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ENTREVISTA

Paulo Tavares, urbanista brasileño: “Hay que salir un poco de las redes y volver a la ciudad”

El urbanista y curador brasileño presentó su nuevo libro en Buenos Aires.

Karina Niebla

5 de diciembre de 2024 06:35 h

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El auditorio de PROA está repleto. Lo colma un público expectante que llegó a esta sala de La Boca para pensar un tema que no suele atraer multitudes: cómo los problemas sociales y ambientales golpean nuestras ciudades. Es que en el elenco de expositores hay una estrella, Paulo Tavares. Un urbanista cuyo campo de acción es tan diverso como los territorios que estudia; un cruce entre artes visuales, investigación, escritura, defensa de derechos, y su carrera de origen, la arquitectura.

Nacido hace 44 años en Campinas y residente en Brasilia, el arquitecto visita por segunda vez Buenos Aires, ciudad que conoció recién hace dos años. Pero viaja lejos y seguido. Como con el proyecto Terra sobre comunidades originarias y afrobrasileñas, que le valió a él y a Gabriela de Matos un León de Oro en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2023. O para ser co-comisario en la Bienal de Chicago cinco años atrás. O para asesorar en la curaduría de la Bienal de Sharjah (Emiratos Árabes Unidos) el año pasado.

Este viernes llegó a Buenos Aires desde Santiago de Chile y a las pocas horas ya estaba respondiendo preguntas. La ocasión fue la entrevista que dio inicio al seminario “Política y poética del territorio”, organizado por Fundación Proa y Caja Negra Editora, y la excusa fue la publicación del último libro de Tavares, La naturaleza política de la selva, por esa misma editorial.

Horas después, se sienta con elDiarioAR para mostrar cómo la arquitectura ejerce violencia pero también es capaz de reparar. Se despacha sobre el hipercontrol en espacios urbanos tras la pandemia. Y explica por qué el acceso a la vivienda es la verdadera política de sostenibilidad, y no plantar un par de árboles o construir edificios “verdes”.

–Muchos arquitectos suelen bromear sobre que no les gusta leer ni escribir. Pero usted escribe, investiga y teoriza. ¿Cómo fue su acercamiento a la escritura desde la arquitectura?

–El hecho de que los arquitectos se rían de que no leen y no estén interesados en teoría me parece un problema grave y quizás por eso vemos tanta arquitectura mala hoy en día. Yo intento entender la arquitectura como una práctica expandida, como un campo de conocimiento que trasciende lo que se construye. Grandes arquitectos como Le Corbusier o Lina Bo Bardi escribían y publicaban. Lúcio Costa, uno de los arquitectos que planificaron Brasil, tiene un gran trabajo teórico. Son textos fundamentales para comprender la cultura moderna. 

–En la entrevista de ayer usted mencionó la necesidad de una teoría sobre la violencia poscolonial y la arquitectura de reparación de esa violencia. ¿Por qué hace falta teoría?

–Porque cuando hablamos de arquitectura, de la ciudad y del espacio, no nos referimos a una disciplina sino a la cultura en sentido amplio. El arte, la política y el conocimiento acerca del mundo se dan a través de los espacios. La arquitectura permite pensar la sociedad, transformarla e incluso repararla. Por eso es importante un abordaje teórico historiográfico. 

–¿Qué es la arquitectura de la reparación?

–En la historia de la arquitectura hay una visión optimista según la cual el planeamiento urbano va a traer civilización, progreso, desarrollo o, como se dice ahora, innovación. Pero si miras la historia, ves que muchas veces pasa lo contrario. Con la arquitectura también se ejerce violencia y exclusión. Primero hay que reconocer eso para después pensar la arquitectura en su dimensión ética y política, como forma de reparación de las violencias estructurales de la sociedad contemporánea. De esa forma puede analizarse cómo y dónde actuar para ir más allá de ese velo de desarrollismo y progreso, términos ideológicos que, en el fondo, sólo sirven para esconder la violencia que la arquitectura ejerce.

–¿Hay ejemplos actuales de esta arquitectura de la reparación?

–Sí. Uno es el debate acerca de la restitución de colecciones desde los museos hacia sus orígenes. Otro son las grandes manifestaciones antirracistas y anticoloniales de 2019 y 2020, como el estallido social en Chile, o el reimpulso del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos después del asesinato de George Floyd. En ambos casos se cuestionaron monumentos, que son memoria hecha arquitectura. También hay una economía del ambiente construido que piensa en la restauración, como la cuestión de los ríos urbanos. Antes se canalizaban para controlarlos. Hoy se busca que vuelvan a su cuenca, para reparar un daño hecho bajo una idea de planeamiento muy violento y top-down [de arriba hacia abajo].

–Al mismo tiempo, llegaron al poder Bolsonaro primero y Milei después. ¿Cómo se enmarca el trabajo de recuperación cuando hay líderes que, entre otras cosas, niegan el cambio climático?

–Creo que hay que seguir caminando con estas agendas sabiendo que va a haber resistencia a ellas, porque en definitiva la política es conflicto. Más allá de eso, me parece que la pandemia y la digitalización del mundo cerraron muchas puertas de diálogo y el conflicto se volvió muy violento y tóxico. Hoy es necesario abrir espacios de diálogo, principalmente con camadas de la sociedad que ven al progresismo como una especie de ataque a la sociedad, desconectado de la vida cotidiana. También hay que hacer una autocrítica, sobre todo a la idea de cancelación, muy conectada con ese ambiente de odio de las redes sociales. Eso cerró muchas puertas. Frente al ascenso de un nuevo conservadurismo extractivista, tenemos que pensar cómo construir nuevos espacios políticos. Hay que salir un poco de las redes y volver a la ciudad.

–¿Cómo cree que esa digitalización impactó en nuestra forma de habitar la ciudad concretamente?

–Cuando empezó, se pensaba que los medios digitales harían un mundo más democrático y transparente, porque el mundo mediático ya no sería más controlado por grandes corporaciones y tendríamos acceso directo a la información. Pero ocurrió lo contrario. Cada vez sabemos menos qué es verdad. En un segundo momento, eso se conectó con la pandemia y el trabajo de los arquitectos en relación a ella. Había una apuesta de que acelerar la digitalización del mundo nos permitiría controlar la pandemia mucho más fácil. Por eso se crearon apps para saber dónde estamos y a qué distancia. En otras palabras, se aceleraron procesos que contribuyeron al hipercontrol de los espacios urbanos. Al final en pandemia la desigualdad creció. Así perdimos una oportunidad de pensar en ciudades más igualitarias porque se apostó mucho a la innovación tecnológica. Necesitamos una innovación diferente, que promueva derechos y cooperación en lugar de control y exclusión.

–¿Qué piensa del concepto de sostenibilidad en este contexto?

–Es un concepto importante que surgió en los 80 y 90, pero que ha sido muy cooptado. Entonces se piensa en sostenibilidad, pero lo que se hace es un nuevo proceso extractivista. El litio, que es la nueva energía del mundo, es completamente insostenible porque le saca mucha agua al ambiente. Lo que me parece fundamental en el ambientalismo y la ecología es pensar que no va a haber una restauración ambiental si no hay una reparación histórica. La protección de la Amazonia está relacionada con los derechos territoriales de los pueblos.

–Entonces, ¿cómo conectar lo ecológico con lo social?

–La política ecológica es más que plantar algunos árboles o construir edificios verdes o techos con jardines. Debería garantizar derechos básicos, como la tierra para los pueblos originarios, y el acceso a agua limpia y vivienda digna. En Brasil antes se llevaba a la gente lejos del centro, a grandes conjuntos habitacionales. Eso era completamente insostenible, porque requiere crear infraestructura, trasladar servicios, sacar las franjas naturales de la ciudad, urbanizar sobre los ríos. Hasta que [la urbanista y líder del Movimiento de los Sin Techo del Centro] Carmen Silva propuso que la gente sin casa viviera en el centro, una política fundamentalmente ecológica porque así la ciudad es más sostenible. Ahí hay más recursos naturales, no hay que invertir en tanta infraestructura y las franjas ecológicas urbanas se mantienen. Una política habitacional para la gente sin techo es fundamentalmente una política en la que se piensa en la ecología.

KN/DTC

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