Este año sí que lo hago, o por qué nos cuesta tanto cumplir nuestras resoluciones
El cambio de año nos da un ímpetu distinto para cambiar o empezar cosas nuevas que podríamos haber hecho en cualquier otro momento. Es algo que los investigadores llaman el efecto “nuevo comienzo”. Cuando se da un quiebre que nos permite resetearnos, empezar de nuevo. El fenómeno fue nombrado por un grupo de investigadores que mostraron que este efecto se da con distintos ciclos. Por ejemplo, las semanas. Las búsquedas de la palabra “dieta” en Google aumentan los lunes. No hay ninguna razón para empezar a comer distinto el lunes, pero probablemente el fin de semana pensaste, “este lunes arranco a comer más sano” y ahí estás, aprovechando ese pequeño nuevo comienzo semanal. Funciona también con los cumpleaños o cualquier otro momento que nos genere un pequeño quiebre en el tiempo, algún hito que marca ese momento.
Fijada la meta, falta cumplirla. Y por supuesto, depende de la ambición con la que se fijó cuán difícil será, pero los objetivos que implican además cambiar un hábito, como la forma en la que comemos o dejar de fumar, suelen ser muy difíciles.
Los hábitos, son justamente las cosas que interiorizamos, las que hacemos sin pensar y por lo mismo, cuesta mucho eliminarlos o cambiarlos. Eso explica porque muchos abandonan muy rápido las resoluciones que hicieron en Año Nuevo. El porcentaje exacto varía según el estudio, pero en una de las encuestas el 25% había abandonado la resolución en la primera semana. Eso explica también porque solemos prometernos lo mismo vez tras vez antes de lograrlo (si es que lo logramos).
Y es que tenemos una tendencia a pensar que nuestro yo del futuro va a ser mucho mejor que nuestro yo actual, que el que no pudo dejar de fumar el año pasado va a lograrlo este año sin dudas, que el que no pudo ir al gimnasio más de tres veces en el año ahora lo va a hacer tres veces por semana y de paso va a comer 5 frutas al día. La mayoría de nosotros somos optimistas, pensamos que lo viene va a ser mejor y creemos que nosotros vamos a ser mejores.
Es lo que encontró el economista Angus Deaton con datos de encuestas en 166 países. Al preguntarles a las personas cuál era su nivel de felicidad actual y cuál sería su nivel de felicidad en los próximos 5 años. “En todo el mundo encuentro optimismo sobre el futuro, a pesar de la repetida evidencia de lo contrario, las personas, de manera consistente e irracional, predicen que van a estar mejor dentro de 5 años que ahora”, concluyó.
Y tiene sentido, si no tuviésemos algo de optimismo sería más difícil poner la energía que necesitamos para el futuro. Pero también nos lleva a ser un poco ilusos. Está bien pensar que vamos a mejorar, pero de ahí a creer que cuando nos levantemos en el primer día de 2023 vamos a ser totalmente diferentes y capaces de cambiar hábitos radicalmente, hay un trecho.
Por eso, muchos de los consejos para fijarse metas y cumplirlas efectivamente arrancan con ponerse objetivos realistas, no proponernos lograr todo lo que queremos en un año, sino algo que sepamos es factible con nuestros horarios y vidas. Y después, ponerse metas concretas. Decir “este año voy a comer más sano” suena un poco vago, y por lo mismo difícil de cumplir. Pasar en cambio a “voy a comer una verdura al día” puede ser más realizable. Y por último, ser flexibles, no tomarlas a todo o nada. Si el plan es comer una verdura al día, si un día no se cumple, no quiere decir que fue un fracaso y toca olvidar la meta, se puede retomar al día siguiente. El punto no es cumplir la meta a rajatabla, sino comer más verduras.
Y si todo esto suena a que no tiene ningún sentido fijarse objetivos para Año Nuevo, o para cualquier otra fecha porque total hay más chances de que fracasemos que de lograrlo, es cierto. También es cierto que sin resoluciones es todavía más difícil cumplirlas.
OS
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