Selva Almada: “Laiseca fue un escritor ilimitado en su capacidad de creación y difícil de encasillar”
![La escritora Selva Almada es una de las discípulas de Alberto Laiseca. Con cuatro colegas acaba de publicar una biografía coral del autor de "Los sorias".](https://static.eldiario.es/clip/88283109-412c-499d-b18b-c665c870949d_16-9-discover-aspect-ratio_default_1111169.jpg)
“Decía que nunca había tenido un alumno tan mal escritor como él cuando empezó a escribir. Quizá por eso su método era una pedagogía amorosa: sacar del peor relato algo bueno para decirle al autor, estimularlo, generar una relación de confianza que con el tiempo, permitiría avanzar más profundamente en los problemas del texto. Siempre decía: el que se queda, gana”. Con esas palabras, que quedaron plasmadas en el prólogo de un libro póstumo de Alberto Laiseca, definió la escritora Selva Almada la particular mecánica que el autor de Los sorias desplegaba en sus míticos talleres literarios.
Algunos se quedaron durante años, como la propia Almada, y siguieron al escritor primero en el Centro Cultural Rojas, de Buenos Aires, y más adelante en los encuentros semanales de lectura y escritura que ofrecía en sus distintos domicilios. De hecho ella misma llevó al taller los borradores de lo que serían luego sus reconocidos libros El viento que arrasa, Ladrilleros o Chicas muertas. Varios se convirtieron en discípulos de Lai, como lo llaman con cariño, y, hacia el final de su vida, en personas de su confianza que lo visitaban, lo acompañaban a algunas actividades públicas y hasta lo ayudaban con algunas gestiones domésticas.
Alberto Laiseca murió en diciembre de 2016 y algunos de los asistentes a los talleres siguieron en contacto entre ellos y con Julieta Laiseca, la hija. De esa unión surgió, en 2023, Hybris, una recopilación de textos desperdigados –entre otros las novelas Sindicalia y La puerta del viento– que rescataron entre los papeles personales del escritor y que publicó Random House. Fue a partir de ese trabajo que surgió, poco después, la idea de intentar hacer un retrato colectivo del hombre al que admiraban. Así surgió el flamante Laiseca, el Maestro (Random House, 2025), un retrato íntimo y colectivo a cargo de Rusi Millán Pastori, Guillermo Naveira, Sebastián Pandolfelli, Natalia Rodríguez Simón y la propia Selva Almada. La publicación está firmada por Chanchín, que era el apodo que el escritor usaba, indistintamente, con sucesivos alumnos.
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“Los cinco fuimos al taller en distintos momentos y ahí nos hicimos amigos. En principio esto de contar la vida de Lai, de volver sobre su figura, nos pareció un proyecto divertido y una buena excusa para vernos periódicamente. La intención siempre fue la de un libro coral. Así que cuando nos pusimos a charlar y bocetar algunas cosas llegamos a la idea de buscar una voz común para el relato, que es la que llamamos Chanchín”, cuenta la escritora ante elDiarioAR.
Dividido en seis capítulos que a su vez están compuestos por varios fragmentos, Laseca, el Maestre es una biografía inusual, una sucesión de postales. Hay un Laiseca niño que lee a Edgar Allan Poe a escondidas, mientras teme al monstruo que vive debajo de su cama y también a su padre; otro que vive en pensiones cuando deja su pueblo para irse a estudiar; otro que se escapa del mandato y huye a Buenos Aires; otro que le escribe al presidente estadounidense Lyndon Johnson para ofrecerse como voluntario para combatir en Vietnam; otro que, mientras pulula por trabajos precarios, intenta acercarse a los escritores que se reúnen en algunos bares porteños; otro que escribe rabiosamente a mano en cada papel que va encontrando; otro que se enamora de mujeres encantadoras, otro que se enloquece con lo esotérico; otro que, finalmente, consigue publicar Los sorias, su novela más emblemática; otro que lee cuentos de terror en un canal de cable y es reconocido por la calle.
El relato está armado a partir de una investigación de los autores entre archivos, entrevistas a distintas personas que lo conocieron, sus propias vivencias con él y también una lectura profusa de la obra de Laiseca.
También es singular el formato: en el libro se suceden distintas capas. Por un lado hay flashbacks al pasado del escritor, a su infancia, al momento en el que se va de la casa familiar o cuando se escapa para ir a trabajar como una especie de jornalero a Mendoza. Y también hay un presente del relato, que es el de él ya como escritor acompañado por alguno de sus discípulos.
–¿Cómo surgió la decisión de armar de esta manera particular el retrato?
–Fue una búsqueda que nos planteamos cuando pensamos en la estructura. Sabíamos que queríamos hacer un relato de vida y que eso obviamente nos llevaba a pensar en ciertas pautas. Así que lo primero que hicimos fue armar una cronología de manera bastante clásica, para ver qué épocas no nos podían faltar. Pero claro, íbamos a pensar a partir de eso en encontrar una vueltita novedosa. Ahí fue muy iluminador el papel de Rusi Millán Pastori, porque él viene del mundo del cine. De hecho hizo un documental sobre los talleres de Lai y su cabeza piensa no solo desde la literatura sino también desde lo audiovisual. Entonces, con esa mirada entrenada en la edición, en el montaje, apareció esta estructura: cada capítulo empieza con una escena de cierto presente y después se va para atrás. Porque, como cualquier presente, tenía que tener sus fracturas para poder contar esta vida.
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–En ese sentido, es muy impactante la reconstrucción que hacen del rol del padre de Laiseca, alguien que lo crió casi solo porque la madre murió cuando él era muy chico. Una persona sobre la que pareciera que él, incluso siendo muy grande, vuelve con frecuencia.
–Con Lai pasaba que vos lo veías con ese corpachón gigante pero, en el fondo, nunca dejó de ser ese nene al que se le murió la mamá cuando tenía tres años. Era muy impactante ver cómo él no había podido despegar nunca de esa figura de huerfanito y del peso de ese padre. En ese sentido quisimos poner en el libro varias citas de su obra que lo tienen como protagonista. Esto pasa mucho con Laiseca, tal vez con otros autores no es tan evidente. Pero en él la vida es una continuación de la obra o, de alguna manera, la obra se va mezclando con la vida. También entrevistamos a muchas personas que lo conocieron, que escucharon distintos relatos que él hacía de su infancia o su intimidad familiar.
–En una de las escenas hacia el final del libro, una enfermera, al ver que lo visitaban muchos jóvenes de algún modo fervorosos, le dice a Laiseca que es “como una religión”. Como parte de la religión, para citar a Charly García, ¿cómo fue para ustedes escribir sobre alguien con quien tuvieron tanta proximidad?
–Los cinco que escribimos el libro tuvimos durante muchos años una relación muy cercana con él. Sobre todo los últimos años, cuando él tenía más dificultades para ir hacia las cosas del mundo exterior, digamos. Entonces se apoyaba mucho en nosotros y en su hija, Julieta. Pero a mí, por ejemplo, me tocó conocerlo en una etapa más esplendorosa, cuando tenía muchísimos talleres, ya era reconocido como un escritor y maestro y tenía una compañera de vida, Graciela (Scheines), con la que armaban una pareja muy simbiótica y muy para adelante. Después, por supuesto, también estuve cerca de él en los últimos años, con sus problemas de salud y con el alcohol. Los cinco vimos esta especie de arco narrativo que se formaba con su vida y, sin faltarle respeto a la figura y por el cariño y la admiración que le tenemos, queríamos contarla. Pero había que mostrar también debilidades y oscuridades. O miserias. Y también su grandeza con la mayor cantidad de matices posible. Algo que, de hecho, era lo que él nos enseñaba en sus talleres. Siempre repetía eso de que cuando construís un personaje, ese personaje tiene que tener matiz. Tiene que tener claroscuros, no puede ser plano.
Laiseca nunca dejó de ser ese nene al que se le murió la mamá cuando tenía tres años. Era muy impactante ver cómo él no había podido despegar nunca de esa figura de huerfanito y del peso de ese padre.
–En tu caso, ¿cuándo comienza tu vínculo con él?
–Yo lo conocí en el Rojas, empecé a ir a sus talleres ahí a finales de los ‘90. Algo bastante curioso es que no lo había leído. Acababa de mudarme desde Paraná a Buenos Aires y era amiga de Rusi (Millán Pastori). Él sí había leído La hija de Keops y estaba fascinado con Lai. Me preguntó si yo lo conocía, si lo había leído y yo no tenía idea, pero después me anoté. A los talleres del Rojas en esa época iba muchísima gente entonces era bastante difícil trabajar un texto particular. Se podía escribir poco ahí. Como yo quise seguir trabajando con más profundidad en textos más largos le pregunté y me dijo que daba talleres en su casa con grupos más chicos. Eran de cinco u ocho personas. Empecé a ir a su casa en San Telmo. Después, por cuestiones de horarios y trabajo, fui sola un tiempo hasta que conocí a Alejandra Zina ahí e íbamos las dos juntas. Se armó en ese momento una relación más cercana con él, que siguió hasta el final. En el momento de éxito del programa de I-Sat donde leía los cuentos lo ayudábamos un poco porque él no usaba computadora y siempre tenía una relación rara con el dinero. Yo le decía: “Usted tiene que cobrar más”, por ejemplo. Le llegamos a abrir una cuenta de correo electrónico y yo la gestionaba. También le armamos unos ciclos de lectura de cuentos en vivo para que tuviera algún ingreso más.
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–¿Y qué pasaba con tus textos? ¿Te hacía devoluciones? ¿Cómo eran?
–Sí, él conmigo y en general tenía un método que yo siempre digo que es como de una pedagogía muy amorosa. Para vos como aspirante a escritor o escritora, digamos, eso te requería de una paciencia muy grande. Yo lo veía en otros que iban, había en general gente que quería resolver rápido, incluso buscando la crítica de los demás. Y Lai era todo lo contrario, tenía otros tiempos, como la escritura. Entonces, en el primer tiempo, en general él siempre encontraba algo en los textos que llevábamos, se concentraba en los hallazgos de tu texto para permitirte seguir avanzando. Recién cuando él sentía que se generaba una confianza con el otro por ahí empezaba a marcar algunos aspectos fallidos. Pero siempre partía de estimular a partir de algo que él destacaba: una imagen, un personaje. Todo era para que siguiéramos escribiendo. Con el tiempo vi en esto también su generosidad. Porque es algo muy difícil eso de encontrarle un buen punto a un material. Me ha pasado a mí, incluso, dando talleres. Es muy difícil poder mirar el texto de alguien que de repente no tiene nada que ver con lo que vos escribís, y así y todo poder acompañar. Es muy impresionante ver que Gabriela Cabezón Cámara, Leo Oyola, Alejandra Zina y tantos otros que pasamos por ahí escribimos cosas muy distintas.
–Si le tuvieras que explicar a un lector actual qué representa la obra de Laiseca para la literatura argentina, ¿qué le dirías?
–Es uno de los autores más originales que tenemos en la literatura argentina. Él funda un universo que realmente no lo tiene otro autor. Y es tan particular en lo que hizo que es muy difícil de imitar. Un tipo hipertalentoso, muy creativo. Creo que Laiseca fue un escritor ilimitado en su capacidad de creación y difícil de encasillar. Incluso con la vida que tenía, con todo lo que arrastraba por la relación con su padre y la pérdida de su madre, nada lo limitaba porque escribía desde la absoluta libertad. A mí además siempre me gustó su delirio, tiene mucho humor su obra, por eso es tan difícil de encasillar dentro de una tradición, también. Es alguien que se funda a sí mismo de alguna manera.
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Planes para 2025
Finalista en 2024 del prestigioso premio Booker internacional por la traducción de su novela No es un río (Not a River), publicada originalmente en español por el sello Random House y convertida al inglés por la traductora Annie McDermott para la editorial Charco Press, Selva Almada tiene por delante un año con la publicación de dos libros: la reedición de una serie de relatos dedicados al público juvenil y la salida de su próxima novela.
“En marzo sale la reedición de un libro de cuentos, que publicamos con mi hermana que es ilustradora, en la editorial de la provincia de Entre Ríos para las bibliotecas de las escuelas. Ahora lo publica Sudamericana Juvenil y me pone muy contenta que ese libro circule más. Apunta a chicos y adolescentes entre 12 y 15 años, pero creo que lo pueden leer adultos. Y ahora mismo estoy trabajando en una novela que seguramente también se va a publicar este año”.
–Hablando con otros escritores, algunos me decían que les estaba costando concentrarse en la escritura mientras en la Argentina todos los días hay noticias preocupantes en materia económica y política. ¿Cómo lo vivís vos?
–La verdad es que es bastante difícil. Yo estoy mirando todo el tiempo el teléfono y es complicado no enroscarte con cada noticia tremenda que aparece. Se abren todo el tiempo frentes espantosos, ya sea con declaraciones del gobierno o de los funcionarios. Y lo primero que por ahí te pasa es que te da ganas de salir a decir algo de inmediato. A la vez, creo que por una cuestión ya casi estratégica, creo que uno debería intentar no prestar tanta atención a tanta barbaridad que se dice a cada rato porque si no es como es un enrosque permanente. Un enojo también. Y creo que es una pena, algo miserable, que te saque tanta energía todo esto. Entonces, sí, es difícil escribir en este contexto, pero también siento que cuando estoy trabajando, ya sea escribiendo o pensando cosas, armando proyectos para hacer este año en mi librería Salvaje Federal o hablando del libro de Lai, hay un intento por exorcizar todos los los bombardeos del presente. Un presente terrible y tan incierto, tan lleno de falsedades y mentiras que la mayoría del tiempo me horroriza.
AL/JJD
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