una caso que conmueve al país
En silencio, sin gesticular y amontonados en una sala con los padres de la víctima, los rugbiers pasan las audiencias del juicio
Esposados por detrás, la mirada al frente, en fila y en este orden: Lucas Pertossi, Blas Cinalli, Matías Benicelli, Ciro Pertossi, Luciano Pertossi, Enzo Comelli, Máximo Thomsen y Ayrton Viollaz. Los ocho acusados de haber planeado golpear hasta matar a Fernando Báez Sosa entran en la sala de audiencias de la misma manera cada día. Su presencia es silenciosa y sin embargo abarca todo. La otra coreografía que se repite es la del Servicio Penitenciario. Cada imputado tiene asignado un custodio. El agente lo acompaña por detrás, con una mano colocada en la espalda o en el hombro. La mano libre asegura la cadena que une las esposas. Cualquier intento de los rugbiers de cambiar de posición, incluso apenas girar la cabeza, sería controlado de un tirón.
Al llegar a la silla que tienen asignada, les sacan las esposas y se sientan. El silencio que se instala es tan puro que se oye el destrabe de la llave y el click del gancho que vuelve a cerrarla. Trece policías forman un anillo que los blinda. Durante la audiencia, los llamados rugbiers no hablan entre ellos, no se miran entre ellos. No se tocan, no gesticulan, no lloran, no se reclinan. Miran la pantalla donde se reprodujeron una y otra vez los videos caseros y las imágenes de las cámaras de seguridad que los muestran en acción. Allí se vieron con las camisas abiertas, las camisas arremangadas, pateando a un chico de su edad que, es evidente, no reaccionaba. También escucharon cómo un testigo los llamó “asesinos” o “cobardes”. Y cómo los describieron físicamente con palabras como estas: morrudo, gordo, alto, espalda ancha, con rodete, musculoso, petiso, flaquito.
De frente a la tarima donde se ubican los tres jueces, los imputados ocupan el lado izquierdo de la sala. A un metro por delante, está su defensa, el abogado Hugo Tomei y su asistente, también abogada, Emilia Pertossi. Emilia es ahijada de Tomei y hermana de Lucas y Ciro Pertossi. Tiene 24 años y se anotó en la carrera de Derecho alentada por Tomei. No habla en las audiencias. La familia de los acusados ocupa los bancos de atrás. Los separa una fila de policías que se sientan durante el debate. No pueden hablar con ellos, no pueden acercarse. Lo que los padres, madres y hermanos ven son sus nucas al ras.
El padre de Máximo Thomsen estuvo presente en las primeras audiencias. Lo relevó su hijo mayor. Tiene asistencia perfecta Sergio Viollaz, padre de Ayrton. También Marcos Pertossi, el padre de Lucas. Suele llegar a los Tribunales con lentes de sol, barbijo y gorra con visera. Cuando se acerca a la reja por donde ingresan abogados, fiscales y jueces, las cámaras se le vienen encima. Anteayer el padre de Lucas entrelazó las manos por delante y abrió los brazos. Avanzó contra la prensa murmurando “permiso, permiso”. Movileros, asistentes y camarógrafos se disputaban a Pertossi como si fuera la pelota en un scrum. Todos terminaron golpeándose contra el vallado. El padre entró, los canales de noticias no obtuvieron ninguna declaración. Salvo las que hizo sueltas, las familias de los imputados no hablan.
La sala de audiencias es un rectángulo dividido en dos por un pasillo angosto. A la izquierda están los imputados y sus familias. A la derecha, el equipo que representa a los padres de Fernando, Graciela Sosa y Silvino Báez. Los abogados Fabián Améndola y Fernando Burlando lideran el bufete, integrado por ocho personas. Son ocho abogados -para simplificar, porque en el equipo también hay “hijos de” que trasladan valijas con papeles o conducen los autos en los que se mueven por Dolores-, es decir, la misma cantidad de imputados.
El equipo de Burlando está alojado en un hotel termal. Los padres de Fernando, sus representados, pasaron unos días en un hotel sencillo ubicado a la vuelta de los Tribunales. A mitad de semana alquilaron un departamento. Es más barato y además allí pueden cocinar. No es sólo una cuestión de ahorro. Silvino se sometió a un trasplante de riñón y debe llevar una dieta especial. Los padres de Fernando asisten a todas las audiencias. Ocupan una silla detrás de sus abogados. Desde ese ángulo pueden ver a los jóvenes acusados de matar a su hijo.
Burlando, Améndola y su hijo Facundo ocupan el escritorio de la derecha, junto a los representantes del Ministerio Público Fiscal, Juan Manuel Dávila y Gustavo García. El resto de los asistentes de Burlando se ubica en la primera fila de los bancos de la derecha. Esa disposición hace que queden a la misma altura los familiares de los imputados con los familiares y amigos de la víctima. Dos policías custodian el pasillo que separa ambos lados. Las jornadas son largas. Un promedio de siete horas y diez testigos por día. El televisor de la sala devuelve las imágenes repetidas mil veces en la televisión desde que sucedió la muerte, el 18 de enero de hace tres años. Pero ahora es distinto porque es una prueba. Entre los pixeles, la caída, los puños, los gritos: “uh lo hicieron verga chabón mira”, “dale, dale”. El aire se tensa como una cuerda. Se tensa como el arco que contiene una flecha que puede dispararse hacia cualquier lado.
VDM/MG
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