La traductora que pide audios a sus autores: “Es para tener su voz en la cabeza”
A veces, su respiración se alteraba y necesitaba tomar más aire de lo normal. Entonces inhalaba todo lo que podía, y exhalaba con un sonido áspero y grave, tan extraño que nunca terminaría de asimilar como propio
El cuento Respiración cavernaria, de Samanta Schweblin, llegó a manos de la traductora estadounidense Megan McDowell. Le fascinaba el sonido de la respiración, un elemento clave del texto, pero le costaba describirlo. “A mí me gusta mucho tratar de tener toda la información en mi cabeza que tiene el escritor al escribir. Samanta obviamente tenía ese sonido en su cabeza y yo no lo tenía. Me preguntaba ¿cómo es ese silbido?”.
Megan McDowell nació en Estados Unidos pero vive en Chile. Es la traductora al inglés de los libros Siete casas vacías, Kentukis y Pájaros en la boca. También de novelas de Mariana Enriquez (Los peligros de fumar en la cama, Nuestra parte de noche, Las cosas que perdimos en el fuego), de Diego Zúñiga, Carlos Fonseca y Alejandro Zambra. Sus traducciones han ganado el premio English PEN y el Premio Valle-Inclán, y fue nominada tres veces al International Booker Prize.
Este mes, la National Book Foundation anunció que Seven Empty Houses (Siete casas vacías), incluso antes de publicarse en inglés, se convirtió en finalista en la categoría Literatura traducida del National Book Award, uno de los premios literarios más prestigiosos de Estados Unidos.
En su paso por Nueva York, dialogó con eldiarioAR sobre su vínculo con las escritoras Samanta Schweblin y Mariana Enríquez, los audios que pide a los autores que no conoce, los inicios con Alejandro Zambra, el amor por Cortázar y cómo la traducción es también una edición al punto tal que, en la novela Kentukis, decidió nombrar a un personaje al que Schweblin sólo había nombrado como “ella”.
¿Cómo es el vínculo con Samanta Schweblin y Mariana Enríquez? ¿Cómo es el día a día? ¿Qué tipo de preguntas les hacés?
El día a día es mucho trabajo solitario. Primero hago un borrador que es como automático, lo hago muy rápido. Y luego vuelvo a leer el texto y en eso paso la mayoría de mi tiempo, como leyendo, releyendo, haciendo investigación, leyendo en voz alta, comparando con el español. Y ahí al final tengo como un listado de preguntas y empiezo a mandar mis preguntas. Ni Mariana ni Samanta leen la traducción, solo responden a mis preguntas. Pero las dos responden al tiro y son muy generosas con su tiempo.
Hago preguntas sobre las motivaciones de los personajes, por qué hacen tal cosa, qué está pensando aquí en este momento. Ese tipo de preguntas se las hago bastante a Samanta. Aunque haya mucha ambigüedad y trato de mantener esa ambigüedad, yo quiero saber lo que ella sabe. Entonces incluso si no llega a la página hago ese tipo de preguntas. Hay mucho que está abierto, pero a veces siento que debería entenderlo.
Con Mariana con Nuestra parte de la noche sí tenía muchas preguntas. Eran más que nada prácticas, como descripciones de casas, planos. Hay mucho detalle, y hay muchas referencias a la mitología guaraní, a cosas que no son tan accesibles por internet.
Hay un momento en que un personaje levanta el brazo. En una conversación de Gaspar con Esteban al lado del río. Yo le pregunté a Mariana: ¿Por qué hace esto? Porque pensé, bueno, si se toma el tiempo para decirnos que levanta la mano hay una razón. Y Mariana me dijo: No sé. Y lo saqué. Es un momento muy pequeño, pero son las cosas que me fijo. Siempre estoy pensando por qué, por qué, por qué.
¿Puede ser la traducción una especie de edición también?
Sí. Sí, totalmente. Así lo pienso yo.
En Kentukis nombraste a un personaje que no tenía nombre. ¿Cómo fue eso? ¿Por qué decidiste que ese personaje tenía que tener un nombre? ¿Y cómo fue el diálogo con Samanta?
Bueno, es que esto me ha pasado varias veces. En español puedes tener toda una frase y el sujeto va con el verbo. No tienes que decir: Ella fue a la puerta. Puedes decir: Salió a la calle. Pero en inglés no se puede hacer. Siempre necesitas al sujeto. Entonces, en esa parte esa mujer a veces era la mujer y otras veces era una “ella”, era la única “ella”. Pero en inglés habían varias “she”.
Entonces en inglés el resultado fue que tenía muchas “she” y se referían a muchas personas. A veces sentía que no era claro. También, y creo que esto es más importante, en español se refería como “la mujer” y en inglés sentía que tanta repetición de “the women” chocaba un poco. Y ella fue un personaje importante.
Entonces sentía que había que ponerle un nombre. Samanta estaba muy de acuerdo. Y le sugerí varios nombres. Busqué algo que tuviera sentido, un nombre de alguien noruego.
El amor por Cortázar y sus inicios con Zambra
¿Cómo empezó tu vínculo con la traducción? ¿Por qué decidiste que traducirías literatura?
Empecé como lectora. Desde niña siempre me ha gustado mucho leer y es lo que me obsesionaba. Entonces creo que siempre sabía que quería hacer algo con la literatura. Eso fue lo primero.
Estudié letras inglesas en la universidad, pero me di cuenta en algún momento que los libros que leía en mi tiempo libre casi siempre eran de traducción. Quizás es problemático pensar en la literatura traducida como un género en sí, pero así lo pensaba. Me gustaba todo lo que venía de fuera, como que para mí tenía más misterio, me intrigaba, tenía mucha curiosidad. Entonces pensé que quería trabajar con este tipo de literatura, pero como editora. Y cuando salí de la universidad me pasé un año haciendo un fellowship en una editorial que es básicamente una pasantía pagada. Yo quería seguir trabajando ahí, pero no me contrataron. Y la razón fue porque no sabía otro idioma.
¿Hasta ahí sabías hablar solamente inglés?
Claro. Y ellos querían una editora que pudiera tener por lo menos un idioma más y que recomendara libros, etcétera. Entonces yo decidí aprender otro idioma y elegí el español porque a mí me fascinaba la literatura de América Latina. Cortázar fue mi escritor favorito y me gustaba la música.
En un principio pensé irme a Argentina porque me encantaba Cortázar, pero tenía un amigo que había vivido en Chile y me convenció. Y se convirtió en mi sueño regresar a Chile. Entonces eso hice. Aprendí español, empecé a trabajar con la traducción, pero en una empresa de embarcaciones británica y traducía cosas legales, más técnicas, incluso informes científicos. Pero siempre me interesaba la literatura. Entonces volví a Estados Unidos e hice un magíster y ahí en mi taller de traducción empecé a traducir a Zambra. Salí de este programa después de dos años y casi al tiro se publicó mi traducción de La vida privada de los árboles. Tuve mucha suerte en ese sentido.
Nombrabas a Cortázar. ¿Él es el origen de tu amor por la literatura de América Latina?
Yo creo que sí, que ahí empezó todo. Llegué a Cortázar por una amiga de la universidad que creo era de Rusia y fue ella la que me recomendó Cortázar. Compré un ejemplar de Rayuela y me encantó. Me abrió muchos horizontes. Empecé a leer muchos de los libros que cita. Y empecé a conocer autores franceses y otros de América Latina. Yo siempre vuelvo a ese libro y Gregory Rabassa, que es el traductor de Rayuela, es como mi héroe. Esa traducción es maravillosa.
¿Cómo se traduce un sonido?
En la presentación de Seven Empty Houses en la Universidad de Columbia comentabas que no traducís solo palabras, sino sonidos. ¿Cómo se traduce un sonido?
Hay un sonido que es muy importante de un cuento que en español el título es La respiración cavernaria, y se describe mucho ese sonido. En algunas partes se describe como un silbido, en otras es como más cavernaria, más grave. Y me gustaba escuchar ese sonido. También me costaba describirlo porque a mí me gusta mucho tratar de tener toda la información en mi cabeza que tiene el escritor al escribir. Samanta obviamente tenía ese sonido en su cabeza y yo no lo tenía. Me preguntaba ¿cómo es ese silbido?
Al final me mandó el sonido. Ella no sabe silbar, pero me lo mandó. Y ahí se me hizo mucho más fácil describirlo. No es exactamente traducir el sonido, pero es la descripción de un sonido. Es la diferencia entre traducir una palabra por otra palabra, porque si la palabra es grave, puedo decir deep. Pero quería tener un referente de esas palabras.
¿Cuándo fue que te diste cuenta que necesitabas la voz de los autores y las autoras que traducías y empezaste a pedirles que te manden audios?
Con Samanta fue más natural: empezamos a intercambiar audios porque ya somos amigas, pero creo que fue cuando empecé a traducir a Daniel Mella, un escritor uruguayo. Hice un borrador de su libro y ahí empecé a hacerle preguntas. Y me dijo: hablemos por Zoom. Eso hicimos y me empezó a mandar audios. En ese momento fue que me di cuenta que se me hizo mucho más fácil. Y no fue solamente sus respuestas a mis preguntas: fue el hecho de haber conversado con él, de haber escuchado su voz. Me sentía mucho más segura.
Era como que entendía un poco mejor su forma de pensar y su forma de expresarse. Era como tener su voz en mi cabeza. Cuando me sentaba a leer de repente había cosas que no me sonaban bien, que me sonaban como impostadas. Y ahora que tenía su voz en mi cabeza podía ir suavizando, como masajeando su texto en inglés y no era solamente corregir las cosas que no entendía, era cambiar un poco todo el texto.
Traducir a más mujeres
En una entrevista que te hacían en Texas decías que en un momento habías decidido empezar a traducir a más autoras. ¿Por qué?
Esto fue hace muchos años y no había traducido mucha gente. Estaba traduciendo a Alejandro (Zambra). Había traducido un libro de Arturo Fontaine y había salido un libro de Diego Zúñiga. No pensaba tanto en el género de mis escritores, pero me di cuenta, creo que era el mismo en que todos estábamos dándonos cuenta, que se publicaban demasiados hombres y no suficientes mujeres.
Era como hacer un switch pero no fue como si saliera al mundo en búsqueda de mujeres, porque las mujeres están ahí. Empecé con Dina Meruane. Lo que sí hice fue mover ese libro, porque ella me mandó su libro y me gustó mucho. Decidí que quería traducirlo, y eso fue antes de encontrar una editorial. Entonces escribí un informe de lectura, traduje algunas reseñas, hice una muestra. Tuve como un dossier sobre el libro y empecé a mandar eso a editores y creo que es la única vez en la que he hecho esto.
Por fuera de tu rol de traductora.
Claro. Y me gusta mucho. Porque este es como un poco el trabajo de un agente. Yo creo que hay muchos traductores que hacen esa pega. Creo que los editores un poco confían en los traductores. Nadie nos paga por esa pega. Se puede confiar más en nosotros porque amamos ese libro.
Un trabajo solitario
¿Qué significa para vos ser finalista del National Book Award y los premios en general?
Significa mucho para mí. Y este fue una sorpresa porque el libro ni siquiera había salido. No sabía que fuera una posibilidad. Entonces, cuando lo anunciaron, fue una sorpresa muy grata. Lo importante es que da mucha visibilidad al libro. Y también es entretenido. Somos gente de libro, me paso mucho tiempo en mi estudio con el computador. Es algo muy solitario a veces. Entonces te invitan a una gala para celebrar tu trabajo y como que ya bueno, hay gente prestando atención. Da lo mismo ganar o no ganar.
¿Cuánto te lleva la traducción: depende de la extensión del libro o de la complejidad?
Depende de las dos cosas. Y te puedo decir con exactitud. Yo también tenía curiosidad. Ahora tengo una app y cuando me siento a traducir o trabajar en un libro, pongo el cronómetro, si me levanto a ir al baño o a buscar un café lo paro.
Te puedo decir exactamente cuántas horas me demoré en la traducción. Nuestra parte de la noche demoré casi 600 horas. Era bastante, pero no tanto, pensé que sería más.
Ha sido un ejercicio interesante porque me doy cuenta cuántas horas puedo trabajar en un día. El día laboral son ocho horas, pero es imposible. Ese libro fue una hora la página más o menos.
Traductora, editora y la libertad
Decías en Columbia que con Distancia de rescate y Kentukis fue muy distinta la traducción porque en el primero vos no conocías a Samanta y en el otro sí. ¿Qué preguntas no te animaste a hacerle en Distancia de rescate?
Esa es una buena pregunta, como que casi tendría que releer a Fever Dream ahora con esta pregunta. Quizás ahora que tengo solo su voz en mi cabeza algo cambiaría. No sé.
¿Volvés a leer tus traducciones?
A veces, más que nada cuando tengo que hacer una lectura. Ahora voy a hacer un curso en Columbia y voy a usar cuentos de Mariana y de Samanta. Estoy releyendo algunos cuentos. Soy como escritora en este sentido porque no soy capaz de leer una traducción sin querer cambiar algo.
A eso iba mi pregunta. Es como la obsesión de decir: No, esto tendría que haberlo hecho distinto. ¿Eso te pasa?
Eso me pasa. Y ahora con los libros de Alejandro (Zambra) ha sido muy interesante porque están publicando sus libros viejos. Estoy volviendo a leer La vida privada de los árboles, que fue mi primera traducción. Hice muchos cambios, pero también hay algunas partes que pienso: bien hecho, Megan del pasado.
Es interesante porque una ve cómo cambia. Sí, he encontrado errores. Pero más que errores es un tono. Es algo sutil. Pero yo creo que voy a poder hacer eso en toda mi carrera En diez años voy a volver a leer Nuestra parte de la noche en traducción y voy a querer cambiar muchas cosas, me imagino.
Además de traductora, ¿sos escritora también en inglés?
La respuesta corta es que no, no soy escritora. Pero la respuesta larga es que sí.
Quiero hacer otra cosa. Llevo como una década traduciendo muchos libros y siempre tengo fechas de entrega que no cumplo pero las tengo muy presentes y trato de cumplir y no tengo mucho tiempo para proyectos propios. Pero sí tengo esa ansiedad de intentar otra cosa.
Empecé a escribir un guión de cine el año pasado pero no tuve tiempo de seguirlo. Estoy siempre preguntándome dónde va a ir mi cabeza cuando no tenga estas fechas de entrega. Trato de hacer demasiado. Creo que hago demasiado. Y mi gran temor es que la calidad va a sufrir. Pero mi problema, que no es un problema, es que me ofrecen muy buenos libros. Me encanta lo que hago. Pero no quiero sufrir un burn out. No voy a dejar la traducción del todo. Quiero tener la libertad para ver hacia dónde va mi mente.
RM/SH
0