El Mayo Francés, según Antonio Seguí: “Ese París de los sueños se acabó un poco a finales de ese año”
Seguí no había cumplido 30 años cuando París consagró su obra. Su producción se transformó, como dice el crítico y amigo del cordobés Edward Shaw, en icónica de los 60. Esa década fue escenario del contacto cotidiano de Seguí con el ambiente artístico de la ciudad; y su taller fue muchas veces lugar de trabajo compartido con otros artistas y muchas otras, salón de fiesta. Mayo del 68 marcó las vivencias más intensas de un estilo de vida que para Seguí se terminó inmediatamente después de esa rebelión, cuando decidió que su lugar no sería más el café, sino el taller.
-Hasta ese momento, todos íbamos a los cafés. Vos entrabas al Café de Flore y estaban Sartre y Simone de Beauvoir, y en otra mesa dos o tres poetas, y después ibas al Old Navy, donde a veces se junta ban los argentinos, y estaba Samuel Beckett, Arthur Adamov: todo el día estaban ahí. Cuando ellos desaparecen, ese París desapareció. Por ejemplo, todos los plásticos cenaban en La Coupole, un café enorme y muy lindo que está en Montparnasse. Hoy sigue igual, lleno de gente, pero no encontrás un solo artista.
¿Y con qué otros artistas se cruzaba?
Con todos. En La Coupole podías encontrar a Brigitte Bardot, a Alain Delon. Bueno, la gente que circulaba en el medio artístico, del cine o de la literatura. Yo era muy próximo de Copi y durante años hemos ido todas las noches a comer ahí. Yo corté con ese medio en el 69. Les
pasó a todos, no sólo a mí. En ese momento se empezó a construir mi familia, y pensaba que el tiempo pasaba muy rápido y que lo que tenía que hacer lo tenía que hacer en el taller y no en la calle.
¿Cuál fue su primer taller en París?
Me crucé con otro personaje generoso que fue Antonio Berni. Cuando me fui a París, Berni me dijo: “Mirá, yo tengo un taller en París, en el que ahora están trabajando unos chicos”. Eran el pintor Jack Vanarsky y su mujer, y un chico que era asistente de Berni: Alejandro Marcos. “Andá, te van a hacer un lugar y trabajá. Cuando consigas algo, lo dejás.”
¿Qué relación había tenido antes con Berni?
Toda mi generación se entusiasmó mucho con Juanito Laguna y Ramona Montiel. Era un señor grande ya con una tradición moderna, pero no tanto, que hasta ese momento hacía una pintura con mucho menor riesgo que cuando se enfrentó con Juanito Laguna. Si a eso le agregás la frescura del niño que tenía Berni, todos nos quedamos muy sorprendidos con su evolución. En ese momento hubo una búsqueda de “lo latinoamericano”, y él miraba más a los mexicanos. Yo pensé lo mismo, pero si te creés que sos latinoamericano porque pintás y listo, estás equivocado. Por eso, cuando estuve enfrente de toda esa gente en México vino mi reacción y me dije: “¿Por qué no hacer una pintura con carácter latinoamericano pero de hoy?”.
¿Cómo era el taller de Berni de París?
Estaba en un barrio de artesanos muy humildes en esa época. El primer piso lo había comprado Le Parc, y la planta baja se la había quedado Berni. Él me dijo:“Mirá, cuando vaya a París te aviso,así te vas buscando otro taller”. Yo me quedé ahí meses. Ha pasado cantidad de gente por
lo de Berni en París: era el centro neurálgico para los que llegaban a París con un poco de desamparo. Y un buen día, estando en el taller, recibo una carta de Berni que me decía: “Llego el 15 de este mes”. Y la habré recibido el 12, porque él mandaba las cartas por barco. Con lo cual tuve ese mismo día que salir corriendo a buscar taller. Esa noche hice una cena en casa, a la que vino el pintor Jacques Grinberg que me contó: “Ayer estuve dando una vuelta por Arcueil y vi un gran depósito que alquilan”.
¿Su taller actual?
Exacto. Y para mí Arcueil era la música de Erik Satie, por quien yo siempre he tenido una enorme admiración, que vivió a 200 metros del taller. Fui a ver el lugar y lo alquilé inmediatamente. Y vino Lea Lublin después. Trabajamos juntos un tiempo, después ella se fue, porque la ciudad de París le consiguió un taller en el norte. Era un lindo personaje y creo que fue una de las primeras pintoras conceptuales argentinas. Me acuerdo de que hacía una cosa con vidrio de parabrisas de autos con fotos de Belgrano, de San Martín, y el agua caía y el limpiaparabrisas se movía y ahí tuvimos una disputa porque yo trabajaba y me llegaba un chorro de agua cada vez que ella ponía en funcionamiento su aparato. Y por ese taller ha pasado cantidad de gente, porque han trabajado pintores americanos, Mario Gurfein, Carlos Alonso,
muchos. Todo el que pasaba, se quedaba un poco de tiempo y no tenía taller, paraba ahí. Y no era tan grande.
¿Y la primera inversión del taller fue la parrilla?
Claro. Es un taller quincho, y fue lo primero que hice cuando entré en el 63.
¿Ahí es donde se armaban las guitarreadas?
Ahí, exactamente. Y bueno, es el lugar que quedó.
¿Quién tocaba la guitarra?
Yo era muy amigo de Don Atahualpa y él venía: le hacía un asadito, y él traía la guitarra. O no, a veces no la traía. Piazzolla vino muchas veces también.
¿Cómo fue su relación con Atahualpa?
Bueno, yo lo conocía de Córdoba, por supuesto. Del Cerro Colorado. Y acá nos seguíamos viendo, dos o tres veces por año comíamos juntos. A veces íbamos a un restaurante que está por Alésia, donde él vivía en París.
¿Y las charlas con él cómo eran?
Siempre estaba Córdoba presente. Oíme, como cuando te encontrás con un cordobés, ¡y él era más cordobés que los yuyos! Además, el viejo tenía unos cuentos de la vieja sociedad cordobesa, que a él lo cobijó en un determinado momento, que eran para matarse de risa. Te podías quedar horas. Y esos chistes me los tenía que hacer a mí y no a otros, porque era yo el que conocía la traducción.
¿Cómo conoció a Piazzolla?
Fue porque él iba caminando por la Concorde en París, y dos chicos que paraban en mi casa estaban dando vueltas en un autito y lo vieron. Se pararon y le gritaron: “¡Piazzolla!”. Acá nadie lo conocía. Le dieron la dirección, se vino al taller, nos comimos un asadito y nos empezamos a ver muy seguido. Eso fue en los 60 también. Él fue uno de los argentinos a los que en Francia se conoció bien, junto con la Mecha Sosa y el viejo Atahualpa.
IS
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