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OPINIÓN
OPINIÓN

Diez años de doctrina “bergogliana”: las sombras le ganan a las luces

Especialista en derecho canónico y abogado de víctimas de abuso sexual
Francisco y el ex presidente Carlos Menem. Bergoglio mantuvo una relación ambigua con los mandatarios argentinos.
12 de marzo de 2023 00:07 h

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El aniversario de la designación de cualquier papa católico romano no es un hecho que pase desapercibido. Mucho menos si se trata de los diez años de pontificado del argentino Jorge Mario Bergoglio, primer papa latinoamericano.

Sin caer en la obsecuencia de valorar sus cualidades personales para el ejercicio del cargo de Jefe de Estado, o líder espiritual - tarea que les incumbe a sus apologistas -, interesa abordar, brevemente, su gestión en algunos de sus procesos de reforma.

Hablamos de procesos de reforma, por cuanto él mismo es partidario de esa política institucional, máxime si se trata de una institución anquilosada en el tiempo, como es, la Iglesia Católica.

Con altísimos niveles de corrupción institucional, Bergoglio asumió luego de la renuncia de su antecesor, el fallecido Benedicto XVI y, de inmediato, manifestó su intención de iniciar procesos de reforma en la última monarquía absoluta que existe en el continente europeo.

Generalmente, analizar el funcionamiento de la iglesia implica hacerlo en dos planos: el interno y el externo. Internamente, escenarios como el doctrinal, religioso estricto sensu, estructura, organización y funcionamiento, son algunos a los que hay que referirse. Mientras que el plano externo, comprende el pensamiento que, como legado, los pontífices brindan a la humanidad; la política exterior del sujeto de derecho internacional “Santa Sede”, cómo se relaciona con los demás países y, como estado totalitario que es, el modo de manipular la política interna de aquellos países donde la iglesia tiene presencia.

Como podrá observarse, es ardua la tarea de evaluar diez años de pontificado del argentino en los escenarios mencionados. Sin embargo, pueden destacarse algunos aspectos para sacar las respectivas conclusiones.

La doctrina bergogliana ha dejado tres encíclicas, Lumen fidei, sobre la fe; Laudato si (sobre el cuidado de la casa común), muy utilizada por algunos grupos de políticos argentinos en materia ambiental; y Fratelli tutti, sobre la fraternidad y la amistad social, una muestra más de la tradicional hipocresía y doble vara moral del catolicismo. También cinco exhortaciones, más de veinte cartas y seis constituciones, todas apostólicas. 

La producción intelectual, entonces, no ha sido poca, pero no deja de ser un refrito de la decadente ideología clerical contenida en documentos anteriores, que se manifiesta en doctrinas poco originales, mandatos morales perimidos, que ni los propios católicos aceptan y un culto empobrecido, pueril, practicado por una exigua minoría. 

Es que la perspectiva clerical de la vida ha devenido un fósil, mientras que la conducción del laicado adolece de autonomía. Viven para obedecer curas.

En este escenario, puede observarse una fuerte dicotomía entre las declaraciones públicas del papa, con lo que pasa realmente en el interior de la institución. Dos ejemplos ilustran lo expuesto: la situación del colectivo gay, mayoritario entre el clero, y la de las mujeres.

Se hace presente la frase del filósofo italiano Piergiorgio Odifreddi en su “Diccionario de la estupidez”, perfectamente aplicable a Bergoglio: “A los jesuitas precisamente se debe la invención de la ”verdad jesuítica“, que es el arte de decir la verdad mintiendo o de mentir diciendo la verdad”.   

La estructura y organización de la iglesia durante la monarquía de Bergoglio también reconoció reformas, en especial, a través de la Constitución Apostólica Praedicate evangelium, sobre la Curia Romana y su servicio a la Iglesia en el mundo, confirmación del modelo monárquico-sacerdotal, jerárquico, discriminatorio y anti cristiano, el mismo con que el catolicismo traicionó y se separó del cristianismo originario, horizontal e igualitario. Se suma a ella otra constitución - Pascite gregem Dei -, con la que se reformó el Libro VI del Código de Derecho Canónico, el mamotreto legal que rige la vida interna de la institución, contrario a los derechos humanos.

Dentro de la estructura, los ámbitos económico-financieros tuvieron su reforma. Uno de los mayores estados capitalistas y multimillonarios del planeta, con Banco Central incluido, propietario de un patrimonio mobiliario e inmobiliario cuantioso, con activos financieros, acciones, inversiones en bolsas y mercados y heredero de un pasado vergonzoso – venta de indulgencias incluida – le tocó el turno para poder ser un poco más transparente, un auténtico oxímoron si hablamos de la Iglesia Católica.

Al flagelo de los abusos sexuales del clero, enquistado hasta la fecha en la estructura, le tocó un barniz de “transparencia”. Con el objetivo de dar una respuesta a las víctimas, sobrevivientes y a la opinión pública, se elaboraron una serie de documentos, instrumentos, protocolos y vademécums dirigidos a blindar la institución y donde la expresión que brilla por su ausencia es “derechos humanos”, todo un signo de que lo que lo prioritario es la institución por sobre, incluso, en contra de las personas.

Dos son las Convenciones Internacionales que la Santa Sede viola sin miramientos: la Declaración de los Derechos del Niño y la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, con sendos incumplimientos en la presentación de los informes periódicos.

Pasando al plano externo, el papa argentino continuó con la tradición de los “viajes apostólicos”, es decir, una manifestación de política internacional, con tinte religioso donde, justamente, se utiliza a la religión para defender intereses económicos y políticos de la iglesia.

Intermediación entre EE.UU y Cuba, a las “periferias” (Kazajistán, Baréin, Mozambique, Madagascar, Mauricio), o visitas a países europeos como Rumania, Irlanda o Suiza son algunos ejemplos. 

Esta herramienta se relaciona, también, con el clericalismo político, uno de los objetivos del papa Francisco, sea para hacer pie en aquellos países laicos que rechazan la tradición invasiva y totalitaria de la iglesia, sea para influir directamente en la política interna como es el caso de países con institucionalidad débil como la Argentina.

Párrafo aparte merece el análisis de la relación con la dirigencia política argentina, en el sentido amplio del término, donde el clericalismo surge con toda su plenitud. Salvo en el mandato presidencial de Néstor Carlos Kirchner, que lo consideraba “el jefe de la oposición”, cuando era cardenal, con el resto de los presidentes tuvo una relación ambigua, pero siempre con la mira en entorpecer proyectos de leyes laicos, actos de gobierno o sentencia judiciales.

Y dentro de esa relación, está el tan mentado “viaje” a la Argentina, una quimera sostenida por la grieta social y alimentada, también, por el catolicismo y el papa. 

A diez años del nombramiento del papa argentino, las sombras le ganan a las luces. Pocos son los avances en materia de derechos para los católicos, puertas adentro de la institución; nulos los cambios en el modelo institucional monárquico-sacerdotal, en la doctrina moral represiva, en la antropología negativa, en su liturgia banal y repetitiva. 

El catolicismo sigue siendo la misma religión triste y pesimista de siempre, donde las personas son vampirizadas por un estamento clerical cada vez más obsoleto. Mientras, en el espacio público, continúa la nefasta tendencia de usar al Estado para la obtención de fondos, o para influir en sus políticas sociales.

Será que como “hijo de la iglesia”, al decir del papa, le comprendan las generales de la ley, en el sentido de que el catolicismo, aún con Bergoglio, nada cristiano tiene para decir.

CL

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