El cinco de espadas de Massa
Incluso los más escépticos y científicos, quienes tratamos de aferrarnos a la razón antes que a las supersticiones, nos tomamos licencia durante el Mundial. Todos repetimos alguna fórmula ganadora que había funcionado en los partidos anteriores y, a nuestra manera, aportamos a esa conquista inolvidable. Hay un hecho en la historia de la selección que pone en jaque cualquier tipo de apelación iluminista y resulta inexplicable para nosotros, los no creyentes: el cinco de copas de Lionel Messi.
Sergio Massa, asentado en el rol de ministro que tanto le costó conseguir, no cuenta con el destino escrito, ni la suerte echada. Sus decisiones (siempre compartidas con el FMI) serán determinantes para nuestro futuro, pero si las cartas volviesen a dar en el clavo es probable que le toque un cinco de espadas, simbolizando las grandes amenazas que pendulan sobre la economía argentina.
La primera enmarca a todas las demás y es un escenario muy delicado a nivel internacional, que transita entre la guerra y sus consecuencias y el enfriamiento de la economía mundial. Este último es ya un hecho y no son pocos los que se animan a advertir acerca de la inminente recesión global, retrayendo la demanda pero con un alto precio de la energía que probablemente seguiremos importando el próximo invierno.
Por si fuera poco, es una tendencia que convive con la inflación mundial más alta en cuatro décadas y que ha llevado a un aumento de las tasas de interés tanto en Estados Unidos como en Europa, profundizando el retraimiento económico y, con él, la posibilidad de una caída del precio de las materias primas que Argentina exporta.
La segunda espada también viene por el lado de las exportaciones y está asociada a las consecuencias de la sequía. Es imposible calcular cuán afectada quedará la cosecha y deducir de allí las tensiones que podrían aparecer en el frente cambiario. Es lógico que en una economía donde el 85% de las divisas provienen de las exportaciones una menor cantidad de dólares del campo signifique una fuerte presión devaluatoria. En 2023 comenzarán a pagarse además los vencimientos de la deuda reestructurada en 2020 y, a diferencia de este año, el FMI demandará más dólares de los que ingresara al BCRA.
La escasez de dólares ya se hace sentir fuerte en la industria en la medida en que se restringen las importaciones de algunos insumos generando una profundizando de la recesión y potenciando la inflación por el aumento de los productos importados. Sin acceso al dólar oficial, se acude al CCL o a dólares propios, algo que ya reflejo el índice de precios mayorista de noviembre con un aumento de 8% en los productos importados, algo que indirectamente llegará a las góndolas.
La tercera de las grandes dificultades que nos acechan y que podrían potencialmente desatar los alambres que sostienen a la economía argentina es la deuda en pesos, más subestimada que Scaloni en sus comienzos. Para ser precisos, se trata de dos problemas distintos englobados en el mismo concepto: no es lo mismo la deuda en pesos del tesoro, que la deuda en pesos del BCRA, ambas de consumo problemático.
El Tesoro necesita financiarse mediante la absorción de los pesos que ya existen para no depender de la emisión. Acumula vencimientos verdaderamente importantes los primeros meses del año que, a pesar de estar en un 60% en manos de organismos del Estado, son cada vez más difíciles de renovar ya que nadie quiere prestar para después de las elecciones. El desarme de esos títulos terminaría con más presión sobre el dólar y una menor cantidad de reservas significaría menor poder de fuego para combatir o convalidar ese corrimiento.
Por el otro, el BCRA acumula una deuda enorme. Los pasivos remunerados (Leliqs y pases) representan más del doble de la base monetaria, $ El mecanismo es sencillo: frente a cada vencimiento de letras, el Banco Central absorbe tanto la deuda vieja como los intereses a pagar que se generan acumulando un pasivo cada vez mayor y de características explosivas.
Es difícil subestimar esta cuestión: la deuda pública entre pesos y dólares (sin contar al BCRA) alcanzó según la Secretaría de Finanzas un nuevo récord de 384.688 millones de dólares, calculando el pasivo en moneda doméstica al tipo de cambio oficial. El mismo informe destaca que en los últimos doce meses los incrementos fueron por el equivalente a US$ 30.320 millones, siendo mayormente deuda en pesos atada a la inflación.
El cuarto problema, entonces, es que la inflación más alta en los últimos treinta años no solo destroza el poder adquisitivo de los pesificados de siempre, sino que además aumenta peligrosamente la deuda del Tesoro. Más allá del entusiasmo que se respira con facilidad en el quinto piso del ministerio, el panorama en esta materia no es promisorio. Las consultoras se debaten en sus proyecciones, pero el promedio de inflación que calcula el BCRA se coloca en el orden del 96,6% para 2023.
El aumento sostenido de los precios se coloca desde hace años como el principal padecimiento para los sectores trabajadores que en casi todos los casos viven hoy peor que en diciembre de 2019, al asumir el FDT. Esto se explica por la caída del salario real que si bien se acerca a los de finales del macrismo para el sector registrado, cae notablemente para los no registrados.
Digamos todo: empardar con los finales de Macri no debería significar un logro para ningún gobierno, ya que durante ese proceso el salario había caído alrededor de un 20% desde los picos de 2017. Asimismo, que un sector empate y el otro pierda tampoco puede ser consuelo de nadie, ya que los datos del INDEC muestran cómo la recuperación del empleo estuvo basado en el trabajo informal y precario.
La quinta espada de Damocles que yace sobre la economía argentina es ni más ni menos que el ajuste fiscal, tan vox populi como naturalizado. El acuerdo con el FMI le trazó al gobierno un camino de reducción del déficit y el flamante ministro de economía viene haciendo la tarea con un rigor pocas veces visto. Aunque el Fondo apriete y no ahorque, la clave está en qué ítems son los que se deciden achicar y quiénes son las victimas de esa reducción presupuestaria.
Si miramos los datos de noviembre, notaremos que para llegar a la meta el gasto primario real cayó nada menos que 27,7% respecto del año pasado, superando los cuatro meses anteriores en los cuales también se redujo el gasto real. Las partidas elegidas son las menos indicadas: las prestaciones sociales, las jubilaciones y las pensiones cayeron ese mes 4,4% y las asignaciones familiares, 14,7% descontada la inflación.
De esta manera, con una inflación galopante y un ajuste en marcha, no debería de sorprender el aumento de la pobreza ni que la resaca mundialista traiga reclamos populares. En este contexto es difícil pensar en una situación política y económica tranquila durante el año electoral, porque aunque el ministro no juegue a las cartas, tiene cinco espadas apuntándole.
GL
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