dice Nancy, la docente jubilada.
A las 15.30 empiezan a llegar columnas desde la avenida de Mayo y el reclamo se ensancha. Sobre todo llegan estudiantes universitarios, sectores gremiales y más jubilados. Se estacionan frente al Congreso vallado. Cantan: “Como a los nazis les va a pasar, adónde vayan los iremos a buscar”, o “Que boludo, que boludo, ahora el protocolo se lo meten en el culo”, o “adónde están que no se ve esa famosa CGT.”
Para las 16 horas un helicóptero se suspende por encima de la manifestación y se arma un cordón de agentes de la Federal a lo largo del Congreso, detrás de las vallas. “Ustedes también van a pagar la deuda, son laburantes”, le grita uno.
Media hora más tarde un grupo de tercera edad se concentra y canta “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. De 78 años, Paula Arias dice que es luchadora “desde siempre” pero que este momento es “terrible” y “hay que sacarlos”.
A las 17 se escuchan estruendos, pero son petardos que explotan en lo alto lanzado por los manifestantes. Desde el sector final de Plaza Congreso se puede observar la avenida de Mayo, repleta de personas que siguen llegando lenta y pacíficamente.
En un momento dado la marcha se estaciona pero quedan algunos espacios libres. Bajo un sol que a esta hora no quema, los comerciantes de la calle despliegan tranquilamente sus productos, entre chorizos, bondiola, fiambres y cervezas. Se ve también alguno que toma mate y turistas que registran el acontecimiento. “Ahora se puede decir que me hice el día,” dice el de los banderines de Argentina.
Ya para las 18 horas algunos grupos empiezan a desconcentrar. La manifestación adquiere las características de otras marchas multitudinarias, como la Universitaria y la Antifascista: la gente caminando pacíficamente, por momentos arengando y otros tocando bombos y redoblantes. Detrás de las vallas, permanecían dos cordones policiales, mientras el acuerdo con el FMI era aprobado, y en cada esquina del Congreso seguían estacionados, amenazantes, los camiones hidrantes.
LN/JJD
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