Samanta Schweblin: “La normalidad es nuestra gran ficción acordada, todos somos un poquito raros”

En las seis historias hay una inquietud que no se menciona pero que late, una tensión por algo inminente que pareciera a punto de estallar y que se percibe en cada gesto de los protagonistas. Ocurría en la nouvelle Distancia de rescate o en los relatos de Siete casas vacías y vuelve a suceder ahora: los personajes de los cuentos que integran El buen mal, el nuevo libro de la escritora argentina Samanta Schweblin, se mueven por el nervio de un volcán inescrutable. Como si se tratara casi de una marca registrada en esta autora, una vez más vuelven a escena la tragedia, la fragilidad de la vida cotidiana, los vínculos familiares y el peligro al acecho de todos, pero en especial de algunos niños.
Schweblin es una de las autoras argentinas con más proyección en el exterior. Premiada internacionalmente, sus publicaciones circulan por librerías de todo el mundo. El buen mal, de hecho, fue editado para Latinoamérica por Penguin Random House y por Seix Barral para España. En Estados Unidos estará disponible a partir de septiembre a través del sello Alfred A. Knopf, en Reino Unido por Picador Books desde agosto, y ya tiene ediciones previstas en portugués y holandés.

Instalada en Berlín, donde vive y da talleres de escritura, por estos días está de gira presentando su flamante libro. Primero lo hizo en España y esta semana en Argentina con dos presentaciones públicas, una en el Malba de Buenos Aires, otra en Córdoba.
Como hizo con la mayoría de los medios gráficos locales, elige responder por correo electrónico las preguntas de este medio (“prefiero contestarlas por escrito y devolverle a las palabras el peso y el cuidado que se merecen”, asegura).

– Un poco a contramano de la industria editorial que muchas veces demanda que los autores y autoras publiquen frecuentemente, este libro llega casi una década después de tu último libro de cuentos publicado y un poco menos de 7 u 8 después de la última novela. ¿Fue deliberado? ¿Fue costoso? ¿Necesitás mucho tiempo para escribir?
– Escribir me lleva tiempo, sí. Pero en estos años hubo también otros proyectos relacionados con el cine, y además no todo lo que escribo está listo para ser publicado o debiera incluso ser publicado alguna vez. Este último libro lo escribí entre 2021 y 2024, llevó unos tres años, que es lo que suelen llevarme los libros de cuentos. Hay cuentos que costaron más que otros. William en la ventana lo escribí en dos días, aunque aclaro, dos días son los que necesité para bajar al papel un primer borrador, luego trabajo meses y meses con cada historia. La mujer de Atlántida me llevó casi un año de trabajo y varias veces estuve a punto de abandonarlo. Al final estaba tan pegada al texto que pensé que era la historia menos importante del libro, y me sorprende seguir recibiendo comentarios de los lectores diciendo que esta historia es su favorita. El ojo en la garganta se escribió rápido, rápido para su extensión quiero decir, pero luego hubo mucho trabajo afilando a ese narrador tan raro que tiene, y que me dio dolores de cabeza más de una vez.
– ¿El buen mal es un regreso al cuento o siempre estás escribiendo cuentos? ¿Qué te ofrece este género que no encontrás en otros?
– Siempre estoy escribiendo cuentos. No siento pertinente ir hacia la extensión de la novela si no intuyo que hay algo que necesita esos tiempos más extendidos. Si no, siempre prefiero la intensidad y esa sensación que deja la lectura de un buen cuento, que es un poco como atravesar un portal. Sí, digamos que la novela es un túnel y el cuento un portal. El portal se atraviesa en segundos, y el shock de llegar a un mundo distinto, a una percepción nueva en solo segundos, le da al evento de esa lectura una fuerza casi del orden de la magia. La novela se parece más a un proceso, es más introspectiva y paciente. Ninguna es mejor que la otra, pero lo que es seguro, al menos en mi escritura, es que cada idea nueva que llega, llega también con sus guiños de cómo podría contarse. No creo que un cuento podría haber sido una novela, y tampoco creo que funcione a la inversa.

– ¿Buscás material específico para leer mientras estás escribiendo algo puntal? ¿Leíste algo en particular que te llamó la atención mientras escribías estos cuentos?
– El libro entero empezó con un enojo con un libro que estaba leyendo. Un cuentista danés que de hecho es muy bueno, pero termina todos sus cuentos matando al personaje principal al final. Estaba terminando el último cuento, embarcada en la previsibilidad de ese gesto que temía que se repitiera una vez más, cuando el personaje, justo unos segundos después de suicidarse, alcanza a concluir algo genial. Y yo pensé ¡al fin!, ¡que siga, que siga! Pero el libro había terminado. Me pregunté qué nos pasa con la muerte, que ocupa siempre gran parte de nuestras ficciones. Pero sobre todo, qué nos pasa con la muerte ocupando casi siempre el espacio más protagónico de las historias, es decir, los finales. Y me pregunté si sería posible, en lugar de terminar una historia con la muerte, empezarla con la muerte. Y sobre todo, si empiezo con la muerte de mi personaje, ¿es posible aún así quedarme con él, avanzar con él en la historia con los elementos más cotidianos -hacer el almuerzo, ocuparse de los hijos, encontrar algo que se pierde-, sin salirse nunca del género del realismo? Con esta pregunta escribí el primer cuento, Bienvenida a la comunidad, que luego puso en marcha a todas las demás historias.
Digamos que la novela es un túnel y el cuento un portal. El portal se atraviesa en segundos, y el shock de llegar a un mundo distinto, a una percepción nueva en solo segundos, le da al evento de esa lectura una fuerza casi del orden de la magia. La novela se parece más a un proceso, es más introspectiva y paciente.
– En más de uno de los cuentos de este libro hay una inquietud que podríamos llamar, para usar tus términos, de “distancia de rescate” (pienso, por ejemplo, en El ojo en la garganta, donde es más nítido, cito: “Desde el comedor, mi padre charla con la abuela sin dejar de controlar qué estoy haciendo, siempre atento a mis movimientos, a mi constante conversación con las cosas que me rodean”). ¿Te interesa pensar la infancia como una zona de riesgo? ¿O a la adultez como un lugar que, con toda la incertidumbre, tiene que hacerse cargo del cuidado?
– Me interesa el cuidado, y todo el amor y la tragedia que acarrea semejante intento. Queremos cuidar y que nos cuiden, pero no sabemos cómo cuidar, quizá sabemos cómo quisiéramos ser cuidados, pero no sabemos qué es lo que necesita el otro, o lo intuimos y no somos capaces de hacerlo, o en realidad ni siquiera sabemos qué necesitamos nosotros mismos para permitirle a otro que nos cuide. Hay un gran misterio atrapado ahí. Y en la atención a esos cuidados están atadas también las preguntas de por qué cuidamos, y a quiénes, y para qué. Los niños y los adultos y los mayores, todos cargan con distintas sabidurías y vulnerabilidades. Y no creo que solo los adultos cuiden, los niños y los mayores también cuidan muchísimo, aunque los primeros no entiendan aún todas las normas, y los mayores ya las hayan reformulado más de una vez. Quizá por eso entonces me parecen más atractivos como personajes que los adultos, porque niños y mayores parecen tener un saber que a veces perdemos en la adultez, una conexión más genuina con lo que podría ser verdaderamente importante.
– ¿Cómo apareció el título El buen mal? En inglés, por estos días, se conoció, pero con un sentido un poco corrido del que tenemos en español, con esa conjunción que tiene el “y”. Una cosa y la otra, Good and Evil. ¿Se pueden separar realmente o, como en español, se superponen estas dos dimensiones?
– Era el título del primer cuento que escribí, que ahora se llama Bienvenida a la comunidad. No recuerdo cómo nació exactamente, sí que al avanzar más en el resto de las historias, la fuerza del buen mal se hacía tan presente que decidí mover el título del cuento hacia el de todo el libro. En el caso del título en inglés, Good and Evil, además de funcionar con ese sentido de la “y”, del que hablás, es también, una frase hecha que justamente significa algo así como “buen mal”. Y en la versión al inglés la traductora propuso agregar “and other stories”. Con lo cual, además de sugerir eso de “el buen mal”, la traducción completa sería, “El bien y el mal, y otras historias”, en el sentido “y otras historias que nos contamos sobre las ideas que tenemos sobre el bien y el mal”. Me encantó esta propuesta para el inglés, pero no me la llevé al español porque para nosotros se volvía un título demasiado largo.
– Como una de las autoras argentinas que más circulan en el exterior, ¿te interesás por las traducciones? ¿Te preocupa cómo se pueden llegar a leer ciertas zonas de tus cuentos que tienen mucho que ver con lo argentino (pienso, por ejemplo, en la historia que transcurre en Hurlingham) o con una forma de hablar muy propia de acá?
– Al contrario, lo que me preocupa es el lector argentino. No importa que tan lejos viva, cuando pongo las manos sobre el teclado y empiezo a escribir, mi imaginación viaja inmediatamente a Argentina. Soy una autora argentina escribiendo desde afuera, no me preocupa tanto confundir al lector extranjero -que de todas formas sabe que está leyendo literatura en traducción-, sino la intromisión de algo mío, de argentina que vive hace tantos años afuera, que pudiera sacar del encantamiento de la ficción al lector argentino. Por ejemplo, en Berlín vivo rodeada de muchos tipos de españoles, mexicano, colombiano, venezolano, y a veces manchan mi propio español, que es al final mi herramienta de trabajo. Las traducciones me inquietan, uno se pasa tantas horas desvelado por un párrafo o una palabra, que la idea de alguien más tomando esas decisiones por uno es bastante incómoda. Pero por otro lado, yo leí a muchos de mis autores favoritos en traducción, así que puede que haya cosas que se escapen, pero a veces también un buen traductor puede escribir un libro mejor que el original, por más inquietante que esto nos parezca a los escritores.
Queremos cuidar y que nos cuiden, pero no sabemos cómo cuidar, quizá sabemos cómo quisiéramos ser cuidados, pero no sabemos qué es lo que necesita el otro, o lo intuimos y no somos capaces de hacerlo, o en realidad ni siquiera sabemos qué necesitamos nosotros mismos para permitirle a otro que nos cuide. Hay un gran misterio atrapado ahí.
– “Lo raro siempre es más cierto”, se lee en la cita a Silvina Ocampo que abre El buen mal. ¿Por qué la elegiste? En un libro donde todas las historias bordean la muerte de distintas maneras, ¿se te impuso enfocar más en la rareza de la vida cotidiana que en el miedo?
– Es una cita que escuché hace unos años, conversando con Pablo Maurette. Y desde entonces más que como una cita la recuerdo como una clave, o incluso como un mantra. Cuando el mundo se enrarece, cuando intuitivamente elijo una opción que a primera vista no parece del todo la más sensata, cómoda o adecuada, me doy fuerzas diciéndome “Tranquila, lo raro siempre es más cierto”. Creo que la normalidad es nuestra gran ficción acordada, y en cambio hay más verdad en cada uno de nosotros cuando prestamos atención a nuestra cara más genuina. Todos somos un poquito raros, únicos y personales, y el concepto de normalidad pareciera un semáforo rojo titilando furioso todo el día, intentando normalizar un modo de circular que no nos representa.
– ¿Por qué en esta oportunidad decidiste responder a la prensa mayoritariamente por escrito?
– Siempre me pregunto ¿y si pensar con tiempo fuera una responsabilidad? No tengo problema en dar entrevistas de radio o para la televisión, pero si las entrevistas salen por escrito, prefiero contestarlas por escrito y devolverle a las palabras el peso y el cuidado que se merecen. Hacer esto por escrito lleva muchísimo más tiempo, así que contesto menos entrevistas, pero con más cuidado. A los que escribimos nos importa lo que pasa por escrito, sobre todo si nos representa.

– ¿Cómo estás viviendo los ataques a distintas personalidades de la cultura argentina por parte del presidente Javier Milei, en especial a algunas mujeres, y los recortes presupuestarios en general en estas áreas? ¿Se siente distinto estando afuera?
– Como dije en otros medios, me cuesta mucho entender el gobierno de Javier Milei. No creo en el odio como estrategia política. Defiendo la diversidad en términos sexuales, religiosos, migratorios, políticos y culturales, por lo tanto estoy en contra de cualquier política personalista y autoritaria. La represión sólo genera más violencia, sobre todo cuando es absolutamente arbitraria e injusta. Y es una ingenuidad pensar que la censura cultural, directa o indirecta, es una buena idea en un país en el que el cine, el teatro, la música, las artes plásticas y la literatura siempre han sido espacios de resguardo y de resistencia.
AL
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