Don't Look Up acumuló 152,29 millones de horas vistas en todo el mundo durante su primera semana. La película no solo superó todos los récords de Netflix, también demuestra el buen estado de salud de las plataformas de streaming. Nunca antes habían existido tantas. Tampoco hay precedentes de tener al alcance del mando tal inmensidad de catálogo, ya sea una serie surcoreana, la filmografía de un director clásico o el último maratón de superhéroes. El crecimiento del sector no beneficia a todos sus trabajadores por igual. Es el mejor de los tiempos para el audiovisual y el peor para el traductor.
“El 95% de los subtituladores trabajamos muchas horas, con muy poca seguridad y unas tarifas que apenas han subido en los 18 años que llevo dedicándome a esto”, indica a elDiario.es la traductora audiovisual Paula Mariani, profesional con casi 20 años de experiencia. Empezó cuando existían unas cinco cadenas de televisión españolas y continúa dos décadas después, con un panorama totalmente diferente marcado por la eclosión de las plataformas de streaming. “El trabajo se ha vuelto más complicado. Cada vez dominamos más herramientas, como traducir metadatos o listas de palabras clave, y no hay una retribución que vaya pareja”, añade. Su horario varía en función del material disponible, pero sostiene que una jornada corta es de “7 u 8 horas”. Una larga, asegura, “puede llegar a las 14”.
A todo ello se suma un panorama donde lo habitual es ser un freelance con intermitencia laboral. Firmar un contrato, en cambio, parece un mito. “Algunos clientes manejan un volumen de trabajo tan grande que no hay razón para no tener traductores en plantilla. El problema es que las empresas son conscientes del beneficio que les aporta el subtitulado, pero no del trabajo que conlleva”, critica Guillermo Parra, traductor audiovisual y profesor en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Mariani, por su parte, entiende que las agencias no tengan a contratados por si en algún momento escasea el trabajo, pero pide otro tipo de garantías. “No corren ese riesgo, pero eso significa que lo asumimos nosotros. Podemos ganar dinero para el día a día, pero irnos de vacaciones o coger una baja por enfermedad no es tan fácil. Por eso tenemos que cobrar mucho más: porque si mañana se estropea el portátil tengo que comprar otro”, denuncia la profesional.
Las empresas son conscientes del beneficio que les aporta el subtitulado, pero no del trabajo que conlleva
Precisamente, derivado de la condición de trabajadores por cuenta propia, procede otro problema de los traductores: el no poder siquiera comentar lo que cobran. “Al ser autónomos, las leyes de competencia europea nos consideran empresas de una sola persona, por eso no podemos negociar unas tarifas como colectivo. De hecho con los socios de la asociación ni siquiera podemos discutir tarifas en público, porque la multa puede ser multimillonaria”, señalan desde la Asociación de Traducción y Adaptación Audiovisual en España (ATRAE). Fue este el caso en el que se vio implicada la Unión de Correctores (UNICO), a quien la Comisión Internacional impuso una sanción de 2.500 euros.
Aun así, los profesionales del sector, como Parra, suelen conocer bien qué baremos se manejan: “El precio para traducción se calcula por minuto de metraje y puede variar en función de si se trabaja con plantilla en inglés o no, de la urgencia, la dificultad del proyecto e incluso del tipo de cliente. Para un cliente directo, yo he llegado a cobrar hasta 8 euros por minuto, aunque no es lo habitual. La cruda realidad es que las tarifas a través de agencia apenas rondan la mitad de esa cantidad y, en los casos más bochornosos, pueden llegar ofertas de hasta 1,5 euros por minuto”. Pero ¿quién contrata a los freelance?
Existe tal volumen de contenidos audiovisuales que las plataformas de streaming no se pueden encargar de gestionar subtítulos para cada una de las lenguas. Recurren a la externalización en empresas multinacionales como Iyuno-SDI o Deluxe, las dos con sede principal en EEUU. Son grandes grupos con delegaciones en más de una treintena de países que, gracias a los miles de traductores freelance en sus bases de datos, consiguen cumplir encargos en tiempo récord. Este periódico se ha puesto en contacto con las filiales españolas de ambos grupos, pero no han expresado su intención de participar en este reportaje.
“Esto está creando un embudo hacia esas mismas empresas, que concentran todo el trabajo y negocian de forma individual las tarifas con cada traductor. Con lo cual, o aceptas las condiciones o pasan al siguiente”, critica Parra. Netflix tiene publicada una tabla de tarifas en la que, entre otras cosas, se establece que la traducción del inglés al español se paga a 12 dólares el minuto. Pero la teoría es diferente a la práctica. “Si por ejemplo Netflix paga 12 euros por minuto, ellos ofrecen 2,5 euros al traductor y se quedan con el resto solo por hacer de intermediarios”, recalca ATRAE.
Cada vez estamos más fiscalizados. Te pueden echar por haber tenido demasiados fallos, por inactividad o por lo que sea
Mariani explica que existen otras consecuencias a la hora de trabajar para estas multinacionales, como la despersonalización: “No eres más que un número, casi nunca hablas con la misma persona”. Luego está la presión de ser continuamente evaluado, ya que tras cada proyecto un revisor inspecciona el resultado y apunta todo lo que considera relevante en la ficha del traductor. “Cada vez estamos más fiscalizados. Te pueden echar por haber tenido demasiados fallos, por inactividad o por lo que sea. Es un estrés diario, porque cuesta mucho entrar y una vez dentro tienes que estar produciendo continuamente”, observa la experta.
Las multinacionales cuentan con diferentes listas de distribución a profesionales según el tipo de proyecto. Una de ellas es, directamente, la subasta. “Envían un email a toda la base de datos para la combinación de idiomas que sea. Los traductores lo reciben al mismo tiempo y acaba siendo un poco ‘tonto el último’. A lo mejor ofrecen unas tarifas malas y alguno se niega, pero siempre va a haber una persona que lo haga”, explican desde ATRAE sobre lo que consideran una práctica que “devalúa al sector”.
Pero las dificultades no son solo para los freelance, también para cualquier agencia pequeña que pretenda abrirse un hueco en el sector. Es el caso de bbo Subtitulado, una agencia audiovisual valenciana con siete personas en plantilla que, además de encargar trabajo a freelances, realiza sus propias traducciones. Se ha especializado en cine independiente y mantiene contacto directo con directores o productoras, aunque el contenido para streaming sigue pasando por el filtro de una gran multinacional. “Meter cabeza directamente en una plataforma siendo una agencia pequeña es prácticamente imposible. Solo ocurre cuando trabajamos para distribuidoras y luego venden esa película a Netflix. Además nos cuesta mucho más negociar que a un freelance, porque si aceptáramos todas las tarifas que pagan, la agencia no podría sobrevivir”, declara Begoña Ballester, responsable de la agencia.
La popularidad de la serie El juego del calamar sirvió a su vez para visibilizar el uso de una controvertida práctica: la posedición. Delegan el grueso del trabajo en una inteligencia artificial y, posteriormente, el resultado es revisado por un profesional que percibe menos dinero por poseditar que por traducir. Son los mismos expertos pero peor pagados. El resultado, como evidencia un hilo publicado en Twitter por ATRAE, también se resiente: el algoritmo no distingue entre parentescos, confunde pronombres y carece de contexto cultural para apropiar diálogos con palabras más orgánicas. Fue lo que sucedió con la serie surcoreana poseditada por la empresa Iyuno, que vende este servicio en su web como una ventaja para que los traductores “puedan centrarse más en la calidad creativa”.
“La cuestión es que la traducción automática no se está proponiendo como una herramienta para ayudar al traductor sino como una alternativa a este”, observa Parra. Insiste en que no está en contra del desarrollo tecnológico y que podría ayudar sobre todo en traducciones técnicas que no sean creativas, como un manual o un texto jurídico, pero la realidad es que se está aplicando a series y películas. El motor de este sistema, además, se nutre de las traducciones de todos los freelances que lo han utilizado. “Es el círculo perfecto para el empresario: pago una miseria y alimentas gratis el algoritmo que luego te quitará el trabajo”, indican desde ATRAE, que emitieron un comunicado posicionándose en contra de la posedición y animando a las grandes plataformas a que destierren prácticas que han llevado a profesionales de otros lugares, como en los países nórdicos, a incluir a Iyuno en una lista negra.
El CEO de esa misma empresa, David Lee, fue responsable de unas polémicas declaraciones que provocaron una avalancha de críticas. El encargado de Iyuno dijo en una entrevista al portal Rest of World que “no hay personas para subtitular, para doblaje o para editar” y que la industria “no tiene suficientes recursos”. “Lo que en realidad no existe son traductores dispuestos a trabajar por la miseria que pagan”, apunta ATRAE, que puso en marcha una campaña viral bajo el hashtag #NoFaltanTraductores. Las plataformas de streaming, al menos por ahora, no se han posicionado sobre esta práctica.
La posedición es el círculo perfecto para el empresario, porque paga una miseria y el traductor alimenta gratis el algoritmo que luego le quitará el trabajo
Este periódico se ha puesto en contacto con los responsables en España de HBO y Netflix, pero, mientras que los primeros no han respondido, los segundos indican que no van a poder participar “por cuestiones de agenda”. Quien sí descuelga el teléfono es la española Filmin, que aclara su modo de trabajo: compran el contenido, piden a la distribuidora los subtítulos y, si no los tienen en castellano, los encargan a “unas empresas de subtitulado de España” con las que suelen trabajar. Sin embargo, desconocen las tarifas que estas pagan a sus traductores. Declaran que tras la polémica con El juego del calamar preguntaron a estas agencias y negaron que realizaran posedición, pero aseguran que si descubrieran algo así en su catálogo serían “los primeros que llamarían para pedir explicaciones, porque es una falta de respeto al trabajo propio de la traducción”.
En cambio, ATRAE puntualiza que no tienen constancia de que Netflix haya “dejado de trabajar con la misma empresa de traducción automática que generó la controversia”.
A Patrick Zabalbeascoa, catedrático en la Universitat Pompeu Fabra y autor de la primera tesis doctoral en España sobre traducción audiovisual, le llama la atención el contraste que existe entre la preparación académica y la situación laboral de estos. “Los dos centros principales en el mundo en traducción audiovisual son España e Italia. Cada vez hay más traductores con masters o incluso siendo doctores y eso ha redundado en un aumento de la calidad de los profesionales, pero no de las tarifas”, manifiesta.
El académico anima a confiar más en los expertos y a tomar conciencia de que cuando se ve un error “no es culpa de una sola persona, sino de toda la cadena que integra la industria audiovisual”. Aun así incide en la importancia de que el público proteste ante textos de mala calidad, porque “si no se quejan, la industria podría pensar que no hay nada que cambiar”. Es lo mismo a lo que alentaba en Twitter un profesional despedido de Deluxe, en un hilo viral donde detallaba su mala experiencia en el sector: “Aprovecho para recordar que Netflix tiene una opción para quejarse de cualquier error flagrante que encontréis en las traducciones”.
Entonces, ¿cuál es la solución para conseguir que la traducción sea un empleo digno? Varias de las fuentes consultadas para este reportaje tienen la esperanza puesta en una consulta de la Comisión Europea que, de salir adelante, daría respuesta a una de las grandes demandas de los autónomos. “Nos permitiría negociar de forma colectiva y fijar tarifas mínimas, al igual que hacen los médicos o los abogados”, comenta ATRAE.
Pero unas buenas condiciones laborales no solo se consiguen con sueldos dignos. “También con plazos de entregas dignos o hacer que nuestro nombre salga en las traducciones”, reivindica Paula Mariani. Esto no solo aumentaría la justa remuneración de los subtituladores, también la de los textos que cada día pasan por las pantallas de casi todo el planeta. Porque, como concluye Zabalbeascoa, es algo que “merece la pena tanto para el disfrute del espectador como para el orgullo de la empresa que vende ese producto”.
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