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Pulpa es un suplemento de ficción semanal editado por El Cuaderno Azul que publica textos breves y potentes, directo de nuevas voces para lectores hambrientos. Recibimos textos de manera abierta, a través de este link. 

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De la tierra la ceniza

pozo de tierra

Joaquín Vazquez

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Bigussi clava la pala y se seca el sudor de la frente con el dorso de la mano. Hace dos horas esa porción de tierra estaba cubierta de yuyos secos. Ahora se ve un pozo rectangular bastante hondo. Con un poco de suerte, antes del mediodía lo tendrá listo. 

Hace veinte años la muerte trabajaba a otro ritmo en el paraje La Estanzuela. Hubo meses en los que Bigussi hizo solo uno o dos pozos. Pero desde que la empresa encontró el filón de antracita, mucha gente se mudó a la zona para trabajar en la mina. 

Lo que la empresa nunca le dice a los trabajadores es que el gas tóxico de la explotación les destruye los pulmones. Los más afectados son los hombres, que por lo general van a la cantera mientras las mujeres se quedan lavando las piedras grandes al costado del río. 

Más de una vez, Bigussi se sintió tentado de cambiar de trabajo. En la mina se cobra muy bien, pero él sabe mejor que nadie lo insalubre que es el mineral: se pasó los últimos años enterrando a hombres desconocidos, mucho más jóvenes que él, que se instalaron en la zona con sus mujeres e hijos con el sueño de ahorrar para una vida digna. 

Al principio, cuando empezó a trabajar, los pocos pozos que hacía eran para gente conocida de toda la vida, vecinos de la zona; pero desde hacía varios años, ocho de cada diez pozos eran para los trabajadores de la Metalífera. 

Por el sendero de piedras blancas que divide el cementerio en dos, Bigussi distingue la sotana negra del cura. No quiere escuchar nada de lo que tenga para decirle, ya le advirtió que no está dispuesto a negociar, que él se apega al trato original. No va a sacar la huerta para que haya más espacio en el cementerio. 

—Osvaldo. 

El cura Tiene la cara rosada y brillosa de sudor. 

—Padre —contesta Bigussi, y baja al pozo. El sol está casi vertical. 

—¿Alguien de la comunidad? —pregunta el cura, asomándose por uno de los costados. 

—No pregunté —dice Bigussi. Una palada de tierra cae a los pies del cura. —Será, me imagino, porque de la empresa no me avisaron nada hoy. 

—A lo mejor no es cristiano.

—Esta semana no hice ningún oficio de unción.

—Con más razón— replica Bigussi, y vuelve a sacar una palada, que esta vez tira hacia el otro lado. 

—¿Ha pensado ya qué va a hacer? 

Bigussi no contesta. 

—No es tanto, la verdad. No se le pide tanto —dice el cura, y se tantea el pantalón por abajo de la sotana. Del bolsillo saca un atado de cigarrillos y un encendedor—¿Para cuándo cree que podrá liberar el espacio? 

Bigussi clava la pala con fuerza y suspira. El pozo ya casi le llega a la altura del hombro y para salir tiene que ayudarse con los brazos. 

Cuando sale, el cura ve que Bigussi tiene puesta una remera oscura y una bombacha de gaucho. Las dos prendas están muy sucias. El cura extiende el brazo y le ofrece un cigarrillo. Bigussi se frota la palma de la mano en la remera para sacarse la tierra y, en vez de agarrar el atado, le saca el cigarrillo de la boca al cura, que abre los ojos y se queda congelado sin saber qué hacer. Bigussi le sostiene la mirada, pita y un segundo después suelta el humo. 

—No creo que lo saque. El zapallo está por dar, le debe faltar un mes todavía. 

—Es mucho— dice el cura, y saca otro cigarrillo del atado. 

—Puse orégano también, tomate, papa. Hay cebolla si quiere llevar.

—Escúcheme una cosa, Osvaldo. Usted sabe que no está bien. 

—¿Qué no está bien? 

—A usted se le da un techo por el que no paga nada. Debe ser el único de la zona que no paga alquiler. ¿Sabe lo que sale una de esas casillas que alquilan los mineros? 

—...

—Treinta mil la quincena. Y aparte tiene su sueldo, que yo sé que es poco, pero tiene que entender—dice el cura, y se saca el alzacuello blanco con un movimiento brusco. 

Sin la contención, la papada se le nota más. Bigussi la mira y calcula mentalmente su peso. Cien kilos, ciento y algo, piensa. 

—Lo ideal —sigue el cura—sería que sacara lo que sembró para que el mes que viene la parroquia ya pueda disponer de más metros de tierra santa para albergar los restos de los difuntos. 

—No, no es así — dice Bigussi—. No fue eso lo acordado. 

—Pero escuche, Osvaldo. Hace veinte años de ese acuerdo.

—Veinte años. Míreme las manos, Padre. ¿Sabe los pozos que hice? ¿Sabe cuántos pozos hice desde que llegó la empresa que explota la mina? Yo solo. Sin ayuda de nadie. 

—Veinte años en los que no se le pidió nada. 

—Siempre cumplí. ¿Por qué me van a sacar la huerta? ¿Qué les hace? Si pueden usar la tierra de más allá del paredón sur—dice Bigussi, y tira al pozo el cigarrillo sin terminar. 

—Usted es un hombre valioso, Osvaldo. 

—No diga. 

—Lleva mucho tiempo brindando un servicio muy noble. 

—No diga. 

—Un servicio muy noble, sí. Pero convengamos que usted vive de los muertos, no de la tierra.

Bigussi frunce los labios y, sin decir nada, baja al pozo a buscar la pala. El cura da una pitada. En la otra mano todavía tiene apretado el alzacuello. 

Saca la pala y se sienta en el borde del lado opuesto a donde está parado el cura. Cuelga las piernas en el pozo y apoya los brazos a los costados.

—Un metro cuarenta, un metro cincuenta, más o menos— dice Bigussi.

—O más, dice el cura. 

—A veces me pregunto qué hacer—dice Bigussi. 

—¿Qué hacer con qué? 

—Me refiero a si yo me muero. ¿Usted me enterraría, Padre? 

—Nadie conoce los designios del Señor, Osvaldo. 

—Tengo que dejarlo escrito. Prefiero volverme ceniza. 

—Es respetable, pero sin cuerpo no hay resurrección— dice el cura.

—Usted no quiere saber nada con el fuego, ¿no? 

—Con este sol asesino me alcanza y me sobra. Piense en lo que le digo, Osvaldo, que no hace falta entrar en conflictos con las autoridades de la comuna por una huertita.

El cura se da vuelta y se aleja caminando muy lento. Bigussi espera a que llegue al sendero de piedra. 

—Padre—grita—. No hubo fallecidos hoy. Estuve adelantando trabajo nomás. 

El cura se frena, se hace la señal de la cruz y sigue su camino. Bigussi, al verlo de atrás piensa que los kilos del cura deben ser ciento quince.

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