Entre fronteras invisibles: una mirada urbanística a 35 años de la caída del Muro de Berlín
Esta vez mi Escala Humana se estira un poco, hasta llegar a Berlín. Me escudo en el efemérides –el 35° aniversario de la caída del Muro– y en el recuerdo de mi obsesión por el tema desde que tengo capacidad de análisis, mucho después de los cuatro años que tenía cuando cayó esa muralla, mucho antes de que visitara esa ciudad por primera vez.
¿Por qué me fascinó tanto la caída del Muro al punto de hacerme consumir todo documental o ficcionalización sobre el tema? ¿Por qué devoré desde el relato autobiográfico de una arquitecta argentina hasta el corto de una joven Tilda Swinton que bordea el muro en bicicleta? Quizás porque nunca terminé de entender tamaña afrenta a la idea de ciudad como comunidad, como espacio donde las personas conviven.
El urbanismo exploró hasta el cansancio el concepto de barrera y cómo afecta la calidad de vida. Pero el caso de Berlín desafió toda literatura sobre el tema. Sólo esa ciudad llegó al extremo de montar un cierre hermético en el corazón de su trama. Sólo ella se atrevió a vaciar espacios llenos y, décadas después, completarlos de nuevo. Sólo ella volvió fatal su división. Por eso la caída del Muro no sólo acabó con una era política sino también urbanística. Y resuena incluso acá, a 11.000 kilómetros de distancia.
Puente o barrera
“Con el tiempo, a la división se la siente en todo. Pasás a Oriente y es como encender una alarma. La gente todavía mira diferente. Es otra población”, me marca días atrás Liliana Villanueva, autora de Otoño alemán (2019), el libro que muestra qué sintió una arquitecta argentina al ver esa fractura en primera fila.
Para nosotros es difícil entender una división tan tajante, aunque tengamos las nuestras. A sabiendas de eso, Villanueva intentó describir en su libro cómo sería si aquel muro berlinés atravesara Buenos Aires. “Imaginé que iría por la avenida Entre Ríos, seguiría por Callao, tomaría Santa Fe y se metería por Retiro. Las estaciones del Centro serían fantasmas, porque el subte las atravesaría pero jamás pararía en ellas”, me cuenta la autora, que finalmente desestimó el párrafo para evitar confusión entre sus lectores no porteños.
Si yo tuviera que hacer ese ejercicio explicativo, tomaría en cambio el borde norte-sur, que ubicaría en la avenida Rivadavia. Ese límite simbólico y a la vez real deja los mejores servicios, infraestructura y empleos de un lado, mientras del otro queda un olvido que no se compensa invitando a inversores a que construyan en el sur para seguir destruyendo el norte, como propone el nuevo Código Urbanístico.
En Berlín tampoco se borraron las diferencias. No hubo apertura pura, sino también división. Gran parte de los terrenos del este se privatizaron, cientos de empresas orientales fueron sepultadas, y el mercado de la vivienda se concentró. No hubo igualación, sino absorción de un lado por otro.
Llenos y vacíos
Lo primero que me llamó la atención cuando conocí Berlín hace diez años fueron las grúas y los baldíos. Recién llegada de capitales europeas más clásicas, me sorprendí de que esta ciudad de casi ocho siglos aún siguiera en construcción. Primero sentí decepción al volver a escuchar taladros incluso habiéndome alejado tanto de Buenos Aires. Después empecé a entender. La caída había dejado una experiencia común a otras urbes, como la crisis de vivienda y la especulación inmobiliaria.
Aclaro por las dudas: sé que el Muro fue una experiencia intransferible, única en su dolor. Pero su necesario fin dejó un legado que sí encuentra ecos en el mundo. Con sus diferencias, tanto Buenos Aires como Berlín comparten el desencuentro entre oferta y demanda inmobiliarias. En el caso alemán, con la particularidad de la concentración del mercado de renta y la urgencia insatisfecha de construir para los segmentos más bajos. En el caso argentino, con el caos macroeconómico, la desregulación de los alquileres y una inflación desatada.
En términos más técnicos: “La creciente financiarización de esta época convierte los edificios en activos inmobiliarios”. El resultado en Berlín y Buenos Aires fue “la polarización social” que “desintegró las ciudades en un conglomerado de fragmentos espaciales”. Así lo vieron en la Cátedra Walter Gropius DAAD de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la UBA, en un texto publicado en mayo a 30 años del acuerdo de hermanazgo entre ambas capitales. Llamé a la directora de la cátedra, Lisa Diedrich, para que me ayudara a entender.
“La caída del Muro como metáfora de lo fragmentado se puede usar para diferentes fenómenos, porque seguimos viviendo en un mundo polarizado”, remarca Diedrich. Y da un ejemplo: Nordelta de un lado, y un barrio que se inunda, del otro. “Son dos lados opuestos de un tejido urbano. Hay que aceptar que esos fragmentos existen: el problema es que estando uno al lado del otro no se relacionen, o tengan un vínculo sólo negativo o de tensión”.
También hay fronteras más coyunturales y específicas. En la Berlín actual, con nuevas medidas de seguridad ante conflictos geopolíticos, como la vigilancia policial constante y el cercamiento paulatino. En Buenos Aires, con un proceso similar pero por miedo al delito, que suma tótems, alarmas y cámaras. Ambos casos se enmarcan en la privatización creciente de la experiencia urbana, que se nutre de otras fuentes, como la masificación del home-office y la pérdida de terceros espacios, esos que no son el trabajo ni la casa.
Ambas ciudades guardan también parte del antídoto a la fragmentación y el cercamiento: sus plazas y parques. Espacios abiertos, plenos de gente y ferias, casi sin barreras excepto las rejas. Bálsamos de continuidad ante las nuevas divisiones nacidas de la desigualdad y el mercado. Un igualador orgánico, a diferencia de los intentos porteños puramente normativos que, en pos de “desarrollar el sur” a cambio de otra cosa, refuerzan la visión de esa mitad como una suerte de castigo.
Quizás la lección que deja una ciudad dividida es que no basta con demoler barreras físicas. En Buenos Aires, en Berlín y en tantas otras urbes, hay que seguir haciendo equilibrio entre crecimiento e igualdad, para que el desarrollo sea con todos. Para que la ciudad deje de perder su valor de (re)encuentro, hay que planificarla rompiendo muros, sean de hormigón o de privilegio.
KN/DTC
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