Del “Macrocidio” al “Macricidio”, o la eterna discusión a los gritos sobre cuándo se jodió la Argentina
En su discurso inaugural del año legislativo, el presidente Alberto Fernández puso el pie en el acelerador de la carrera electoral. Quedó en evidencia que la prioridad del Gobierno ya no es, como en octubre pasado -cuando la brecha cambiaria se escapaba por encima del 130%-, un acuerdo con el FMI que ayude a estabilizar la macroeconomía. Mas bien, ya casi transitados los meses hasta la salida de una nueva cosecha bendecida por una soja en US$520 la tonelada y una brecha cambiaria contenida en 65%, la prioridad consiste en usar la retórica contra el organismo como caballito de batalla de cara a la elección. Una vez más, después de octubre vemos.
El anuncio de que se avanzaría en una querella contra Macri y sus funcionarios inició una guerra de números sobre el endeudamiento y la fuga de capitales, buscando culpables a uno y otro lado de la grieta.
Lo patético de la situación es que esa fuga ha sido una constante en los últimos quince años en un país que, a diferencia del resto de la región, no aprovechó el contexto global y la baja inercia inflacionaria que había dejado la convertibilidad para construir una moneda. Un país en el que, desde 2012 -cuando la economía perdió el superávit de las cuentas externas (el fiscal se había perdido en 2009 y en 2015 había llegado a un déficit primario de 3,8% del PIB)-, el “desendeudamiento kirchnerista” y el “endeudamiento macrista” convivieron ambos contra un deterioro creciente del balance del Banco Central (BCRA).
Desde 2006 a la fecha, la formación de activos externos totalizó USD180.000 millones, casi medio PIB y cinco veces el tamaño del crédito en los bancos. La contracara fue un estancamiento crónico de la economía a partir de 2012 -cuando la Argentina perdió el superávit en la cuenta corriente- y hasta principios de 2018 -cuando el corte al crédito, y un programa con el FMI (que no sirvió para estabilizar) pusieron a la economía en recesión-.
Con datos del BCRA, la formación de activos externos alcanzó a:
- USD12.000 millones por año entre 2006 y 2009. En rigor, la mayor salida se dio en 2008/2009 primero con la crisis con el campo y más tarde con la crisis subprime.
- USD16.000 millones por año entre 2010 y 2011. Años que caracterizamos desde el estudio como de “macrocidio” donde para ganar las elecciones se convalidó una suba del salario en dólares del 50% en dos años que terminó por dinamitar el superávit de la cuenta corriente e implosionar “el modelo”.
- USD3.600 millones por año entre 2012 y 2015 cuando se impuso el cepo. Cepo que convivió con una corrección cambiaria en el medio (en 2014 después de la elección de medio término) y una grosera venta de futuros de dólares por parte del BCRA en 2015 (USD17.000 millones en contratos)
- USD16.000 millones por año entre 2016 y 2017. En rigor cerca de la mitad de esta salida era intra sistema, a través de la compra de Letras en dólares al Tesoro y aumento en los depósitos en dólares de los bancos. El aumento en el endeudamiento en estos años permitió recomponer las reservas del BCRA, aunque a costa de un aumento en pasivos remunerados (las Lebacs) que llegaron a alcanzar en 2017 casi 12% del PIB. Las reservas netas pasaron de prácticamente cero en 2015 a USD36.000 millones a fines de 2017. En 2017 para ganar la elección, el déficit de la cuenta corriente subió de USD15.000 a USD30.000 millones, y en un contexto donde se habían sacado todos los controles de capitales -no sólo el cepo-, una tercera parte se financió con inversiones de muy corto plazo. Si al 2011 lo llamamos “Macrocidio”, esto podía llamarse “Macricidio”.
- USD27.000 millones por año entre 2018 y 2019. La contracara de la devaluación en cuotas convivió con una pérdida de las reservas netas acumuladas. Al cambio de gobierno sólo quedaban USD10.000 millones, una licuación (y cancelación con reservas) de los pasivos remunerados que volvieron a 4,5% del PIB y un ajuste de la macroeconomía por las malas.
En 2020, nuevo cepo mediante, la formación de activos externos se cortó a USD3.000 millones, pero la cancelación de deudas privadas superó los USD10.500 millones. La cancelación de deuda pública fue menor (sólo USD1.600 millones) como contracara de la reestructuración. Los pasivos remunerados saltaron a 10% del PIB y el déficit fiscal a 6,4% en plena pandemia.
La principal diferencia es como se financió. Hasta 2011 la formación de activos externos se financió con flujos. El uso de reservas para pagar la deuda del Tesoro se reponía con dólares, que entraban por el superávit de la cuenta corriente.
Entre 2012 y 2015, ya con déficit externo, la fuga se financió con Reservas del BCRA. En rigor, el cepo la redujo, pero en simultáneo aceleró un proceso de desendeudamiento público y privado que alcanzó a US$11.000 millones por año. Al final del camino, el BCRA se había quedado sin reservas, pero el sector público y privado se habían desendeudado.
Entre 2016 y 2017 mientras el déficit de cuenta corriente escalaba, la formación de activos externos se financió con deuda pública y privada (USD17.000 millones por año del sector público y casi USD9.000 del sector privado), dando lugar al aumento en las reservas mencionado antes.
Entre 2018 y 2019 una vez cortado el crédito, la formación de activos externos y la cancelación de deuda con el mercado (-USD9.800 por año el sector público y -USD6.500 el sector privado) se financió con Reservas (las que el BCRA había comprado en los dos años anteriores) y en parte con los dólares del FMI.
El dinero es fungible. Dependiendo de quien haga las cuentas, los dólares del FMI se usaron para cancelar deudas y/o para financiar la salida de capitales. Los números de la deuda del Tesoro con el mercado muestran una suba de USD90.000 millones en los primeros dos años del gobierno de Macri (de 12,5% del PIB a 25% del PIB). De estos, USD15.000 millones fueron usados para reducir la deuda con los holdouts, el resto para financiar un déficit financiero mayor a 6 p.p. del PIB por año. Desde el acuerdo con el FMI y hasta fines de 2019 la deuda con el mercado se redujo en USD29.000 millones, un poco licuando y un poco pagando.
Rearmando el flujo de fondos, antes de que arranque la corrida la Argentina tenía USD36.000 millones en las reservas netas. De estas, sólo quedaban USD10.000 millones al cambio de gobierno (incluyendo los USD44.000 millones que desembolsó el FMI) y hoy sólo quedan USD2.200 millones. Como contracara del financiamiento monetario del salto en el déficit en 2020, el stock de pasivos remunerados que vuelve a superar los 10 puntos porcentuales del PIB y el aumento de la deuda en pesos alcanzó a 2 puntos del PIB.
Una vez más, dependemos de la suerte (del precio de la soja y/o de una capitalización del FMI que nos traiga dólares frescos) para poder seguir manejado la brecha cambiaria con precios de los bonos de la deuda -recién reestructurada- de remate.
Mientras tanto, lejos de intentar aprovechar el contexto actual para estabilizar la macro, como en el gran bonete seguimos discutiendo a los gritos cuando se jodió la Argentina e iniciando nuevos procesos judiciales que, en una situación de empate hegemónico, se frenan siempre cuando cambia el signo político.
MDP
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